En un momento
Me enamoro de un flechazo
Todo sucedió en un momento, como un flash, un parpadeo, tan corto que aún hoy me resulta difícil de explicar; bueno, de comprender.
Fue tremendamente raro. A mis veinte años era una chica feliz, lo tenía casi todo. Estudiaba derecho en la universidad, tenía mucho éxito con los chicos por dos motivos. Uno, estoy bastante bien, de173 centímetros, delgadita sin estridencias, 60 kilos, pechuga bien tiesa de la que estoy orgullosa, con un culete bien puesto y sin pistoleras, aderezada con una melena castaña a media espalda y guapita de cara. De las que hacen volver la cabeza, vamos. En segundo lugar, no le hago ascos a casi nadie. No soy una cualquiera que se va a la cama con el primero que pase, sin embargo, me encanta el sexo, apenas tengo tabús y me prodigo lo que puedo.
Vengo de una familia muy liberal. Liberal al principio, porque luego se ha ido aburguesando y donde dije digo, digo Diego. O sea, mis padres, hippies en su juventud, no hace tanto, no quieren que haga las mismas cosas que ellos. Eso del amor libre, el hachís y cosas parecidas, no están muy bien vistas en casa.
Tengo además un hermano. No es que esté bueno, está cañón ¡Qué guapo es el jodío! Lo comento porque es parte muy importante de esta historia.
Bien, he comentado que tenía una vida sexual sana, sin problemas ni prejuicios, ni siquiera cuando mi pareja era otra mujer. Si está buena, es simpática y me gusta, pues…
Yendo al tema que nos trata, andaba yo un día alborotada, las hormonas algo revueltas, cosa curiosa porque hacía unos días había terminado el periodo. Me parece que llevaba demasiado tiempo sin echar un buen polvo, necesitaba desahogarme.
Como era viernes, día de salida (sí o sí) y, si se puede, revolcón, me acicalé para ir de caza. Dado que en ese momento no tenía pareja estable, estaba abierta a todo. Al salir de la ducha, con una toalla enrollada en el cuerpo y otra en la cabeza, me puse a dar toques a todas mis amistades para ver el plan que había.
Día chungo, todas tenían algo que hacer. Que si un examen, que si me voy con mi novio, que si tengo un cumple... Bueno, no había que desesperar. Me conecté al tuenti a echar un vistazo a ver que se cocía por ahí. Parecía desierto ¿Dónde coño estaba la gente?
Un poco jodida por ir sola, tras ponerme de punta en blanco, me fui a la disco donde solemos encontrarnos los findes.
Algo pasaba porque no vi a nadie conocido. Me pillé un cubata para hacer tiempo, alguien tenía que venir. Si algo tengo son cantidad de amigas. Sorbito a sorbito para que durara, fui bebiendo mi copa. Se me acercaba algún tío, mejor dicho, varios, pero no me hizo gracia ninguno, hoy no era mi día.
Me fui de allí bastante depre, estar sola un viernes es para echarse a llorar. Estuve dando vueltas con mi coche por los sitios habituales y nada, que no encontraba ni a Dios (perdón por la expresión).
Al final, en el parque del Oeste, encontré a unas chicas que me resultaban conocidas de la facultad, con las que no tenía prácticamente relación. Estaban tiradas en la hierba bebiendo con un grupito de chicos y, con todo el morro, bajo la mirada reticente de ellas, acepté la invitación de unirme a todos cuando me pasaron un mini de güisqui. Entre bromas y bobadas, me lo cepillé enterito yo sola. Vaya ciego me iba a pillar.
Circularon unos canutos, seguí bebiendo… Antes de darme cuenta de cómo había llegado hasta allí (ahí tengo una laguna de memoria), un fulano me estaba follando detrás de unos arbustos, fuera de la vista de todos. Me había subido la minifalda a la cintura y dejado las bragas por las rodillas, a la altura de las botas altas que llevaba, me había subido también la camiseta y sacado las tetas del sujetador.
En un momento pensé en que coños hacía yo allí, a cuatro patas, mientras un tío que no conocía de nada me la metía desde atrás. Intenté relajarme un poco, en el fondo era lo que quería, echar un buen polvo esa noche…
¡Qué mierda! El fulano este me la metía pero no me estaba poniendo nada, empecé a desear que acabara lo antes posible, era muy raro que me pasara algo así. Me estaba estrujando las tetas y me hacía daño, dio tres o cuatro embestidas y se corrió dentro. ¡Será capullo!
Me dejó súper a medias, no me había ni enterado. Mierda de tío, me había dejado un dolor de ovarios… Si es que no se puede venir a echar un polvo al parque…
Volvimos con el grupito, me daba cuenta de cómo el chaval hacía gestos de victoria al resto de sus amigos y las chicas me miraban como si fuera una guarra ¡Cómo si ellas no follaran! Pues no, al estar otro rato con ellos, estas tías no formaban realmente grupo con esos macarrillas, se habían conocido esta noche y, por lo que veía, no tenían ninguna intención de ir más allá de beber y pasar el rato.
No me extrañó, eran unos cerdos asquerosos, empezaron todos a tirarme los tejos de forma descarada viendo que yo sí había tirado, intentando montárselo cualquiera conmigo. ¡Joder! Ya me había follado a uno. ¿Qué pretendían, que me tirara a todos? ¡Vaya peña! Sin darme apenas cuenta, tenía otro mini de güisqui en la mano y me lo bebía, mejor dicho, me lo hacían beber a toda velocidad.
¡Tenía un colocón del quince! Y sin parar de fumar canutos, estaba con un ciego… ¡Mierda! ¿Qué coño hago con este mierda de tío? Otro de ellos me la estaba metiendo detrás de los arbustos. ¿Soy así de guarra? ¡Debo parecer más puta que las gallinas!
Iba a decir algo cuando este otro menda se estaba corriendo en mis nalgas. Por lo menos tuvo la decencia de sacarla. Me había dejado más fría que el anterior. Estos sólo sabían meterla y correrse al primer meneo. ¡Que les dieran por el culo!
Menos mal que una de las chicas tenía klinex, me tuve que limpiar a escondidas mientras notaba cómo me miraban todos. ¡Me sentí una puta de cuidado! Casi llorando, con una borrachera que no me enteraba de casi nada, me fui pitando de allí. Ni siquiera oí o entendí nada de lo que me dijeron al marcharme (seguro que nada agradable).
Cogí mi coche, dándome cuenta de que apenas podía conducir. Empecé a llorar, me sentía sucísima. Nunca había hecho ascos a acostarme con nadie, pero esto… No había follado, me habían usado como si fuera una puta de 5 euros, me habían echado dos polvos a cambio de dos minis y unos canutos. No me hacía falta, yo tenía más clase que eso…
Iba guiñando un ojo para no ver doble y no pegármela, me quería morir, estaba fatal… Paré un momento en segunda fila en una calle cualquiera, salí de mi coche, me puse entre dos vehículos aparcados y eché hasta mi primera papilla. En el fondo, había tenido surte, no me habían hecho ninguna burrada.
Tras vomitar, reanudé mi camino. Unas luces azules, unos tíos con chalecos reflectantes, unos pivotes en la calzada… ¡Joder, la poli!
Me pararon a un lado.
-Buenas noches señorita, su permiso de conducir y papeles del vehículo, por favor – Me dijo un guardia muy amable.
Saqué el carnet de la cartera, los papeles de la guantera (no sé ni cómo lo conseguí) y los mostré. Escrutinio, llamada por el walky al coche patrulla…
-Bien, tenga señorita. ¿Hace el favor de soplar aquí?
-¿Cómo? - Farfullé
-Que sople por esta boquilla por favor, todo el tiempo que pueda.
-Ah
Soplé lo que pude. Miré al guardia (debería decir a los guardias, veía doble) que me devolvió la mirada de otra forma, como diciendo ¡Te he pillado, bonita!
Me enseñó el indicador de aquel aparato. No distinguía nada el número que ponía pero debía de ser malísimo. El guardia, con cara de pocos amigos, me dijo
-Triplica usted la tasa de alcoholemia, señorita. ¿Cuánto ha bebido?
-¿Yo? No sé. Había unos chicos que me dieron una copa, no sé que tenía… Y luego, luego…
Empecé a llorar al recordar lo puta que había sido.
Apiadándose de mí, me hizo dejar el coche a un lado y bajarme de él. Me subieron a una furgoneta donde me explicaron que en un rato iban a repetirme la prueba. Me iban advirtiendo también de la multa, la retirada del carnet, la pérdida de puntos… ¡Mierda, cuanto rollo! ¡Y todo dándome vueltas!
En la segunda prueba volví a dar casi lo mismo o peor, no sé.
-Lo siento señorita. En estas condiciones no puede usted conducir. El vehículo debe quedar inmovilizado a no ser que alguien venga a buscarlo. Aquí no lo puede dejar aparcado. Si no tiene a nadie, podrá pasar a recogerlo al depósito de la grúa municipal.
¿De qué coño me estaba hablando este fulano? ¿Qué no me podía ir en mi coche? ¿Qué se lo iba a llevar la grúa? ¡Mierda, mierda y mierda!
¿Y ahora, a quién llamo? Esto es una putada. Les lloré a los guardias, les dije que me habían hecho beber a la fuerza, que yo no quise… Lo sintieron muchísimo, pero en estas condiciones no me podían dejar conducir.
-¿Puedo dormir en el coche? Es que ahora no tengo a quién llamar – Les pregunté.
-Lo siento señorita. Vamos a trasladar el control y el coche no se puede quedar aquí. Además, tenemos que estar seguros de que no lo va a utilizar. Si no dispone de nadie que venga a por usted, lo sentimos, pero el vehículo queda inmovilizado. Podemos pedirla un taxi.
No me quedó más remedio que llamar a mis padres. Venga a sonar el teléfono y nada. Al final, a pesar de la hora, llamé al móvil de mi madre. Me respondió con voz dormida. Al explicarle la situación, me echó una bronca de escándalo, me dijo que era una irresponsable, etc., etc.
Encima, no estaban en Madrid. Se habían ido a casa de la hermana de mi madre. Por lo visto, mi abuela que vivía con ella, no estaba muy bien. ¡Mierda y más mierda! Llama a tu hermano, me dijo.
Sí hombre, llamar a Rober, lo que me faltaba. No es que hubiera un gran problema, pero no tenía ni dos meses de carnet, me iba a destrozar mi coche… Pero tampoco tenía dinero para la grúa, ni para un taxi hasta casa. ¿Y cómo iba a venir hasta aquí?
En fin…
-¿Rober? Soy Julia. Que mira, tío, que me ha parado la poli y no puedo llevar el coche, que si puedes venir a buscarme.
-……
-Que no, tío, que no me dejan y los papás se han ido a ver a la abuela de repente. Estoy sola y no tengo pasta para un taxi hasta casa, tío, venga, porfa, no me jodas…
-……
-Vale, te espero. Estoy en una calle de Princesa. No tardes, ¿Vale?
Estuve esperando más de una hora, la poli se iba a pirar, estaba harta de vomitar y se iban a llevar mi coche. ¿Dónde estaba este imbécil?
Apareció en el último momento, menos mal. Se bajó de un coche que se fue enseguida. Les enseñó el carnet a la pasma y le dijeron, tras hacerle la prueba también a él, que tenía que llevarla Lde novato o tampoco podría conducir. Por suerte la llevaba en el maletero. Me subí con él camino a casa.
-Joder, Julia, qué pedo llevas. ¿Cómo has dejado que te paren? Si vas así, te echas un ratito antes de conducir, o si ves las luces de la poli, te desvías. – Me dijo el listo de él.
Al intentar contestarle, se me trababa la lengua, la tenía como estropajo y no podía ni hablar con coherencia. Además, seguía con un colocón de tres pares de narices. Preferí quedarme callada mientras la cabeza me daba vueltas.
-¡Para, Rober, para! ¡Voy a potar! – Solté al encontrarme peor.
-¿Aquí? Estamos en mitad de la carretera, aquí no puedo parar…
Bajé la ventanilla y vomité sacando la cabeza. A estas alturas solo echaba un líquido amarillento que sabía a rayos ¡Qué asco!
Llegamos a casa, en una urbanización de las afueras. Al bajarme de mi coche, estaba de pena. ¿Por qué si había pasado ya un buen rato me encontraba aún peor? ¡Gran misterio! Seguro que me habían echado algo en la bebida los capullos del parque, seguro que por eso me habían follado así de fácil…
Medio en brazos de mi hermano, llegué a mi habitación. Ahora, casi, no me podía ni mover, mi voz era un farfullo ininteligible… El bueno de Rober tuvo a bien tirarme sin ningún cuidado encima de la cama, quitarme las botas y taparme con las mantas.
Desperté con un tremendo dolor de cabeza y molestias en el chisme. Vaya nochecita. Otra como esta y me hacía monja. Fui al botiquín a coger un par de paracetamoles. Me los tomé allí mismo, en el baño. Al mirarme en el espejo, tenía una pinta horrible, el pelo despeinado, churretones en los ojos por llorar, la ropa toda arrugada…
Fui a ver si estaba mi hermano, a intentar excusarme y darle las gracias. Abrí la puerta de su habitación y le vi en la cama, dormido. Me acerqué y le di un beso en la frente, llevaba puesto un pantalón de pijama y el torso desnudo. Sonreí interiormente ¡Qué guapo era el cabrón de él!
Me iba a ir cuando despertó
-¿Julia? ¿Qué pasa?
-Nada, sólo venía a darte las gracias. Perdona lo de antes, te juro que debieron de darme algo en la bebida, en la vida me había puesto tan mal…
-No te preocupes, ya sé que algunas veces pasa. Tendrías que tener cuidado, los tíos somos bastante cabrones.
-¿Y cómo lo sabes? ¿Le has dado una pastillita a alguna tía? – Le pregunté con mosqueo.
-Oye, oye. Que sólo te he dicho que tengas cuidado, no te metas conmigo. – Se defendió.
En ese momento encendió la luz de su mesilla y me fijé en lo cachas que estaba. Se me ocurrió una estupidez ¿Por qué nunca me había atraído Rober? Estaba de impresión y sin embargo, no me interesaba.
Bueno, claro, somos hermanos, es lógico que no me atraiga. Entonces lo comparé con una comida que te guste muchísimo pero te la ofrecen cuando estás llenísima, que no puedes más. Me pareció un buen ejemplo, en ese caso, aunque el plato tenga una pinta buenísima y sea lo que más te gusta, te dan ganas de vomitar de lo llena que estás.
-¿De qué sonríes? – Me preguntó
Me pilló por sorpresa. Me había quedado quieta en mitad de su cuarto pensando estas chorradas.
-Nada, una tontería. Hasta mañana. – Contesté
-Chao
Me fui a mi habitación, me desnudé y me fui a la ducha. Después de lo del parque, necesitaba lavarme (por no decir desinfectarme).
Me lavé bien en el bidé, luego me duché. Había llevado unas bragas limpias y el camisón, así que me vestí allí mismo y me fui a dormir.
Estuve un rato en la cama dando vueltas, tenía desazón y mal cuerpo, no me encontraba a gusto. Fui al baño otra vez y me encontré a mi hermano. Estaba haciendo pis de espaldas a mí. ¡Joder qué espalda! Me disculpé y esperé fuera.
Al salir, me dio un repaso con la mirada… Mi camisón era cortito, realmente era una camiseta sin mangas que me llegaba al culo. Poniéndome colorada, me di cuenta de que se me notaban perfectamente las tetas… Se me excitaron los pezones un poquito ante su escrutinio.
-Buenas noches – Me dijo mientras se colocaba, con total confianza, el paquete delante de mí.
-No seas guarro – Me desahogué. ¡Qué manía tienen los tíos de tocarse ahí todo el tiempo! ¡Me pone de los nervios!
Me lavé la cara, bebí agua y volví a la cama. Más vueltas, más desazón…
Fui al cuarto de mi hermano, necesitaba hablar con alguien, eran las cuatro de la mañana y no era cuestión llamar por teléfono a nadie.
-¿Rober?
-¿Te pasa algo? –Me contestó medio dormido.
-Nada, necesitaba hablar. Ha sido una mierda de noche, me ha parado la poli, me han quitado el carnet, mamá me ha echado una bronca de espanto, encima me han medio violado. Ya te digo, vaya nochecita…
-¿Cómo que te han medio violado? – Me gritó mi hermano espabilándose al instante.
-Bueno, no es eso. Solo que estaba con unos tíos que no me apetecían nada y he echado un polvo con un par de ellos.
-¿Un par? ¡Joder qué zorra!
-¡Oye, no te pases que nunca he hecho esto! Por eso pienso que me han tenido que echar algo en la bebida. Pero bueno, ya está, no quería hablar de eso, me jode más lo del coche y la multa… Papá se va a cabrear un montón.
Seguimos hablando un rato, yo estaba sentada en el borde de su cama y fui viendo como a Rober le costaba prestarme atención. En un momento le hice a un lado, me estaba quedando helada. Me dejó sitio en su cama y seguí desahogándome con él.
Al cabo de poco tiempo, tenía la respiración profunda… ¡Pobre! Se había quedado frito. Me fui a levantar para ir a mi cuarto, aparté las mantas y no me apeteció nada dejar el calorcito de su cama. ¡Bah! Seguro que a este no le importa, está como un tronco. Sin nada en la mente, con el dolor de cabeza prácticamente desaparecido gracias al paracetamol, me puse de espaldas a mi hermano quedándome dormida antes de enterarme de nada.
A la mañana siguiente, al despertar, estaba abrazada a Rober que dormía plácidamente de espaldas a mí. Apoyada contra su espalda me acurruqué un poco más para sentir su calor. ¡Qué bien se había portado anoche! La verdad, no sabía que pudiera ser tan comprensivo, tan maduro ¿O la inmadura fui yo?
Le acaricié un rato la tripa con la mano, en plan agradecimiento. Se revolvió un poco inquieto y, al moverse, sin querer, lo juro, toqué la herramienta que tenía entre las piernas, totalmente erecta, de un tamaño que me hizo vislumbrar que aquello no era normal. No se la agarré ni nada de eso, sólo la sentí en la palma de la mano de pasada.
Me quedé quieta, sin acariciar ni nada. Al cabo de unos segundos, Rober se despertaba y desperezaba poniéndose boca arriba.
-¡Anda tú! ¿Has dormido aquí? Perdona, ya sé que querías que habláramos pero me moría de sueño. Si quieres, hablamos más en la cocina. – Me dijo soñoliento.
No parece que le hubiera dado mayor importancia al hecho de que me hubiera quedado en su cama. Al levantarse y apartar las mantas, dejó al descubierto mi cuerpo. Tenía mi camiseta-camisón enrollada en la cintura como siempre, gracias a Dios mis bragas eran normalitas y no un tanga. Vi cómo me escrutaba con la mirada y cómo se colocaba su herramienta rascándose la entrepierna. Otra vez el dichoso toqueteo ¡Qué guarro! Sin embargo, y por primera vez en mi vida, no me produjo asco sino desasosiego.
Me puse colorada por mi pensamiento, no sé si Rober lo notó, salió de la habitación sin comentar nada. Recordé la noche pasada, la mierda de tíos con los que había estado, la poli, Rober… Mientras me volvía a tapar y arrebujar en la cama, pensando en todos los acontecimientos vividos, no puedo decir qué me pasó, una especie de flash cruzó mi cabeza, fue un solo momento, un instante, un parpadeo…
¡Dios! ¡Rober…!
No pasó de ahí, no hubo más historia, sólo el convencimiento. Rober…
Al oír que mi hermano salía de la ducha, me levanté también para ir al baño. Nos cruzamos en la puerta de su habitación, tenía la toalla enrollada en la cintura, aunque apenas había diferencia con respecto a ir vestido con el pantalón de un pijama… Para mí sí la hubo, no le vi igual, no pensé lo mismo… Una excitación increíble nació en mi intimidad, me hizo humedecer la ropa interior recorriéndome como un escalofrío, llegando a mis pechos, excitando levemente mis pezones, lo suficiente como para que se notaran a través de mi camisón.
Volvió a escrutarme con la mirada, sé que me miró las tetas, como todos, pero no hizo ningún comentario ni pareció darse cuenta de mi estado. Me dirigí al baño a toda prisa, necesitaba una ducha a pesar de haberlo hecho la noche anterior.
El agua caliente no tuvo la facultad de calmar mis ánimos. En un alarde de valentía, puse sólo agua fría con la virtud de dejarme helada, acordándome de todos mis antepasados, tardando menos y nada en volver a ponerla caliente. Por primera vez en mucho tiempo, me hice una paja para serenar mis nervios. Hacía tiempo que no me hacía falta, solía estar suficientemente servida como para tener que recurrir a la satisfacción solitaria.
Y tuvo el desagradable efecto de hacer aparecer a mi hermano en mis fantasías oníricas mientras me corría con un sentimiento de culpabilidad. ¿Qué coño me estaba pasando con Rober?
Después de estar un rato secándome el pelo, vistiéndome con vaqueros y camiseta, fui a la cocina a desayunar. No me encontraba a gusto, no me apetecía ver a mi hermano, no sabía qué me estaba pasando con él.
Me estaba esperando, había preparado café, él tomaba una taza en la que mojaba unas galletas. Levantó la vista al verme, sonriéndome con comprensión. ¿Por qué me tenía que sonreír? Yo era su hermana mayor, no tenía que tener ese aire de condescendencia conmigo.
-¿Estás mejor? Vaya nochecita pasaste ayer ¡Qué putada que te echaran algo en la bebida! ¿Y lo de la poli? ¡Qué marrón! – Me dijo apoyándome.
No sabría decir si sus palabras me produjeron consuelo o rabia. Parecía comprensivo ¿Qué coño me tenía que comprender? ¡Era tío! ¡No podía tener ni puta idea de cómo me sentía! Pero sonreía de una manera…
-¡Vete a la mierda! ¡Todos los tíos sois iguales! – Le espeté.
¿Por qué le solté aquello? Aún hoy me lo pregunto.
Se le borró la sonrisa, me miró con cara de no entender mi reacción, se tomó el café de un trago dejando las galletas a medias, levantándose de la mesa.
-Otra vez te va a ayudar tu madre, guapita de cara. Paso de ti como de comer mierda. ¿Serás gilipollas? – Me soltó muy mosqueado.
Y se fue de allí dejándome sola, hecha polvo moralmente, no entendiendo nada de lo que me pasaba.
Mis padres volvieron al día siguiente. La bronca por lo del coche fue de espanto, tendría además que pagar los 400 euros de multa (a ver de dónde los pintaba) y me iban a retirar el carnet por lo menos tres meses, si no me caía un año. Para joder más si cabe, le dieron a Rober las llaves del cochecito para usarlo a voluntad (siempre y cuando no metiera la pata como yo).
Me quedé hecha cisco. Tendría que volver al bus para ir a la facultad, a no ser que mi hermano tuviera a bien llevarme. Dudé mucho de que lo hiciera, era muy raro que yo tuviera algún detalle con él al respecto. Primero porque nuestros horarios no coincidían y segundo, porque él no me lo pedía o pasaba de mí, era un adicto al transporte público.
Y, excepto en contadas ocasiones, seguía igual; prefería coger el autobús o el metro para desplazarse que coger el coche. Sería bobo... Lo malo es que yo tendría que hacer lo mismo durante el próximo año (que fue lo que me metieron de retirada de carnet).
Intenté convencer Rober para que fuéramos los dos a la universidad motorizados, pasaba de ir bus. Me sorprendió más de lo que puedo decir el que asintiera. Desde nuestra pequeña discusión (o mi salida de tono), no es que hubiéramos cruzado muchas palabras.
Ir todos los días juntos me aumentó la desazón que me producía. No se me había pasado, todo lo contrario y, lo que es peor, me hacía sentirme inferior a él, más pequeña, como si estuviera bajo su protección. Todas las noches hacía esfuerzos de autocontrol, de auto convencimiento de lo absurdo que era que mi hermano me produjera esta sensación.
Pero es que era simpático y amable, se sacrificaba por mí, ajustaba sus horarios a los míos con lo que eso le suponía de esperas o pérdidas de clases… ¡Joder! No hacía nada mal, no me podía enfadar con él y cada vez me iba hundiendo más en un pozo oscuro sin ser siquiera consciente de ello.
Hasta que, naturalmente (era de cajón), tuve cierta conciencia de mi mal, lo que me produjo estar aún peor.
Rober me esperaba apoyado en el coche a la salida de la facultad para ir a casa. Estaba con una niña bastante mona, desde lejos vi que charlaba con ella muy animado, con risas y así. Cuando me vio, le dio un beso en la boca y la despidió. Noté como se me revolvían las tripas. ¿Quién era aquella zorra que había besado a mi hermano?
-¿Y esa? ¿Quién coño era? – Le solté a Rober al llegar a su lado, con muy mala leche.
Me miró sorprendido.
-¿Ana? Una compañera… ¿Y a ti que más te da quién sea? – Respondió con asombro por mi reacción.
-Pues me ha parecido un poco ligerita dándote un morreo delante de todo el mundo.
-¿Un morreo? – El asombro de mi hermano crecía por momentos.
-Déjalo, quiero irme a casa. – Contesté de malos modos.
No abrí la boca en todo el trayecto, Rober tampoco pero veía, por la expresión de su cara, que estaba asombrado y molesto conmigo.
Me entraron unas ganas de llorar tremendas, me di cuenta de que, por algún arte maquiavélico, por algún capricho irónico del destino, alguna pócima de brujería, mi hermano me gustaba a rabiar. Caí en el hecho de que, desde que tuve el percance en el parque, no me había acostado con nadie, de que apenas salía los fines de semana, que Rober me iba a volver loca.
¿Qué coño había hecho yo para merecer esto? ¡Mierda! ¿Por qué me había tenido que pasar a mí? ¿Con la cantidad de tíos que había catado y me tenía que obsesionar con éste?
A partir de entonces, utilicé el método más antiguo del mundo para sacarme semejante aberración de la cabeza. Cada fin de semana buscaba (y conseguía) alguien con quien darme un buen homenaje. Iba a las discotecas y me enrollaba con el primero (o segundo) que me tirara los tejos, pretendientes no faltaban. Coches, pisos de estudiantes, casas paternas e incluso el parque, fueron testigos de la cantidad de polvos que eché o me echaron durante aquella temporada.
Cuantos más pollas pasaban por mi coñito, peor me encontraba; incluso hubo uno que me abrió mi entrada trasera, hasta entonces celosamente guardada. Después de aquella experiencia, no iba a volver a pasar por eso en la vida ¡Qué dolor! ¡Hay que ser masoca!
Pero no conseguí sacarme a Rober de la cabeza. Me sentía como una fulana cualquiera cada vez que volvía a casa después de estos encuentros. Me estaba convirtiendo en un zorrón de cuidado, no podía seguir así.
Llegué al convencimiento de que mi actitud no me iba a llevar a nada bueno un sábado, cuando cuatro fulanos me follaron en un descampado. Yo me lo busqué, me fui con ellos sabiendo que algo de eso podía pasar. Lo que no imaginé es que fueran tan cerdos, que me follaran de esa manera, tratándome como a una auténtica guarra, metiéndomela uno detrás de otro mientras se la meneaba a un segundo, se la chupaba a un tercero, me sodomizaba, a pesar de mis gritos, un cuarto…
Cuando decidieron dejarme en paz, estaba hecha una mierda, llena de semen por todos lados, la ropa desgarrada y sucia… Sólo pude llamar a Rober. Muerta de vergüenza le di un toque al móvil. Sin siquiera preguntar que hacía en un sitio tan apartado, vino a buscarme.
Se puso súper serio y mosqueado cuando me encontró, tenía una pinta horrible. Se quitó el chaquetón que llevaba, echándomelo sobre mis hombros. Con mucha delicadeza me metió en el coche, llevándome a casa. Yo lloraba en silencio, quise darle las gracias…
-Rober, yo… Lo siento, yo…
-Luego, Julia, luego. Ahora ya estás bien. – No dijo nada más. Pero me dio rabia su seguridad, su superioridad. ¿Por qué coño no había estado conmigo para protegerme?
Llegamos a casa, los papás, gracias a Dios, no estaban. Otra vez con la abuela, menos mal. Si mi madre me veía así, no volvía a salir de casa en la vida.
Mi hermano, todo delicadeza, me llevó al baño, dejándome allí mientras iba a buscar ropa interior limpia y un camisón de los míos. Todavía estaba sentada en una banqueta cuando me trajo las cosas. Abrió los grifos de la ducha, comprobó la temperatura del agua y me dijo que me lavara bien. Me acarició la cara al salir.
-Venga, no te preocupes, ya verás cómo luego te encuentras mejor.
Así fue, en una ducha larguísima, me lavé lo mejor que supe, sobre todo mis partes. Después de casi una hora, salí del baño, me sentía mejor, me había echado pomada de bebés en el culito, me lo habían reventado. Mis partes íntimas no estaban tan mal pero les di el mismo tratamiento.
Tras secarme bien, me puse la ropa que Rober me había traído, unas bragas blancas de algodón, de las que te tapan todo y una camiseta larga hasta medio muslo.
Me esperaba en el cuarto de estar con un vaso de leche caliente con miel y cacao.
-Bébetelo, anda. Te sentará bien.
¿Por qué era tan amable? Yo, reconozco, era bastante borde con él, una reacción a la imposibilidad de tenerle nunca. Bebí a sorbitos hasta terminar el vaso.
-Vete a la cama, es tarde y no creo que hoy te apetezca contar nada. Si quieres, mañana hablamos.
¡Y el muy cabrón se fue a su cuarto! ¡Dejándome sola…! ¡Y una mierda!
Fui a su habitación, ni llamé para entrar. Se estaba poniendo su pantalón de pijama, única prenda que usaba para dormir. Le vi el culo (alucinantemente prieto) mientras se lo subía. No pareció molestarse por haberle visto, solo me preguntó qué quería mientras se metía en la cama.
¡Dios mío! ¿Cómo he podido pasar sin probar a este hombre hasta ahora? ¿Por qué has hecho que sea mi hermano? ¿No podrías buscarme a otro igual?
Empecé a llorar otra vez, estaba súper sensible… Pero no por lo pasado sino por no poder tener a este pedazo de macho. Bueno… Era normal tirando a súper bueno, era la leche, mazo simpático, cachas, guapo… ¿A que me pego un tiro? No puedo pensar esto de mi hermano.
Se levantó, me abrazó e hizo que me sentara con él en la cama. Intentó serenarme acariciándome el pelo, me levantó la barbilla y me secó las lágrimas, me besó cada ojo… Se me estaba haciendo el coño pepsicola…
-Anda, ven, quédate como la otra vez, te sentirás mejor, seguro. – Con qué inocencia lo dijo. ¿Cómo no se daba cuenta? Estaba a punto de tirarme encima de él como una posesa y si seguía haciéndome mimitos lo violaba.
Me abrió la cama ayudándome a meterme. Me volvió a acariciar, me besó la frente y se acostó a mi lado de espaldas a mí. Si hubiera un medidor de tensión de los nervios, creo que en ese momento hubiera roto el aparato.
Estuvo un rato revolviéndose, cogiendo la postura buena. Se volvió hacia mí, se puso boca arriba, volvió a ponerse de espaldas… Un ratito después oía su respiración acompasada. Con cuidado me levanté, encendí la luz de la mesilla y me quedé mirando esa carita de ángel que tenía dormido. Volví a llorar de pena, de histeria, de desesperación por ser él quien era. Apagué la luz y me acosté, espalda con espalda.
No podía dormir, estaba demasiado nerviosa, notándole ahí me crispaba los nervios. Un buen rato después se revolvió otra vez, quedando mirando hacia mi lado. Pasó un brazo por encima de mí buscando una postura cómoda. La encontró cuando su mano descansó sobre una de mis tetas. Sin necesidad ni de mover los dedos, sólo notándole, se me puso el pezón a punto de estallar. ¡Y él totalmente dormido!
Si no chillo me muero, pensé en ese momento. Pero, pero, pero… Me quería matar, ahora me acariciaba ese pezón durísimo con la palma de la mano abierta. ¡Dios, que reviento!
No lo pude soportar. Agarré su mano con cuidado de no despertarle y empecé a frotar mis tetas con ella. ¡Joder como estaba! ¿Por qué coño había tenido que poner la mano ahí?
Mi otra mano se perdió en mi entrepierna, totalmente calmada con la pomada que me había puesto. Me froté un poquito el clítoris, lo tenía súper húmedo. Aaaaahhhh ¡Qué bien!
Una mano suya en mis tetas, unos dedos míos en mi coño… estaba en la gloria.
¡Es tu hermano! Me dijo una voz interior.
¡Cállate y disfruta! La contesté. Estaba más allá de lo humanamente resistible. Había aguantado todo lo posible, además, no hacía nada malo…
Me quité las bragas, me molestaban en mis manejos. ¿Y si me quito también el camisón? ¿Y si se mueve mientras me lo quito y la cago?
Me dio igual. Sujetando su mano con suavidad para que siguiera dormido, me fui quitando la prenda con más dificultades de las previstas. Tardé por lo menos cinco minutos de reloj. Pero ahora estaba desnuda, me acariciaba las tetas con la mano de mi hermano que, por suerte, seguía en el limbo. Tenía el clítoris a punto de estallar.
Aquí creo que me pasé. En mi defensa diré que no era consciente de lo que hacía. Me pudo más la calentura que otra cosa.
Abrí las piernas, eché el culo hacia atrás, metí la mano entre ellas y busqué su virilidad a través de la bragueta de su pijama. Desgraciadamente para mi moral y por surte para mi cuerpo, la encontré sin esfuerzo. Sólo me hizo falta un poco de magreo con los dedos para conseguir que aquello pareciera el palo de una escoba con el grosor de un pepino bien hermoso. ¡Qué banquete me iba a dar!
Con ella entre mis piernas paré un momento, tenía que tener cuidado. La respiración de Rober no era tan rítmica y profunda… Tardó un rato en volver a normalizarse. Con mucha parsimonia y no menos deseo, introduje el glande de aquel mástil en el interior de mi cueva. ¡Joder qué alucine!
Cómo empezó a entrar, era la gloria. Seguí empujando hacia atrás, clavándome aquel bicho en el fondo de mis entrañas… Era acojonante, me abría por la mitad. Mira que había catado pollas, pero esta… ¡Dios, que me corro!
Tuve que morder la almohada para no soltar un grito que luchaba por salir de mi garganta. Un poco después, más relajada, empecé a llevar el culo de delante a atrás, era maravilloso. Volví a poner su mano sobre una de mis tetas, tan sensibles que no hacía falta más. Yo misma me frotaba mi botoncito a velocidad de vértigo acompañando el movimiento más pausado de mis caderas.
No me costó nada volver a correrme ahogando mis gritos contra la almohada. Y así seguí durante un buen rato en el que volví a alcanzar otro orgasmo mejor que los anteriores. Entonces me di cuenta del cambio de respiración de mi hermano, se agitaba… ¡Horror!
Con los últimos espasmos de mi vagina, conseguí sacarme aquel cacharro alucinante de dentro, en el último momento, justo cuando noté los chorros de esperma empaparme las nalgas…
Inmediatamente me hice la dormida, tapándome hasta el cuello, respirando de forma profunda y rítmica. Noté cómo se incorporaba sin tocarme, no sé que estaría pensando. Salió del cuarto, lo que me permitió vestirme en un santiamén. Me limpié su esencia con las sábanas, tenía que dejar algún rastro suyo.
Cuando volvió, yo estaba con mi camisón, muy pudorosa, haciéndome de forma convincente la dormida. Noté cómo palpaba las sábanas, cómo encontró lo que buscaba y cómo, disimuladamente, con mucho cuidado, limpiaba toda evidencia con una toalla.
Volvió a salir de la habitación. ¿Se habría dado cuenta de algo? ¿Creería que fue un sueño?
Esperé su vuelta con ansia, estaba más saciada pero necesitaba su presencia a mi lado. No venía… Esperé y esperé con los nervios cada vez más alterados ¿Dónde coño se había metido?
Desperté muy temprano, estaba sola en la cama de Rober, no había rastro de él. Fui al baño, hice mis necesidades, me lavé bien y, con la intención de volver a la cama, me di una vuelta por la casa buscándole. Estaba dormido en el sofá del cuarto de estar tapado con una manta. ¡Dios, cómo me ponía verle dormir!
Pensé en lo que había hecho esta noche ¿Había sido algo malo? ¿Era reprobable? No sé, sólo había aplacado un poco el ansia que él mismo me producía, yo no tenía la culpa. Era mi hermano, con su forma de ser, con sus detalles para conmigo, con su amabilidad el que había provocado esto en mí. Si había que buscar a un culpable, era él.
Me acerqué a besarle la frente, al posar mis labios despertó. Me miró medio dormido, parecía querer situarse. Se incorporó y sonrió con esos dientes tan blancos que tenía. Devolví la sonrisa.
-¿Qué haces aquí dormido? – Le pregunté en voz baja
-Nada. Me pareció que necesitabas espacio anoche, no quería molestarte. – Contestó con el mismo tono.
No parecía que sospechara de mí, menos mal. A lo mejor se sentía él mismo culpable…
-Prefiero que estés conmigo, me siento más segura. Hoy no necesito espacio. – Respondí con cierta súplica.
No pareció que le hiciera mucha gracia, pero tampoco fue capaz de negarse. Aunque había amanecido, volvimos a su cama acostándonos espalda con espalda.
Noté como estaba en tensión, apenas se movía y su respiración me sonaba agitada. Por mi parte, me encontraba a gusto, un poco culpable por lo sucedido, intentando convencerme de que había obrado bien. No me molestaba que él creyera que había sido otra cosa.
Estaba casi dormida cuando noté cierto movimiento, me volví hacia mi hermano y el movimiento cesó. Cuando ya estaba otra vez camino del limbo, el movimiento volvió. Me recordaba a algo, tenía cierto ritmo… Me acurruqué contra Rober, estampé bien mis pechos en su espalda (que los notara bien), acerqué todo lo posible mi pubis contra sus nalgas y pasé una mano por su cintura.
El movimiento cesó nuevamente. No me moví más, me iba quedando frita, rasqué un poco la tripa de mi hermano con mis uñas, en plan cariñoso… Repentinamente, unos espasmos recorrieron su cuerpo, noté como tensaba sus abdominales, alargué un poco la mano y supe qué pasaba cuando un líquido espeso la mojó. Soltó un gruñido ahogado y se relajó, yo no me di por enterada. Quiso levantarse pero no le dejé.
-No te vayas, no me dejes sola otra vez – Le dije con voz muy adormilada.
Se quedó quieto, yo también con el brazo apoyado en su cintura y rascándole distraídamente con las uñas. ¡Se había corrido! ¡Se había hecho una paja! Seguro que pensando en mí… Llevé la mano a mi boca, lamí su esencia, volví a dejarla en su cintura y, poco a poco, satisfecha de mí misma, me dormí.
Al volver a despertar, era bastante tarde, sería la hora de comer. Rober no estaba pero le oía hablar desde el salón. Sin hacer mucho caso, decía a alguien que no se preocupara, que yo estaba dormida pero que, enseguida, me podría al corriente. Después de unos besos de despedida, colgó el teléfono.
Vino a la habitación, me vio despierta y aprovechó para comentarme que nuestros padres tardarían una temporada en volver. La abuela había empeorado y se iban a quedar hasta su recuperación o fatal desenlace. Me apenó bastante, aunque no tenía excesivo trato con ella, la tenía mucho cariño.
-Me ha dicho mamá que te encargues de todo hasta que vuelvan, que si necesitamos dinero, tú puedes sacarlo del banco. – Comentó Rober.
-Sí, es verdad. Bueno, qué le vamos a hacer. Espero que la abuela se recupere pronto… De momento, me voy a la ducha.
Levantándome de la cama de mi hermano, como si no hubiera pasado nada, me dirigí al cuarto de baño. Miré a mi hermano, estaba bastante serio.
-No te preocupes – Le dije –Ya verás cómo todo sale bien.
-Sí.
No dijo nada más, creo que él no se refería a la abuela…
Rober siguió portándose bien conmigo, incluso ahora que estábamos solos. Sin embargo, había algo distinto, era como si hubiera levantado una barrera entre nosotros. Le faltaba confianza, no sé… No me contaba nada y, sobre todo, no me preguntaba nada, ni siquiera lo que había pasado esa noche.
Y yo estaba que me subía por las paredes. Después de haberle catado, me moría por repetir la experiencia, había sido alucinante, me había corrido tres veces, a cual mejor. ¿Pero cómo repetir? No veía a mi hermano por la labor de dormir otra noche conmigo, por lo menos en su cama. ¿Y en la mía? ¡Eso es! Tenía que traerle a mi cama como fuera.
Lo que no iba a hacer es montar un numerito de follarme (o que me follaran) cuatro tíos como la última vez. Eso ni hablar, no pensaba pasar por otra experiencia similar en mi vida. Además, no quería que Rober me considerara una golfa, bastante debía de pensar ya.
Pero era mucho más fácil pensarlo que hacerlo. ¿Qué hago para que venga conmigo? ¡Mierda, n.p.i! (ni puta idea).
Iban pasando los días, mis padres no volvían y mi hermano seguía igual, amable sin pasarse, con una especie de barrera conmigo. ¡Dios, me iba a volver loca!
Dejé de salir, no quería encontrarme a nadie conocido y, mucho menos, desconocido. Pasaba los fines de semana metida en casa sin hacer nada más que aburrirme con la tele o metida en el ordenador. Pero ni esto me valía. Rober se me iba metiendo en la cabeza como si me lavaran el cerebro. Parecía que no existía otra persona, otra con la que quisiera estar (a solas y en la cama).
Desesperada, me puse en contacto con una conocida, acababa de terminar psicología y seguro que me podía ayudar. Quedamos al día siguiente.
-¿Tu hermano? ¿Estás loca? – Me dijo casi chillando cuando oyó mi historia (sin la parte física). No me había entendido, yo quería a mi hermano, que me dijera qué hacer, no qué no hacer. Esto iba de mal en peor.
Intenté explicarle que, desgraciadamente, me había enamorado de mi hermano, que le quería, que me dijera cómo podía conseguirle…
Me miró alucinando, como si fuera un bicho rarísimo. ¿Nunca le había pasado esto a nadie? ¿Era la primera con este problema? ¡Pues sí que estamos bien!
-Mira Julia, puedo entender que te enamores de tu hermano, que te sientas atraída por él por las vivencias tan amargas que has tenido, él te ayudó y fue como una tabla de salvación. – Vale, esto era otra cosa, parecía que iba entrando en razón –Sin embargo, has de entender que, socialmente, es muy reprobable. Eso sin entrar en la ética de tus sentimientos. No se puede admitir ese tipo de amor, y no hablemos del sexo, entre hermanos. En la inmensa mayoría de los casos, lleva a unos desórdenes psicológicos de profundo calado. Es difícil recuperarse después, se necesitarían años de terapia…
¿Esta tía de que iba? ¿Desórdenes psicológicos? ¿Terapia posterior?
-Oye, perdona. Sé que tengo un problema, ahora, no después. No quiero que me digas que está mal, quiero que me digas lo contrario… - Estaba levantando la voz.
-Julia, Julia, piensa… ¿Cómo pretendes que te diga que está bien? Es imposible. No has pensado en las consecuencias familiares que puede acarrear. ¿Por qué crees tú que el incesto está prohibido?
-Está prohibido entre un mayor y un menor. Si somos mayores y consentimos, no está prohibido – Me defendí.
-Bueno, legalmente puede que sea así, tampoco lo tengo tan claro. Pero sí está totalmente censurado, no podéis contraer matrimonio, ni civil y mucho menos eclesiástico. Tampoco registraros como pareja de hecho. ¿Por qué crees tú?
-No sé – respondí. Y me hice la misma pregunta ¿Por qué?
-En principio, el tema nace de los problemas de transmisión de enfermedades genéticas, aunque en la antigüedad pensaban que eran castigos de los dioses. A partir de aquí, el derecho natural se hace eco de este problema y los propios gobiernos establecen una serie de medidas que tiendan a evitar estos actos. - ¡Vaya chapa me estaba dando! –Por otra parte, creo que tu problema es más un tema de gratitud, como te he dicho antes, que un amor verdadero. Date cuenta de que se confunde muy fácilmente cuando se pasa por una experiencia traumática, como me has contado.
¡Joder! ¡Pues menos mal que no le he dicho que me lo follé dormido! ¡Si supiera qué polla tiene Rober seguro que lo entendería mejor! Pero no es sólo eso… ¿O sí? ¿Y si tiene razón y lo mío es gratitud?
Me estaba dejando peor que cuando entré. Pero tras dos horas de charla ese día y una hora diaria durante un par de semanas, acabó por convencerme. Lo mío era sólo gratitud y no podía ofrecer mi cuerpo como pago, mucho menos en este caso.
Me encontraba mejor. No voy a decir que no me gustara Rober, pero ya no era una obsesión el dormir con él, el llevarlo a mi cama.
Mis padres volvieron y con ellos la rutina que actuó de bálsamo de mis males. Bien, esto iba cada vez mejor. Sólo me preocupaba una cosa, el hecho de que mi hermano siguiera con esa especie de barrera cuando estaba conmigo, ahora no la necesitaba.
Se lo comenté un día camino de la facultad, quería saber qué problema tenía realmente. No me contó nada especial, él no me rechazaba ni apartaba de ninguna manera, decía. Para Rober, nuestra relación era tan buena como siempre.
Por lo menos, esta charla, tuvo el efecto de que mi hermano se comportara como antes, bueno, como desde la experiencia del parque. Volvió a ser un encanto conmigo, pendiente de mí. Incluso apuré un poquito este nuevo tiempo de bonanza.
Era fin de semana, mis padres, tras recuperarse un poco la abuela y nueva recaída, volvieron a dejarnos solos. Como mi padre tenía un bufete de abogados, tenía gente que trabajara por y para él. ¡Pues no era nadie mi madre para contrariarla!
Así, le pedí a mi hermano que me sacara por ahí, me apetecía salir de marcha.
-Oye Rober ¿Me podrías llevar hoy con mis amigas? Ando un poco tiesa y un taxi, desde aquí, me sale por un pastón. Te juro que otro día te lo compenso. Venga, porfa… - Supliqué
-Joder tía. Me jodes toda la noche. Encima, no puedo ni beber una birra, tengo que ir solo y me voy a aburrir como una ostra.
-Porfa, Rober… En serio que otro día te devuelvo el favor. Venga, tío, no me dejes colgada. Hace un montón de tiempo que no nos reunimos todas las amigas…
Cayó. Me vestí para triunfar y mi hermanito querido me llevó a la disco donde había quedado con ellas. La música a tope, mis amigas, los cubatas… todo de puta madre. Llevábamos ya un rato, se nos habían acercado cantidad de tíos con ganas de marcha… Quedaba mucha noche y, de momento, pasábamos. Vi a mi hermano apoyado en la barra con algún refresco. Me dio un poco de pena la cara de aburrimiento que tenía. A él le gustaba otro tipo de marcha, el botellón, las litronas, reuniones de tíos…
En fin, no hice mucho caso. Bailábamos y bebíamos como locas, teníamos ganas de desparrame después de no habernos reunido juntas en bastante tiempo. Tenía un cubata en la mano, me movía al son de la música cuando se me paró el corazón.
Una tía con pinta de ser más zorra que la leche estaba hablando con Rober. Bueno hablando… Se gritaban al oído intentando entender algo. Mi hermano se rió, la zorra también… Me soplé el cubata de un trago, se me estaba secando la garganta.
Me dieron un empujón, me había quedado quieta en mitad de la pista. ¡Mierda! ¿Cómo coño dejaba Rober que se le acercara un putón como aquel?
Fui disparada a la barra, me puse en medio de mi hermano y la tía esa. ¡La conocía! ¡Tenía peor fama que yo! ¡Y qué pintas! Entonces me di cuenta de la fama… ¿Y mi fama? ¿Y si casi toda la peña me consideraba como yo a ésta? Hasta dónde había llegado…
Me pedí otra copa delante de él, me la bebí de un trago. La fulana desapareció. La siguiente copa que me pedí creo que duró menos aún. Al pedir la tercera y habiéndome bebido la mitad, mi hermano se encaró conmigo.
-¿Se puede saber qué haces? Te vas a coger un pedo de la leche. ¡Deja de beber, anda!
-¿Y a ti qué te importa? Hoy estoy de desparrame total. – Contesté gritándole en una oreja.
Él se levantó de hombros como diciendo ¡Allá tú!
Pues se iba a enterar. Me metí dos cubatas más, creo que de garrafón porque, de repente, me puse fatal. Intenté aguantar, había un pavo a mi lado que me sujetaba la cintura… Bien, así me mantenía derecha ¡Coño, que ciego!
Intenté decirle a ese fulano que lo que estaba tocando ahora no era la cintura, que eso estaba más abajo. Prácticamente tenía toda la mano en una teta… Me volví hacia él, más o menos. En la semioscuridad del lugar, me abrazó como un pulpo apoyándome contra la barra, me metió la lengua hasta la garganta y unos dedos intentaban meterse en mi interior apartando las bragas a un lado…
Me intenté revolver, no quería nada de esto ¿Quién le había dicho a este fulano que me metiera mano? ¡Joder qué fuerte era, no me podía ni mover…! Me estaba poniendo tan mal que solo quería vomitar… Y fue lo que hice encima del tío… Me dio una leche en toda la cara mientras me llamaba puta (creo), caí al suelo, vi piernas que se movían de forma rara, unos pies que despegaban para caer un poco más allá… ¡Joder que mal estaba!
En medio de una nebulosa noté cómo alguien me levantaba a pulso sacándome de allí. El frescor de la calle me reanimó un poco, lo suficiente para poner los pies en el suelo y vomitar todo el alcohol que me quedaba en el estómago. Me ardía la cara ¡Vaya torta me habían soltado!
Algo más repuesta, pálida como una sábana (menos un lado de la cara), me vi arrastrada, luego cogida en brazos, hasta llegar al coche. Mi hermano, al que vagamente distinguía los rasgos, me introdujo en la parte de atrás, dejándome tumbada. Entré en un estado de semiinconsciencia hasta que me sacaron de allí.
Curiosamente estaba en casa, Rober me llevó a mi habitación, dejó allí mi chaqueta y mi bolso ¿Cuándo los habría cogido? Y me metió en la cama. Le llamé (creo) pero no me hizo caso. Volví a llamarle…
No sé si fue así pero intenté decirle que quería volver a vomitar. Vi que su cara se dulcificó, me cogió en brazos y me llevó al baño. Arrodillada ante la taza, él me sujetaba la cabeza y me decía palabras tranquilizadoras. Cuando me quedé vacía y tranquila, me lavó la cara y ayudó a que me enjuagara la boca.
-Estoy toda pringada, ayúdame a desnudarme, anda… Lo dije farfullando y sin ninguna intención.
Me miró muy serio pero me hizo caso. Me quitó la blusa, la minifalda y, en ropa interior, me metió en la ducha. Tras un rato de agua tibia me percaté que no me había desnudado del todo. Qué puritano… ¡Y qué cabrón! ¿No podías dejarme en pelotas? ¿No podías echarme el polvo del siglo? ¡Todo ha sido por tu culpa! ¿Por qué te has enrollado con ese cacho zorra?
¡Joder! ¡Si estaba curada! ¿No?... Pues va a ser que no. ¡Mierda! Pues entonces, de hoy no te escapas. ¿O sí?
Cuando salí de la bañera, me tuvo que ayudar, casi me abro la cabeza si no me llega a sujetar. Estaba más despejada, me di cuenta de cómo se le iba la vista a todos mis atributos…
-¿Por qué será que siempre te pasan estas cosas a ti? – Me dijo llamándome la atención
-¿A mí? – Respondí con voz pastosa de borracha.
-Sí, tía, a ti. Se ve que te lo buscas. ¿A quién se le ocurre beber de esa manera aceptando que te invite un tío todo el rato? Cuando te invitan ya sabes a qué van, que pareces nueva. Y luego la acabas liando. Si no estoy yo, a saber qué hubiera pasado.
¿Invitado? ¿A mí?
-¿Pero ha pasado algo? – Pregunté con la lengua hecha un trapo.
-¿Qué si ha pasado? ¿Tú donde coño estabas? Pues el tío casi te folla allí mismo y encima le vomitas y… Bah, para qué seguir. Siempre haces lo que te sale de los huevos, o de los ovarios, no sé.
Me puse a llorar ¿Por qué me regañaba? Yo no había hecho nada, sólo quería que dejara a aquella zorra… ¡Dios, qué difícil es todo!
Me abrazó con una toalla secándome, me secó también el pelo mojado, me secó las lágrimas… Sin poderlo evitar le besé la boca y sus labios me parecieron el mejor manjar que hubiera probado nunca. Intenté meter la lengua entre ellos, pero no encontré colaboración, sólo pude saborearlos.
Me apartó con delicadeza, me miró con algo de asombro y yo sólo pude abrazarme muy fuerte a él, escondiendo la cara en su pecho para que no notara mi turbación y mi deseo. Cuando me calmé un poco, me acompañó a mi habitación, me dejó sentada en la cama envuelta en la toalla y rebuscó en mis cajones ropa con la que vestirme. Se puso rojo cuando enredó en el cajón de mis bragas. ¡Qué gracioso!
Me dio la ropa interior, el camisón, me deseó buenas noches y se encaminó a la puerta. Levantándome y dando tumbos, me interpuse rápidamente, era hoy o nunca. ¿Qué motivo le daba para que no se fuera?
-Perdona, Rober, perdóname. No sé qué me ha pasado en la disco, no sé porqué bebí así, sólo quería que tú te lo pasaras bien, no ser una carga para ti… - ¡Qué cinismo!
-¡Pues te lo montas de puta madre! Un poco más y me parto la cara con media discoteca porque mi hermanita no se sabe controlar. ¡Ya te vale! – Soltó cabreado.
¡Joder, qué bronca!
-Tienes razón, no sé qué pasó, me debieron echar algo en alguna copa… - Dije compungida.
-¿Otra vez? ¡Ya! ¡Siempre igual! ¿No tienes otra excusa? Aunque, ahora que lo pienso, un poco rarita sí que estabas… - Se quedó pensando.
Rayo de sol entre nubarrones.
-¡Que sí, seguro! Yo nunca me porto así, tú lo sabes. No soy una puritana pero no me dejo meter mano por cualquiera. Y menos en público. Y menos delante de ti. – Si no tragaba con esto…
Me puse a llorar otra vez abrazándome a él. Las lágrimas siempre funcionaban. Si no, se me acababa el repertorio.
-Venga, venga. No llores. Ya verás cómo mañana estás mejor. Si quieres te traigo algo.
Gran dilema. Si le dejo ir a por cualquier cosa, luego se pira seguro. Si le sigo abrazando, se va a agobiar y se pira seguro… ¡Joder!
-Bueno, tráeme una aspirina, me encuentro un poco mal.
-Mejor te traigo algo que no te haga daño al estómago. Ahora vuelvo.
Me vestí con el camisón pero sin bragas, las volví a guardar en el cajón. Rober entró con una pastilla y un vaso de agua. Lo tomé, al igual que cogí su mano para no dejarle marchar.
-Rober, quédate, por favor. Por favor te lo pido, no me dejes sola. Puedes dormir aquí conmigo, me harías un gran favor. – Vi la lucha que estaba entablando consigo mismo. Estaba segura de que ni él sabía lo que había pasado la otra noche. Lo del beso de ahora… Quizás no había sido buena idea. –Anda, ven.
Y me hice a un lado de la cama dejándole despejado el otro.
-Es que no tengo el pijama… - ¿Se iba a escapar con la excusa de un pijama? ¡Ni de coña!
Mi primer órdago.
-Da igual, tienes bóxer ¿No? Es como un pijama corto.
Si me decía que no, ya no había más que hacer. Creo que le dio corte negarse, podía parecer otra cosa y seguro que no quería dar esa impresión. Volvía a tener el mando de la situación.
Se desnudó quedándose en calzoncillos de espaldas a mí. Al acostarse, me di cuenta de que una incipiente erección abultaba su prenda. Íbamos por un camino estupendo. Me puse a su espalda haciéndole de cuchara. Si no caía, dejaba de llamarme Julia y me metía en un convento.
No sé si se dio cuenta, creo que no, parecía que estaba cambiando de postura cuando me quité el camisón. Bueno, ya estaba desnuda y él casi. Al estampar, literalmente, las tetas en su espalda, un escalofrío nos recorrió a ambos. ¡Qué diferencia notarle al natural en vez de a través de una tela! (Por cierto, tuvo que darse cuenta entonces que ya no tenía camisón)
Me separé un poco, había que ir más allá y sabía cómo. Me pellizqué ambos pezones hasta ponerlos como una piedra. Ahora no los iba a notar, se le iban a clavar. El escalofrío fue impresionante al volver a aplastarlos contra él. Con suavidad, restregaba esas puntas de lanza contra su piel, había pasado un brazo por su cintura y rascaba al descuido su tripa con mis uñas.
Le sentía inquieto (para no estar), no paraba, seguro que no sabía dónde meterse… Después de un rato, habiendo notado de forma descarada el tamaño de su herramienta (se le salía por la bragueta de los bóxer y yo la había sobado como si no me diera cuenta) Se revolvió en la cama, se puso de frente a mí, así estaban nuestros cuerpos totalmente separados. Entonces di media vuelta y estampé mis nalgas contra su virilidad, como un sándwich con una salchicha. Como estaba claro que estaba desnuda, tenía que estar a punto de estallar…
Con habilidad y naturalidad, que no pareciera que era premeditado (lo dudaba muchísimo), metí su cacharro entre mis piernas. Ahora estaba más que quieto, parecía una estatua. Más descarada, cogí su mano y la puse en mi tripa, como yo antes. No movía ni los dedos. ¡Joder, cómo aguantaba el cabronazo de él!
Froté mis muslos entre sí, era como hacerle una paja. No tardó ni dos segundos en llenar mi entrepierna de leche ¡Pues sí que estaba a punto, sí! No me iba a dar por vencida con esto…
Seguí frotando mis muslos, su herramienta perdió dureza, la acaricié un poco con los dedos mientras recogía parte de su esencia y, de forma que lo notara, me la llevaba a la boca. Ni dos minutos después, ese cacharro alucinante (por lo menos a mí me alucinaba) estaba listo para la siguiente batalla.
Con la mano libre, llevé su mano de la tripa a una de mis tetas y allí la sujeté. Parecía que no, era casi imperceptible, pero sus dedos se empezaron a mover sobre mi excitadísimo pezoncillo.
Con su esperma me estaba frotando el clítoris, no me irritaba en absoluto… Dos minutos y ya… Me corrí como una burra apretando los dientes, con su nabo entre las piernas… ¡Dios mío, qué gusto!
Cuando me calmé, los movimientos de su mano o dedos en mi pecho apenas habían aumentado. ¡Así no se puede seguir! Si era tan descarada y no se atrevía, no sé qué más podía hacer… Bueno, sí…
Aflojé un poco las piernas pero no se movió, creo que ni se atrevía. Le agarré su cosa con la mano y me la fui metiendo poco a poco ¡Por fin, qué alucine! Este chico tenía un cacharro impresionante. Me volví a correr de lo sensible que estaba, de la tensión que estaba soportando, sólo sintiendo como avanzaba en mi interior. A pesar de la almohada, varios gemidos ahogados escaparon de mi boca; tampoco hice mucho por evitarlo. Iban dos orgasmos y apenas habíamos empezado, esto prometía…
-No, Julia, no… No sigas, por favor – Me dijo en una súplica.
¿Qué no? ¿Después de haber llegado hasta aquí?
-Por favor Rober, no me dejes, por favor – Más suplicante aún.
-Soy tu hermano, Julia, por favor, no…
Intentó quitarse. ¿Cómo era capaz de aguantar con una mano en mis tetas y la polla metida en mi intimidad? Alargué mi mano hacia atrás entre mis piernas y le sujeté los testículos. De esta no se movía ni queriendo. Seguí suplicando.
-Por favor, no te vayas, no me dejes… ¡Te necesito! ¿No lo ves? – Empecé a llorar –No soy una puta, sólo te quiero a ti – Le dije entre lágrimas.
Más alterado y sin moverse, intentaba convencerme.
-Julia, si yo también te quiero mucho, pero soy tu hermano, no puedo hacer esto contigo… Entiéndelo, no está bien…
-¿Por qué no está bien? – Lloraba más fuerte y gritaba - ¿Quién lo dice? Te quiero más que a nada, más que a nadie. Te me metiste en la cabeza y no te he podido sacar. Lo he intentado, Rober, te juro que lo he intentado. Ahora sólo sé que te quiero y te necesito.
Noté humedad en la espalda ¿Estaba llorando? ¡Por Dios! No podía dejar esto así, no podía forzarle, no podía dejarle ¿Dónde me había metido? ¿Hasta dónde había llegado?
Soltando sus partes y abriendo las piernas le dejé salir de mi interior. Sólo mantenía su mano sobre mis pechos y lloraba, lloraba de verdad, en la vida había sentido tal angustia. Así, desnuda como estaba, con un bajón moral que no lo levantaba ni una caja entera de Prozac, me fui denigrando a mí misma, hundiéndome en la miseria. No me atreví a hablar, no me atreví a mirar a mi hermano a la cara. Me sentía tan puta… Le necesitaba tanto… Era tan imposible…
Sin poder soportar más tiempo, llorando como una Magdalena, me levanté de mi cama saliendo disparada de la habitación. No encontré otro sitio que el cuarto de baño donde encerrarme a compadecerme de mí misma.
¿Cómo había llegado a esta situación? Visto desde fuera era súper fuerte, había intentado seducir y casi violar a mi propio hermano.
Media hora después apenas me quedaban lágrimas, me encontraba más vacía que mi monedero a fin de mes… Fui consciente del frio que tenía, seguía desnuda sentada en el suelo, apoyada contra la puerta. Me levanté para ponerme un albornoz, única prenda de la que disponía allí. De paso, me lavé el semen seco de mis piernas y fui a lavarme la cara.
Me quedé mirando el espejo sin ver nada, estaba hundida, no podría volver a mirar a Rober jamás…
Tras el espejo estaba el botiquín, lo abrí sin saber muy bien qué hacía… Aspirinas, paracetamol, ibuprofeno… ¡Ansiolíticos! ¡De dos tipos! Ni lo pensé, mejor dicho, lo pensé muy bien, con esto no me haría falta enfrentarme a mi hermano… 30 pastillas de un lado, 28 de otro… Por si acaso, también lo demás.
Vacié todas las cajas, me las fui tomando a puñados… Me senté en la banqueta… Un globo enorme le levantaba del suelo, creía volar… Me vi tumbada en el suelo… Entre nubes y una sensación súper agradable oía un “bum, bum” algo molesto. Bah, ni caso.
No sé donde estaba, era fenomenal, sobre todo la sensación de ligereza, de paz… Nunca había estado tan a gusto.
Algo me daba en la cara, lo sentía, no podía abrir los ojos… Me dio igual ¡Estaba tan bien!
¡Me seguían dando! ¡Qué pesados! Entre niebla vi gente que se movía. ¿Qué querrían de mí? ¡Y vuelta a darme en la cara! ¡Iros a la mierda, dejadme en paz!
Entre nieblas, tortas, alguien gritaba… Me movía, flotaba…
La siguiente sensación fue horrible, tenía algo introducido por la garganta, me metían líquido, vomitaba, repetían, vomitaba… ¡Por Dios, que paren! No paraban… Un mundo de tortura después, me vi en una cama con una vía en el brazo y una sensación asquerosa.
Me encontraba de pena, jamás había estado peor… Pesadillas horribles, recuerdos vagos, malestar…
Veinticuatro horas después (por lo visto) estaba bastante despierta, estaba claro que esto era un hospital, había otra cama a mi lado en la que dormía una señora mayor, en el otro lado había una butaca y en ella Rober dormitaba…
Rober, mi amor…
Desperté de día, no me encontraba muy bien pero no quería vomitar. Rober seguía allí leyendo un libro. Lo dejó inmediatamente en cuanto me moví. Me miró con ansia y preocupación.
-¡Julia! ¿Cómo estás? – Efectivamente sonaba a muy preocupado.
-JJJhhhh. Cof, cof, cof. COF, COF, COF, Grrr, Aj, cof, cof.
-Tranquila, respira, no te atragantes…
-Aj, ay… Mi garganta – Mi voz sonó cazallera.
-Tranquila, ahora vendrá el médico.
Sí, vino el médico, no parecía muy contento pero dijo que estaba todo bien, en un par de días como nueva. Se fue sin dejarme abrir el pico. Vino otro que mandó a Rober fuera. Me extrañó.
-Hola Julia, soy el psiquiatra de guardia, vamos a ver qué tal estás y si me puedes contar algo de lo que ha pasado.
¿Y qué ha pasado? Eso ¿Por qué estoy en un hospital?
-Ehhh, no sé, so sé qué ha pasado…
-Bueno, no pasa nada, mañana vendré a verte otra vez. – Este tío sí era cariñoso.
Volvió Rober a la habitación.
-Oye Rober ¿Qué ha pasado? Estaba tan ricamente y me encuentro aquí. Yo…
Mi hermano pareció preocuparse más, arrugó mucho el entrecejo.
-¿No te acuerdas? – Pensó un momento y continuó –Te tomaste un montón de pastillas.
¿Pastillas? ….. ¡El botiquín! ¡Los ansiolíticos! ¡ROBER!
-NO, NO, NO, TÚ NO – Dije gritando
Apareció una enfermera, me debió de poner algo que me calmó… Rober estaba aquí, sabía lo que había hecho, me había rechazado, no podía estar cerca de él, seguro que pensaba que era una puta…
Vino otra vez el psiquiatra ¡Psiquiatra! ¡Las pastillas!
Se sentó a mi lado mientras mi hermano salía, corrió la cortina que me separaba de mi compañera de habitación.
-Si Julia, has intentado quitarte la vida, supongo. O llamar la atención. Lo que has tomado no creo que te matara, pero podías no haber despertado o quedarte mal… ¿Qué pensabas hacer realmente?
No se me pasó ni por lo más remoto contarle la verdad, tampoco mentir. El rechazo de un hombre me había empujado a querer quitarme la vida. Había sido un rechazo traumático, en esas condiciones no quería vivir.
Muy comprensivo, estuvo charlando conmigo mucho rato. Que si no merecía la pena, que si lo que yo veía negro, otros podían verlo blanco, que si la vida es una bendición, que hay que disfrutar… No sé, hablaba muy bien, tenía un poder de convencimiento fabuloso. Después de haberle escuchado y desahogado con él, estaba mejor anímicamente, pero no me había solucionado nada. ¿Cómo le decía que me había rechazado mi hermano? Me ponía una camisa de fuerza.
Pasé un par de días más en el hospital, Rober no se separó de mi lado y no mencionó nunca el tema. Ni el intento de seducción ni el rechazo ni las pastillas. Se desvivía con cualquier cosa que hiciera o dijera. No podía estar más pendiente. Ni siquiera se iba por la noche, durmiendo en esa butaca tan incómoda.
¿Por qué era así de bueno? ¿Por qué si me había rechazado? ¿Era verdad que no podía enamorarme de mi hermano? ¿Y COMO COÑO LO EVITABA?
Hablando mal y pronto, estaba hasta el chisme de llorar, de llorar por él… Pero mis lágrimas empezaron a fluir, a recorrer mis mejillas, a perderse en las comisuras de mi boca.
Me dieron el alta, mis padres no se habían ni enterado de los días que pasé, mi hermano no dijo nada. Me trajo ropa de calle y con un informe de urgencias en el que instaban a mi médico de cabecera a mandarme a Salud Mental, nos fuimos a casa.
Rober no habló, sólo respondía muy amable si yo le dirigía la palabra. Sabía que el psiquiatra del hospital había hablado también con él pero no me dijo nada sobre la conversación.
Al llegar, me encerré en mi cuarto, no me apetecía nada estar con mi hermano a todas horas, tenía que pensar qué hacer. El tema de las pastillas, de momento, lo iba a aparcar, el lavado de estómago no se me iba a olvidar fácilmente.
Unos golpes en la puerta me sacaron de mi abstracción.
-¿Julia? ¿Julia? ¿Estás bien? – Me preguntaba mi hermano desde el otro lado.
¿Bien? Estoy hecha una mierda, me siento más puta que las gallinas, estoy fatal. Mi único anhelo ha sido tenerte y me has rechazado, me has hecho ver que estaba equivocada, que estoy como una cabra por enamorarme de mi hermano, fíjate hasta dónde he llegado…
-¡Vete! ¡Déjame en paz! – Fue el resumen de estos pensamientos. Y mis lágrimas fluyeron con más intensidad. ¿De dónde salían tantas?
-Julia, escúchame.- Dijo Rober con mucha amabilidad –Nunca había imaginado la intensidad de tus sentimientos. Puede que el equivocado sea yo…
¿De qué iba? ¿Qué tendrían que ver mis sentimientos si él no me quería? ¡Y claro que estaba equivocado!
-¡Que te vayas! – Volví a gritar.
-No Julia, no me pienso ir hasta que me escuches. En el hospital no podía hablar, siempre había gente… Sabes que te quiero, mucho además. Pero nunca había pensado en acostarme contigo. Bueno, tampoco es cierto. El otro día, cuando dormimos juntos, tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no lanzarme sobre ti…
-¿Y por qué no lo hiciste? – Pregunté entre hipos.
-Porque eres mi hermana. ¿Te parece poco?
¡Tenía razón! ¡Cómo volví a llorar! ¡Era su hermana, sólo eso, hermana!
-¡Me importa un rábano! ¿Me oyes? ¡Me da igual que seas mi hermano! ¿Crees que lo he buscado? ¿Crees que soy una puta? ¿Por qué crees que me quería morir?
-No, no creo que seas una puta, jamás pensé que me quisieras así. (silencio) Y a mí también me importa un rábano que seas mi hermana.
-¡Que te vayas! ¡Que me dejes! – Volví a gritar.
¿Qué había dicho? ¿Que a él tampoco le importa? Seguro que había oído mal…
-¿Cómo? – Pregunté con la voz temblando.
-Que a mí tampoco me importa que seamos hermanos. Bueno, sí me importa, pero te prefiero a ti que verte así de mal. No lo sé explicar mejor. No quiero que te vayas…
No tardé ni un parpadeo en abrir la puerta de mi habitación mirándole con los ojos hinchados, anegados en lágrimas.
Allí estaba, esperándome, la mirada ansiosa y preocupada. Había librado su batalla como yo la mía. Me abracé a él deshecha, no lo podía creer. ¿Por qué había claudicado? ¿Por qué me había hecho pasar por esto?
-Mi vida… - Solo pude decir.
Me levantó la cara dándome un beso muy tierno en los labios. Me condujo de la mano hacia su habitación, ¿Por qué a su cuarto? Yo temblaba como una hoja, ahora era distinto, él me llevaba, no era yo la que intentaba seducir, me sentía atrapada en algo que no sabía si iba a ser correcto ¿Me iba a echar atrás ahora?
Después de lo dicho, después de lo hecho, no tuve valor. ¿Por qué ahora no estaba segura? ¿Qué había cambiado?
Rober había cambiado. No era mi hermano menor que me enamoraba con sus detalles, su dedicación, el que me había llevado a la desesperación… Era todo un hombre, grande, guapo, tanto que me hacía sentir pequeña…
Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando, estando ante su cama, me empezó a desnudar dejando caer la ropa a mis pies. Él mismo hizo lo propio. Al estar desnuda delante de él sentí vergüenza. Vergüenza yo, que había pasado por decenas de hombres, yo, que jamás había tenido ningún pudor, yo, que tenía más fama de golfa que ninguna de mis amigas…
Enterré la cabeza en su pecho intentando evitar que me mirara. Me temblaban las rodillas, parecía una virgen a punto de pasar su primera experiencia. En cierto modo me sentía así, tenía ahora más miedo que cuando lo hice por primera vez con quince años. ¡Mierda! ¿Por qué, de repente, tenía este poder sobre mí?
Porque era distinto, él me miraba diferente. No sólo había deseo, había un amor en sus ojos que no esperaba y una determinación en su gesto que me demostraba su lucha interna por mí. ¿Hasta dónde le había hecho llegar? ¿Hasta dónde había llegado yo? ¿Era esto lo que quería para él? ¿Y si la psicóloga tuvo razón y solo sentía gratitud?
Cuando me besó en los labios, de pie delante de su cama, supe que no era sólo eso, supe que también estaba enamorada de él, supe que hacía lo que debía, que mi hermano siempre sería lo primero, el primero.
Fue un beso profundo, una mezcla de pasión y ternura, una forma de entrega total. Busqué su lengua entre sus labios rellenitos y esta vez la encontré, jugué con ella, intercambié mi saliva, la suya me pareció lo mejor que nunca hubiera probado. Recorrí sus dientes, el paladar… ¡Dios mío, no era capaz de separarme!
Pero él dominaba, despacio me fue echando sobre el lecho, sin deshacer el beso, recorriendo con sus manos toda mi anatomía, sin detenerse en ningún sitio en especial, haciéndome sentir que todo mi cuerpo era su territorio.
Sus dedos, como plumas de ave, me acariciaban suavemente las piernas, el lateral de mis caderas, cintura, pechos… Yo no era capaz de separar mis manos de esa espalda interminable. Se situó a mi lado, sus besos no paraban, mi cuello, mis orejas… Mis senos… ¡Jesús! Casi me corro cuando succionó mis pezones, dando pequeños mordisquitos que no dolían, que me hacían sentir cada poro de mi rugosa piel.
Notaba la dureza de mis tetas, la inflamación de mis areolas, la excitación de mis pezones… Siguió y siguió hasta que tuve un orgasmo suave, muy agradable, sólo con las caricias en mis pechos. ¿Cuándo me había corrido yo con sobarme sólo las tetas?
Siguió besando, iba en busca de zonas más íntimas… Intenté buscar su virilidad, no llegaba, solo podía acariciarle los hombros, el pelo... Besitos, mordiscos… Así hasta llegar a mis pies. Besó y chupó mis dedos, masajeó las plantas, los tobillos… ¡Por Dios, qué gusto! ¿Cómo es que nadie me había acariciado nunca los pies? Era maravilloso, consiguió que me relajara muchísimo.
Siguió acariciando con fuerza y suavidad, como un masaje, mis pantorrillas, mis muslos… De repente, un dedo se introdujo en mi interior, no lo esperaba, estaba disfrutando tanto de esas caricias en las piernas que me pilló por sorpresa. Lo sacó y volvió a las piernas, lo volvió a introducir y ahí lo dejó, haciendo diabluras dentro de mí.
Hacía círculos alrededor del cuello de la matriz, me encantaba, frotaba las paredes vaginales, maravilloso… Al frotar la parte de arriba sentí algo distinto. Se dedicó por completo a esta zona, metió otro dedo, uno sobre otro y presionó más… No tardó ni dos segundos, nadie me había hecho esto…
-Aaaaahhhhh, Dioooossss, aaaahhhhh, MAMAAAAA
¡Joder qué orgasmo! ¿Cómo lo había hecho? Si no me había ni tocado el clítoris… Este tío era la leche ¿Cómo podía hacer que me corriera así? ¿Es que no iba a parar?
Antes de poder relajarme, metió la cabeza entre mis piernas agarrando con la boca mi pequeño nódulo de placer. Chupó, movió la lengua, succionó…
-Diooooosssss ¿QUÉ ME ESTÁS HACIENDOOOO? AAAHHHHH
En mi vida me había corrido de esa manera. No sabía ni que existieran orgasmos de tal intensidad. ¡Qué barbaridad! ¡Esto no acababa nunca!
Este súper orgasmo que me estaba provocando, porque no terminaba, me estaba llevando a cotas desconocidas. ¡Por Dios, por Dios, por Dios!
Espatarrada y derrengada me relajaba poco a poco bajo las suaves caricias de mi hermano ¡Me había dejado que no me podía ni mover! Reaccionando con lentitud, besé los labios de Rober, por fin pude coger su herramienta y disfrutarla a voluntad, recreándome sin tapujos en su tamaño. Ya la había tocado, ya la había sentido en mi interior… Pero ahora nada me impedía cogerla… con un poco de esfuerzo, besarla, chuparla, saborearla…
Estando mi hermano boca arriba, yo a su lado, le hacía una mamada con toda la experiencia de la que fui capaz. Nunca me había distinguido en esta faceta, no era lo que más me gustaba. Había encontrado cada uno que debía limpiársela de Pascuas a Ramos, entonces era asqueroso.
Pero la de él era estupenda, estaba limpia, sabía bien… Subía y bajaba la cabeza con esa herramienta introducida hasta la garganta, intentaba hacer como en las películas, metérmela entera… Fui incapaz. Aun así, no cejé en el empeño de hacerle disfrutar. Mientras seguía con mis manejos, Rober me cogió por las caderas y, como si fuera una pluma, puso mi intimidad a la disposición de su boca, pasándome ambas piernas a cada lado de su cabeza.
Hizo que me abriera lo que podía para no tener que levantar el cuello y agotarse. Este chico conseguía lo que quería. Volvió a juguetear son su lengua por toda mi zona genital, iba desde el culo hasta la vagina y de la vagina al culo. Nadie me había besado en mi agujerito más oculto, sólo un par de bestias me habían metido su aparato por ahí y no lo disfruté precisamente.
Pero él conseguía que sintiera cosas diferentes, era muy agradable… Yo seguía dale que te pego con mi sube y baja en su cacharro, noté algo raro en esa entradita trasera, como algo frío… Y me introdujo un dedo. Me di cuenta de que había usado un lubricante para metérmelo ¿De dónde lo había sacado? Era una caja de sorpresas.
Unos instantes después, me estaba haciendo sentir tales cosas en mi intimidad, en mi nódulo, en mi culito que, prácticamente, no podía seguir chupando su barra de amor. Me llevaba a velocidad de vértigo hacia otro clímax, esto iba a ser la bomba, lo notaba…
Si me piden que explique lo que llegué a sentir, seguro que me dejaba la mitad de los calificativos. Me metió otra vez los dedos dentro, como antes, frotando esa parte que me hizo llegar a ese orgasmo tan alucinante, me volvió a chupar y succionar el clítoris y, sin saber de dónde lo había sacado, lleno de lubricante (menos mal), me introdujo un pequeño vibrador por detrás.
Fue todo a la vez, todo alucinante, lo más increíble que hubiera vivido en mis veinte años (a puntito de los veintiuno)… Llegué por todos lados, por la vagina, el clítoris y el culo… No sabía qué me estaba produciendo más placer, qué es lo que me llevaba al séptimo cielo, qué hacía que creyera a mi hermano el ser más maravilloso del mundo…
Cuando acabé de gritar, de llamar a mamá, a Dios, a todo lo que se me ocurrió, cuando no pude más, totalmente desmadejada encima de él, tuvo a bien ir parando en sus manejos, sacar el vibrador e ir permitiendo que me fuera relajando antes de llegar a un síncope.
Manejándome otra vez como si no le pesara en absoluto, me tumbó en la cama boca arriba dándome un beso tan dulce que casi me deshago del todo. ¡Madre mía, qué polvo! ¡En mi vida había sentido nada igual! Mi hermano era un genio haciendo el amor. Si lo llego a saber antes… Pero antes no le quería, me refiero a antes, antes. Ahora sí. Y además de quererle, me había hecho gozar como una loca…
-AAAHHHHHH
¿Todavía más? Me acababa de meter su enorme aparato, no me acordaba de eso, estaba tan saciada…
Me produjo tal tensión nerviosa, tal crispación que, cuando se quedó quieto, me volví a correr yo sola. ¡Qué sensación! Un orgasmo crispado, corto y fuerte. Si salía de esto con vida, juraba que no volvería a estar con otro hombre en mi vida.
Con una cadencia maravillosa, ni fuerte ni suave, metiendo sólo lo necesario, sin intentar sacarme el útero por la boca, Rober se movía en el mejor mete saca que hubiera llegado a sentir jamás. Tampoco había sentido por nadie lo que sentía por él, quizás le daba este toque tan especial.
Tenía que estar él a punto de llegar, llevábamos mucho rato haciendo el amor, me había comido entera y yo le había hecho una mamada espectacular (desde mi punto de vista). Sin embargo, seguía y seguía sin dar muestras de ir a correrse. Con cualquiera de los tíos que había estado, no habían aguantado ni la mitad.
¡Joder, me iba a destrozar! Quisiera o no, delicadeza o no, su cosa cada vez entraba más profundo, me estaba dilatando la vagina hasta no poder más… Yo ya no podía…
Y me volví a correr en el momento en que cambió la forma de hacerlo. No hacía un mete saca normal, se restregó contra mi pubis de arriba abajo frotándome el clítoris hasta hacerme alcanzar otro orgasmo devastador ¿Cuántos llevaba?
Nunca, nunca en mi vida había sentido más de un (o dos en el mejor de los casos) orgasmo cuando me había acostado con alguien. ¿Y ahora había perdido la cuenta? La cuenta y las fuerzas, si seguía corriéndome así me iba a desmayar…
Ya no sé si gemía, no me acuerdo, si gritaba… Sólo llego a vislumbrar un éxtasis impresionante que parecía no tener fin. Mi hermano sudando, moviéndose como una ametralladora, yo deshaciéndome en un orgasmo continuo, no tenía fin, no me salían las palabras, no podía pensar en otra cosa que ese clímax interminable…
-DIOOOOOSSSSS, YAAAAAA, PAAARAAAAA
Noté cómo se venía dentro de mí, su glande daba golpes o se hinchaba o yo qué sé, estaba al límite de mis fuerzas, si seguía me moría…
Todavía no consigo entender cómo estaba dentro de las sábanas de la cama de mi hermano, bien tapadita. Rober dormía plácidamente con una mano sobre mí. Vi que eran las seis de la mañana en el reloj de la mesilla.
¿Las seis? ¿Cuánto tiempo habíamos estado haciendo el amor? ¿Cuánto tiempo llevaba dormida? Intenté levantarme para ir al baño, me tenía que limpiar… ¿Cuando me había puesto yo las bragas? ¿Y el camisón? ¡Por Dios! ¿Qué había pasado?
No conseguí mover apenas un músculo, estaba destrozada… Volví a quedarme frita o no recuerdo nada de lo que pasó después.
Volví en mí hacia las doce del mediodía, lo vi en el reloj, pero no esperaba despertar así. Ya no era mi hermano, era un cabronazo que me quería matar como a las cucarachas, con polvos. ¿Pues no me había metido otra vez la polla dentro?
Estaba detrás de mí, movía las caderas lentamente, metiendo y sacando su instrumento de mi interior (por la suavidad, lleno de lubricante) con las manos agarradas a mis tetas debajo del camisón ¿Dónde estaban mis bragas?
-AAAAHHHHHHHHH
Me acababa de frotar el clítoris con los dedos llenos de lubricante (¡qué uso le daba este chico!…) haciéndome llegar a otro orgasmo de impresión. Seguía bombeando, seguía frotando… Intenté parar su mano, se la apreté fuerte para apartarla de mi intimidad… Pero el bombeo siguió y siguió y yo me corría y él seguía…
Las tres de la tarde ¿Ya? ¿Qué había pasado desde las doce? Esta vez no tenía bragas, tenía mis partes llenas de crema, me dolía hasta el cielo de la boca… Pero jamás, y cuando digo jamás es que es jamás, me había encontrado tan satisfecha, tan llena. Llena interiormente, no de semen, aunque de eso también. Lo notaba seco entre mis piernas, lo notaba fluir de mi interior… Era la esencia de Rober… ¡Cuánto amor sentí en ese momento!
Estaba a mi lado, dormía, su cara de angelito demostraba su ausencia de culpa. ¿Y yo? Pues tampoco. Si al principio, cuando él se decidió, casi me echo para atrás, ahora estaba convencida de que no podía haber obrado mejor. Lo vivido, lo sentido ¿Cuándo había imaginado yo algo así? Ya me respondo yo sola. En la vida.
¡Qué mierda de psicóloga! (Al psiquiatra lo perdono) Lo que tenía que haber hecho esa tía era haber convencido a mi hermano desde el principio, nos hubiéramos evitado mucho tiempo y muchas comeduras de tarro. ¡Si casi me hace creer que estaba como una chota! ¡Si estuve a punto de irme al otro barrio!
Amor mío, cómo te quiero, mi vida. Si lo supieras… No sé qué pensarás. Quizás que estoy loca ¿Cómo me he podido enamorar de ti? Eres mi hermanito menor, menor de edad porque vaya tamaño te gastas en todo. ¿Me vas a querer igual? Tus actos dicen que sí, pero… Los tíos sois infieles por naturaleza, eso dicen. Y no creo que soporte verte con otra, solo de imaginar que le haces a alguien algo parecido a lo que me has hecho a mí, me pone enferma.
Pero dejemos de pensar cosas malas. Porque me vas a querer mucho ¿Verdad?
Abrió los ojos, me vio mirándole y me sonrió. Se incorporó hacia mí dándome un beso en los labios.
-Ven a la ducha. Anoche estabas toda sudada…
-¿Sudada? Bueno, sudada, pringada, destrozada… ¿Tú te das cuenta de lo que me has hecho?
-¿Qué si lo sé? – Me dijo con cachondeo – Ni idea, sólo intenté hacerte feliz, por lo menos esa era mi intención.
-Y lo has conseguido. –Me puse seria -¿Hasta cuándo?
-Hasta que tú digas. – Contestó más serio aún.
-¿De verdad? ¿Hasta que yo diga? ¿Y si digo que es para siempre?
Rober se volvió hacia su mesilla, buscó algo en uno de los cajones y me enseñó un aro o anillo de madera.
Me cogió la mano, me lo puso en el dedo anular donde, curiosamente, encajaba.
-Entonces Julia, sólo te puedo decir una cosa.
-¿Qué? – le pregunté mientras mis ojos se llenaban de lágrimas de emoción.
-Que yo, Roberto, te tomo a ti, Julia, como esposa, y prometo serte fiel, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, en lo bueno y en lo malo, todos los días de mi vida.
Esas lágrimas de emoción empezaron a correr por mis mejillas.
-¿Dónde has aprendido eso? – Pregunté acongojada.
-Bueno… Fue una apuesta con una chica con la que salía, la cosa no cuajó. – Me contestó divertido.
-¿Y no te vas a ir con otras? Eres muy pequeño para prometer eso…
-Pues ya lo he hecho y, hasta hoy, siempre he cumplido mis promesas. ¿Y tú?
-Yo lo mismo, todo eso que has dicho – Seguía llorando como un grifo abierto.
-Entonces, estamos casados. ¡Qué fuerte! ¡Hermanos y casados! – Y se rió a carcajadas.
Me tumbó encima de él besándome con pasión, metía su lengua entre mis labios, buscaba la mía, la encontraba y jugueteaba con ella… Me acariciaba con suavidad la espalda, el lateral de mis pechos, las nalgas… Con la fuerza que tenía, antes de decirle nada, me había aupado sobre esa maravilla que tenía entre las piernas.
Pero casi me muero de crispación cuando empezó a introducirse en mi interior ¡No podía más! ¡Me iba a reventar!
-No, no, no Rober, no… No puedo, lo siento… - Le dije sacándome como pude su herramienta.
Me tumbó boca arriba, me volvió a besar con pasión, me acarició con suavidad… Le regalé una mamada hasta que se corrió, casi me tiene que volver a encajar la mandíbula en su sitio.
Levantándome en brazos, me llevó al baño. No abrió la ducha, llenó la bañera mientras yo esperaba sentada. Me introdujo en ella, echó sales perfumadas, quedándose a mi lado sin meterse dentro.
Casi me salen escamas, estuve en el agua hasta que se quedó fría. Luego, él mismo me sacó, me secó, me puso pomada en mis partes, leche corporal… Me sentó en la banqueta enrollada en una toalla y se dedicó a secarme y cepillarme el pelo ¡Qué encanto! Estuvimos casi media hora con el secador, tengo bastante melena.
Me llevó a mi cuarto, me puso él mismo la ropa interior que eligió, braguitas y sujetador a juego, buscó un vestido, medias, zapatos, chaquetón, bolso ¡Ni que fuéramos a una boda!… Me dejó perpleja mientras él se iba a duchar, todavía estaba desnudo.
-Arréglate, vamos a salir.
-¿Salir a dónde? – Pregunté con pasmo.
-Ya lo verás – Contestó enigmático.
Me maquillé un poco, suponía que se refería a eso. Cuando él terminó, me quedé impresionada. Se había puesto un traje de chaqueta y corbata. Sólo recordaba haberle visto así el día de Nochevieja. Estaba para comérselo.
Me llevó a la calle, anduvimos un ratito y me metió en una iglesia. ¡Si no había pisado una desde mi primera comunión! Alucinaba por el sitio, por el ambiente, la penumbra, cierto olor a incienso… Estaba un poco acojonada.
Me dejó sentada en un banco.
-Voy a salir un momento, espérame aquí, enseguida vuelvo.
-¿Me vas a dejar sola aquí? – Pregunté con espanto -¿Y qué hago?
-Piensa en lo de antes. Y reza, reza un poquito.
Y se fue. ¿Rezar? Ni me acordaba de cómo se hacía. Pero sí pensé en lo de antes. Empecé a intuir por qué me había traído a una iglesia. Nos habíamos hecho una promesa ¿Pretendía repetirla delante de un cura? ¡Ni loca! Aparte de que el cura nos mandaría a paseo.
Y hablando de la promesa… Miré el retablo que adornaba la pared tras el altar. Había una imagen de una santa o dela Virgen, no sé… También un crucifijo y una vela roja. Me quedé embelesada mirando aquello, no sabía nada de religión ni si mi hermano era creyente o no. Por mi parte, era atea… O eso creo.
Se me había pasado la noción del tiempo cuando Rober volvió a aparecer a mi lado. Traía una cajita y una bolsa, abrió la caja enseñándome el contenido, dos anillos de plata. Cogió uno para mí, fue a ponérmelo pero le susurré (la iglesia me imponía) que el de madera no me lo quitaba ni a tiros (a pesar de ser bastante incómodo). Lo entendió, me pasó el otro y me pidió que se lo pusiera.
Así lo hice, le puse el anillo y juntos, repetimos el juramento ante aquellas imágenes y aquel crucifijo grande. He dicho antes que soy atea, pero me impuso un montón repetir la promesa allí, tenía razón Rober, le daba más seriedad y realidad. Mi anillo de plata lo colgué de una cadenita que siempre llevaba al cuello.
Al salir, no creo que una novia de verdad sintiera más de lo que sentí entonces (aunque yo era una novia de verdad, lo había jurado). Me embargaba una emoción tremenda y me sentí totalmente casada, unida a esta persona hasta el fin de nuestros días… No lo sé explicar mejor (Y aún no había cumplido veintiuno).
Estuvimos paseando de la mano, no me cansaba de mirarle, hasta que me llevó a un restaurante bastante decente. Cenamos los dos solos, como una verdadera pareja, me sentí tan enamorada…
Al volver a casa, Rober me dio la bolsa que había comprado diciéndome que me esperaba en su habitación. Con muchísima curiosidad, al abrirla casi me caigo de culo. Era un camisón de seda blanco ¡Un camisón de novia! ¡Otra vez a llorar!
¡Mi noche de bodas! En la vida lo hubiera imaginado así, en mi casa, con mi hermano, en su cuarto… Pero tenía el camisón y el amor necesario.
La verdad es que no duró mucho puesto, exactamente lo que tardé de mi habitación a la suya, bueno, a su cama. Me hizo quedarme quieta un momento mientras me admiraba, me tendió la mano, me acostó junto a él y hasta ahí.
No quiso apagar la luz, quiso verme en todo momento, hicimos el amor como la noche anterior, con más emoción y complicidad si cabe. Reventada, así acabé. Si tuviera que volver a explicarlo, sería repetir lo mismo, más alto, más fuerte pero no más claro. Si esto seguía así, me iba a reventar. A pesar de mi experiencia, mucha más que la suya, no podía aguantar un ritmo como aquel.
De los planes de futuro, poco puedo contar, ya veremos qué va pasando. Les insinuamos a mis padres que nos queríamos independizar, fliparon un poquito…
-¿Para qué os vais a ir juntos los dos? ¿No estáis mejor aquí? ¡Si para vosotros esto es como una pensión! – Nos reconvino mi madre.
-Deja a los chicos que hagan lo que quieran. Eso sí, si se independizan, nada de venir aquí a gorronear… - Soltó mi padre con cachondeo.
Y en eso andamos, intentando buscar un pisito para los dos. Porque en casa, sólo podemos hacer el amor cuando estamos solos y ya no es tan frecuente. En el coche lo hemos hecho alguna vez, pero es incomodísimo. En una ocasión casi me meto la palanca de cambios por donde no debía ¡Hay tan poco sitio! Alguna otra vez hemos ido a un hotel baratito, pero no tenemos tanto dinero…
En fin, todo se andará. Sólo hemos dejado claro desde el principio que nada de niños. Todavía recuerdo lo que me dijo aquella psicóloga y no queremos sorpresas. De momento y supongo que nada cambiará, con nosotros nos basta, le quiero tanto que a veces me duele. Nunca hubiera imaginado algo así. Para quien no lo ha vivido, es muy difícil de explicar, a mi me pasaba lo mismo. Ahora, conforme vamos creciendo, más nos queremos, hasta el sexo pasa a veces a un segundo plano frente al amor sincero que nos profesamos.
Cuando nos vayamos será distinto, o igual quién sabe ¿Va a cambiar lo que quiero a Rober? ¿Va a cambiar lo que él me quiere? Lo dudo muchísimo. Simplemente haremos más el amor, tanto cómo queramos (por fin). Hay que superar tantas barreras para llegar a esto que te fortaleces para siempre.
Sé que seré feliz a su lado y él al mío, que nadie lo dude.