En un lugar de la Mancha

Loq ue ocurrió en una tórrida noche del verano manchego

El colegio en el que me habían asignado la suplencia estaba en un pueblo de La Mancha. Afortunadamente se habían molestado en buscarme alojamiento, una casita con jardín y todo a menos de dos kilómetros del pueblo. El hecho de que la casa estuviera fuera del pueblo tenía varias ventajas: el alquiler era extremadamente barato y además me sentía en la obligación de ir en bicicleta al trabajo, ya que no estaba lo suficientemente lejos como para coger el coche.

Me trasladé al pueblo a finales de agosto, con un par de semanas de antelación para ir preparando la casa e ir conociendo mi nuevo centro de trabajo (al menos por los próximos meses). La mayoría de los profesores eran de otros pueblos más o menos cercanos y sus edades comprendían desde los veinte y muchos del profesor de educación física hasta los sesenta y tantos del profesor de matemáticas, que además era el cura del colegio. Todo esto me lo contó el jefe de estudios en la primera reunión que tuvimos. Ésta tuvo lugar en un bar del pueblo, puesto que todavía estábamos en la época de vacaciones estivales y como dijo Joaquín en tono jocoso, que así se llama el jefe de estudios, era pecado ir al colegio en vacaciones.

Joaquín era, junto con el cura, el único profesor que vivía en el pueblo. Además de la jefatura de estudios, era el profesor de historia del colegio y era un tipo bastante cordial y con un gran sentido del humor. Yo, a pesar de ser un hombre de ciencia, siempre me he sentido muy inclinado por la historia, en concreto por la historia antigua de España que curiosamente era la especialidad de Joaquín, lo que facilitó que rápidamente nos hiciéramos buenos compañeros de taberna y paseos (la oferta lúdica del lugar no ofrecía nada mejor para mi gusto).  Además, su mujer e hijos estaban de veraneo en la playa y la mía ya se había incorporado al trabajo después de las vacaciones, así que ambos estábamos de rodríguez y por lo tanto agradecíamos la compañía de alguien con quien poder hablar y pasar las calurosas jornadas del agosto manchego.

Una de aquellas jornadas, que se iban alternando entre su casa y la mía, se alargó más de la cuenta hasta altas horas de la noche. Estábamos planeando una excursión a un yacimiento ibérico no muy alejado de allí y entre el vino, los mapas y las historias que Joaquín iba contando, se nos fue el santo al cielo. Él insistió en que me quedara a dormir allí. Decía que aquella carretera era bastante peligrosa por la noche debido a los borrachos al volante y  que en su casa había sitio de sobra para dormir. Yo, como iba algo bebido, acepté sin demasiada insistencia por su parte y me acomodé en la habitación de invitados donde me quedé rápidamente dormido. Sin embargo, al poco tiempo (según el reloj de la mesilla de noche) me desperté con muchas ganas de ir al baño, tenía la vejiga a punto de explotar, y dando tumbos por el pasillo, aun me duraba la cogorza, me encaminé hacia el servicio. Al salir de allí decidí salir al patio a fumarme un cigarro, porque me había espabilado un poco y me apetecía tomar el fresco, así que cogí el tabaco de mi habitación y bajé por las escaleras lo mejor que pude. Tan concentrado iba en no hacer ruido ni caerme escaleras abajo que no me di cuenta de que la luz del salón estaba encendida hasta que entré en él. Allí me encontré con Joaquín, estaba completamente desnudo, sentado en el tresillo delante del ordenador, masturbándose. Me quedé paralizado y con los ojos abiertos como platos.

-          ¡Joder, perdona tío! – Acerté a decir mientras mi mirada se clavaba inconscientemente en su polla que asomaba entre sus enormes manos apuntando al techo. – Menuda tranca tienes, ¿no?- dije tratando de rebajar la tensión del momento.

Ambos comenzamos a reírnos, con esa risa floja que a veces se apodera de la gente en momentos de alta tensión, pero seguíamos allí parados como dos pasmarotes: el completamente desnudo con su mano derecha agarrando fuertemente su pene y la izquierda envolviendo sus huevos y yo en calzoncillos, con un cigarrillo sin encender en la mano, mirando su velludo cuerpo hipnotizado por su polla.

-          Vaya, parece que tu también andas algo calentorro esta noche. – Dijo él mientras señalaba el bulto que se destacaba en mi entrepierna.

-          ¡Joder! No me había dado cuenta, ja, ja, ja. Voy a tener que aplicarme el mismo remedio que tu o darme una buena ducha fría.- Dije mientras me acercaba a él de manera inconsciente, cosa que aprovechó para colocar su mano derecha sobre mi abultado calzoncillo.

-          Tú tampoco andas mal servido, joven amigo. ¿Quieres que nos aliviemos juntos?

No había terminado su pregunta cuando, con un movimiento inesperado, envolvió mi cintura con su fuerte brazo haciendo que cayera sobre él. Al sentir el contacto de su velludo cuerpo contra el mío sentí un estremecimiento que me puso la carne de gallina y cuando nuestros penes, apenas separados por la fina tela del calzoncillo chocaron como dos espadas en un duelo, un escalofrío recorrió mi espalda erizándome por completo los pelos de la nuca (y también mi polla, que jamás había estado tan dura). Joaquín empezó a besar mi cuello y mi cara mientras sus manos magreaban cada centímetro de mi cuerpo y yo, presa de una sensación desconocida, me dejaba llevar y acariciaba su pecho y su abultado abdomen. De repente, con un movimiento brusco, Joaquín me echó boca abajo sobre el sofá colocándose sobre mí. No paraba de acariciarme y besarme la espalda mientras restregaba su durísimo sexo contra la raja de mi culo.

-          ¿Te gustan los machos, verdad? Pues yo voy a darte macho por todos lados, hasta que te salga el semen por las orejas.

-          ¡Siiii! Dame rabo, cabrón. – Dije sin pensar mientras intentaba bajarme los calzoncillos.

Él, al ver que intentaba quitarme la única prenda de ropa que llevaba puesta empezó a reír, se incorporó y me los arrancó, dejando al descubierto mi culo en pompa. Acto seguido acercó su cara a mis posaderas y empezó a lamer mientras que con sus manos se aferraba a mi polla, que ya llevaba un buen rato babeando. Al sentir el contacto de su lengua con mi ano volví a sentir otro escalofrío y dejé escapar un gemido gutural. Me agaché un poco más tratando de exponer más mi culo a los ataques de su deliciosa lengua, me encantaba aquella sensación. Estuvimos en esa postura varios minutos en los que él se deleitó relamiendo mi raja y mis huevos, dejándolos completamente cubiertos de saliva. De repente, se apartó y me dio un cachete en las nalgas:

-          ¡Date la vuelta goloso, quiero que pruebes mi piruleta! – Dijo con la voz entrecortada.

Obedecí sin rechistar y me senté el borde del sillón mientras él se colocaba frente a mí, dejando su rabo a la altura de mis ojos. Yo agarré su grueso tronco y acerqué mi boca entreabierta hasta colocar mis labios sobre su reluciente glande. Joaquín bufó y sujetándome de la cabeza me atrajo suavemente hacia él de manera que aquella barra de carne palpitante empezó a introducirse en mi boca. Aquél sabor, su mirada llena de lascivia, el olor a sexo y el sudor me tenían hechizado. Él me sujetaba la cabeza con ambas manos, llevando el ritmo y acariciándome el rostro. Yo, con la boca llena de polla, apenas podía respirar y la saliva se me escapaba por la comisura de los labios provocando más a Joaquín, que cada vez se agarraba con más fuerza. Él, de vez en cuando, sacaba su polla de mi boca y me la restregaba por la cara, momentos que yo aprovechaba para chupar sus enormes y peludos huevos. Me encantaba pegar mi nariz a aquella parte de su cuerpo y dejarme inundar por aquel olor a hombre que me hacía sentir un cosquilleo maravilloso por todo mi cuerpo. Cuando estaba en plena faena, absolutamente entregado, él me empujó hacia atrás y me dijo que cambiara de postura:

-          Túmbate cielo, vamos a saborear nuestras pollas simultáneamente

-          Mmmm, síiiii. – dije mientras él se colocaba encima mía.

Cada vez que recuerdo la sensación de su enorme y velludo cuerpo sobre mí y aquella polla acercándose a mi cara me tiemblan las piernas y se me hace la boca agua.

-          Cómeme los huevos nene, me encanta sentir tu lengua recorriéndolos. – Decía mientras se apretaba contra mí y de nuevo se metía mi polla en su boca.

-          Vamos a cambiar de postura, quiero follarme ese culito tan prieto que tienes.- Dijo entre jadeos

Me recliné sobre el respaldo del sillón y abrí mis piernas para facilitarle el trabajo a mi amante, colocándolas en alto sobre sus hombros. Él se escupió en las manos y empezó a masajear mi ano con su dedo índice. Aquello me producía un enorme placer que me hacía que mi cuerpo se convulsionara y que el ano palpitara cono el corazón de un pajarillo. Poco a poco empezó a introducirme el dedo, moviéndolo de dentro a fuera y girando en círculos. Cuando consideró oportuno un segundo dedo se unió a la fiesta, y finalmente un tercero. Yo no paraba de gemir y arañar el sofá. Todo mi cuerpo estaba completamente descontrolado, bajo los efectos de un cosquilleo endemoniado que me hacía pedir más y más y más. Entonces sucedió. Joaquín se echó completamente sobre mí y pude notar como su polla buscaba mi hambriento y húmedo agujero hasta que lo encontró y empezó a introducirse despacio pero sin pausa.

-          ¡Abre bien el chochito! ¡Déjame que entre hasta el fondo y te rellene de leche calentita!

-          ¡Si, si! ¡Dame así! ¡Lléname el culo de rabo! ¡Hazme tu puta! – De mi boca sólo salían frases que jamás imaginé decir, llenas de lujuria y deseo, pidiendo más.

Finalmente Joaquín empezó a aullar y a moverse como loco y a cada embestida suya yo dejaba escapar gemidos de placer y satisfacción. Me agarró por los tobillos, abriéndome bien las piernas y yo, mientras tanto, lo único que podía hacer era arañar el sofá tratando de agarrarme a algún lado.

Recuerdo como las gotas de sudor recorrían nuestros cuerpos, y la agradable sensación de su vello corporal acariciando mi piel; sus enormes manos sujetas de mis caderas, agarrándome fuerte; su enorme tripa apretándose contra mí y apretando mi polla entre ambos cuerpos. De repente un escalofrío se adueñó de todo mi cuerpo y empecé a gritar, mis manos trataban de agarrarse a aquel maravilloso cuerpo que, imponente, me embestía como un toro en celo y entonces me corrí. De mi sexo salieron despedidos varios chorros de semen caliente que cayeron sobre mi pecho. Mi corrida provocó que Joaquín se excitara todavía más y dejara caer todo su cuerpo sobre mí. Empezó a comerme la boca y me abrazó con sus fuertes brazos. Su pecho se embadurnó del semen que había sobre el mío y ambos permanecimos abrazados durante unos instantes mientras su polla seguía taladrando mi culo.

-          Quiero follarte a 4 patas cariño. ¡Montarte como si fueras una puta viciosa!

Sacó su polla de mi culo y me dio la vuelta. Acto seguido me penetró de nuevo y volvió a la carga con sus embestidas. Sus manos recorrían mi espalda de arriba abajo hasta que una de ellas se sujetó en mi cuello mientras la otra pellizcaba mis pezones. Finalmente, rugiendo como un oso de las cavernas se corrió inundándome con su cálido y espeso semen. Tras su última convulsión se dejó caer a un lado y yo me acurruqué junto a él, ambos sudorosos y exhaustos, mientras sentía como el semen se deslizaba, saliendo de mi ano, entre mis glúteos.

Dedicado a mi amigo Zeus