En un Internado

Lo peor que le puede pasar a un par de chavales que pretenden estudiar sin distracciones en un exigente internado, es que les obliguen a compartir habitación con un rebelde muy salido de algún curso superior.

Silo y yo estábamos a nuestra bola, muy tranquilos con nuestros apuntes, yo estudiando sobre la cama, con las bambas pisando la colcha sin problemas y la cabeza del lado de la ventana, para recibir la claridad de la mañana. De vez en cuando le hacía una pregunta a mi compañero de cuarto, y él me la respondía o no, dependiendo de si sabía la respuesta. Silo tenía los codos apoyados sobre el escritorio, tratando de concentrarse para aprender las definiciones casi como si fueran su nombre y apellidos.

No eran ni las cinco de la tarde. Un viernes soleado. Un lugar repleto de Naturaleza y de posibilidades de divertirse. Un examen final para el lunes. Imposible distraerse. Las preguntas que Silo me hacía eran demasiado fáciles para mí, o quizá es que yo le había dedicado más horas durante las últimas semanas a prepararme el final del curso.

Cuando llamaron a la puerta (sólo medio segundo antes de que ésta se abriera, como era costumbre en el centro), mi cabeza tardó algo menos de ese tiempo en mandar la orden para que mis pies se apartaran de la cama. Don Agustín no llegó a darse cuenta de que mis Puma pisaban la pulcra colcha hasta ese mismo instante.

-Jóvenes, éste es Rubén, un repetidor de noveno grado que se va a instalar con ustedes hasta nueva orden.

-¡No fastidie! -Silo levantó la cabeza de sus apuntes para dirigir una fugaz mirada al viejo conserje.

Yo sólo me incorporé y planté los pies en el suelo, viendo asomarse la cabeza de aquel moreno alto y corpulento, de pelo corto y ojos verdes. Su cara mostraba tanto desagrado como las nuestras ante la noticia de aquella invasión que consideramos injustificada.

-¿Y esto por qué, don Agustín? -Silo volvió a mostrar su disconformidad, pero tanto él como yo sabíamos que era inútil protestar.

-Órdenes del director, muchachos. Cualquier reclamación se la hacen a él. Mientras no se decida otra cosa, Rubén Viña será su nuevo compañero de habitación.

-¡Pues vaya...! -se esforzó en vano mi compañero.

-A mí me hace tan poca gracia como a vosotros, o sea que nos jodemos todos.

-¡Cuide su lenguaje, señor Viña! No creo que esté en posición de replicar este castigo. Conoce las normas del centro tan bien como si usted mismo las hubiera redactado, así que mejor cállese y trate de pasar lo más desapercibido posible si quiere volver al ala Sénior algún día. Me encargaré de que Jaime o Alfonso reúnan sus pertenencias y las traigan a su nuevo emplazamiento.

-¿Ni siquiera voy a poder recoger mis trastos? -el tal Rubén protestó desde el centro de la habitación; Silo había vuelto a hundir la cabeza en sus libros, pero yo no perdía detalle de aquel personaje con el que tal vez me hubiera cruzado alguna vez por el ala Común, pero que no había llamado en tal caso mi atención lo suficiente como para recordarle.

-Y recuerde que hasta el lunes tiene prohibido salir de este cuarto -insistió don Agustín, para desesperación de Silo, que había vuelto a levantar la cabeza como si pensara protestar-. Alguno de mis ayudantes le traerá la comida y la cena a las horas pertinentes.

-O sea que ésta va a ser mi cárcel, como si fuera un puto criminal...

-Ya se lo he advertido, Viña, ¡no agote mi paciencia! -dicho lo cual se dio media vuelta y salió dando un portazo, dejando un silencio y un vacío que enseguida se encargó aquel chico problemático de cubrir.

-Tú y tu paciencia me váis a comer la polla enterita, ¡hijo de puta! -le gritó a una puerta cerrada; luego golpeó con el puño el armario más cercano, supongo que como desahogo, y fijó su atención en Silo, que le miraba con aire reprobatorio hacia su actitud beligerante-. Y tú ¿qué quieres, Calculín? ¿Prefieres que golpee tu cara en vez de al armario? Porque te aseguro que tengo ganas de meterle una buena ostia a alguien...

-No he dicho nada -susurró mi compañero, que nunca había sido un estandarte de la virilidad, el coraje y la valentía.

-Más te vale no hacerlo si quieres conservar los dientes. Ahora sigue estudiando y cierra la boquita, anda... ¡Venga! -le puso a Silo una mano en la coronilla y le dio un empujón a su cabeza como si quisiera lanzarla contra el libro abierto-. ¡Joder! Encerrarme con estos maricas... ¡Me cago en su puta madre! ¿Y tú no dices nada, Caralapo? ¿Es que no tienes lengua?

Aquel tío había estado dando vueltas por la habitación como un perro enjaulado desde que don Agustín se marchó, pero al fijar su atención en mi estática y silenciosa presencia, se detuvo en seco y esperó tal vez alguna provocación por mi parte. Yo sabía qué era lo que buscaba, así que opté por ignorarle. Me recosté sobre las almohadas, puse de nuevo los pies sobre la cama y abrí el libro por donde lo tenía antes de aquella irrupción. Pero aquel chaval llamado Rubén no pareció satisfecho.

-Vaya, parece que el niño me quiere vacilar... -se movió hacia Silo y le cogió de la nuca; siempre a por el eslabón más débil-. Dime una cosa, Calculín, si tu compi no tiene lengua, ¿cómo se lo monta para chuparte la polla?

-Sí tiene... sí... lengua -mi colega era todo inocencia (y comprensible temor); yo había optado por seguir a mi rollo, y al levantar el libro para seguir con mis definiciones, los dos desaparecieron de mi campo de visión y ya sólo les oía.

-Eso creía yo, que el Caralapo debía tener una buena lengua. ¿Y la utiliza?

-Claro... Yo qué sé.

-¿Y lo hace bien?

-¿El qué? No sé de qué estás hablando.

-Hablo de tu pequeño Calculín, pichacorta, de si le cabe entera en la boca, de si juega con su lengua cuando la tiene dentro...

-¿Pero qué dices? ¡Qué asco! ¡Eres un cerdo, tío!

-Es una lástima que digas eso, Calculín, porque conmigo te ibas a hartar de comer rabo. No le hago ascos a casi nada cuando se trata de meterla en caliente, y aunque nunca se la he endiñado entre los mofletes a un cerebrito como tú, si te animas dejaré que seas el primero.

-¡Qué tío más guarro eres, joder! A mí déjame en paz, ¡eh!

Yo quería evitar una sonrisa, aunque fuera por respeto a la actuación del pobre Silo, que fingía realmente bien estar pasándolo realmente mal... Seguí con la vista fija en mi libro, mientras aquel Rubén seguía con su inagotable cabreo mal contenido.

-Está bien, no pasa nada. Aún me queda tu compi, el Caralapo -entonces noté que había movimiento en la parte baja de mi cama, pero aún así no moví el libro ni un poco, ni siquiera cuando percibí que aquel chico estaba de rodillas sobre el colchón y avanzaba sin prisas hacia la cabecera-. ¿Eres tan asquerosito como el Calculín? Por favor, dime que no. Dime que eres un niñito sumiso, y que no vas a permitir que me pase este encierro matándome a pajas tristes y aburridas.

Cuando hubo acabado su "discurso de presentación" para conmigo, él mismo había cogido mi libro y lo había apartado de delante de mi cara; sus rodillas, además, estaban pegadas a mis axilas, por lo que todo lo que mis ojos veían en ese instante era la entrepierna de unos pantalones del uniforme escolar a pocos centímetros de mi nariz. Y la percepción de su generoso contenido, por supuesto.

-¿Qué me dices, colega? ¿Hay lengua o no hay lengua dentro de esa boquita? A lo mejor necesitas un pequeño aliciente para sacarla, ¿no? -lanzó el libro al suelo y se llevó la mano al botón de los pantalones, sin dejar de mirarme como si esperase que en cualquier momento yo protestara o tratara de quitármelo de encima-. Vas por buen camino, chaval. Es una lástima que el Calculín pase, porque tiene unos labios muy apetitosos, aunque los tuyos tampoco están nada mal vistos desde aquí -sonreí ligeramente, al tiempo que él hacía descender la cremallera con lentitud-. Creo que te vas a llevar el premio gordo del sorteo, Caralapo. Te propongo que brindemos para celebrar que nos hemos conocido. Sólo un chin-chin, puntita con puntita, ¿te hace?

Asentí con un movimiento de cabeza muy suave, y con la boca aún cerrada. Ni siquiera me preocupaba pensar en Silo, al que no podía ver, pero que estaba a sólo un par de metros de nosotros. Rubén desabrochó los tres botones de abajo de su camisa y la abrió hasta dejar su ombligo al descubierto. Luego metió una de sus manos bajo el calzoncillo y se apoderó de una buena verga que no tardó en salir a escena. Tan solo la tenía un poco morcillona, con el capullo medio salido y brillante de precum.

-Es tu turno, colega. Saca esa lengua y brindemos -me dijo.

Eso hice. Abrí la boca y saqué mi lengua todo lo que pude, aunque tuvo que moverse él para hacer que nuestras puntas se tocaran. Acaricié la pequeña raja de su glande y todo lo que la rodeaba, hasta que Rubén se acercó un poco más y pude envolver todo aquel prepucio con mis labios.

-Buen chico... ¿Qué pasaría si ahora se me escapase un buen chorretón de pis?

-Pues supongo que no me quedaría otra que... -pero no llegué a concluir la frase; dejé caer la cabeza sobre la almohada y sonreí.

-No pienso mearme en tu boca, cacho cerdo -me dijo Rubén; se guardó la polla otra vez bajo el calzoncillo.

-Lo sé.

-Al menos, no ahora, ni aquí.

-Eso también lo sé.

Entonces el chico me descabalgó y se puso de pie, observando mi entrepierna. Aunque la erección no era descomunal, al estar tumbado se hizo perceptible que se me había puesto algo dura bajo el pantalón.

-Así que te va la marcha, ¿eh? ¿Y a ti también, Calculín? -subió su cremallera mientras recibía otra sonrisa como respuesta de Silo; se abrochó el botón, después se agachó a recoger mi libro y lo dejó sobre la mesita más cercana, tendiéndome una mano tras hacerlo-. Me llamo Rubén Viña, aunque eso ya lo sabes, ¿no?

-Yo soy Cano -apreté su mano después de incorporarme, hasta quedar sentado al borde de la cama.

-¿Cano? ¿Cano, como...?

-Como el director, sí -me puse en pie-. Roberto Cano es mi padre.

-¡No me jodas...! ¿Y tu padre ha sido quien me ha enviado a este cuarto?

-Tendré que acordarme de agradecérselo -sonreí, pasando por su lado-. Si te ha exiliado a nuestra habitación sólo puede ser por un motivo: la norma que te has saltado es la de "no practicar sexo en las dependencias del centro". ¿Me equivoco?

-No te equivocas, no -Rubén estaba flipando.

-¿Y dónde te han pillado, en las duchas, en tu habitación...? -se adelantó Silo a formular la misma pregunta en la que yo estaba pensando, olvidando por completo los apuntes que estaba repasando minutos antes.

-Fue en el gimnasio, en el cuartucho del material. Me metí allí con un pibe de décimo grado, un compañero mío del curso pasado. Nos pillaron mientras me estaba haciendo una mamada sobre la montaña de colchonetas -no dejó de sonreír mientras nos lo contaba-. No tengo ni idea de lo que habrán hecho con él.

-No te preocupes por tu amigo -le dije-. Supongo que también le habrán exiliado, tal vez a compartir habitación con alguno de mis hermanos. Somos tres, y mi padre nos tiene muy consentidos. Sabe que rendimos mejor en los estudios cuando nos regala algún desahogo. Y ¿qué mejor desahogo que un chico al que han pillado teniendo sexo con otro chico? Eso implica dos cosas: que al chaval le gustan los tíos, y que está muy salido.

-Como yo... -ironizó Rubén.

-Como tú, exactamente. Y sobre lo de volver al ala Sénior, tampoco te preocupes. Podrás volver en cuanto quieras. Basta con que me lo digas y hablaré con mi padre -me acerqué a él y me coloqué a su lado-. Pero bueno, ya que estás aquí y has hecho el viaje, creo que podrías pasar unos días con nosotros y así tratar de divertirnos los tres de vez en cuando. ¿No te hace, la idea?

Rubén me miró sin despegar la sonrisa de su cara. Estaba claro que aquel chaval era de los que aceptaban. De hecho, hasta aquel día ningún chico que hubiera sido 'exiliado' de su habitación por practicar sexo en las dependencias del internado, se había vuelto a su cuarto sin pasar unos cuantos días en el nuestro. Silo jugaba siempre al principio su papel de chico escandalizado y estudioso, al menos hasta conocer la predisposición del 'invitado' a instalarse sin complejos en nuestra peculiar convivencia. No en vano, su padre (el de Silo) también era alguien influyente del Consejo Rector, con capacidad para concederle a su retoño todos los caprichos que quisiera.

La única obligación que teníamos Silo y yo a cambio de esos placeres consentidos por nuestros papás, era la de sacar muy buenas notas. Un precio bastante asequible por la posibilidad de disfrutar con ricos caramelitos calientes como aquel Rubén Viña que me miraba ahora sin dejar de sonreír, anonadado por lo que acababa de escuchar.

-Lo que menos me podía imaginar era que en este puto internado hubiera tanto mariconeo -Rubén se había sentado ahora a los pies de la que iba a ser su cama, mientras que yo me había vuelto a tumbar en la mía, contándole con ayuda de Silo los entresijos más calientes del funcionamiento oculto del centro.

-¿Y qué esperabas, con casi doscientos tíos adolescentes sin posibilidad de acceso a una mujer más que en vacaciones? -le preguntó mi compañero de cuarto.

-Y eso contando con que las pases fuera -añadí yo-. En vacaciones es cuando más se folla aquí. Mis hermanos, Silo y yo no damos abasto con la cantidad de peticiones de desahogo que hay que cubrir en esos días.

-¡No me jodas! -el chaval parecía no dar crédito a lo que oía-. ¿O sea que sois como los chaperos del internado?

-Algo parecido, con la diferencia de que no te va a costar ni un céntimo -le sonreí-. Bueno, al menos no a ti, ya que tus padres se dejan una buena pasta al mes para pagarte esta maravillosa educación con un plus de entretenimiento. Nos vas a poder follar cuanto quieras, hasta cansarte, y todo ello costeado por tus papis. ¿No te parece una buena manera de vengarte por haber sido encerrado aquí?

-Suena demasiado bien, incluso... -Rubén dejó caer un poco la espalda sobre su cama y se apoyó en los codos, mirándome y bajando su tono como si quisiera que Silo no le escuchase-. Pero fíjate que me cuesta imaginar que al Calculín le vaya todo este rollo. Le he visto tan ofendido antes...

-Silo juega ese papel, ¿verdad, colega? -mi amigo sonrió-. Pero te puedo asegurar que en cualquier momento le vas a tener de rodillas, amorrado al pilón, incluso antes de que te dé tiempo a bajarte los pantalones.

-Bueno, ya se verá... -saltaba a la vista que el chaval se estaba poniendo caliente con el adelanto que le iba haciendo yo de las sesiones de sexo que le esperaban durante aquel encierro; por eso no era necesario que empezara a sobarse los huevos por encima del uniforme escolar para suponerle cachondo, pero aún así lo empezó a hacer-. ¿Y qué me dices de ti, chaperillo? ¿Por qué no te acercas y concluimos lo que hemos empezado antes en tu cama?

-No es por falta de ganas, colega, pero ya has oído a don Agustín, que uno de sus ayudantes va a traer tus cosas en cualquier momento. En este centro, las puertas se abren sin aviso, así que va a ser mejor que tu polla y mi boca se controlen durante un ratito.

-¿Y por qué no vamos al cuarto de baño, y me la comes allí? Que el Calculín se quede vigilando -Rubén se puso en pie y caminó hasta mi mesita de noche, junto a la que yo estaba tumbado; una vez allí plantado, se desabrochó la cremallera del pantalón y se sacó la pija por ella-. Venga tío, ¡no me jodas! No creo que pueda controlar a ésta ningún ratito.

-Vamos, hombre, no fastidies... -me senté al borde de la cama, y ni dos segundos tardó el muy capullo en agarrarme del pelo y forzarme a dirigir la boca contra su cipote; al estar medio escondida por la ropa, no pudo clavármela entera, pero sí lo hizo con la fuerza suficiente como para casi provocarme una arcada.

-¡No me vengas con cuentos, Caralapo! Si te gustan los rabos, te gustan a todas horas... -se ayudó con la otra mano para impedir que yo intentara escapar-. Así, cabrón, cométela entera... Me has provocado tú, así que no protestes y chupaaaa...

Así fue como inicié mi primera mamada a Rubén Viña, de un modo salvaje e inesperado, con los ojos sorprendidos de Silo (completamente estático sobre su silla) clavados en nosotros. Igual de inesperados fueron los golpes en la puerta y la instantánea irrupción de Jaime, uno de los ayudantes de don Agustín. Portaba una maleta con ruedas, y su cara fue de completo asombro, cerrando al segundo la puerta.

-Pero ¿qué coño...? -empezó a decir, interrumpiéndose él mismo; Jaime tenía unos 35 años, el pelo moreno y un poco grasiento, era alto y de complexión media, y vestía el mismo traje de bedel que don Agustín. Pero al contrario que éste, mostraba una apariencia de apocado, de ser un don nadie-. ¿Es que eres incapaz de controlarte?

-Lo siento, yo... -Rubén trató de disculparse, dando por hecho que aquella reprimenda iba dirigida a él; me sacó la verga de la boca casi al instante, y se la cubrió con ambas manos.

-Joder, Cano, podía haber sido Alfonso, don Agustín, o cualquier profesor del centro... -me dijo Jaime ignorando al otro, que nos miraba a ambos con estupefacción y sin dejar de cubrirse las vergüenzas-. Debes tener un poquito más de cuidado, chico... Y tú, pichabrava, ¡guárdate la polla antes de que entre cualquiera y nos metas a todos en un lío!

-Es de fiar, J -le informé con calma, viendo que se acercaba a Rubén.

-Ya me imagino que es de fiar, si no habrías esperado algo más de quince minutos antes de comerle el nabo -le puso una mano en cada uno de sus antebrazos, y tiró de ellos hacia los lados-. Déjame ver eso que escondes ahí, machote... ¡Pero mírale! Con el susto se le ha quedado arrugadita -se rió de su ocurrencia, provocando que los mofletes del chaval se pusieran de lo más colorados-. Anda, deja que te ayude... -se la metió dentro del calzoncillo a Rubén y le subió la cremallera-. Esta noche vendré con la cena, y espero que estos dos cabroncetes te dejen con fuerzas para darme algo a cambio, o de lo contrario me la llevaré otra vez conmigo. Y así va a ser mientras que dure tu encierro, capullo: tendrás que ganarte los alimentos, o ayunar hasta el lunes. Quién sabe si hasta el martes, si le digo a don Agustín que sigues siendo un chico muy malo.

Mientras decía esto, Jaime había ido caminando de espaldas hacia la puerta, agarrándose al pomo mientras sonreía y nos guiñaba un ojo a Silo y a mí. Después salió y nos dejó de nuevo a solas. La cara de Rubén era todo un poema, parecía haber salido de otra realidad. "¿Qué ha sido eso?", preguntó como a la nada, mirándome después y sentándose en su cama. Me pareció que era un justo leve castigo por haberme forzado a hacerle la mamada, así que opté por regodearme. Me puse en pie y di un par de pasos hasta el centro de la habitación.

-Lo has provocado tú, chaval, así que no protestes... -le dije sin levantar la voz, caminando después hacia el lavabo.

FINAL de En un Internado