En un hotel extranjero

Para mi era un congreso, para ella unas vacaciones, dos desconocidas fuera de casa. Pasamos unas noches maravillosas de sexo tras ese extraño encuentro.

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Me apetecía tomarme una copa. Llegaba a mi hotel desde las conferencias de un congreso profesional terriblemente aburrido. Había viajado sola y aún era temprano así que no me apetecía recluirme en mi habitación a ver una televisión que siquiera emitía en mi propio idioma.

Aún con la falda de tubo, la blusa blanca y los stilettos que había llevado todo el día me senté en un taburete junto a la barra y le pedí al camarero mi veneno habitual 43 cola.

Apoyada en el filo del taburete del bar del hotel, las nalgas duras, el muslo de piel blanca ahusado saliendo de una falda de tubo increíblemente ajustada con una raja que me llegaba casi hasta la ingle. La rodilla un poco doblada, la fina pantorrilla llegaba hasta la sandalia con el tacón enganchado en el reposapiés del taburete, el tobillo extendido del todo hasta el perfecto y cuidado pie. Me estaba luciendo, sabía que esa ropa me favorecía.

Perezosamente deje resbalar la vista por todo local disfrutando del ambiente cosmopolita e intentando adivinar la nacionalidad de las personas que me rodeaban. La mayoría bastante más mayores que yo.

Aunque en un discreto rincón una pareja de jovencitos se besaba y acariciaba sin complejos. El resto de la clientela se comportaba con la corrección propia de un hotel de negocios. Me divertía la frescura de los jóvenes y aunque no quería mirarlos no había mucho más en lo que entretenerse.

Desde mi posición distinguía perfectamente sus lenguas intercambiando saliva. Y sus manos recorriendo el cuerpo del otro, sin dejar de acariciarse ni un segundo. Incluso iniciando algún atrevido movimiento bajo la ropa fina, escasa y veraniega. Ella estaba ahogando los gemidos de placer que los atrevidos dedos de su novio le provocaban bajo la reducida falda.

Hasta que llegó ella. Llamaba la atención y las cabezas tanto de hombres como de mujeres se giraban a su paso. Atravesando el vestíbulo y la cafetería.

Su roja melena llameaba alrededor de su bonita cara. El ligero vestido veraniego apenas cubría sus curvas que se deslizaron sinuosas hasta el taburete situado a mi izquierda desde donde se apreciaba mi muslo descubierto por la raja de la falda. Entablar conversación con ella casi fue demasiado fácil. Incluso hablábamos el mismo idioma y no tenía que esforzarme en traducir. Ella estaba de vacaciones en esa ciudad y estaba sola.

Mi primera impresión fue que se trataba de una prostituta en busca de clientes, una de lujo por su belleza y la perfección de sus curvas. Luego resultó que yo le había parecido lo mismo a ella. Los trajeados de alrededor nos miraban asombrados viéndonos reír de bromas tontas que ellos no entendían.

Con mi brazo apoyado en el suyo desnudo acariciando su piel con suavidad. Con su brazo rodeando mi cintura y sus dedos bajando hacia mis nalgas. Acercando mi cabeza a su fino y delicado cuello y casi rozando la orejita con mis labios. Haciéndole confidencias que no había compartido con casi nadie. Me respondía con las suyas muy cerca de mi cara y de mis oídos.

La soledad, la distancia a nuestras casas, la extrañeza de una ciudad nueva, puede que fuera lo que nos unió en primer lugar. Pero aparte de eso nos gustábamos. Nos habíamos atraído como una bombilla y una polilla. Y ella era la luz, una lámpara roja y llamarte.

Le invité a continuar la fiesta en mi habitación con una botella que le pedimos al camarero. Descalzas tumbadas sobre la cama las confidencias fueron subiendo de tono a la vez que los botones de mi blusa iban cayendo y la tela de su falda subía sobre su muslo. No recuerdo cual de las dos fue la primera en admitir el gusto por las chicas. Pero una vez confesado ya no había vuelta atrás, y tampoco prisa.

Lo primero que noté fue su mano acariciando suavemente mi pecho, incluso por encima de la blusa y el sujetador de encaje su roce fue electrizante. La piel que el escote descubría le ofrecía un hueco por donde acceder a mi intimidad y lo aprovechó. Sus dedos cálidos y secos paseaban suaves por las curvas de mis pechos. Pronto se deslizaron bajo el encaje del sujetador para jugar con mis pezones.

Las dos sabíamos donde nos llevaba todo eso. Sin prisa igual que hacía ella dejé descansar una de mis manos en su cadera. Tan arriba había llegado la tela de su falda que pude enredar un dedo en la goma de su tanga jugueteando. Era una prenda coqueta y delicada. Se puso de costado sobre mí. Se lanzó a por mi boca con sus labios abiertos y la lengua fuera buscando la mía. Noté su saliva caliente entrando en mi boca y la saboreé jugando con mi lengua, jugando con ella.

Aproveché para subirla sobre mi cuerpo sujetándola por la cadera a caballito. Mis manos trepaban por sus muslos y me permitió subir hasta su tanga. Hasta el pubis depilado que acariciaba con mi pulgar. Por debajo de la poca tela que aún lo cubría. Busqué mas abajo con ese dedo hasta alcanzar su clítoris. Mientras ella seguía comiéndome la lengua sorbiendo la saliva que yo le daba.

Mi otra mano fue por detrás, a por su culito a por el ano. Entre sus nalgas con el índice acariciando el aro sensible de músculos. No puso ningún impedimento, parecía que le gustaba. Mi dedo abriéndose paso hasta la primera falange. Noté sus dientes en la lengua y luego sus labios mordisqueando los míos.

Tiré del vestido hacia arriba. Necesitaba contemplar su desnudez y como no tenía sujetador la dejé solo con el tanga que ya no la tapaba nada. Los pechos grandes algo caídos con las formas de pera que tanto me atraen. No pude evitar besarlos y lamerlos, morder los pezones que salían duros casi un centímetro.

Ella también quería mi desnudez. Me hizo incorporar lo suficiente como para poder arrancar los botones de mi blusa que saltaron por todas partes y el sujetador lo levantó sin soltarlo. Miro mis pechos claros más pequeños, duros y firmes que los suyos con una sonrisa lasciva. Volví a incorporarme a por sus tetas mientras ella terminaba de sacarme la blusa y el sujetador y desnudaba mi torso al completo.

Apoyada en mis pechos amasándolos volvió a morrearme. Mi mano no paraba de jugar en su culito penetrando el ano con suavidad. Me pellizcaba los pezones mientras su lengua se me metía casi hasta la garganta peleando con la mía por cada gota de saliva que nos intercambiabamos.

La falda tan apretada costó trabajo que saliera. Tuve que levantar el culo del colchón mientras ella tiraba. Pero el tanga casi salió solo. Igual que su vestido que a esas alturas ya no le tapaba nada. Su tanga hacia tiempo que yo había conseguido arrojarlo a un rincón.

Al rato se decidió a empezar a bajar por mi cuerpo. Sus besos erizaron la piel de mi cuello y de mis hombros. Su lengua me hizo cosquillas en las axilas, lo que me hizo reír además del placer que me estaba dando. Se dedicó a chupar mis pezones como si quisiera sacar leche de ellos. Lamía mis pechos y bajaba por mi vientre hasta clavar la sin hueso en mi ombligo.

Se estaba tomando su tiempo para llegar hasta mi depilada vulva. Pero cada caricia hacia hervir mi sangre y arrancaba gemidos de lo más profundo de mi garganta. Por fin sus labios se posaron en los que todas tenemos ahí abajo. Esta vez mi suspiro salió de lo más profundo de mi cuerpo.

Cuando su lengua me acarició el clítoris me llegó el orgasmo de forma irreprimible. Pero ella no la separó de mi xoxito y buscó sedienta cada gota de mis jugos que se derramaron en ese momento.

Una vez conseguido que me corriera como una loca, lógicamente, ella quería que le devolviera el favor. Lo que por otra parte estaba deseando hacer. Pero como está vez tenía más prisa dejamos las virguerias para más tarde. Cuando quise darme cuenta la tenía sentada encima de mi cara. Con acceso directo a su coñito que ya chorreaba solo y abriendo sus firmes nalgas con mis manos a su ano.

Su vulva sabía a gloria y el culo parecía recién lavado. Me esmeré en devolverle el placer que ella me había dado saboreándola. Desplazaba la lengua del clítoris al ano, clavándola en su vulva y lamiendo todo lo que alcanzaba. Con las manos amasaba su culo manteniendo separadas las nalgas.

Estaba tan excitada como yo. No me costó mucho conseguir su primer orgasmo y saborearlo entero. En ese momento ella se derrumbó sobre mí. La postura era un sesenta y nueve. Teniendo su cabecita pelirroja entre mis muslos volvió a buscar mi xoxito. Yo no paré, seguí lamiendo su coño parando solo para gemir y suspirar al notar las caricia de su lengua y labios.

No conté las veces que corrí ni sus orgasmos pero he de decir que ella era fantástica usando la lengua y los dedos. Hablando de estos últimos estaba deseando probar los de sus pies. Es uno de mis fetiches. Y parece que a ella le encantó como se los chupaba y lamía la planta y el empeine.

Las dos noches que duró el congreso ella las pasó en mi habitación. Y en cuanto las conferencias me dejaban un rato libre quedaba con ella. Al fin ella continuó viaje y yo volví a mi casa.

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