En un Consultorio

Visito médicos ofreciendo mis fórmulas.

Comí con un compañero de trabajo y por supuesto, estuvimos acompañando los alimentos con cerveza y unos tequilas, antes y después de la comida. A eso de las 6:00 de la tarde nos despedimos y continuamos nuestra ruta de visitas a los consultorios médicos de la ciudad. Este horario es el más conveniente para ocurrir a ver a los doctores, pues normalmente nos reciben por la tarde-noche a los representantes de laboratorios medicinales. Aunque no me iba cayendo de borracho, sí me sentía algo ebrio, pero no era la primera vez que así hacía mis recorridos. Nada que unas gotas para ojos y unas pastillas para el aliento, de las que me regalaban mis colegas, no pudieran disimular.

Llegué a mi primera visita a las 6:30, ya estaba oscureciendo pues estábamos en noviembre. Era en un edificio donde había médicos de todas las especialidades, en un consultorio de un ginecólogo. En la recepción no había nadie en el escritorio, pensé que la secretaria estaría dentro ayudándole al doctor con una paciente. En un sillón estaba una niña de unos 17 o 18 años a la que le pregunté por la señorita y me respondió que parecía que no había ido, que cuando llegaron ella y su mamá, quien se encontraba adentro consultando, estaba el doctor solo y comentó que la chica había faltado al trabajo.

Bueno, me senté y al momento salió el médico y me saludó. Me dijo que estaba solo, sin secretaria. Cerrando con llave la puerta principal de la oficina me platicaba que iba a proceder con una serie de estudios y auscultaciones a la dama embarazada que estaba dentro, pero que era su última paciente, así que quedaría ya libre para recibirme tranquilamente. Me sugirió paciencia pues sí se iba a tardar un buen rato. Le dije que me iba a visitar a sus vecinos mientras se desocupaba, me contestó que sí y volvió a entrar a su consultorio. Le dije a la niña que cerrara la puerta con llave al salir yo, como lo hizo el doctor, y se levantó de su silla. Era una nena muy bonita. Nunca me había interesado en chicas tan jóvenes. Sí me llamaban la atención, como a todos, las adolescentes guapas; pero en mis 30 años de vida, nunca había tenido algo con una.

No debía pasar del metro y medio de estatura, pero ya tenía un cuerpo muy llamativo y su cara era hermosísima. De frente amplia, ojos inmensos debajo de sus alzados pómulos, con una boca pequeña y muy jugosa. Su piel era clara y muy sedosa y su cabello largo y negro caía a ambos lados del rostro. Cuando vino a la puerta conmigo quedamos muy cerca uno del otro y no pude resistir el decirle que era una preciosidad, así directo y de sopetón. Los tequilas estaban haciendo su efecto. Ella se sonrió vanidosa y me dio las gracias, tomando la puerta para cerrarla, poniendo su mano muy cerca de mi hombro. Sólo tuve que voltear un poco la cara y logré alcanzar esa manita blanca para darle un beso en la muñeca.

La niña, contrario a lo que pensé, no retiró su mano, así que se la seguí besando mirándole sus ojos bien abiertos y atentos a mi caricia. Cerré la puerta tras de mí y cogí su manita y la retuve para besarle ahora la palma y solté mi portafolios en la alfombra acercándome a ella poco a poco. Llevé su mano, sin dejar de besársela, hasta muy cerca de su cara y la puse abierta en una de sus mejillas repitiéndole una y otra vez que estaba preciosa, que nunca había visto una niña tan hermosa en mi vida. Ella dejó puesta su mano en su mejilla y yo alcé la mía, la libre, y me apoderé de la mejilla contraria, contemplando con éxtasis cada centímetro, cada detalle de sus facciones perfectas, de sus largas pestañas que se abrían y cerraban gustosas de mis lisonjas y cumplidos.

Así, sin retirar nuestras manos de su carita, me incliné y pasé mis labios por los suyos, sólo rozándolos, sólo sintiendo la inmaculada tersura de su boca cerrada. Luego sentí como ella los abría un poco, quizá unos milímetros, para percibir la punta de su lengua moverse tiernamente en mis labios. Saqué la mía, sin prisa para no asustarla, y con las puras puntitas jugueteamos un momento. Con mis dedos presioné sus cachetitos en sus muelas y logré hacer que abriera más la boca, pasé mi mano a su nuca y metí mis dedos entre sus cabellos y encajé mi lengua profundamente en toda su boca, sintiendo como casi se derretía de emoción.

La recargué en el muro, a un lado de la puerta y pasé mis manos a su cintura rodeándola por el talle. Me embadurné todo en su cuerpecito para deslizarle mi verga por el pubis y llevé sus brazos alrededor de mi cuello. Así le di una fuerte ración de lengua, enseñándole a besar bien. Mis manos le recorrían completamente los flancos finos del cuerpo, desde sus muslos hasta sus hombros, era una delicia esa niña.

Era muy delgadita y frágil, no pesaba nada. Pero sí tenía un par de senitos muy llenitos y duros. Muy redondos y firmes. Me deslicé por encima de ella y le besaba el cuello y el pecho. Le desabroché un botón de su blusa y besé su tetita derecha, solamente por el globo, pues no se dejaba que se la sacara del sostén, estaba nerviosa y muy temerosa de que nos fueran a sorprender y con cada ruido que se escuchaba dentro del consultorio, o por el pasillo fuera de la oficina, se estremecía mucho. Así que no insistí, ya bastante me estaba dejando que le hiciera. Me subí a su boca de nuevo y ella se abrochó el botón que le había soltado. Bueno, pues seguimos besándonos mucho, eso sí que le gustó.

Luego la volteé de frente al muro y de espaldas a mí, para besar sus mejillas desde atrás y para hacerla sentir mi erecto garrote en las nalguitas. Fui subiendo su falda, pero ella se resistía, pues se preocupaba mucho y miraba con insistencia la puerta donde estaba su mamá con el médico. Al oído le dije que no se alarmara, que eso que le hacía el doctor allí adentro era muy tardado y le besaba el cuello viendo como la piel se le ponía de gallina con mis caricias. Le retiré las manos de la falda y las puse en la pared. Así pude acceder con facilidad a lo que tapaba la prenda: un par de piernas hermosas, delgadas pero muy torneadas, con un muy leve bellito claro, color oro, y una colita saltoncita cubierta de un delicado calzoncito de algodón color melón. Acaricié esas piernas y esa colita menos de lo que yo hubiera querido, pero el tiempo no estaba de mi lado para hacer de esa adolescente todo lo que yo hubiera querido. Pero logré avanzar bastante.

Con mis dedos hice a un lado la prenda y separé sus nalguitas blanquísimas. Al fondo estaba su culito bien sonrosado y pequeñito. Qué cosa más hermosa. Cerradito, limpiecito, sano; ni el más leve asomo de vellosidad lo cubría. Con la punta de la lengua lo froté suavemente, era terso como los pétalos de una rosa recién descapillada. Olía a perfume juvenil y a niña fina. La forcé un poco a empinarse más en mi cara y pude alcanzar la rendijita de su vagina. También la quería ver para confirmar su color y textura, parecidos a los de su anito, pero no me le pude separar por más curiosidad que sentía de vérsela de cerca. Ese sabor se apoderó de mí y no quise perder tiempo. Ella movía licenciosamente sus caderas sobre y contra mi cara, convirtiéndose en cómplice de lo que le hacía un maldito borracho casi en las narices de su mamá.

Le acomodé la ropa y me levanté. La hice voltearse nuevamente a mí para seguirla besando. Cogí una de sus manitas y la puse en mi erección. Al tocarla la retiró rápidamente, como asustada; pero volví a situarla sobre mi verga y ella me la apretó torpemente. Sin perder tiempo la senté en uno de los sillones de espera y me desabroché el pantalón echándome de fuera la reata completa. La niña abrió sus enormes ojos al verme la verga asalvajada por los minutos que teníamos acariciándonos. Le dije, apurado que me la jalara, pero no reaccionaba. Se la arrimé a la carita y se la pasé por los labios, por la frente y las mejillas. Luego se la puse en la boca y se la apuntillé de frente con algo de fuerza, logrando que la cabezota pasara al interior caliente de su boca. Puse una rodilla en el asiento al lado de su pierna y amacizándola de la nuca y de la barbilla le metí la verga hasta la mitad logrando que sus apretados labios cedieran.

Ella me agarraba de las muñecas de mis manos, queriendo que le sacara eso tan grueso que nunca había sentido en su vida dentro de su boquita, pero yo borracho y muy caliente peor me ponía al verla resistirse a mi trasgresión. Se empezó a quejar algo fuerte, así que se la saqué y la dejé respirar. Ella misma, después de tomar un poco de aire, me miró desde allá abajo con esos tan pestañados ojazos y abrió su boca en el aire, dándome a entender que ya le siguiéramos donde nos habíamos quedado. Ni siquiera había volteado ya para la puerta que nos separaba de su madre, ya estaba más relajada y concedida a mis instancias lujuriosas. Le enterré la verga en la boca y la niña ni las manos metió, las puso dócilmente en los brazos del sillón y se dejó hacer durante más de diez minutos.

Yo me aceleraba al ver las facilidades que me daba y me la cogía por la boca con febril entrega; pero luego me calmaba y se la metía y se la sacaba con calma, dejándola saborearme bien todo el miembro. Ya estaba yo completamente trepado en el sillón, sobre ella totalmente y con mis genitales sobre su cara y con la jovencita entregada completamente a mis borrachos instintos. Le decía que sacara bien su lengua y me lamía toda la cabezota y la verga completa. Luego se la volvía a enterrar toda hasta la campanilla.

Cuando sentí que mis huevos estaban por expulsar lo suyo, la separé y le dije que me la jalara fuerte. Ella se enderezó, me agarró la verga con su manita y empezó a estirarla como largando de ella, como si estuviera desatorando un palo de un agujero, sólo eso. Le dije que así no, que la maniobrara sobándola toda, como si estuviera ordeñándola.

-Así, mi amor. Con calma, sintiéndola toda en tu mano, mira cómo- le decía haciéndolo yo mismo a escasos centímetros de su bello rostro. -¿Te gusta, linda, verdad? Te gustó mucho la verga, ¿o no?-

-Sí.

-Tómala, cógela tú; hazle como te dije- le pedí soltándosela enfrente.

De a poco fue aprendiendo, proporcionándome un rico pela-verga. Le pedí que se echara saliva en las manos y que con las dos me hiciera lo que me hacía. Ahora sí que me estaba dando una verdadera ordeñada. Con eso sentí que me venía y saqué mi pañuelo y lo puse debajo de sus manos. Le dije que la soltara y me la seguí pelando hasta que puse una gran cantidad de semen en el paño. La niña veía con interés mi vaciada hasta que acabé. Me limpié la cabeza con el mismo pañuelo, lo hice bola y me lo eché a la bolsa. Me guardé la verga y me arreglé la ropa.

Me senté frente a ella y le pregunté su nombre. Luego le pregunté si sería posible que nos volviéramos a ver y me dijo que no sabía si yo quisiera, dándome a entender que a la mejor ella era muy joven para mí. Le dije que por mí sí, que encantado. Me dio su número de teléfono celular y le prometí llamarle pronto. Me levanté y fui a ella. Me incliné arrodillado en el piso, y así sentada, me acerqué a su boca y le di un beso muy largo, volviendo a sentir su lengua y volviendo a saborear su dulce saliva. Sufrí para separarme de ella; en verdad era una niña muy hermosa y vaya que aprendió a besar muy bien. Cuando me le separaba y me iba enderezando para irme por fin, volvía a caer de rodillas ante ella para abrir mi boca encima de la suya, ¡no me le podía separar!, y la nena se reía simpáticamente sin dejar de besarme.

Me salí de ahí pidiéndole que cerrara por dentro y me fui a visitar un consultorio del siguiente piso. A la media hora volví allá, con el ginecólogo. En el pasillo me crucé con ella y con su mamá que iban de salida. Al pasar junto a ellas, la chica me sonrió abiertamente y la madre me dijo: -Buenas noches .

-Buenas noches, señora- le respondí, respetuosamente, sin quitarle los ojos de encima a su hijita.