En un baño...
Siempre hay una primera vez.....
Sacame la leche dijo. Asi nomás.
Como llegué a ponerme de rodillas en el baño de ese parque, fue sencillo, habia leído en un blog de maridos bisex que en los baños del Jardin Japonés sucedían cosas como aquellas que fantaseaba encontrar. Una mañana cualquiera buscando tener un rato libre estacioné lejos de la entrada del parque pero cerca, como para irme rápido si aquello no funcionaba como era debido. Deambulé un rato entre el agua y el verde.
El banco pintado de color rojo estaba a la sombra, como escondiéndome. Podía ver la puerta de aquel famoso baño a salvo de que cualquier presunción ajena me supusiera ansioso por ingresar y disfrutarlo. Poca gente, debía tratarse seguramente de un horario vacío el que yo había elegido. Mal momento, mal día, mejor me voy.
El hombre regordete, con jogging de caminante matutino me había pasado totalmente desapercibido, y alli estaba, mirandome fijo, descubriéndome en mi fortaleza sombreada y roja. Esquivé la mirada, verlo levantarse e ir al baño tan nombrado fue un salto en el pecho, cambio de ritmo en la respiración. Y si había alguien mas, y si entendí mal, y si...y nada, tardé lo suficiente para verlo salir, ni me dirigió una mirada siquiera. Esperé, y volví a esperar, me dije al menos reconozcamos el interior del teatro de operaciones bizarro al que temía enfrentarme.
Y entré, para mi alegría y decepción no había nadie, azulejos claros, olor a desinfectante parecido al pino, salí rápido, volví a paso veloz a mi banco rojo como si realmente hubiera hecho uso sanitario de aquel antro. Me concentré en el árbol de enfrente. Una tos seca y forzada me tentó a mirar la puerta otra vez. Justo para verlo entrar de nuevo, al jogging azul, y a su portador ignoto. El pecho se me trababa cuando me levanté de golpe y mirando discretamente a derecha e izquierda traspuse el umbral del miedo y la tentación.
Hice ruido con los pies, como anunciándome, como pidiendo que me guiaran. Apenas giró la cabeza para verme, suspiró profundo y continuó parado como si estuviera orinando, oía el roce de la tela, su mano sostenía y meneaba su verga, y yo parado ahí, congelado, respirando sin respirar. Lo vi bajarse el pantalón, pensé en acercarme, mientras no cruzáramos la mirada, estaba todo bien. Pareció entenderlo él así, retrocedió la distancia justa para que su cuerpo quedara casi pegado al mío.
Su mano derecha buscó la mía, la guió hasta depositarla sobre su muslo lampiño, deduje que la izquierda entonces consiguiera cierta simetría en aquella danza silenciosa y llena de intriga. Me voy, estoy vestido, simplemente me voy. Su cara giró apenas, procaz y solapado, él dijo agachate.
Y no me fuí, simplemente me arrodille, con mis manos sosteniendo mi inexperiencia de sus muslos gruesos, con mi cara peligrosamente cerca de sus nalgas blancas. Nalgas que retrocedieron lo justo para que casi me desmayara de la agitación.
Nalgas que separó con sus manos invitando a fijar la vista en aquel anillo marrón, lampiño tambien. De arriba me pareció que decían algo de la lengua. Olía a madera y a cierta loción barata, otro pequeño retroceso me hizo entender que la lengua iba allí, a su disposición insolente y degenerada.
Y lamí su ano, como pude, intenté respirar entre sus nalgas al tiempo que trataba de incentivar aquellos suspiros delatores del placer. Y nada, no me fuí, cuando su cuerpo giró por completo, una verga no muy larga pero gruesa rozó mi nariz. Olor a pija, brillaba el glande de humedad prematura.
Y por primera vez en cincuenta años, de rodillas en un baño pequeño y desolado, oí aquella sentencia perentoria.
Sacáme la leche.
Y mi boca atrapó esa carne a medio endurecer, y mi lengua hizo lo que pudo. Y mis manos seguían sosteniéndome de sus muslos fuertes y calientes. No se cuanto duró, si un minuto, o diez, sentí los músculos de sus piernas tensarse, la verga llenaba realmente bastante mi boca, tenía los ojos cerrados por las dudas que sus ojos me vieran como me sentía realmente en aquel sucio y preciso momento en que supe que no quería irme de ahí.
Sin decir nada empezó a descargar sus chorros de leche tibia, no pude contar cuantos fueron, sentía que había bastante líquido y que si se me salía iba a manchar mi ropa formal de días casuales con ratos libres atrevidos.
Por suerte no dijo nada, solo subirse el pantalón del jogging, y salir perentoriamente de alli, dejándome con la boca llena de saliva y esperma, y aquel gusto a triunfo silencioso, reprimido. Escupí al suelo, lejos de mis zapatos, ahora si me fuí.
De esa primera vez, camino al refugio de mi auto solo quedaba el sabor pegado dentro de mi boca, y la sensación desesperante de volver a buscar más y más de aquello. Pero era demasiado ya para una primera vez...
Sentado y con las puertas trabadas, tratando de volver a ser yo, ví que sólo habian pasado poco mas de 45 minutos. Humedad delatora dentro de mis calzones, era cierto, no había sido mi imaginación. Reconocí en la vereda de enfrente el color del jogging anónimo, ni me miró. Linda verga la verdad, me masturbé ahí nomás sin miedo a que me vieran. Todo la desesperación quedó en la alfombra de goma negra, y me fuí.....