En tu puta cara

La venganza es un plato que se sirve mejor frío.

EN TU PUTA CARA

Cuando leas esta carta, todo habrá sucedido.

Carlos y Ruth compartían piso en Valencia. Lo hacían desde la Universidad, pues él no era de la provincia ni ella de la capital. Se conocieron cuando ella cursaba primero y él, cuarto. Ella vio un anuncio en el tablón de la Facultad y llamó. La zona no era mala y el precio asequible, por lo que obviamente supuso que le tocaría convivir con al menos dos chicas más.

Se sorprendió cuando fue una voz de hombre la que contestó al otro lado del teléfono. Según la hoja que sujetaba en la otra mano, se buscaban chicas para compartir piso. Chicas, con a. ¿Qué clase de degenerado esperaba que hubiera alguna tía en este mundo dispuesta a aceptar convivir con un tipo que pedía expresamente compañía femenina? Pues Carlos, precisamente, y la tía dispuesta a aceptar convivir con él era ella.

Aceptó en cuanto le abrió la puerta en delantal. Un momento antes ni siquiera sabía qué hacía allí, no pensaba quedarse, era la típica cosa que haces "por si acaso", pero cuando lo vio, con sus gafas, su media sonrisa, su gesto afable y la manopla que utilizaba para no quemarse las manos al sacar las galletas del horno, decidió que era el mejor compañero de piso que podía haber encontrado, aún mejor que alguien de su mismo sexo.

Habría sido mejor que no me lo hubieras contado. Prefiero saberlo, pero habría sido lo mejor. Habríamos sufrido menos, los dos; habrías seguido engañándome, quizá, habríamos seguido engañándonos. Pero tuviste que hacerlo, me fuiste infiel, me lo contaste, y ahora todo se ha ido por el desagüe igual que las migas que quedaban cuando nos comíamos tus galletas mientras nos devorábamos el uno al otro.

Al principio tenían otra compañera, Luisa, una hippie más preocupada de sus plantas de marihuana que de las tareas domésticas. Luisa iba y venía, pero tenía la extraña habilidad de no estar nunca en casa. Pasaba la mayor parte del tiempo con Guillermo, su novio, un tío atractivo pero con cara de pardal. Ruth siempre había pensado que los hippies sólo se relacionaban sentimentalmente con otros de su casta, pero no, pues el novio de Luisa era majo, como ella decía, con sus reflejos azules y su ropa de marca. Eran la extraña pareja pero se entendían, y a Ruth le alegraba porque Guillermo era un factor positivo en la vida de Luisa.

Ruth no tardó en cansarse de ella, no obstante. No es que le cayera mal, en verdad a ella le traía sin cuidado cómo dedicara cada uno su tiempo, siempre y cuando ello no interfiriera en los quehaceres que la atañían. Y eso era lo que sucedía, lógicamente. Pero como quiera que Luisa estaba allí antes que ella, y que a Carlos, más comprensivo, su poca disposición a colaborar no parecía incomodarle demasiado, a Ruth no le quedaba otra que tratar de pasar del tema o ir detrás de Luisa para que hiciera la colada o fregara el baño. Solía optar por lo primero, porque no le gustaban las discusiones.

Cuando Luisa se marchó de erasmus, Carlos y Ruth pasaron a ser algo más que compañeros de piso. En realidad ya lo eran antes a efectos prácticos, pues el hecho de que Luisa fuera tan distinta a ellos hacía que pasaran la mayor parte del tiempo juntos. Aún sin contacto físico, Ruth ya tenía cierto sentido de la propiedad para con Carlos, que acabó convirtiéndose en sexo cuando Luisa todavía estaba volando rumbo a Ámsterdam.

Ambos decidieron seguir viviendo en el piso cuando llegara el verano. Ruth propuso a Carlos que hablaran con Luisa a su vuelta. Habían estado pagando el piso entre los dos durante nueve meses y podían seguir haciéndolo, sobre todo si ello se traducía en un aumento de la intimidad. No le apetecía ahora volver a tener que controlarse, como si a Luisa alguna vez le hubiera preocupado algo de eso. Carlos le decía que era demasiado tradicional, y era cierto en muchos aspectos de su vida. Ruth estaba lejos de ser una monja, pero tenía un excesivo respeto por el bienestar de los demás, aún cuando éste no fuera requerido.

Hablaron con Luisa, aunque no habría hecho falta. Había decidido irse a vivir con Guillermo y otros amigos más "de su estilo", según dijo, a pesar de que ciertamente no hubo nunca problemas de convivencia, al menos no para ella. "Pobre Guillermo" , pensó Ruth cuando se lo dijo, "acabará por dejarla" . Pero rápidamente ese pensamiento dio paso a la alegría que sentía de haberse podido librar de su compañera sin malos rollos. Hasta compraron una cama grande para hacerlo más oficial. Todo seguiría siendo como hasta entonces, como los últimos meses... o eso pensaba ella.

No quiero ponerme sentimental. Al fin y al cabo, no lo mereces. Me has hecho mucho daño y yo voy a hacértelo a ti. Bueno, si todo ha salido según lo planeado, ya te lo habré hecho para cuando leas estas líneas. Te voy a ser infiel, como lo fuiste tú conmigo.

Una tarde, un par de semanas después de que ambos se hubieran quedado definitivamente solos, Ruth volvió de clase (trabajaba por las mañanas) y encontró a Luisa discutiendo acaloradamente con Carlos. Notó que había estado llorando y percibió que le echaba una mirada rara, que en aquel momento interpretó como de compasión, mientras se cruzaban. Luisa salió sin despedirse, dejando a los novios a solas consigo mismos.

Has llegado pronto, ¿no? -dijo Carlos-. Te esperaba más tarde .

¿Qué coño ha pasado aquí? -le cortó Ruth, sin prestarle atención-. ¿Qué hacía ella aquí?

Le habían quedado aún algunas cosas por recoger, las ha metido en una caja y me ha pedido que se la mande. Mira, está...

¿Estás de coña? -gritó ella-. ¿De veras esperas que me crea esa mierda? Sé que ha estado llorando.

Ruth, verás... No es lo que parece -dijo Carlos, acercándose-.

¿No? Entonces, ¿por qué está desabrochada tu camisa? ¿Por qué le faltan los botones?

Espera, cariño, estás muy alterada. Déjame que te explique...

Sí, estoy alterada -manifestó ella-. Acabo de encontrar a mi novio con otra, con la cama desecha, y contándome mentiras. Creo que tengo derecho a estar alterada, Carlos.

¿Eso crees? -Carlos dejó asomar un pequeño atisbo de ira en la voz-. ¿Crees que me la he estado tirando? ¿Por qué habría de haber llorado entonces?

Eso no lo sé y, francamente, tampoco me importa. No sé si has decidido no llegar más lejos o si a ella también le has roto el corazón, pero el mal ya está hecho. ¿Puedes mirarme a los ojos y decirme que no me has sido infiel?

Carlos apartó la mirada. No podía. Ruth comenzó a llorar.

Ruth, siéntate, por favor. Tenemos que hablar, no ha sucedido como crees. Deja que te lo explique por lo menos.

No, Carlos -Ruth seguía llorando-. No te esfuerces, eso ya no tiene importancia. Sólo quiero saber si ya ha acabado. Dime que sí.

¡Mi amor! Claro que sí. Perdóname, sólo fue una vez, un desliz, un error, pero no va a volver a pasar. Es a ti a quien amo.

Y va a ser con Guillermo. Tú ya sabes por qué. No quise oír tus explicaciones, ¿recuerdas? Sí, claro que sí. Con quién, eso era lo de menos. Tu compañera de doctorado o la puta de la vecina, no importaba. Todas estaban coladas por ti, seguramente porque no sabían que eras un cabrón, o quizá precisamente por eso. Todas menos Luisa, que pasaba de ti, a pesar de tus intentos por gustarla, a pesar de que si por mí hubiera sido, habría abandonado la casa mucho antes. Pero la has conseguido, has perseverado, eso hay que reconocértelo.

En la mayoría de los casos, una relación nunca vuelve a ser igual después de que uno de los dos miembros de la pareja confiese una infidelidad, pero en el de Ruth y Carlos no fue así. No volvieron a ver a Luisa. Carlos le mandó una caja con el resto de sus cosas, como dijo, y aquello fue todo. Guillermo se pasó una tarde que Carlos trabajaba y Ruth no tenía clase. Ella le abrazó sinceramente, porque siempre le había caído bien, y barajó la posibilidad de contarle lo ocurrido, pero no vio la necesidad de romperle el corazón también a él, en caso de que no lo supiera. O quizá sí lo sabía.

Ahora estamos en paz. Ridícula expresión, porque si hay algo constante en este mundo es que tras este tipo de acciones nadie queda en paz. No, pero me habré vengado. Y será justo, y será bueno. Y habrá valido la pena al ver tu cara de imbécil humillado mientras la polla de Guillermo desaparece en mi garganta. ¿A que sí? Espero que lo disfrutes tanto como yo voy a hacerlo. Porque voy a hacerlo. ¿Qué te parece? ¿Crees que lo he disfrutado?

Acordaron seguir viéndose, y lo cumplieron, que suele ser lo más difícil. Carlos no lo sabía, pero no porque Ruth se lo ocultara, sino porque no juzgó oportuno que hubiera algo de noticia en ello. Eran amigos y quedaban de vez en cuando, eso era todo. Por lo menos, para ella. O quizá no.

Lo tengo todo planeado. Cuando llegues a casa, ya estaremos nosotros. Saldré una hora antes del trabajo y recogeré a Guillermo con cualquier excusa. Le haré pasar a nuestra habitación y profanaremos la cama de matrimonio como ya hicieras tú antes. No quiero que le entren dudas, así que iré directa al grano. Sí, hoy voy a ponerle al tema toda la pasión que echas en falta a diario.

Una mañana, Ruth quedó con Guillermo para comer. Pasó a recogerle y le dijo que irían a su piso.

Y me voy a vestir muy provocativa. Me pondré un top negro y la minifalda vaquera. Y medias de rejilla, las que me regalaste que no hemos tenido ocasión de estrenar. Me pondré plataformas y me dejaré el pelo suelto. Voy a ir como una puta, porque quiero que Guillermo sepa que seré su puta aunque sea de modo puntual.

Guillermo se mostró sorprendido al ver a la habitualmente tímida Ruth de esta guisa. Y más al saber que iban a su piso, y sin Carlos.

En cuanto él pase, le pediré que cierre la puerta. Cuando se dé la vuelta ya estaré con las tetas al aire, empitonada, y haciéndole un gesto con el dedo para que se acerque. Y se acercará, se acercará porque es un tío, y porque lleva queriéndose comer estas tetas desde el día que me conoció.

Guillermo, que ya venía mentalizado, no se lo pensó tres veces (se lo pensó más bien una vez por cada berza) y, tomando a Ruth por la cintura, la besó y pasó luego a besar los sonrosados pezones que se le presentaban en bandeja. Quería abarcar por completo esos melocotones, pero evidentemente no tenía una boca tan grande. No obstante, nadie le acusaría nunca de no haberlo intentado con esmero.

Entonces llegarás tú, porque no quiero que te lo pierdas. Procuraré no llegar mucho antes, para que puedas verlo todo. Es posible que Guillermo oiga la puerta, es posible que intente decirme algo, pero yo le callaré con mi lengua. Le desnudaré. Quiero que me encuentres de rodillas, chupándole la polla. Quiero que abras la puerta de la habitación y sea lo primero que veas; a mí, de perfil, arrodillada, con una polla que no es la tuya en la boca, con los huevos de Guillermo rozándome la barbilla.

Guillermo se giró, sobresaltado, y le cambió la expresión de la cara como si hubiera visto un fantasma. No lo era, sin embargo, era Carlos, un Carlos con la misma cara que Guillermo.

Y no pararé, qué va. Al contrario, sujetaré firmemente de la polla a Guillermo, porque su primera reacción será irse pitando. En vez de eso, le diré que no pasa nada, que todo está planeado, y será cierto. Y tú estarás allí, mirándonos, discerniendo si es una pesadilla o una broma sin gracia. Y a ti te diré "siéntate y disfruta" , para a continuación mirar a Guillermo a los ojos, guiñarle uno de los míos y seguir con la mamada.

Guillermo no lo tenía tan claro, pero en vistas de que Carlos no reaccionaba y Ruth parecía tan segura de sí misma, se dejó hacer. Y nunca mejor dicho.

Verás mi cabeza moverse atrás y adelante, una y otra vez. Verías a Guillermo cerrando los ojos de puro placer, pero sólo tendrás los tuyos para mí. De Guillermo verás, si acaso, su mano derecha dirigiendo mi cabeza. Me encanta que los tíos hagan eso, ¿sabes? Hace que me sienta más puta, y redoblo el empeño que pongo en la tarea.

Guillermo se lo fue creyendo. En el peor de los casos, no volvería a ver a ninguno de los dos, pero bien valía la pena el sacrificio.

Pero no quiero que se corra, porque hay que llegar hasta el final. Cuando me haya ganado su confianza, cuando crea que puede follarme con total libertad, me levantaré y me quitaré la mini. Verás que llevo tanga, verás cómo la tirilla roja se mete por la raja de mi culo. Y probablemente veas las manos de Guillermo asiéndome las nalgas, abriéndomelas, metiéndome dedos por todas partes a petición mía.

Guillermo tenía su nariz estampada contra el estampado tanga de Ruth, mientras los dedos se le antojaban huéspedes de sus dos orificios. Ésta le animaba a continuar, hasta que metió los dedos por debajo de las tiras laterales del tanga y Guillermo se apartó para dejarle vía libre.

Me lo sacaré, siempre sin descalzarme, para quedar únicamente con las medias y los zapatos. Le pediré que se arrodille y, apoyando una pierna en la cama, haré que me coma el coño, ese coño cuyo sabor tan bien conoces y que no volverás a probar jamás. Y pienso estar todo ese tiempo mirándote, para que veas cómo me relamo y cómo le estiro de sus cabellos. Quiero que veas cómo me muerdo el labio inferior de gozo, cómo muevo mi pelvis rítmicamente para alcanzar el máximo placer, cómo le ahogo a fin de que su lengua lama todos mis rincones.

Guillermo ya estaba totalmente fuera de sí, con sus manos entrelazadas a las medias de rejilla de Ruth y su cabeza literalmente hundida en su rajilla. Podía notar que estaba haciendo un gran trabajo en que cada vez tenía más fluidos empapándole la boca.

Delante de tus narices le echaré sobre la cama, me pondré encima de él y me clavaré su verga hasta el fondo. Gemiré de placer y pondré una mano abierta sobre su pecho, mientras comienzo a cabalgarle cual amazona.

Guillermo dejó a Ruth llevar el control de la situación una vez más. Estaba completamente enchufada y no valía la pena intervenir. Nunca habría imaginado que una de sus mayores fuentes de inspiración fuera tan fogosa.

Pero habrá más. Me pondré a cuatro a patas y dejaré que me folle como a una perra. Te miraré desafiante hasta que el placer me pida enterrar la cabeza en la almohada, llevar una mano hasta el clítoris y empezar a frotarlo. Hasta que note la proximidad de su orgasmo y le ordene parar.

Guillermo estaba desbocado, pero obedeció. La sesión no había hecho más que ir a más y tuvo un buen presentimiento, tan bueno que casi hace que se corra antes de tiempo.

En tu puta cara le pediré que me encule. Sí, muchas veces me lo has suplicado, siempre en vano, y esta vez seré yo quien lo pida, pero no a ti. Hundiré la espalda y, con el culo en pompa, sentiré cada centímetro de su rabo allanando las paredes de mi recto, empujando hacia atrás, si es preciso, para sentir cómo sus huevos tocan mi piel. Y cuando lo haya hecho, le diré que me dé caña, que no se corte, que me trate como a una zorra, porque es en lo que me habré convertido. Su nabo profanará mi culito una y otra vez, una y otra vez, hasta que consiga mi ansiado orgasmo. Y quiero que lo escuches y se quede para siempre grabado en tu memoria.

Guillermo ya estaba listo para correrse dentro de su culo, uno de sus sueños más recurridos, cuando el ano de Ruth empezó a dilatarse, ya sin resistencia tras el orgasmo.

Sin dejar de mirarte desacoplaré nuestros cuerpos, y llenaré el vacío de mi culo tragándome de nuevo su polla, recorriendo con mis labios desde la punta a los huevos, sintiendo su glande contra mi campanilla y el sabor de mi culo a lo largo del mástil, un sabor que me reafirmará en mi convicción.

Guillermo ya había traspasado la línea de no retorno. Apoyó sus manos en la cabeza de Ruth.

Me faltarán ojos, porque querré mirarle a él mientras se la chupo, y querré ver cómo me miras. Me faltarán bocas con las que tragarme sus pelotas, porque sólo tengo una y estará muy ocupada con su polla. Así, hasta que se corra, y tendrás que enterarte por sus gritos porque yo no pienso abrir la boca, salvo para enseñártela llena de su lefa, un momento antes de tragármela.

Guillermo se vistió y se fue, entendiendo que ese día ya había comido bastante. Carlos seguía en el mismo sitio, con la misma mirada perdida. Ruth se había tumbado en la cama y acabó por dormirse, derrengada y satisfecha.

Así será, Carlos, y así habrá sido si tus lágrimas han empezado a estropear esta hoja de papel.

Aún sentado en la misma silla, en la habitación, Carlos reaccionó al fin y dirigió una mirada a lo que tenía entre las manos. Entre varias hojas de propaganda y alguna carta del banco, divisó una atípica hoy en día, escrita a boli con lo que parecía ser la letra de Ruth. La abrió, sólo había un folio:

"Cuando leas esta carta, todo habrá sucedido."