En tres tamaños

La importancia de saber jugar.

Los horarios eran incompatibles. Él se levantaba temprano y caliente, pero yo estaba durmiendo. Intentaba responder a su mano provocadora jugando entre mis pelotas, pero apenas había tiempo para unos besos largos antes de desayunar y marchar al trabajo. Cuando él iba a volver, yo me iba a trabajar; y al regresar del trabajo era él el que estaba desplomado en la cama, incapaz de abrir los ojos mientras mi cabeza se colaba entre las sábanas en busca de un bocado de su miembro. Así pasaban los días, y así aumentaban nuestros respectivos calentones.

Empecé a mandarle vídeos de mi ropa interior abultada por las mañanas, mientras él estaba en la oficina. Empezó a mandarme fotos de su culo atlético y respingón por las tardes, mientras estaba en el almacén. Sé que se encierra en el despacho y usa esa enorme mesa para ocultar su rabo duro y grueso, que se masajea mientras echa de menos mis mamadas; y el sabe aprovecho cuando me quedo solo en el curro para hacer lo mismo. Lo cierto es que no ayuda.

Así pasan los días y no quiero masturbarme porque me gusta que me saque hasta la última gota, y está empezando a desesperarme. Sólo existe una opción y es juguetear con la parte de atrás, pero con los dedos no es suficiente cómodo. Aprovecho una de mis mañanas calenturientas y me voy al centro en busca de la tienda adecuada, dedico un rato a mirar entre los estantes y al fin encuentro lo que ando buscando: tres preciosidades ahusadas, una finita, una normal y otra gruesa que no me va a caber ni de coña, pero ya se andará. Cojo el kit y me dirijo a por el bote de lubricante que voy a necesitar, pasando por delante de la puerta a la trastienda en el proceso, frente a la que me quedo mirando un momento.

La idea es pasajera y la espanto agitando la cabeza, así que me dirijo directo a la caja con ganas de volver a casa. El tendero me cobra con una sonrisa y me tiende el cambio.

—¿Te interesa la trastienda?

Balbuceo un momento.

—Te he visto mirando y sí, hay lo que imaginas. Aunque a estas horas está vacío.

—No me interesa, tengo pareja —replico.

—Ahí entran solteros, casados, marineros y soldados —bromea.

—¿Y algún que otro cura despistado?

El chico me mira a los ojos y sonríe.

—No me tires de la lengua. No, en serio, normalmente hay que pagar pero ya te digo que ahora está vacío; pasa y echa un vistazo si quieres. No todo el que entra lo hace por el cruising.

—¿Y qué otra cosa hay ahí detrás?

—Pues unos vienen por el exhibicionismo y otros —el chico hace un gesto con el mentón señalando mi bolsa—, ¿has oído hablar de los probadores?

Miro hacia abajo y entre los pliegues de plástico serigrafiado veo la caja retándome con la mirada. Y se me ocurre algo.

—¿Puedo?

El chico asiente con la cabeza y una sonrisa cómplice.

Me dirijo hacia la trastienda y entro en la penumbra iluminada con luces sugerentes. Es un pasillo estrello con puertas, bastante parecido a un probador en realidad. Todas están abiertas y dan a habitaciones pequeñas y estrechas con sillas, en alguna pared se ve algún agujero grande con los bordes acolchados a una altura sospechosamente sugerente. Entro en una de las puertas y echo el pestillo. El momento de duda se esfuma y me bajo pantalones y calzoncillos hasta los tobillos. Me siento y subo los pies a la silla, separo las rodillas y deslizo mis dedos entre las nalgas buscando un agujerito con el que ya he jugado unas cuantas veces. Cada vez me opone menos resistencia. Abro el bote de lubricante y me mojo el dedo, con el que proceso a acariciarme, aumentando la presión poco a poco. Apenas hago esfuerzo y los músculos dejan paso al intruso, que deslizo con lentitud dentro y fuera, arqueándolo para alcanzar ese puntito donde lo siento con intensidad.

Todavía no he logrado sacarle todo el jugo a la situación y no se me pone dura, pero le voy cogiendo el gusto poco a poco. Prueba de ello es que con un poco más de lubricante logro darle un compañero de juego al primer dedo. Los dejo ahí metidos y cierro los ojos mientras suspiro, sintiendo cierto placer al notar cómo mi esfínter se relaja mucho más rápido que antes. Intento meter un tercero, pero me es imposible.

Así que abro la caja y saco al pequeñín.

Lo miro durante un rato y lo acaricio. Tiene una textura suave y aterciopelada, da gustito al tacto, apenas medirá cinco o seis centímetros de largo y dos centímetros de diámetro. Le echo un poco de lubricante y no me cuesta nada introducírmelo dentro, pulsando justo en el lugar exacto para provocarme un pequeño gemido. Me recuesto y me relajo, sintiendo como mi ano aprieta la base del plug, acostumbrándose a él, y de repente soy consciente de la libertad que esto me supone. Mi mano derecha se va directa a mi polla morcillona, pero mi cerebro corrige a tiempo. La única regla es no correrme ahora. Deslizo la mano derecha sobre mi abdomen, apartando la camiseta, y dirijo la izquierda en busca de mi glande para acariciarlo con suavidad. La sensación es fantástica, y la idea de estar un paso más cerca de cabalgar a mi chico lo hace mucho mejor.

Decido sacar el segundo plug de la caja para lubricarlo. Deslizo el potingue a lo largo de sus diez centímetros y me pregunto cómo reaccionará mi culo ante los cuatro centrímetros de grosor. Intento sacarme el pequeño provocándome una sacudida eléctrica de placer y decido que antes de subir el nivel hay que terminar el ejercicio, así que me lo vuelvo a meter y a sacar un par de veces, cerrando los ojos y pensando en sus dedos abriéndome las nalgas. Se me escapa en un susurro un “Más…” y tiro el plug pequeño dentro de la bolsa para darle una oportunidad a su hermano mediano. La punta se abre paso con facilidad en mis entrañas, pero pronto siento la molestia y la resistencia de un culo que nunca se había dilatado tanto, esa sensación desagradable que he tenido otras veces cuando le dejo intentar empalarme. Pero a diferencia de esas otras veces, hoy mi trasero está algo más entrenado. Y eso es precisamente lo que hace falta: entrenar más.

Saco la punta y la vuelvo a meter en un movimiento suave y continuo hasta justo el punto en que mi ano se niega a abrirse más. Pero hacia el sexto o séptimo movimiento más centímetros se abren paso a través de mis entrañas hasta que, de pronto, siento como la base se acomoda en mi interior y una presión interna me hace gemir en un tono agudo que pocas veces he omitido.

—Lo que se pierden los hetero… —mascullo con los ojos idos.

Me relajo y dejo que mi culo se adapte. Se me ha bajado un poco y siento el escozor molesto dentro de mí, pero la punta acaricia la sensación al borde del éxtasis. Decido acariciarme un poco el rabo para animarlo, pero apenas rozo el capullo un par de veces tengo que parar. Los estímulos combinados hacen que de repente se me marquen las venas y me tiemblen las pelotas, amenazando con disparar. Mi vientre se estremece y mi respiración se entrecorta de placer. Supongo que lo correcto es hacer lo mismo que antes, así que intento sacar y meter. Por desgracia, en esta posición me molesta.

Me pongo de rodillas sobre la silla y me recuesto sobre el respaldo. Tanteo con los dedos el agarre del plug mediano y lo toqueteo para que gire en mi interior, provocándome otro suspiro de placer. Lo saco poco a poco, pero no dejo que se escape y lo vuelvo a meter con lentitud, y repito el procedimiento hasta que la molestia hace que mi erección desaparezca por completo.

Me lo saco y lo dejo caer en la bolsa, desplomándome en la silla con una sonrisa y muy satisfecho. Ni siquiera me planteo la idea de ir a por el hermano mayor, mi culo no está preparado para eso. Pero…

Hago una cosita, guardo las cosas, me coloco la ropa y doy un par de pasos. Siento molestia, siento placer y siento un morbo inmenso. Con una sonrisa radiante salgo a la tienda con todo en su debido sitio y me despido del tendero, quien juraría que me sonríe con una mirada cómplice. Me da a mí que sabe lo que he hecho.

Me molesta a cada paso, me estremece a cada paso, se me pone más y más dura a cada paso. Pongo mi bolsa sobre mi cadera para intentar ocultar el placer que me está horadando las putas entrañas y espero de pie en la parada del bus porque temo que sentarme me provoque un respingo delatador. Pago y me voy al fondo del vehículo, donde al apoyar el trasero compruebo que mis temores son ciertos. La vibración del motor no ayuda y empiezo a suspirar y contener los gemidos. Estoy seguro que me estoy poniendo rojo como un tomate mientras me planteo muy seriamente comprar, dentro de poco, uno con modo vibrador.

Después de un viaje de varios minutos preguntándome cuánta gente sospecha lo que estoy haciendo llego a mi apartamento vacío. Me tiro en el sofá y empiezo a magrearme el paquete por encima de la ropa, resoplando mientras resisto la tentación de estrujarme hasta sacar la última gota de leche. Pero no, quiero reservarme para mi chico y, de todos modos, mi trasero ya ha soportado bastante castigo.

Sacar el plug es algo que hago tomándome mi tiempo, sin reprimir las ganas de volver a introducirlo un par de veces. Cuando al fin lo hago, me quedo tendido en el suelo dejando que mi cuerpo se relaje, disfrutando la huella que me ha dejado la sensación. Limpio el juguetito y lo guardo, es tarde y aún tengo que preparar la comida antes de irme a trabajar. De hecho, paso toda la tarde con una sensación de vacío en mi vientre y de dureza entre las piernas. Cometo un montón de errores porque no soy capaz de concentrarme, en lo único en lo que pienso es en el momento en el que pueda meterme y sacarme con esa facilidad al hermanito grande. En lo único que soy capaz de pensar es en el momento en el que pueda tirarle sobre la cama y botar mi culo hasta pulverizarle la cadera. O en que llegue por fin el momento en el que pueda hundirme la cara contra la almohada mientras bufa con las venas del cuello hinchadas, marcando un ritmo de marcha militar usando sus huevos contra mi trasero.

Con esas ideas se me pasa la tarde y vuelvo a casa en bus, echando en falta la vibración de la mañana. Subo las escaleras del bloque pensando en metérmelo otra vez y sólo me acuerdo de que a esas horas estará mi chico cuando abro la puerta y veo la luz del salón.

—¡Hola, cariño! —saludo mientras me quito el abrigo y miro en el espejo el bulto que se me marca entre las piernas.

—Buenas, cielo —me gime en respuesta.

Entro en el salón y me lo encuentro sentado en el sofá, vestido con el pijama y cubierto por una manta. Me acerco a él con ganas de lanzarme sobre sus labios, pero le veo las mejillas sonrojadas y los ojillos brillantes; la taza de té humea sobre la mesa y me preocupo por un instante.

—¿Te encuentras bien? —le pregunto de pie frente a él.

—Mucho —me responde con una sonrisa.

Y es entonces cuando percibo el leve movimiento de la manta arriba y abajo. Yo también sonrío mientras me inclino sobre él para darle un beso, que él se apresura a transformar un mordisco a mis labios. No saca los brazos de debajo de la manta y puedo ver cómo la tela tiembla con cada movimiento sugerente, así que le agarro por la nuca y deslizo mi lengua en busca de la suya mientras mi mano recoge manta para colarse entre sus pliegues, en busca de lo que ansía mi cuerpo. Acaricio su muslo suave y ardiente, desnudo, y asciendo con lentitud hacia su pubis peludo. Recorro con los dedos provocándole cosquillas, rodeando mi objetivo de forma sinuosa, acariciando su tronco y su glande empapado.

—Te lo estás pasando muy bien sin mí —murmuro.

—Mejor lo pasaré contigo —gime.

Los dedos exploran cruzando el perineo, topándose con algo sólido, suave y aterciopelado. Los ojos se me abren como platos por un instante y él suelta una carcajada mientras levanta los pies sobre el sofá y aparta las rodillas. Aparto la manta y ahí está, clavado entre sus nalgas, el mismo juguete que me hizo vibrar en el bus esta mañana.

—Me lo encontré en el armario y pensé en tu rabo. Espero que no te importe.

Me arrodillo entre sus piernas y me inclino sobre su vientre. Como respuesta me limito a hundir su capullo empapado en mi garganta, deslizando mi lengua alrededor de ese tronco grueso que sueño cabalgar algún día. Me la hundo hasta provocarme arcadas y la deslizo con suavidad fuera de mi boca para repetir el proceso con insistencia, mientras una de mis manos acompaña el vaivén apretando con fuerza la base de su tronco, tal y como le gusta, y la otra mano se dedica a empujar y mover el plug dentro de sus entrañas. Se estremece y gime sin control a mi merced, próximo al éxtasis. Saco su polla de mi boca y repto por su torso hasta su cuello, donde detengo el viaje un momento para darle un beso, antes de alcanzar el lóbulo de su oreja.

—Te lo tienes que quitar ahora mismo por dos motivos.

—¿Cuáles?

—El primero es que no es su sitio, el segundo es que está ocupando mi sitio.

—¿Trenecito con amigo de goma?

Asiento con los ojos deslumbrando lujuria, tumbándome junto a él en el sofá. Me empiezo a desabrochar el pantalón y él me ayuda arrancándome las deportivas. Apenas he bajado mi bóxer cuando él ya está acariciándome con sus besos, y apenas me quito la ropa cuando sus dedos están untando el lubricante frío entre mis nalgas. Me la come con ganas, y con las mismas ganas hunde su dedo en mi esfínter buscando ese puntito que me hace ver el cielo. No sé cuánto tiempo pasa antes de que me meta el segundo, pero poco después se levanta sacándose el plug y saliendo del salón medio desnudo.

Respiro hondo y me masturbo. Es una caricia lenta y firme a medio camino entre la intención de mantener la erección y el deseo de correrme en este mismo momento. Pero todavía no.

Él vuelve desnudo, con ese abdomen plano y esos pectorales marcados que tanto me ponen. En una mano lleva el plug húmedo, en la otra lleva la caja de preservativos. Me vuelvo bocabajo y me alzo sobre mis rodillas y codos, ofreciéndole mi culo con sumisión. Escucho el bote disparar el chorro de lubricante y siento la punta hundirse en mi trasero hambriento. Presiona con diligencia cada centímetro de goma dentro de mí provocándome ese escozor desagradable, del cual me quejo.

—¿Estás bien? —me pregunta cariñoso.

—Métemela —ordeno.

Y me la mete. Cada centímetro de goma se desliza dentro de mí a ritmo lento pero constante, con la mínima compasión que deseo en este momento. Duele, sí, pero también me hace temblar de gusto. Me quedo un momento quieto dejando que mi cuerpo se acostumbre al plug que él no malgasta: se desliza entre mis piernas abiertas y se mete mi miembro arrugado en la boca, dándole el amor que necesita para que crezca rápido y fuerte. No tardo en levantarme, sintiendo con cada movimiento de mis caderas la goma hurgando en mi vientre. Ya no duele, sólo tengo ganas de correrme. Con una caricia diestra me pone el condón y ahora lo veo sentado frente a mí, de nuevo con los pies en alto y las rodillas separadas. Ahora es él quien se ofrece sumiso.

Derramo un poco de lubricante sobre mi polla ardiente y lo desparramo con caricias cuidadosas, temiendo estallar. Llevo sus piernas sobre mis hombros y apoyo mi capullo en su trasero dilatado, que me recibe con avidez. Un instante después se estremece conmigo dentro, mientras nuestros labios y brazos se entrelazan. El amor se funde con el cálido roce de la pasión y empiezo a embestirle con fuerza, sintiendo cómo el plug parece hundirse dentro de mí cada vez que mis nalgas se tensan. Cada vez que el juguetito me golpea en la próstata, yo le golpeo con más fuerza a él; cada vez que eso sucede gime con más gusto, agarrándome de la nuca para que mis labios no escapen a su pasión.

Bufo y siento que mi mundo se desvanece a mi alrededor. Mi cuerpo se contrae mientras exploto dentro de sus entrañas, pero esa tensión hace que el plug roce con más intensidad en mi próstata, haciéndome berrear. La combinación de estímulos hace que él estalle unos segundos más tarde, disparando varios chorros de semen: el primero va a parar a su mejilla y al sofá, el segundo le llega al cuello y al pecho, los otros dos se desparraman sobre su vientre inundando su ombligo.

Él quiere abrazarme, pero yo aún no he tenido suficiente. Cuando termino de amar sus labios, deslizo mi lengua sobre su mejilla y recorro limpiando cada centímetro de su piel suave y pálida, rumbo que acaba terminando en su miembro morcillón, que me meto por última vez en la boca. Está sensible y se contorsiona y gime y suplica que pare, incluso intenta detenerme con sus brazos, pero no tengo compasión hasta que siento un último trallazo de semen caliente inundar mi boca. Es entonces cuando me quito el condón, lo ato, lo tiro y me desplomo abrazándome a él, arrastrando la manta sobre nosotros.

Ambos resoplamos, exhaustos y satisfechos.

—¿Ves cómo teníamos que comprar juguetes?