En Tierra de Svears (y 6 - Fin)

Sexta parte. Una muchacha cristiana busca a su amada en la Escandinavia del siglo XI. Conclusión.

Contuve la respiración mientras aquella malcarada mujer dejaba de zurcir y me escrutaba con suspicacia.

-¿Brynja? No. La mujer del jarl no se llama Brynja ni proviene de Birka. Su nombre es Drífal. Nuestro jarl y ella llevan más de diez años casados.

Sentí ganas de llorar, de gritar, de caerme al suelo y no levantarme jamás. Llevaba muchos meses buscando a mi amada, sin el menor éxito. Atravesando bosques y tierras heladas, al borde de la inanición, jugándome la vida cada día.

Había aprendido a sortear los grupos de forajidos que merodeaban por los parajes, escondiéndome cuando divisaba algún rastro de ellos, encomendándome al Altísimo para no caer en sus garras y sufrir la muerte o un destino peor.

También se decía que en los bosques moraban hombres que no eran hombres sino bestias. Ulfwerenar , demonios que buscaban presas con las que saciar su hambre. Desconozco la veracidad de tales leyendas porque, gracias a los Cielos, tuve la suerte de no toparme con ninguno en mi viaje.

Gracias a las monedas y las joyas que Gudrid me dio había logrado evitar morir de hambre, cambiándolas por comida e información en los pueblos que había visitado.

Pero el resultado no podía ser más desalentador. Había indagado en cada poblado o villa que había pisado, sin ningún resultado. Era como si a Brynja se la hubiera tragado la tierra.

Kjell era un reputado líder en Sverige. Al principio pensé que su hija habría sido entregada a algún jarl distinguido, como correspondía con su posición social. Pronto la realidad me golpeó dolorosamente. La gente a la que pude preguntar no conocía ninguna esposa de ningún líder llamada Brynja. ¿Tal vez algún comerciante acaudalado o algún afamado guerrero sin tierras? La suerte no me sonrió. Nadie parecía conocer a ninguna Brynja hija de Kjell de Birka.

A veces la desesperación me invadía y me preguntaba si merecía la pena continuar con aquella interminable ordalía. Al segundo siguiente me odiaba a mí misma por tener esos pensamientos. Pero ¿y si Brynja estaba felizmente casada y amaba a su marido? ¿Y si se había olvidado de mí? ¿Y si…? ¿Y si había…? ¿Muerto? Tal vez fuese una búsqueda inútil. ¿Merecía la pena tanto sacrificio?

Avergonzada, hundí mis uñas en la palma de mi mano hasta sentir un dolor lacerante. Recordé los cilicios y látigos que una vez vi en la iglesia de Catoira con los que los más fieles se mortificaban. Eres una mierda, Juana, me dije a mí misma, eres una inmunda pecadora, débil, cobarde, que no se merece a alguien como Brynja.

Seguirás buscando. Hasta encontrarla.

Volví a la realidad mientras la mujer de aquella aldea continuaba observándome con desconfianza. Sin duda se preguntaba qué hacía una extranjera como yo tan lejos de su tierra. Agradecí a Dios que un herrero que no hizo preguntas hubiera podido quitarme el grillete de la muñeca con el que me encadenaron cuando iban a haberme sacrificado, hacía ya tanto tiempo. Toda una vida.

La mujer escupió al suelo y continuó hablando.

-No, la mujer del señor no es ninguna Brynja. Aquí la única Brynja que conocemos es Brynja la Loca, una esclava.

Me dispuse a agradecerle su amabilidad y reanudar mi búsqueda. De pronto, una intuición golpeó mi cerebro.

-¿Brynja la Loca?

-Sí, mal rayo parta a esa puerca. Estará por allí, en las afueras de la aldea, embreando velas.

Sin contestar siquiera, me dirigí lo más rápido que pude hacia donde aquella mujer me había indicado. No podía ser. Brynja era la hija de un jarl , era imposible que se hubiera convertido en un thrall , una sierva, en un sistema de castas tan estratificado como el nórdico. Pero las palabras de Larson retumbaban en mi cerebro. “ Brynja… Ha perdido la razón. Gritaba y chillaba constantemente y tenía que ser atada ”.

¿Puede… Puede que fuera ella?

Varias mujeres estaban sentadas en una pradera, fuera de la empalizada de la aldea. Extendida sobre la hierba, se hallaba la vela de un drakkar , confeccionada de lana de oveja, el pelo exterior utilizado para la urdimbre y el interior, más suave, para la trama. Las mujeres extendían brea y grasa por la superficie, para impermeabilizarla y hacerla resistente al agua. Era un trabajo especialmente penoso por el hedor de la brea, reservado únicamente a los esclavos de más baja estofa.

Fijé la vista en una de las mujeres. Mi corazón se detuvo y no me moví del sitio, por temor a que todo se difuminara y no fuera más que un sueño que cualquier movimiento mío hiciera desaparecer.

Y así permanecí mucho tiempo, quieta y en silencio.

Contemplando a Brynja.

Parecía haber envejecido diez años. Su cabello, otrora dorado como el oro, estaba desgreñado y sucio y una terrible cicatriz surcaba el lado izquierdo de su demacrado rostro.

Brynja levantó la mirada, como si hubiera sentido la mía. Al principio, pareció no haberme reconocido y la bajó de nuevo hacia la vela. Súbitamente, levantó su cabeza y palideció al verme. Yo ya me había acercado hasta estar a menos de un metro de ella.

-Brynja.

La muchacha vaciló y pareció aterrorizada, mientras balbuceaba sílabas sin sentido con la mirada extraviada. Entonces caí en la cuenta de que debían haberle dicho que yo había muerto, sacrificada a los dioses. Debía tomarme por un fantasma. Me arrodillé frente a ella.

-Estoy aquí, Brynja. Soy yo, Juana.

Su chaleco estaba arremangado y observé que sus brazos estaban cubiertos de moratones. Y pude ver a pesar de sus gruesos ropajes de lana que estaba embarazada de muchos meses. Su expresión seguía perdida, contemplándome vacilante murmurando ininteligiblemente. Intenté que mi voz no se quebrara en sollozos.

-Brynja, por favor, dime algo. He cruzado toda Sverige para encontrarte. He… Háblame, por favor.

Agarré su mano y una mueca de dolor cruzó su rostro. Fugazmente abrió su boca y pude ver algo que me dejó paralizada.

-Brynja, mi vida, ¿qué te…?

La muchacha intentó alejarse de mí, pero la retuve por la muñeca. Con mi otra mano abrí su boca a la fuerza, mientras Brynja lloraba desconsoladamente y emitía unos lamentos que sonaban como ahogados maullidos.

Me tapé la boca con la mano para no gritar de horror. Brynja no tenía lengua. Se la habían cortado. Las palabras de Larson inundaron de nuevo mi mente. “

Gritaba y chillaba constantemente y tenía que ser atada

”.

Entonces lo comprendí todo. Contemplé su avanzado estado de gestación. Brynja no había llegado a ese pueblo como mujer del jarl , sino que había sido vendida como thrall . Como sierva de la clase más baja, destinada a satisfacer los deseos sexuales de sus amos, hasta que éstos, hartos de sus continuos gritos, habían decidido atajarlos de la manera más cruel y despiadada.

Temblaba de rabia mientras Brynja lloraba y me contemplaba de manera suplicante. Me invadió una furia que jamás en mi vida había sentido, ni siquiera cuando Kjell me golpeó salvajemente. En ese momento, que Dios me perdonase, si hubiera sido un poderoso guerrero, hubiera asesinado a todos los habitantes de ese poblado, lo hubiera arrasado a sangre y fuego.

Extendí mis brazos hacia Brynja.

-Brynja, mi amada, vámonos de aquí…

No hizo falta decir más. La muchacha se lanzó hacia mis brazos, temblando como una niña desamparada. La abracé besando su frente y sus mejillas mientras nuestras lágrimas se mezclaban.

-Nadie volverá a hacerte daño, mi vida. Nunca. Lo juro por Dios.

Nos incorporamos y nos dirigimos hacia el bosque. Agarré con fuerza el cuchillo que Larson me había dado y que aún conservaba. Si alguien hubiera intentado detenerme, se lo hubiera clavado en el corazón aunque aquello me hubiera condenado al infierno. No hizo falta. Las mujeres que embreaban las velas se encogieron de hombros, cuchichearon algo entre ellas y siguieron trabajando.

Las siguientes horas, avanzamos a paso rápido, en silencio. Salimos del camino y nos internamos en la espesura, dificultando que alguien siguiera nuestros pasos. La pena aplicada a un esclavo que huía solía ser la muerte.

Brynja me seguía como un perrillo faldero, aunque de vez en cuando tiraba de mi manga para llamar mi atención. Yo le decía que no podíamos perder tiempo y no detenía nuestro avance. Me debatía en un mar de dudas. Pensaba que debía estar feliz. Había encontrado a Brynja. En cambio, me sentía mal, culpable. Sentía una opresión en el pecho y garganta y notaba cómo las lágrimas se agolpaban en mis ojos. Mi amada había sufrido lo indecible. Por mi culpa. Por amarme.

De pronto divisamos un pequeño lago entre la foresta. Unas fumarolas surgían de sus aguas. Al avanzar, comprobé con sorpresa que el agua estaba caliente. Quizás alguien más ilustrado y sabio me hubiera explicado que se trataban de aguas termales, que por ignotos procesos geológicos surgían de las entrañas de la tierra a una temperatura mayor que la ambiental. Yo no sabía nada de aquello. Para mí, simplemente, se trataba de un milagro del Altísimo.

-Creo que ya hemos avanzado lo suficiente. Aquí no nos encontrará nadie. Además, mataría por un baño de agua caliente.

Brynja me miró vacilante y apartó la mirada.

-Vamos, cariño, desnúdate. Apestamos. ¿No quieres sentirte limpia?

Brynja rompió a llorar. Cuando me dirigí hacia ella, intentó evitarme. Musitó unos sonidos ininteligibles y se llevó la mano hacia su mejilla, tratando de evitar que mirara su cicatriz. Sus labios formaron una palabra que no pudo pronunciar. “Fea”.

Mi voz tembló. Con la mayor suavidad que pude, como si temiera asustarla, aparté su mano.

-No, no, no, mi vida. No hay nada de ti, nada que sea tuyo, que pueda encerrar fealdad. No hay nada que pueda hacerme no desearte.

Acaricié la mejilla desfigurada de Brynja y deposité un beso en sus labios. Poco a poco, en su rostro se fue formando una sonrisa.

-¿Ves como eres preciosa?

Sin dejar de besarnos, ambas nos desnudamos y penetramos en la laguna. Las espantosas cicatrices de latigazos en la espalda de Brynja me causaron escalofríos, pero intenté que pareciera que me lo provocó el contraste entre el calor del agua y el aire fresco.

Sus dedos recorrieron con aprensión, como si temiera hacerme daño, mi fracturado tabique nasal. Me miró interrogante. Pensé en decirle que fue su padre, Kjell, quien me la rompió y me dio la paliza más grande de mi vida. Pero no dije nada. Todo aquello había quedado atrás. Ya no importaba.

-Ya ha pasado todo, Brynja. Todo va a salir bien.

Nos frotamos bien la piel con unos pedazos de tela gruesa y áspera, la una a la otra, limpiándonos de toda la suciedad pegada a nuestros cuerpos, hasta que nuestros dedos quedaron arrugados por el calor del agua. Me pregunté si habíamos muerto ya y alcanzado el paraíso.

En menos de un minuto me hallaba sumida en un deseo casi doloroso. Por primera vez desde que encontré a Brynja fui consciente de la cercanía de su cuerpo. Olvidé sus cicatrices y sus moratones. Sólo era consciente de sus mojadas curvas, sus preciosos senos, su hermoso cuello y sus adorables ojos. Mis ojos se desviaron hacia su prominente tripa. Ya no me importó. No me importó quien fuera el bastardo de su padre. Sólo sabía que sería el hijo de Brynja, de mi amada. Me prometí que también sería un hijo o hija para mí.

Besé su cuello mientras ella me sonreía nerviosa, casi asustada. Le susurré en su oído.

-Eres preciosa, mi vida… Te he echado mucho de menos… Mucho…

Ambas nos recostamos en el agua. Mis dedos dibujaban círculos lentamente sobre la tensa piel de su tripa. Quise hacerlo con cariño, con delicadeza. Las yemas de mis dedos rondaron suavemente en torno a su ombligo. Acaricié su enorme barriga con mi mano. Redonda, suave, tersa.

Su mano se hundió en mi mojado pelo y me llevo hasta sus labios, jadeante, ansiosa, como si ella, al igual que yo, no pudiera aguantar un segundo más sin hacer el amor.

Sí, hicimos el amor. Primero lentamente, con delicadeza. Luego con rapidez, como si el mundo se fuera a acabar en unos instantes. Nos besamos con hambre la una de la otra, nos acariciamos, nos frotamos, nos sujetamos como si tuviéramos miedo a separarnos de nuevo. Hicimos el amor hasta gemir y ahogar nuestros gritos en la piel de la otra, hasta agitarnos y convulsionarnos, hasta que nuestras fuerzas nos abandonaron y caímos exhaustas y abrazadas.

Las dos permanecimos desnudas, entrelazadas en un nudo que ninguna quería romper, mientras continuaba acariciando su adorable barriga. Le conté mis planes. Le dije que nos dirigiríamos al suroeste. Que había escuchado historias de que el rey de la vecina Ostlandet había comenzado la cristianización de su reino. No por verdadera convicción, desde luego, sino por motivos políticos, para afianzar su poder y sacudirse el yugo de la pagana Jutlandia. El resultado era que muchos cristianos, junto con refugiados y fugitivos, habían comenzado a migrar hacia esas tierras, buscando algo de protección.

Viajaríamos hacia allí, para evitar a nuestros perseguidores. Por fin podríamos asentarnos en una tierra y podríamos, por fin, vivir juntas. Le conté lo felices que seríamos las dos con su hijo. Brynja sonreía y poco a poco fue quedándose dormida entre mis brazos, con un sueño intranquilo, inquieto, como si sufriera pesadillas. Pegué mi cuerpo al suyo y me arrebujé bajo la manta, mientras la abrazaba y susurraba que no pasaba nada. Poco a poco pareció tranquilizarse y seguir durmiendo.

La luna, sobre nuestras cabezas, parecía contemplarnos. Un poco de paz ante el arriesgado trayecto que nos aguardaba.

EPÍLOGO

Un niño de unos diez años corre por la pradera, alocadamente, con un largo palo en su mano, con el que golpea furiosamente el aire. Su larga melena rubia destella a la luz del sol mientras se detiene frente a un grupo de cabañas. Al lado de una de ellas, hay una huerta en la que una mujer, arrodillada, recoge unas coles.

-¡Mamá, mamá! Voy a bajar al río con Hallord, Gunnlaug y Grim. Hemos oídos que varios chicos paganos nos han retado y nos esperan allí. ¡Vamos a dar una lección a esos sucios perros! Van a llevarse una paliza que no olvidarán. –El niño agita el palo, sacudiendo a invisibles oponentes.

La mujer se aparta un mechón de su oscuro pelo de la frente y mira con severidad al muchacho. La plata mancha sus cabellos y las arrugas surcan su rostro. Su nariz rota le da un aire duro. Habla con fluidez el idioma nórdico, aunque se nota sin dificultad un atisbo de un acento extranjero.

-Escúchame, jovencito. Te prohíbo que vayas al río con esos brutos a partiros la cara. ¿Es que no has escuchado los sermones en la iglesia? Cristo no necesitas que le defiendas a palos. Cristo nos dijo que amáramos al prójimo como a nosotros mismos.

-¡Pero mamá! Los paganos no son “prójimo”. ¡Son enemigos!

La mujer termina de cortar el tallo de la col mientras prosigue hablando pacientemente.

-Y aunque lo fueran, ¿qué? Cristo nos dijo que amáramos a nuestros enemigos, que hiciéramos bien a los que nos aborrecieran, que bendijéramos a los que nos maldijeran y que oráramos por los que nos calumnien. Dijo: como queréis que os hagan los hombres, así les debéis hacer vosotros. Y supongo, jovencito, que a ti no te gustaría que te rompieran un bastón en el lomo, así que, mejor, ¿por qué no me ayudas a recoger estas coles?

-Pero mamá, el sacerdote Starkad dice que los paganos son malos y que el mundo debería quedar libre de su impura presencia antes del Advenim…

-¡Tu madre era pagana, Bjorn! ¡¿Lo has olvidado ya?! Tu madre Brynja era la persona más dulce y buena sobre la faz de la tierra! ¡Era mucho mejor que muchos cristianos que se dicen santos y por supuesto mil veces mejor que ese sapo de Starkad! Ese sacerdote debería predicar más amor y no vomitar odio contra la gente.

La mujer pasa su mano contra sus mejillas mientras sorbe sus lágrimas.

-Perdóname, mamá. No quería hacerte llorar…

-Lo siento, cariño. Ha sido culpa mía. No quería gritarte.

El niño deja caer el palo al suelo, se arrodilla junto a la mujer y comienza a escarbar en torno a las verduras. La mujer sonríe.

-Muy bien, cariño. Debes quitar las hojas más exteriores, que son las que sobran.

-Mamá…

-¿Sí, Bjorn?

-Háblame más de mi madre, de Brynja.

La sonrisa de la mujer se acentúa.

-Tu madre era la mujer más maravillosa que conocí en mi vida. Era muy hermosa. Su cabello era tan dorado como el tuyo y sus ojos… Tienes sus mismos ojos. A veces me parece verla cuando te contemplo. No debemos preguntarnos por los inescrutables designios de Dios, así que no sé por qué se la llevó a su lado hace ya siete años, por unas fiebres. Supongo que era tan buena que Dios quería tenerla a su lado. No lo sé…

La voz de la mujer tiembla, pero prosigue hablando.

-Al principio me puse muy triste, pero hay que resignarse. Lo cierto es que dentro de unos años me reuniré con ella.

-¿Podré ir con vosotras?

-Claro, hijo, pero tú tardarás mucho más tiempo. Antes de ello tienes que vivir una muy larga vida, tienes que encontrar a tu amor, ser feliz y hacer cosas importantes…

La mujer deja caer una de las coles en la caja de madera, mientras el niño la escucha encandilado.

-Yo quería mucho a tu madre. La amaba con toda mi alma. ¿Quieres saber cuándo me di cuenta de ello?

El chico asintió impaciente.

-Recuerdo aquel día como si hubiera sido ayer. Fue hace ya más de diez años, en Birka, la tierra de los svears. Yo no era más que una esclava raptada en una incursión a un país muy lejano y tenía mucho miedo. Tu madre Brynja era la única que me trataba bien y que me protegía. Nos hallábamos recostadas en la ladera de una colina cerca de la aldea, contemplando el nublado cielo sobre nuestras cabezas. Recuerdo que podía escuchar el rumor de las olas batiéndose contra el acantilado. Hacía mucho frío, más que aquí, y el vaho escapaba de mi boca. A mi lado estaba ella, mucho más alta que yo, con su piel pecosa, su cabello rubio y sus ojos azules, mirándome. Recuerdo que pensé que los ángeles debían tener su aspecto…

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Fin

A tod@ aquél que haya llegado hasta aquí, muchas gracias de todo corazón. Y especialmente, a Aurora la Diosa, Ana, Nyctidromus, Karina, Dik, Shantyy, Alphamon, Biitersweet, Farrukilla, Paty Hernández y Flopy.

Espero que os haya gustado. Un fuerte beso a tod@s