En Tierra de Svears

En el siglo XI de nuestra era, una muchacha cristiana es raptada durante una incursión escandinava.

Corría el año 1030 de nuestro Señor. El estruendo de las olas rompiendo contra el acantilado llegaba débilmente a mis oídos. Contemplé el nublado cielo sobre mi cabeza y me distraje observando cómo el vaho escapaba de mi boca. Temblé involuntariamente. ¿Por qué tenía que hacer tanto frío en este condenado país?

Me hallaba recostada en la ladera de la colina de una aldea cercana a Birka, en Sverige. A mi lado se hallaba otra muchacha, Brynja. Formábamos una extraña pareja. Yo era menuda, de tez cetrina y corto cabello moreno. Ella era una gigantona nórdica de piel pálida y pecosa y larga cabellera rubia, que en ese momento me escuchaba con rostro embelesado. Retomé la conversación que manteníamos en latín vulgar. Yo apenas chapurreaba un poco del rudo dialecto de aquellos paganos.

-Y entonces Dios...

-Perdona... ¿cuál de ellos?

Me santigüé, rezando mentalmente una plegaria por la salvación del alma de mi blasfema amiga.

-¡¿Qué Dios va a ser, tonta?! Dios, el único y verdadero.

-Un solo Dios... Desde luego, que raros sois los cristianos... Anda, prosigue.

-Bueno, pues como te decía, Dios creó al principio los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían el haz del abismo. Dijo Dios: "Haya luz" y hubo luz. Ese fue el primer día. Dijo luego Dios: "Haya firmamento en medio de las aguas, que separe unas de otras" y así fue. Llamó Dios al firmamento cielo y hubo tarde y mañana. Dijo luego: "Haga brotar la tierra hierba verde, hierba con semilla y árboles cada uno con su fruto..."

-¡Qué tontería! Hasta el niño más inculto sabe que el mundo se formó con los restos del gigante Ymer , creado por el calor del Muspel y el frío del Nifel . Su cráneo es la bóveda celeste que nos rodea en este momento y las nubes sus sesos. Las montañas son sus dientes y los árboles sus pelos...

-¿Dientes? ¿Pelos?

No pude soportarlo más. Agarrándome el estómago reí a mandíbula batiente, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas por el efecto de las carcajadas. Poco a poco fui serenándome y dejé de debatirme por la risa. Me giré hacia Brynja, temiendo por un instante haber insultado a las creencias de mi amiga escandinava, pero me sorprendí cuando vi que Brynja me sonreía. Ésta me pasó la mano por los pómulos, enjugándome las lágrimas que resbalaban. No pude reprimir un involuntario escalofrío.

-¿Sabes, Uan-a? Cuando te ríes se te forman dos hoyuelos en la mejilla muy bonitos. Deberías hacerlo más a menudo.

Me quedé en silencio, incómoda. De pronto era consciente de la cercanía física de mi amiga y me sentí extraña, como me había ocurrido más de una vez a su lado. Me lo había negado a mí misma, pero desde hacía unos meses creía que me sentía atraída por aquella gigantona. Incluso me parecía derretirme cuando pronunciaba mal mi nombre, "Uan-a", en vez de Juana. De un tiempo a esta parte, había comprobado sin dificultad que la actitud de mi amiga hacia mí se había vuelto mucho más... afectuosa, pero había intentado ignorarlo. Me rozaba y tocaba muy a menudo, y sus caricias me enardecían la sangre. Brynja se acercó más, aproximándose dubitativamente a mi rostro.

Sus ojos eran como dos mares, tan azules y profundos que me sumían en una sensación extraña, como nunca antes había sentido. Mi corazón latía como un potro desbocado. No podía evitar fijarme en detalles como el largo pelo dorado de la norteña, que caía hasta sus hombros, como oro finamente tejido. Los ángeles de los que tanto hablaba el sacerdote de Catoira debían tener el mismo aspecto que Brynja. Los recuerdos hicieron acto de presencia. Ángeles, sacerdotes... pecados...

" Arderás en el infierno ".

-Espera, Brynja. Esto no está bien...

Su rubicundo rostro se ensombreció, mientras fruncía el ceño.

-Es por culpa de tu religión, ¿no? Por todo eso que me contaste sobre el pecado. -Brynja bufó. -El pecado, el infierno... Tu religión es oscura y terrible. Cada cosa que haces está mal, y has de sentirte culpable. Es necesario pedir permiso a tu Dios, y arrepentirte después, hasta para ir a mear.

-¿Y la tuya? ¡Todo está permitido! Los vikingos sois los señores del mundo... Todas las tierras del sur están indefensas bajo vuestras espadas. La gente del sur sólo vive para divertiros... y para daros esclavos.

La miré con amargura, mientras rememoraba aquél terrible día, hacía ya dos largos años.

" Los vigías gallegos de Catoira no salían de su asombro. Por el mar llegaban cuatro veces los dedos de una mano de embarcaciones con el mascarón del dragón, en cuyas cubiertas se distinguían escudos redondos y afiladas hachas. Veinte barcos delgados, de quilla finísima, estilizados y ágiles, que se deslizaban por el Cantábrico con sigilo y velocidad, rumbo hacia la ría de Arousa y desde allí a Compostela, corazón del Reino de Galicia. ¡Vikingos! Guerreros rubios blandiendo hachas y espadas saltaron a tierra en medio de un griterío ensordecedor. De pronto, se escuchó un clamor todavía mayor. De las dos torres vigías llamadas Torres del Oeste, surgieron cientos de lugareños blandiendo sus aperos de labranza y dirigidos por clérigos que, maza en mano, se unieron a la batalla. La ofensiva fue terrible y la orilla se tiñó de sangre, pero los vikingos fueron obligados finalmente a retirarse. La alegría de Juana, una chiquilla de dieciséis años que se había unido a los defensores para proteger su tierra, no duró mucho. Un fuerte golpe propinado con el mango de un hacha la sumió en las oscuridad más absoluta. Cuando despertó se hallaba amarrada como un fardo en la cubierta de una de las serpientes-largas. Ni siquiera pudo incorporarse para contemplar cómo su patria se alejaba y quedaba atrás, quizás para siempre ."

Salí bruscamente de mis recuerdos cuando Brynja me miró con rudeza antes de sujetarme por la nuca. Con fuerza me atrajo hacia si y juntó sus labios con los míos rudamente. Cerré los ojos y me encontré respondiendo a su beso. Era mi primer beso. La sensación era extraña, húmeda... deliciosa. Ni siquiera se me pasó por la cabeza resistirme. Cuando ambas deshicimos el abrazo, un hilillo de saliva continuó durante unos segundos uniendo nuestros labios. Me quedé sin aliento y sin palabras. El rostro de Brynja era severo.

-Sabes que para mí nunca has sido una esclava.

Contemplé a la nórdica en silencio. Brynja era la hija del Jarl o jefe de la aldea a la que llegué como esclava. Ambas éramos de la misma edad. Al principio, me sentí aterrorizada al contemplar la estatura y musculatura de la vikinga, pero desde el primer día ésta se portó conmigo como una hermana, ajena al hecho de hallarse ante una cautiva extranjera. Desde aquel día fuimos inseparables. Entre nosotras nació una gran amistad que poco a poco, y por mucho que me negase a reconocerlo, se había transformado en algo más. Nunca había conocido a nadie como ella. En mi tierra, la homosexualidad era vista como uno de los pecados más graves, una enfermedad vergonzosa que debía ocultarse y reprimirse como un obsceno estigma. Aquí, Brynja no le daba más importancia a su orientación sexual que al color de su pelo.

Brynja, enfurruñada, hizo ademán de levantarse, pero la retuve por el brazo. Se volvió inquisitivamente hacia mí.

-Espera, por favor. No te vayas...

La norteña me miró a los ojos. Su mirada me taladraba.

-¿Estás segura? No quiero que hagamos nada que no quieras hacer.

-La verdad es que no lo sé... Pero no me importa.

" Arderás en el infierno ".

Estaba sonrojada y bajé la vista, avergonzada. Acerqué mis labios a los suyos. Sus brazos me rodearon. Por un momento, me sentí cómo una muñeca de trapo aplastada entre los brazos de un gigantesco niño, pero su contacto era suave, amable. Su lengua entró en mi boca. Gemí asustada y abrí los ojos. Su rostro era tan dulce que me transmitió una inmensa tranquilidad. Rocé su lengua con la mía. Ignoro cuánto tiempo permanecimos así. La besé en la frente y su mejilla y, casi sin querer, deslicé una mano hacia sus abundantes pechos.

No podía creérmelo. Acababa de besar a otra mujer. Y había sido lo más maravilloso que me había sucedido en mi vida. Brynja se quitó su gruesa camisa de lana, ajena, al parecer, al frío reinante. Quedé anonadada ante sus anchos hombros, sus musculosos brazos, y, sobre todo, sus generosos senos.

-Bi-Bien... ¿Qué... Qué se supone que tenemos que hacer ahora? -Intenté que mi voz no temblase, sin ningún éxito, a mi pesar.

-¿Es la primera vez?

-S-Sí.

-Muy bien. Aprenderemos juntas.

Brynja me tumbó sobre el blando suelo, y a continuación se echó a mi lado. Sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo mientras besaba mi cuello. Su mano se escurrió por entre mis ropajes y lentamente pasó por mis pechos. Me despojé de mi camisola por encima de mi cabeza, y acto seguido, Brynja chupó el contorno de mis pechos y subió con ansia hacia mis erectos pezones, que fueron fruto de sus labios. Me miró con sus ojos brillando. En ellos se leía miedo, anhelo, confusión, amor... Todo a la vez.

-¿Te gusta?

Asentí, sin poder hablar. Era como si ver a Brynja desnuda me hubiese dejado sin habla. Mientras, una de sus manos se había colado por mis faldones y sus dedos se deslizaron hacia mi vagina, encontrando sin dificultad una palpable humedad. Me estremecí, y no fue por el frío.

Como si fuese otra persona, avancé una mano hasta posarla sobre uno de los enormes pechos de mi amiga. Me sentí estúpida, torpe, asustada. Mi boca estaba completamente seca. Lo masajeé suavemente, con miedo, como si temiese romperlo. Brynja pareció detectar mis aprensiones, y sujetando mi mano con las suyas, la apretó sin miramientos contra su seno. Sentí su pezón endurecerse bajo mi palma.

La muchacha me observó y sonrió. En aquel momento, nada más importaba para mí. Hubiese hecho cualquier cosa por ella, incluso desafiar a todo lo más sagrado. Me daba igual que Brynja fuese un súcubo enviado para tentarme desde la más profunda de las simas del averno. No podía haber, no había nada malo en lo que estábamos haciendo. " Arderás en el infierno ". La lúgubre figura del sacerdote embutido en sus negros ropajes quedó atrás, difuminándose hasta desaparecer.

Con una sonrisa pícara, Brynja me tendió boca arriba sobre el suelo y fue deslizándose hasta quedar fuera de mi vista. Intentaba controlar mi respiración cuando noté cómo los dedos de mi amiga separaba mis labios vulvares. Cuando encontró mi lugar más secreto fue como si una oleada de fuego recorriese mi cuerpo. De pronto, sus dedos fueron reemplazados por la tibieza y humedad de su lengua. Intenté sacudirme, por el casi insoportable placer, pero la muchacha me retuvo. Mordí mi labio inferior con fuerza, hasta casi sangrar. Ya no supe si estaba en el cielo... o en el infierno.

-¡Brynja! Yo...

La escandinava posó un dedo sobre mis labios para hacerme callar. El olor de mi propio sexo lo impregnaba.

-Si tú quieres, Uan-a, me detendré.

-Yo... No. Por favor, sigue.

Me sonrió con una expresión que ya conocía muy bien, la de la chiquilla traviesa que consigue todo lo que se propone. Se volvió hasta que mis muslos quedaron entre los de ella, como una doble tijera. Nuestros sexos comenzaron a frotarse, lentamente al principio, frenéticamente después. Brynja sostuvo mi pie cerca de sus labios, y lo besó casi con desesperación, mientras ambas gritábamos casi al unísono. El clímax nos llegó casi a la vez.

Ambas nos tendimos, extenuadas, desnudas, besándonos, entrelazadas, acariciándonos. Por un momento, dudé dónde terminaba mi piel y empezaba la de ella. Miles de pensamientos cruzaban mi mente sin orden ni concierto. El sacerdote de Catoira, Sverige, mi Galicia natal, Brynja, mi fututo, nuestro futuro...

-¿Brynja?

-¿Si?

-Creo que te amo, pero me estoy congelando.

La escandinava rió con ganas. Sólo entonces se dio cuenta de que tenía la piel de gallina.

-Pareces un arenque congelado. Desde luego, qué frágiles sois los sureños. Anda ven...

La muchacha me abrazó con fuerza, mientras besaba con pasión mi cuello. De nuevo me sentí como una muñeca de trapo en los brazos de una osa.

-¿Brynja?

-¿Si?

-Me... estás... aplastando...

-Oh, perdona. A veces me dejo llevar... Volvamos al skalli .

El skalli era la vivienda del jefe. Una única y rectangular estancia donde vivían los miembros de la aldea, sin dependencias, y, sobre todo, sin intimidad.

-No... Todavía no. Quizá más tarde.

Abracé a Brynja y la besé en los labios. Su rostro se iluminó mientras volvíamos a tumbarnos sobre el mullido suelo. Quizá nunca volviese a caminar por entre mis suelos natales, quizá jamás volviese a salir de Birka. Pero por primera vez, no me importó, mientras Brynja estuviese a mi lado. Tal vez incluso llegase a acostumbrarme a este maldito frío.

¿Quién sabe?