En Tierra de Svears (5)
Y los días felices terminaron. Y llegaron los días oscuros.
Miré a mi alrededor, a la cabaña a la que había sido arrojada sin miramientos por dos guerreros escandinavos, a pesar de mis gritos y mis protestas. El techo no era muy bajo pero la puerta sí, hasta el extremo de que yo, que soy bastante baja de estatura, había tenido que entrar casi arrastrándome, empujada por las botas y las astas de las lanzas de los hombres.
De nada habían servido mis protestas y lloros. Grité que me sacaran de ahí, que quería saber qué había hecho. Ni una respuesta. La pesada puerta se cerró tras de mí y quedé sola, sin más compañía que las telarañas del techo. No había ningún tipo de ventanas, pero entraba algo de claridad por las rendijas de la madera.
Transcurrieron los días sin ninguna respuesta. Me arrebujé en mis ropas de lana, aterida de frío, alimentándome de los trozos de carne seca o pescado en salazón que lanzaban al suelo de paja cuando abrían la puerta y bebiendo de un pellejo de agua. No me dejaban salir de aquella prisión, así que tenía que aliviar mis necesidades en un balde de madera en un rincón.
Mis manos temblaban e intenté serenarme. ¿Por qué estaba allí? ¿Había cometido alguna ofensa? Las leyes de los nórdicos eran bastante lasas aunque crueles, pero estaba casi segura de no haber infringido ninguna, que yo supiera. Tras la fiesta de Yule , la vida en el pueblo había vuelto a su rutina, sobre todo acondicionando el terreno de los huertos para las próximas siembras. La vida era más tranquila, y Brynja y yo habíamos tenido más ocasiones para nuestros fugaces encuentros.
Hasta que, de pronto, sin previo aviso, había sido arrojada a esa prisión. Había notado que nadie del pueblo se había acercado para intentar hablar conmigo. Ni siquiera había visto a Brynja. ¿Por qué? ¿Es que acaso ella ya no me…? Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. No pienses en eso, idiota, me dije a mí misma. Todavía no sabes nada. No puedes hacer otra cosa sino esperar.
Una mañana, la puerta se abrió. El frío viento invernal aulló a mi alrededor, y entorné mis ojos, acostumbrados a la escasa visibilidad, ante la irrupción de luz. Un gigante se agachó para penetrar en la cabaña. Era el jarl de la aldea, el padre de Brynja.
-¡Kjell! ¡Mi señor! ¿Por qué he sido…?
Su mirada me hizo enmudecer. Su figura era imponente, amenazadora. Un hombre que superaba los dos metros, con unos brazos musculosos que parecían capaces de partir a un buey por la mitad, una larga barba rubia recogida en varias trenzas y unos ojos fríos y peligrosos, como un acerado mar embravecido. Siempre me había tratado con respeto, quizá por mediación de su hija, pero ahora podía ver el odio asomando a su mirada.
Callé y temblé de la cabeza a los pies, aterrorizada. Mis dientes comenzaron a castañetear, y no fue por el frío.
-Bruja cristiana…
Su voz fue apenas un susurro, pero el vello de mi nuca se erizó. Creo que nunca en mi vida había sentido tanto miedo.
-Has hechizado a mi hija… La has vuelto en mi contra…
-Perdonad, mi señor… No entiendo…
-¡Silencio!
Sin poder evitarlo, retrocedí asustada hasta que mi espalda chocó con la pared.
-Mi hijita…Siempre tan buena, tan obediente… Y tú la has embrujado. Me ha gritado. ¡A mí, a su padre! Y se ha negado a obedecerme. Su deber como hija es casarse con otro jarl . Y perpetuar nuestro linaje. Se escribirán sagas sobre las hazañas de mis nietos. Se cantarán canciones sobre ellos y sus nombres se pronunciarán con miedo y temor por sus enemigos, y traerán gloria a nuestra estirpe. Ese es el mayor orgullo de cualquier mujer.
No podía dejar de observarle, asustada. Intenté, inútilmente, que mis hombros dejaran de temblar.
-Y se ha negado. Me ha dicho que te ama… -pronunció las palabras con incredulidad, con asco -a ti, a una perra extranjera, a una esclava… Y me ha desobedecido. A su propio padre.
-Yo… Yo… Ella… Brynja tiene… tiene derecho a…su felicidad… a elegir…
Ni siquiera estaba segura que Kjell pudiera escuchar mi hilillo de voz, pero debió hacerlo. No vi llegar el golpe. Fue como un mazazo que me derribó al suelo.
-¡Silencio, bruja! ¡No pronuncies el nombre de mi hija!
Alcé mi cabeza hacia él, con lágrimas en los ojos. La sangre manaba de mi nariz. Creo que me la había roto.
-Por favor… No…
-Tu disfraz no me engaña. Eres un demonio extranjero, una bruja que ha venido a quitarme a mi chiquilla. Pero no lo lograrás. Yo te lo impediré.
Dio un paso hacia mí. Después otro. Sus manos cerradas en espantosos puños. Hice lo único que sabía hacer. Junte mis manos y miré hacia el techo de la habitación.
- Pater Noster, qui es in Caelis, sanctificetur nomen Tuum, adveniat …
Grité cuando los golpes se sucedieron. Uno tras otro. Grité y grité hasta que me atraganté y tosí sangre y no pude gritar más. Ningún milagro se produjo. No se abrieron los Cielos ni bajaron ángeles para impedirlo. Pero Mi Señor Jesucristo fue misericordioso. El quinto puñetazo me arrebató la conciencia y me sumió en la oscuridad.
Perdí la cuenta de los días. Las mañanas y las noches se fueron sucediendo, pero fui incapaz de contarlas. Me limité a permanecer sentada, con las manos abrazando mis rodillas, intentando no pensar en nada. Aquella cabaña se había convertido en todo mi universo.
Una mañana volvió a abrirse la puerta, pero, a diferencia de otras veces, no arrojaron comida sobre el sucio suelo. Abrí uno de los ojos. El otro todavía estaba amoratado e hinchado por la brutal paliza. Vi cómo entraba una persona.
Instintivamente, me arrastré rápidamente hasta una de las esquinas, con miedo, temiendo más golpes.
-¿Juana?
Era un hombre joven. Su rostro pecoso parecía preocupado. Tardé mucho en reconocerle. Su nombre era Larson, otro de los siervos de Birka.
-Juana, ¿estás bien?
Al instante pareció arrepentirse de la pregunta que acababa de hacer.
-Perdona, soy un estúpido que hace preguntas estúpidas. He sobornado a uno de los guardias para que me dejara traerte la comida y hablar un poco contigo.
No dije nada ni me moví. Todavía tenía miedo.
-Te he traído pan, queso y un poco de carne asada. Sin duda debes de estar hambrienta.
Me lo tendió, pero al principio no lo cogí. Estaba asustada. Temía que al intentar agarrar la comida, Larson me pegara y me hiciera daño. Se mantuvo paciente, con la mano extendida. Rápidamente, cogí la carne y la devoré, sin dejar de mirarle. El muchacho sonrió un instante aunque luego su rostro volvió a parecer inquieto.
-He pensado que debías saberlo. El Consejo decidió que… decidió que tú… vas a ser… te van a sacrificar a los dioses.
-Brynja.
-¿Qué?
-Brynja. ¿Qué ha sido de ella?
Larson pareció incrédulo, como si no pudiera creer que en ese momento me importara más conocer la suerte de mi amada que mi destino.
-Brynja… Ha perdido la razón. Gritaba y chillaba constantemente y tenía que ser atada. Su padre se la ha quitado de en medio, ha pagado su dote y ha prometido su mano a un jarl de otro pueblo del norte. Se la llevaron hace ya un mes.
-Mi pobre niña… ¿A dónde?
-¡No lo sé! ¡No sé a dónde se la han llevado ni me importa! ¡¿Es que no me has escuchado?! ¡Te van a sacrificar a los dioses!
Las palabras de Larson fueron penetrando poco a poco en mi cerebro. Aquello no tenía sentido. Los nórdicos solían sacrificar únicamente a esclavos y a enemigos a sus dioses, para que sus espíritus les sirvieran en la otra vida. Cerré los ojos mientras comprendía. Para Kjell, el jefe de la aldea, yo era ambas cosas.
-Lo… Lo siento. –Murmuró el muchacho.
Los sacrificios era algo espantoso de contemplar. La víctima era atada a una roca sagrada, donde los vitkis , los chamanes de los escandinavos, clavaban un cuchillo en sus entrañas. Tardaba mucho tiempo en morir, mientras los sacerdotes de aquella gente vislumbraban morbosamente cualquier grito, cualquier espasmo de su agonía en la creencia de que los augurios se mostrarían y predecirían el futuro. Después, el cadáver era quemado en una pira.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
-¿Cuándo?
-Para el equinoccio de otoño, dentro de unos meses.
Larson rebuscó algo ente sus ropajes, miró hacia la puerta, se aseguró que el guerrero que me custodiaba no mirara y lo depositó delante de mí.
-Adiós, Juana.
El muchacho se agachó y salió de la cabaña, sin atreverse a mirar hacia atrás. Contemplé el objeto a mis pies. Era un cuchillo pequeño. Enarqué una ceja. No era una guerrera. No tenía la menor oportunidad de enfrentarme al lancero que custodiaba la entrada con ese juguete, ni aún tomándole por sorpresa. Después caí en la cuenta. Larson no me lo había dado para que intentara huir.
Respiré hondo. Lo apoyé contra mi muñeca, intentando que no temblara, mientras mi visión se enturbiaba por las lágrimas.
Lentamente, transcurrieron los meses. Hasta que un atardecer, la puerta se abrió y entraron varios hombres. Me sacaron a empujones. Pude ver el sol en su crepúsculo, poniéndose por detrás del mar, con unos últimos rayos rojizos. No dije nada ni me resistí. ¿Para qué? No hubiera servido de nada.
La gente del pueblo me miraba con curiosidad mientras salíamos de él, dejando atrás la empalizada. Miré hacia atrás, sabiendo que sería la última vez que vería Birka.
Me llevaron hasta un monte alejado, donde se alzaban tres menhires cubiertos de runas indescifrables, lugares sagrados donde se honraba a los dioses y se realizaban los rituales. Me encadenaron por la muñeca derecha a una argolla fijada a una de las piedras y se fueron en silencio. Al amanecer del día siguiente se consumaría el sacrificio.
Styrmir, el guerrero que dejaron de guardián, me contempló con cara de fastidio, aburrido por la tarea de tener que custodiarme durante toda la noche. Dio una patada a un guijarro y se recostó contra una de las grandes rocas. Apenas quince minutos después, podía escuchar sus ronquidos.
Pensé en rezar, pero ninguna oración vino a mis labios. Quise gritar, maldecir a los dioses por mi suerte, blasfemar contra Dios, Cristo, Thor y Odín y su maldito silencio. Quizás ni siquiera hubiera dioses, puede que no fueran sino invenciones nuestras. Al día siguiente, iba a morir y quizás después no hubiera nada.
Ni siquiera en ese terrible momento tuve valor para rebelarme contra los dioses, reales o imaginarios. Siempre he sido una cobarde. No tuve agallas para suicidarme cuando tuve la oportunidad. Me arrodillé y recé a Dios para que me perdonara por mis blasfemos pensamientos y acogiera pronto mi alma pecadora.
Pronto paré de orar. Sólo podía pensar en Brynja. Sabía que no podía oírme, pero susurré que la amaba. Estuviera donde estuviera y sucediera lo que sucediera, la amaba. Mientras, el sueño me fue invadiendo lentamente.
Abrí los ojos de repente. ¿Había escuchado algo? ¿Un grito? Quizás hubiera tenido una pesadilla… Sí, probablemente sólo hubiera sido una… Un chillido espeluznante me sacó de mi error mientras un escalofrío recorría mi espina dorsal.
No había sido mi imaginación. Styrmir había palidecido y con expresión asustada atisbaba los alrededores. La antorcha no terminaba de alejar la oscuridad, sino que, además, hacía temblar y danzar las sombras cercanas. Los árboles cercanos parecían envueltos en una fantasmal neblina.
Una risa maligna pareció venir de todas partes, junto con un siseo amenazador. El hombre aferró con fuerza su lanza, que tembló visiblemente. Yo no pude sino mantenerme inmóvil, luchando para que mi vejiga no se vaciara sobre mis muslos.
Una forma fantasmagórica se fue formando entre la niebla, apenas visible por la luz de la antorcha. Parecía estar cubierta de negros ropajes y su rostro quedaba oculto por una gruesa capucha. Dio un paso hacia los menhires.
El guerrero apuntó con la lanza hacia la figura. Su voz temblaba de puro miedo.
-¿Quién… Quién eres? No des un solo paso o…
El extraño, embozado en la capucha, hizo caso omiso de sus advertencias y siguió avanzando. De pronto, se detuvo y se echó la capucha hacia atrás. Un hedor espantoso a putrefacción atenazó mis fosas nasales. El hombre gimió cuando contempló un blanquecino cráneo que le observaba con ojos malignos. La sonrisa de la calavera se ensanchó, su boca se abrió y un terrible grito desgarró la noche.
Styrmir gritó también de terror, dejó caer la lanza y huyó espantado, como alma que lleva el Diablo, dejándome a mi suerte.
Estúpidamente, yo también intenté huir. Por supuesto, la cadena me retuvo y caí al suelo dolorosamente.
La pavorosa aparición se giró lentamente hacia mí. Si las leyendas que había oído eran ciertas, se trataba de Hela, la Diosa de los Muertos, la encargada de recoger las almas de los moribundos y llevarlas hasta el Helheim , su reino infernal. Sólo en ese momento me di cuenta de que estaba aguantando la respiración y me estaba ahogando. Respiré apresuradamente mientras aquel ser avanzaba hacia mí, desenvainando una espada.
Estaba demasiado aterrorizada para preguntarme por qué una deidad maléfica necesitaba una espada, así que no reaccioné cuando el arma rompió de un mandoble la cadena que me ataba.
Yo seguí paralizada por el miedo y no me moví hasta que aquella espantosa aparición se echó a reír. Su voz era femenina y joven.
-Tendrías que haberte visto, Juana, la cara que has puesto. Claro que la del pobre Styrmir no le ha ido a la zaga. Si sigue corriendo de esa forma, ya habrá llegado al pueblo.
-¿Gu… Gudrid?
La muchacha rió, mientras se frotaba el rostro con hierba que recogió del suelo, intentando librarse del tinte blanco con el que se había cubierto la cara. De cerca, vi que había hollín alrededor de sus ojos, por eso me había parecido una calavera viva.
-Claro, muchacha, ¿a quién esperabas? ¿A Hela? Styrmir es un buen luchador, pero es tremendamente supersticioso. No podía derrotarle con la espada, así que recurrí a esta pantomima. ¿Me ayudas con esto?
Gudrid se desató la coleta que llevaba, liberando su cabellera pelirroja, y tiró lejos un pesado trozo de carne rancia que ocultaba bajo sus ropajes y con la que había simulado el olor a putrefacción que rodea a Hela en las leyendas. Yo seguía paralizada con la boca abierta.
-Bueno, ¿qué te pasa, chica? ¿Te ha comida la lengua el gato?
-¿Gudrid?
-¿Estás bien? ¿Te has dado un golpe en la cabeza o algo?
-¡Gudrid!
No pude decir más. Tan solo me abalancé a abrazarla. Creo que fue la primera vez en meses que sonreí, que reí y que lloré de felicidad. Antes de pensar siquiera qué estaba haciendo, nuestros labios se juntaron.
Permanecimos así mucho tiempo. Ninguna de las dos quiso romper ese abrazo, hasta que poco a poco lo deshicimos nerviosamente.
-No tenemos mucho tiempo. Supongo que los del pueblo creerán que Styrmir está borracho, pero a lo mejor vienen a comprobar si lo que cuenta es cierto. Mañana parto en un barco, un knarr , hacia el oeste, Juana.
Gudrid pareció dudar, nerviosa, como si no supiera qué palabras emplear.
-Viajaré hacia Vinland, las tierras recién descubiertas. Dicen que están habitadas por gente extraña, los skraelingar . ¿Ven… vendrías conmigo, Juana? Piénsalo… una tierra desconocida, presta a ser conquistada…
-Gudrid… Te debo la vida. Siempre estaré en deuda contigo, pero no puedo irme contigo. Tengo que encontrar a Brynja.
-Sabía que dirías eso. Eres terca como una mula. Quizás eso es lo que me atrajo de ti, canija.
No supe qué decir. Tuve ganas de estrecharla de nuevo en mis brazos, sentir sus pechos contra los míos, acariciar su cabello bermejo, besarla. Sonreí mientras mis ojos se llenaban de lágrimas.
-Sí, sabía que iba a ser inútil convencerte… Por eso te he traído esto.
Gudrid rebuscó entre su túnica. Sacó unas cuantas monedas de plata y oro y varios anillos.
-Te será útil mientras buscas a esa vaca culona. También tengo una saca con provisiones para varios días. –Gudrid sonrió. –Lo he robado. Creo que según tu religión eso me condena al infierno, ¿no?
Acaricié su mejilla intentando que mi voz no se quebrara en sollozos.
-Eres de las mejores personas que he conocido en mi vida. Y me siento orgullosa de llamarte “amiga”. Que Dios te bendiga, Gudrid.
Nos abrazamos de nuevo y la besé en la frente y en la mejilla.
-Vete ya, pequeña, o soy capaz de raptarte y llevarte conmigo. Tienes un largo camino por delante. Tendrás que robar una barca de algún pescador y dirigirte a Sigtuna, en el norte. Encuentra a Brynja. Sé que lo harás.
Me despedí de ella con la mano mientras bajaba hasta la costa en la oscuridad. Ambas llorábamos.
Fue la última vez que vi a Gudrid. Muchos años después escuché que había llegado hasta Vinland, que comerció con los skraelingar y que participó en muchos viajes y descubrimientos hasta que, en una de aquellas odiseas, su barco desapareció en una tempestad. Lloré desconsolada cuando lo supe, pero imaginé lo que ella misma me hubiera dicho: Morir haciendo lo que uno ha elegido hacer es una buena muerte. Dicen que hay gente cuya vida es una llama que se consume muy rápido, pero que mientras lo hace emite un brillo deslumbrante. Además, la verdadera muerte es el olvido, y cada noche recuerdo a Gudrid y rezo una plegaria por su alma, que descansará en el Valhalla, el paraíso de los nórdicos.
Pero aquella noche no sabía nada de todo aquello. En mi mente sólo sabía que costara lo que costase, encontraría a Brynja.
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Continuará
Siento ser tan poco original, pero de nuevo, os doy las gracias a todas y todos por leer y comentar, y sobre todo, a Dik, Bonita pero Cabrona, Karina, Shantyy, Paty Hernández, Flopy, biitersweet, Alphamon y Aurora la Diosa.
Me siento muy halagada si he logrado, aunque sea un poco, interesaros por la cultura y mitología nórdica. La historia concluirá en el próximo capítulo.
Espero que 2012 os sea tan bueno que no deseéis que acabe.