En Tierra de Svears (4)

Cuarta parte. Un cuento navideño en la Escandinavia del siglo XI.

Y los días felices fueron transcurriendo. Y viviéndolos, nadie pensaba que pudieran terminar. Pero todo tiene un final.

Transportaba un grueso fardo de leña cuando divisé a Brynja a lo lejos. Parecía discutir con su padre Kjell, el jarl o jefe de la aldea, acaloradamente pero no le di más importancia. Todavía quedaban muchos preparativos que los thralls , los siervos como yo, debíamos realizar para la festividad de Yule y quedaban pocas horas para la noche.

Los escandinavos conmemoraban en Yule la llegada del año nuevo y durante la víspera de la fiesta dejaban morir todas las hogueras del poblado. Los fogones de la cocina, que habían ardido durante los meses anteriores, quedaban desatendidos el día entero y por la noche no eran sino rescoldos. Varios de los esclavos los habían sacado con rastrillos mientras limpiaban el lar y preparaban fuego nuevo mientras otros, cerca de un cerro cercano, amontonábamos grandes pilas de leña.

Resoplé cansada mientras dejaba caer los leños cerca del árbol sagrado que representaba al Yggdrasil , el árbol de la vida y del Universo. Del árbol colgaban jirones de tela, al igual que de todas las entradas de las casas se habían engalanado con algún trozo de muérdago.

Al principio, cuando llegué a Birka, me horrorizaron los rituales paganos de aquella gente y sus similitudes con la Navidad cristiana. Todo me parecía una burla, una repelente parodia de las festividades cristianas que conmemoraban el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Posteriormente, Brynja me explicó lo que significaba para ellos: el renacimiento de Freyr, el Sol Naciente, tras el final del periodo más oscuro del año. Según parecía, era una de las fiestas más importante para los nórdicos, casi tanto como para nosotros los cristianos la Navidad. Tuve que resignarme. También para ellos era un motivo de alegría y celebración. Quizás nuestros pueblos no fueran tan distintos después de todo.

Aquella noche los fuegos se apagaron por toda la extensión de Birka. En la noche de Yule reina la oscuridad. Cuando fue cayendo la noche, sólo la luna y las estrellas sobre nuestras cabezas emitían algo de luminiscencia. No había fuego para cocinar ni antorchas para alumbrar. En ninguna parte había luz.

Durante el crepúsculo subimos todos al cerro, tanto los aldeanos como los esclavos. Busqué con la vista a Brynja o a Gudrid pero no vi a ninguna de las dos. No importaba. En breve coincidiría con ellas en una de las hogueras reservada a los niños y las muchachas jóvenes.

Todos nos juntamos en torno a las hogueras apagadas mientras la gente a mi alrededor cantaba lamentos e himnos a los dioses del Norte.

Después, cuando la noche era más negra, encendieron el fuego del año nuevo, frotando dos palos, echando astillas a las chispas y soplando hasta que brotaron fuertes llamas brillantes y todos entonaron sus cantos a Freyr.

Una vez encendidas las hogueras, los escandinavos sacrificaron una cabra. Varias muchachas a mi alrededor se rieron de mí cuando tuve que darme la vuelta para no ver cómo cortaban el pescuezo al animal y salpicaban la hierba de su sangre. Después se arrojó el cadáver a una de las hogueras y comenzaron los festejos.

Me alejé lo que pude del griterío y los cánticos, de las risas y los gritos. Las estrellas lucían sobre mi cabeza y la luna se recortaba con un halo de niebla a su alrededor. Me abracé los hombros a través de la túnica de gruesa lana. Pude ver cómo otras hogueras de Yule lucían en la lejanía. En toda Sverige se saludaba el año nuevo, pero aquello no hizo sino acrecentar mi soledad.

Miré al negro cielo. Esa misma luna era la que se vería desde Catoira, en mi Galicia natal. Pensé en mis padres y en mis hermanos, celebrando la Navidad en nuestra cabaña después de haber acudido a la Misa del Gallo. ¿Se acordarían todavía de mí? ¿Me habrían dado ya por muerta?

Casi grité de la sorpresa cuando dos fuertes brazos me abrazaron por la espalda.

-¡Uan-a! ¿Dónde te habías metido? ¡Te encanta escabullirte!

Sentí un escalofrío cuando noté un cálido aliento en mi nuca, junto a un beso seguido por otro. A continuación una ardiente mejilla se aplastó junto a la mía, que estaba helada, provocándome un escalofrío, y sentí otro beso en mi cuello.

-Estás temblando, Uan-a. ¿Te encuentras bien?

Asentí rápidamente mientras con una mano me secaba las lágrimas. Preferí no hablar para que mi voz no se rompiera en sollozos. Me di la vuelta y besé casi con desesperación a Brynja mientras nos abrazábamos. De pronto, ya nada tenía importancia mientras ella estuviera a mi lado.

Un beso dulce, húmedo. Nunca más vería mi tierra, pero no me importaba. Mi patria era la gente que amaba. Mi patria era Brynja. No recuerdo cuánto tiempo permanecimos así, abrazadas y besándonos.

-Vamos, cariño, démonos prisa o nos perderemos los cuentos.

Corrimos hasta una de las hogueras donde se sentaban en el suelo muchos niños y muchachas. Más alejadas, había otros fuegos donde los hombres organizaban sesiones de lucha, bebían de barriles de hidromiel y hacían competiciones de levantamiento de peso antes de caer desmayados por la bebida.

En nuestra hoguera, se escuchaba con claridad la voz de Gudrid, rápida, épica, mientras ella contemplaba complacida a su público, compuesto mayoritariamente por niños, chiquillos y rubicundos muchachos que todavía eran demasiado jóvenes para beber y embriagarse, y por las muchachas de la aldea. El fuego de la hoguera nos calentaba, lo cual no impidió que me juntara todo lo que pude a Brynja para que me rodeara con sus brazos. La nueva narradora que estaba hablando era Gudrid, y contaba la historia del encuentro entre el dios Thor y el gigante Utgardaloki.

-Y Thor bebió y bebió, todo lo más que pudo y todo lo más que aguantó, pero cuando volvió a mirar el cuerno, vio que su nivel apenas había bajado. Entonces Thor no pudo seguir bebiendo del vaso que el gigante Utgardaloki le había tendido. ¡El poderoso Thor había perdido la prueba!

Los chiquillos gimieron asustados mientras la voz de Gudrid se volvía más gutural, imitando el terrible vozarrón del gigante y alzándose amenazadoramente sobre la primera fila de niños.

-“Bien claro ha quedado que no eres tú para tanto como nosotros creíamos. Pero ¿quieres probar otro juego? En éste se ha visto que no eres gran cosa.”

Los niños le abuchearon mientras gritaban y animaban a Thor.

-“Aquí hacen los niños algo que consideramos una nonada y es levantar del suelo a mi gato. Al poderoso Thor no le pediría una cosa así si no viera que vales mucho menos de lo que nosotros creíamos”.

Los niños rieron divertidos escuchando las leyendas escandinavas que casi dos siglos más tarde recogería Snorri Sturluson en su Edda Menor . En la última fila, sentados en el suelo, nos hallábamos Brynja y yo, escuchando con regocijo, mientras la rubia muchacha me traducía alguna palabra que yo no había entendido bien. En un momento dado, nuestros labios se juntaron.

Gudrid fue la única en advertirlo, abrió los ojos como platos, se atragantó y perdió durante un segundo el hilo de la historia. Los niños le miraron extrañados antes de que rápidamente prosiguiera con la narración.

-Y entonces dijo Thor: “Si tan endeble dices que soy, que salga ahora alguien a pelear conmigo. ¡Ya me enfadé!” Entonces respondió Utgardaloki mirando por los bancos. “No veo aquí nadie que no fuera a considerar una ridiculez pelear contigo”. Y añadió: “Pero veamos. Que venga mi anciana abuelita Elli y si quiere, que Thor pelee contra ella”. Y entró en la sala una ancianita.

De nuevo los niños rieron. Y el tiempo se sucedió. Cuando terminó de narrar su historia, y entre aplausos, Gudrid se retiró hasta las últimas filas de chicos y se sentó justo al lado de Brynja, contemplándola con malicia. De pronto, se puso en pie y vociferó:

-Brynja insiste en contarnos un cuento a todos. Merece un aplauso, ¿verdad?

Los ojos de Brynja se abrieron como platos y su rostro palideció visiblemente mientras los chicos aplaudían y gritaban ante la novedad. La muchacha rubia me contemplaba asustada mientras empezó a tartamudear.

-¿Sa… salir allí? ¿Delante de todos? Pe… Pero yo…

Lancé una mirada furibunda a Gudrid. La sonriente pelirroja sabía que Brynja era terriblemente tímida y le aterrorizaba hablar en público. Agarré su mano con fuerza.

-Sé que lo harás muy bien. Relájate. Seguro que a los chicos les encanta. Eres la mejor.

Brynja se frotó nerviosamente las manos, que sudaban copiosamente a pesar del frío, mientras se incorporaba y avanzaba como en trance hasta estar cerca de la hoguera.

Miré con furia a Gudrid.

-Eres una cabrona.

La muchacha pelirroja sonrió.

-Oh, vamos. Sólo tiene que contar una historia. No es tan difícil. Después, escucharemos los aplausos, a ver cuál de las dos gana. Y ¿sabes? Hay una costumbre: el ganador puede pedir un beso a alguien del público. ¿Qué te parece?

Me disponía a contestarla, pero me callé. Brynja había comenzado a hablar. Al principio hablaba demasiado bajo y no se le oía. Después, se equivocó en un par de palabras y tuvo que empezar, azorada por las risas de los chavales. Pero poco a poco, pudo ver que los rostros de los jóvenes la observaban, primero con fascinación y después incluso con algo de miedo.

-…Su prima Beatriz se dirigió hacia Alonso con una expresión infantil pero malévola. “¿Te acuerdas del pañuelo azul que llevé hoy a la cacería y del que dijiste que era la divisa de tu alma? Pues… ¡Se ha perdido! Se ha perdido y pensaba dejártelo como recuerdo” “¿Se ha perdido? ¿Y dónde?” Preguntó Alonso incorporándose de su asiento con esperanza y temor en su rostro.

Brynja entornó los ojos, con una expresión maligna que pareció taladrar a Gudrid, sentada a mi lado. Siguió hablando.

-“No sé… en el monte acaso.” “¡En el Monte de las Ánimas –murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial –en el Monte de las Ánimas!”

Abrí los ojos con sorpresa. Brynja estaba narrando una leyenda que yo le había contado hacía unas semanas. Un cuento de miedo de mi tierra. Como una tonta enamoradiza, no pude sino sonreír, tremendamente orgullosa de que Brynja hubiese escogido un cuento mío. La muchacha rubia proseguía en un tono lúgubre.

-“Me llaman el rey de los cazadores, he combatido con bestias de día y de noche, a pie y caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y sin embargo, esta noche… esta noche. ¿A qué ocultártelo? Tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en el monasterio, las ánimas del monte comenzará ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas… ¡las ánimas! Cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.”

Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores: “¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos y cuajado el camino de lobos!” Y al decir esa última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso, movido como por un resorte, se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón y, con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar, entreteniéndose en revolver el fuego: “Adiós Beatriz, adiós… Hasta pronto”. “¡Alonso! ¡Alonso!” dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso a aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.

Observé con malicia cómo Gudrid fruncía el ceño. La audiencia contemplaba embelesada a Brynja, completamente en silencio, pendiente de cada palabra que salía de su boca.

-Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a sus aposentos. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho. “Habrá tenido miedo” exclamó la joven encaminándose a su lecho. Después de haber apagado su vela, se durmió, se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.

Brynja se detuvo e inspeccionó a su público. Ahora venía mi parte favorita. Más de uno tendría pesadillas aquella noche.

-Beatriz entreabrió los ojos. Creía haber oído pronunciar su nombre, pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los postigos de las ventanas. “Será el viento” dijo, y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de sus aposentos habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente. Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquellas con un lamento largo y crispador. Después, silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante, lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles, ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.

El tiempo transcurrió en un suspiro, hasta que Brynja terminó el cuento. Sólo entonces fuimos conscientes todos del silencio en el que habíamos estado, aguantando la respiración incluso.

Ese silencio fue rompiéndose paulatinamente, con aplausos cada vez más y más estruendosos. En pocos segundos, quedó patente cuál de los dos cuentos había ganado.

La muchacha rubia avanzó sonriente entre los muchachos sentados que todavía aplaudían, hasta llegar a mi lado y, sin decir una palabra, nos besamos apasionadamente, entre gritos, risas y más aplausos.

El tiempo de los cuentos había terminado. Intenté divisar la pelirroja cabellera de Gudrid entre la multitud, quizá para burlarme de ella, pero había desaparecido. Los jóvenes comenzaron a bailar entre las hogueras, pidiendo a sus dioses de la fertilidad bendiciones para sus vientres. Todo a nuestro alrededor era una fiesta y me pregunté, mientras seguía besando a Brynja, cómo era que hacía unas horas había podido llorar de tristeza.

Varios campesinos habían acarreado varias marmitas con leños ardientes y los distribuían entre los lares de cada cabaña y el skalli. El sol había comenzado a despuntar y toda la aldea se preparó para recibir el sol naciente, mientras entonaban cánticos e himnos en honor a Freyr. Yo recé mentalmente un padrenuestro para celebrar el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo pero no pude por menos que sonreír ante la vitalidad de esa gente.

Brynja y yo nos escabullimos en cuanto pudimos. Nos colamos en una de las cabañas vacías en la que ya ardía el fuego en la chimenea.

No hablamos. ¿Para qué? Nuestra mirada anhelante decía todo lo que necesitábamos saber. Nos desnudamos ávidamente, sin querer perder un solo instante.

Nuestros labios se juntaron. Apenas se movían, carne atrapada en carne. Pronto, el beso dejó de ser tímido y comenzó a disfrutarse a sí mismo. Yo quería succionar sus labios, los quería para mí, los quería dentro de mi boca. Brynja, más atrevida, abrió un poco la boca, mordió mis labios mientras yo me dejaba hacer. Después, llegó el momento glorioso de todo beso. Un par de lenguas se fueron abriendo paso tímidamente a través de la carne y se encontraron. Se tocaron una primera vez, tímidamente, como serpientes curiosas, tanteando un poco el terreno, para poco a poco refrotarse una con la otra como si nos fuera la vida en ello.

Brynja se separó de mí y me besó el cuello para ir subiendo lentamente. Sentí un mordisco en el lóbulo de mi oreja. Acariciando mi oscura cabellera, ella mordía mi oreja, respirando en mi oído, resonando como una ventisca cada vez. Después, se desató el frenesí, como si no tuviéramos tiempo, como si se fuera a acabar el mundo.

Ambas, desnudas y jadeando por el deseo, juntamos nuestras pelvis. Nuestros húmedos sexos se juntaron con un viscoso y delicioso sonido. Nos frotamos con vehemencia, con hambre en los ojos, sujetándonos por las caderas como si nuestro mayor miedo fuera separarnos, como si quisiéramos estar unidas para siempre.

El clímax me llegó rápido. Arqueé la espalda hasta casi romperme mientras gemía lastimeramente. Frente a mí, Brynja chilló y se sacudió espasmódicamente, hasta quedar ambas tendidas sobre el suelo de paja.

Sonreímos exhaustas. Hubiéramos querido quedarnos allí tendidas, abrazadas, acariciándonos, pero sabíamos que los habitantes de la cabaña podrían llegar en cualquier momento.

Nos besamos. Fue un beso rápido. No queríamos prolongarlo demasiado o volveríamos a empezar desde el principio. El rostro de Brynja, sonrosado por el esfuerzo amatorio, con mechones de pelo pegados a su frente por el sudor, era la imagen más bella de toda la Creación.

-Feliz Navidad, amada mía.

-Feliz Yule , mi amor.

Sí, aquellos fueron los días felices. Ninguna de las dos sabíamos que terminarían abruptamente.

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Continuará

De nuevo, gracias a todos y todas por leer y comentar. Aunque un poco tarde, Felices Fiestas a tod@s.

Por si alguien tiene curiosidad, los dos cuentos que narran las protagonistas son, respectivamente, Edda Menor, de Snorri Sturluson y, por supuesto, El Monte de las Ánimas, de Gustavo Adolfo Bécquer (espero podáis perdonarme el anacronismo, pero no pude resistirme a citarlo). Si todavía no los habéis leído, no sé a qué estáis esperando. ;-P

Un fuerte beso, especialmente a Aurora la Diosa, Hombre FX, Karina, Alphamon y Dik.

Hasta muy pronto.