En Tierra de Svears (3)

Tercera parte. En el siglo XI de nuestra era, una muchacha cristiana es raptada durante una incursión escandinava

Cuando me desperté, sentí como si cientos de Sleipnirs hubieran pasado trotando por encima de mi cabeza bailando una muñeira.

Me llevé una mano a la sien y cerré los ojos con fuerza, intentando que los cientos de dolorosos puntitos luminosos desaparecieran de mi visión. Cuando volví a abrirlos, estaba completamente desorientada.

La oscuridad casi era total, sólo rota por los rescoldos de una chimenea cercana. Aquello no era el establo. ¿Puede que fuese la habitación anexa, donde se guardaban los aperos de labranza y el forraje para las bestias?

Un leve ronquido a mi derecha me hizo dar un respingo.

Abrí los ojos como platos. Una muchacha pelirroja desnuda dormía a mi lado. Su brazo izquierdo me rodeaba indolentemente la cintura. Sólo entonces me di cuenta de que yo también estaba completamente desnuda.

-¿Gu… Gudrid?

La muchacha abrió los ojos lentamente y comenzó a desperezarse, como un gato satisfecho.

-Hola, Juana. ¿Todavía es de noche?

Gudrid sonreía, su boca curvada en una maliciosa mueca, sin duda divertida ante mi expresión de horror.

-¿No dices nada, Juana? ¿Se te ha comido la lengua el gato?

-Yo… Tú… Nosotras… ¿hemos…?

-Por supuesto, mi valerosa valkiria. Anoche hicimos el amor.

Sentí ganas de gritar, llorar, huir, miccionarme. Todo a la vez.

-No… no puede ser…

-Oh, ya lo creo que sí, mi pequeña sureña. Y debo decirte que fue fantástico.

Me dio la impresión de que si Gudrid seguía sonriendo, los extremos de su sonrisa alcanzarían su nuca, se unirían y su cabeza se separaría de su cuello. Rogué a los Cielos para que así fuera.

Uno de sus dedos acarició su cuello, rozando sensualmente un enrojecido chupón.

-Te convertiste en una auténtica berserker , chica. Llegué incluso a pasar miedo. ¿Por qué no volvemos a hacerlo, preciosa?

Con torpeza, procurando sostener la manta para cubrir mi desnudez, mientras rezaba para no tropezar y caerme mientras intentaba olvidar el intenso dolor de cabeza, me levanté y busqué mi ropa.

-Ay, Dios mío, ay, Dios mío, ay, Dios mío… -me santigüé por nombrar al Señor en vano -…Brynja me va a matar.

-Olvida a esa estúpida y ven aquí conmigo. –Gudrid se destapó sensualmente de la manta de lana con la que se cubría, mostrándome sus preciosas curvas. Era muy bella. A pesar de la escasa visibilidad, pude discernir sus hermosos pechos y la oscuridad del vello en su pubis. Su rostro sonreía, como el de un lobo acechante a punto de cobrar su presa.

Me volví hacia ella con los ojos llorosos. Sorbí las lágrimas mientras hablaba.

-Perdóname, Gudrid, todo ha sido culpa mía. No debí beber de la bota de hidromiel. Pero haya pasado lo que haya pasado… lo siento. Amo a Brynja y me gustaría pasar el resto de mi vida con ella, si es que no me mata por lo de esta noche. Tú… eres preciosa y seguro que eres maravillosa… Pero amo a Brynja.

La muchacha pelirroja permaneció en silencio unos instantes. De su rostro se había borrado su sonrisa cuando habló.

-Lo sé. Pero tenía que intentarlo, ¿no?

-¿Perdona?

-Anoche, tras bebernos toda la bota de hidromiel, no hacías más que llamarme Brynja, intentar besarme y decirme cursiladas antes de que perdieras el conocimiento. Sí, creo que de verdad la amas.

-Pero entonces… anoche… tú… yo… nosotras…

-No. Te quedaste dormida antes.

Gudrid torció el gesto al observar mi expresión de alivio.

-Pero entonces, ¿por qué estamos… desnudas?

-Vomitaste sobre tu ropa. Te la lavé con ese balde de ahí y la dejé cerca del fuego. Me acosté junto a ti porque no dejabas de tiritar.

Me quedé como una pasmarote, mirándola fijamente con una mezcla de alivio y vergüenza.

-Yo…No sé qué decir…

-No digas nada. Vete con Brynja.

Me vestí a toda prisa, incómoda por la mirada de la muchacha pelirroja.

-¿Sabes, Juana? Te envidio.

-¿Por qué? ¿Por Brynja?

Gudrid rió.

-¿Por esa vaca boba? No, tonta. Te envidio por lo que has visto, por lo que has viajado. Eres de un pueblo extraño, lejano, de miles de kilómetros. Mi pueblo, Birka, es pequeño, somos menos de doscientas personas. Antes, hace un siglo, cuando Birka era un centro de comercio, vivían más de mil nórdicos. Pero dicen que en el sur, en tu tierra, hay ciudades de cientos de miles de personas. Ciudades de piedra, no de madera. ¿Es verdad?

-Eso dicen. En Córdoba viven más de trescientas mil almas, pero nunca he estado allí. No sé si será verdad.

Los ojos de Gudrid brillaban mientras hablaba atropelladamente.

-¿No te parece fascinante, Juana? Todas esas gentes, esos lugares… Birka me asfixia. El sueño de Brynja es ser una bondi , una propietaria libre, tener tierras que cultivar y administrar. Yo no. Quiero salir de aquí, quiero viajar, descubrir, comerciar, conquistar… Quiero gritar mientras el drakkar rompe las olas, encomendarme a Thor y a Odín y sentirme viva mientras el viento y la tormenta aúllan alrededor de mí.

La miré en silencio, mientras Gudrid hablaba para sí. Nunca en mi vida había conocido una mujer como ella, que quisiera para sí los arriesgados y violentos usos y costumbres de los hombres.

-Dentro de unos años tendré derecho a portar espada y podré comprar con hierro mi pasaje en uno de los drakkar . Puede que viaje hasta tu tierra, a Jakobusland , Juana. ¿Te gustaría volver?

Medité mucho la respuesta, insegura.

-No… No sé. Es mi tierra, donde nací… –Meneé la cabeza, intentando no parecer una idiota. –Pero no. Mi sitio está con Brynja.

La muchacha pelirroja me contempló con expresión indescifrable.

-Ve a la cama, Juana. Y mañana habla con tu amorcito. Estará preocupada por tu tardanza.

Miré hacia atrás mientras me dirigía a la puerta. Gudrid volvía a recostarse, en silencio, arrebujándose en las mantas.

Salí al exterior apresuradamente, el vaho escapando de mi boca. Aunque era noche cerrada, la luz de la luna iluminaba fantasmagóricamente los contornos de los edificios cercanos. Una ráfaga de viento helado me hizo estremecer. Frío, frío, frío. ¿Es que no había nada más en ese condenado país? Sin saber muy bien por qué, relajé el paso y me di la vuelta lentamente. A mi alrededor, tierras aradas, un zanjón casi cegado por las hojas muertas y algún rastro de lobo en el barro negro donde empiezan los bosques.

El establo era apenas visible, en la oscura penumbra, pero pude imaginármelo a la sombra de un edificio nuevo, una nueva iglesia de piedra. El orgulloso pueblo nórdico, había contemplado el rostro de Odín, el horror divino, a quien sacrificaban en su honor caballos, perros y prisioneros. Sí, habían adorado a sus crueles dioses y habían hecho estremecerse al mundo, pero su tiempo ya había pasado.

Yo ya habría muerto para entonces, y también Gudrid y Brynja, y sus hijos, y los hijos de sus hijos, pero ese momento no debía estar ya muy lejano. Podía imaginar a los escandinavos, dentro de unos años, despertados por el son de las campanas, como si fuese un hábito más. Ya nadie recordaría los tiempos en los que los vikingos asolaban los reinos del sur, a sangre y fuego, ya habrían olvidado la antigua religión y se habría abrazado el cristianismo. La época de los vikingos ya habrá pasado, y los invasores habrán sido invadidos a su vez, por una religión y unos valores totalmente distintos, incomprensibles para gente como Gudrid.

Y sumida en esos pensamientos, sin saber muy bien por qué, mi corazón se encogió y sentí una tremenda lástima por la orgullosa Gudrid.

Avancé con cuidado, totalmente a oscuras, por la choza de los siervos, escuchando ocasionalmente los ronquidos de otros esclavos, intentando discernir mi camastro sin despertar a nadie.

Cuando por fin, tanteando, lo encontré me disponía a entrar en él cuando sentí que estaba ocupado. ¿Me habría equivocado? Distinguí a pesar de la escasa visibilidad, el largo pelo rubio de la adormecida ocupante.

-¿Brynja? –Susurré.

-¿Uan-a? Estaba muerta de miedo cuando desapareciste. Vine aquí a esperarte y debí quedarme dormid…

-Ssshhh…

Brynja no llegó a terminar la frase. La silencié posando mis labios sobre los suyos. Yo estaba terriblemente excitada, como si ardiera por dentro. No dejaba de ser curioso que no me hubiera dado cuenta hasta ese mismo momento.

Me metí bajo la áspera manta de lana y mi cuerpo se unió todo lo que pudo al de mi compañera. Mis manos aprisionaron sus gigantescos pechos y los masajearon con vigor, hasta el punto de que Brynja tuvo que morder sus labios para no quejarse, extrañada por mi actitud. Mi boca descendió hasta su cuello y lo besé, quizás con demasiada fuerza.

-¿Uan-a? ¿Pero qué…?

El susurro de la muchacha se extinguió, reemplazado por un gemido que temí despertara al resto de siervos de la choza. Mi mano había llegado hasta sus muslos y se hundió entre ellos, acariciando la incipiente humedad que cada vez se hacía más evidente.

La muchacha rubia no se quejó, de hecho, sentí el calor de su cuerpo, como si estuviera invadida por una fiebre como la que me atenazaba a mí, sentí sus caderas elevándose, como si me incitaran a que mis dedos entrasen más en ella, en su interior, poseyéndola. Su voz, ronca y jadeante, musitaba unas palabras en escandinavo que no entendí.

Nuestros labios se unieron, para acallar los jadeos. Mis dedos juguetearon con los labios de su sexo, llegando hasta su botón ardiente. Me estaba muriendo de placer al darle placer. El orgasmo le llegó rápido, empapándome la mano. Su cuerpo tembló en espasmos mientras mordía su mano para no gritar y me abrazaba, como si temiera caer y separarse de mí. Yo había apretado mi vagina contra su cadera y la froté insistentemente hasta alcanzar el clímax. Cerré los dientes con fuerza, como si me hubiera alcanzado un rayo, como si ardiera, como si me muriera.

Ambas quedamos jadeantes y exhaustas, abrazadas y entrelazadas, en silencio, mientras el sueño nos invadía lentamente.

Una lágrima resbaló por mi mejilla.

Omnia animalia sunt tristia post coitum, sine gallus qui cantat

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Continuará

Gracias de nuevo, a todos y todas los que habéis leído y comentado, y especialmente a Karina, Johanita89, Aurora la Diosa, Shantyy, Hombre FX, Bittersweet, Jhosty y Jessnollora. Sois muy amables.

Un beso muy fuerte.