En Tierra de Svears (2)

Segunda parte. En el siglo XI de nuestra era, una muchacha cristiana es raptada durante una incursión escandinava.

-¡Estúpido caballo! ¿Te estarás quieto de una vez?

Como si hubiese entendido el insulto, el animal torció la cabeza, con la clara intención de morderme. Me aparté rápidamente. Sleipnir , el caballo del Jarl de la aldea, no sólo compartía nombre con la montura de ocho patas de Odín. También era gigantesco, terco como una mula, y más agresivo que cualquier otro equino con el que hubiese tratado.

Sin duda, podría considerarse un inmenso honor el que Kjell, el padre de Brynja y Jarl de la aldea, me hubiera encomendado, casi seguro que por intermediación de su hija, el cuidado de su caballo favorito, pero estaba francamente desesperada.

-¡Como quieras! Eres tan testarudo como tu amo. Que te siga cepillando él, si quiere.

Un agudo relincho me dejó sorda durante unos instantes. Arrojé con rabia el cepillo al suelo. Si Kjell descubría que había dejado el trabajo a medio hacer, me iba a moler a palos. Pero desde luego, no me iba a exponer a perder un dedo por un bocado de esa bestia.

Había intentado esforzarme en la tarea, y aunque me lo negase a mí misma, lo que realmente quería era que pasaran las horas lo más rápido posible. Sonreí. Esa noche volvería a ver a Brynja y sólo de pensar en ella...

No debía... Sabía que no debía, pero... A pesar del frío reinante, abrí mi camisola y desabroché el cinto que la cerraba. Un intenso calor pareció bajar por mi cuerpo hasta concentrarse en mi pubis. Rocé con suavidad uno de mis pechos y lo toqué casi con temor, como si fuera a morderme. El pezón se endureció bajo mis dedos, respondiendo al estímulo. No sé si debía... Mi sonrisa se ensanchó. Llevaba semanas acostándome con otra muchacha, infringiendo todos las tabúes religiosos habidos y por haber, y ahora me preocupaba porque me disponía a masturbarme.

Los sonidos de los animales a mi alrededor, los ruidos de la cuadra, a pesar de que no había nadie, le daban un cierto matiz público que encontré irresistiblemente excitante. Un placentero cosquilleó recorrió mi pubis.

Estaba tan ensimismada que apenas fui consciente de que alguien se acercaba.

-¡Ejem!

Me sobresalté y di un paso atrás, casi chocando con Sleipnir mientras me ajustaba mis ropas . ¿Me habría visto? Me pareció que no. Roja cómo la grana, contemplé a la sonriente recién llegada. Era una muchacha pelirroja de gran estatura. No era tan alta como Brynja, pero aún así me superaba en casi una cabeza. Era más esbelta que la rubia escandinava pero, a pesar de ello, parecía más fuerte. Sus ojos verdes me contemplaban con un extraño brillo que no me gustó nada.

-¡Gudrid! Me has asustado.

Intenté que el miedo no se transparentase en mi voz mientras hablaba torpemente en un horrible lenguaje que sólo por asomo se parecía al escandinavo. Apenas chapurreaba el sueco, pero sabía que Gudrid no se tomaría la molestia de responderme en latín.

Desde que llegué al pueblo de Birka, la pelirroja me había hecho la vida imposible. Era una muchacha violenta y revoltosa, acostumbrada a liderar a otros jóvenes, tanto chicos como chicas, y a apalizar a todos aquellos que la llevaban la contraria. La apacible y amable Brynja me había defendido cuando estaba presente, pero eso no evitó que Gudrid me golpease en más de una ocasión.

Quizás fuese por aquella diferencia de contrastes entre ellas dos por lo que me vi atraída por Brynja. Gudrid era más mala que la tiña, y parecía obtener un perverso placer en humillarme y pegarme. Lo achaqué al hecho de ser yo una esclava extranjera, pero a mí me perseguía con más saña que a otros siervos.

Hasta que en una ocasión no pude soportarlo más, y al verme acorralada por Gudrid y sus compinches, les planté cara. Estaba aterrorizada, pero sabía que no podía pasarme toda la vida huyendo.

El primer puñetazo de la pelirroja me envió al suelo de cabeza pero, escupiendo sangre, volví a levantarme y me quedé inmóvil. “¡Vamos, ¿vas a llamar a Brynja para que te defienda o vas a pelear de una vez?!”. “No. Mi Dios dice que debo poner la otra mejilla”. “¡Tu Dios es estúpido!” Gudrid volvió a propinarme otro golpe que me derribó al suelo de nuevo. Pero sin saber muy bien cómo, me volví a levantar, quisiera poder decir que digna y valientemente, pero lo cierto es que estaba bañada en lágrimas y sangrando abundantemente del labio partido. “¡Defiéndete!” “¡No!”

Cerré los ojos, esperando el siguiente golpe, pero no llegó a producirse. Al abrirlos, vi cómo Gudrid me contemplaba de forma extraña. Los muchachos la incitaron de nuevo. “Bah, es una cobarde debilucha... ¡Gudrid, pártele la cara!”. La pelirroja se volvió hacia sus compañeros. “¡Escuchadme! A partir de hoy, quien vuelva a tocar un pelo de la extranjera, se las verá conmigo. ¿Entendido?” Los muchachos la miraron decepcionados, la diversión acababa de terminar. No dije nada en absoluto. De hecho tenía demasiado miedo para abrir la boca, pero desde entonces, los demás jóvenes me dejaron en paz. Aunque seguí notando su mirada en mi nuca, apenas habíamos vuelto a intercambiar una frase o dos en todo ese tiempo. Hasta ahora.

La nórdica avanzó a trompicones hacia mi dirección, mientras yo retrocedía hasta chocar con la pared. Intenté escabullirme de allí, pero la férrea garra de la pelirroja me aprisionó el brazo con fuerza.

-Ha sido un bonito espectáculo el de hoy.

Enrojecí visiblemente. Esa mañana me había escabullido con Brynja al bosque, y habíamos hecho el amor, pensando que estábamos lejos de miradas indiscretas. Evidentemente, nos habíamos equivocado.

Distinguí sin dificultad el fuerte olor a hidromiel, el licor de la fermentación del agua y la miel al que tan aficionados eran en Escandinavia, en el aliento de Gudrid. Entonces me di cuenta de cómo arrastraba las palabras y sus dificultades para enfocar la mirada.

-¡Estás borracha!

La sonrisa de Gudrid se acentuó. Durante los dos años en Birka, había comprobado cómo los vikingos, incluidas las mujeres, eran capaces de engullir barriles y barriles de cerveza, vino o hidromiel antes de comenzar a tambalearse ligeramente. Me pregunté cuánto había tenido que beber esa giganta para encontrarse así.

-Puede ser, pero eso no quita que viera perfectamente lo que sucedió. Fue muy bonito. Casi lloro de la emoción.

Fui consciente en ese momento de que Gudrid tenía los ojos enrojecidos. Los dedos de hierro se hundieron en mi carne.

-¡Suéltame! ¡Me haces daño!

La bermeja me imitó con burla. –“Suéltame. Me haces daño”. –La mirada de Gudrid se ensombreció. –Maldita seas, Freya, diosa del amor, ¿por qué me has hecho enamorarme de esta alfeñique?

-¿Enamorar?

Gudrid vaciló.

-¡Sí! ¡Has oído bien! Es como si me hubieses embrujado. No puedo dejar de pensar en ti. Veo tu rostro y tu cuerpo a todas horas... He intentado negarlo, olvidarte, pero no puedo. Desde ese día... Eres tan débil... Pero ese día me venciste sin rozarme siquiera. Tan débil pero tan fuerte... ¿Cómo es posible no amarte? –Sin soltarme, la mano de Gudrid me retiró un negro mechón de mi frente. Su mirada se oscureció. –Y cuando hoy os he visto a esa tonta presuntuosa de Brynja y a ti... Me he vuelto loca...

Gudrid había avanzado hasta aplastarme con su cuerpo contra la pared. Pude sentir, sin dificultad, los firmes senos de la muchacha contra mis menudos pechos. Estaba asustada. ¿Qué iba a hacerme? Intenté hacer acopio de todo mi valor y le espeté con toda la sangre fría que pude reunir:

-¿Qué vas a hacer? Si vas a pegarme, –rezaba porque sólo fuese eso –acabemos de una vez.

Gudrid me miró con expresión indefinida, mientras su ebrio cerebro intentaba traducir las palabras chapurreadas en un espantoso escandinavo. De pronto rió.

La pelirroja me miraba con indisimulada lascivia. No. Creo que golpearme no figuraba entre sus prioridades. Su voz era menos errática que al principio.

-¿Sabes? Al principio había pensado en venir para pedirte, para suplicarte... para... Decirte que si no me amases, yo... yo... –Gudrid apartó la vista, como si estuviese avergonzada.- Pero enseguida deseché la idea. No voy a hace contigo algo que yo odiaría que alguien hiciese conmigo. Así que... sólo he venido a hablar...

Permanecí en silencio, sin saber qué decir. Gudrid me espetó:

-¡Joder! Pónmelo un poco más fácil... Nunca se me ha dado bien esto. Veamos... Alguna vez te he sorprendido mirándome. Yo creo que te gusto. ¿Te atreves a negarlo?

-Amo a Brynja.

Gudrid sonrió, como quien escucha una tontería. Su voz era algo ronca, sensual.

-¿Sabes? Se dice que el hidromiel es la bebida de los dioses, y que cuando el Gran Padre la bebió por primera vez, extasiado por su sabor, prohibió que nadie bajo su influjo pudiera mentir. Así que... he traído un poco. Te gustará.

Sólo entonces reparé en el objeto que recogió del suelo. Era una bota de vino, de piel de cerdo curtida, prácticamente llena, por lo que pude observar. La bermeja se lo llevó a los labios y bebió un buen sorbo.

-Empezaré. Me gustas, Juana, nunca había sentido por nadie lo que siento por ti y me gustaría… -vaciló al hablar, luego sonrió… -hacer el amor contigo. Ahora mismo, si fuese posible. Tu turno.

Me tendió el recipiente, mientras con la otra mano se limpiaba el reguero de alcohol que caía por la comisura de sus sonrientes labios. Negué con la cabeza.

-No tengo que demostrarte nada.

-Vamos, ¿no quieres? ¿Es que acaso tienes miedo?

-Si con eso me dejas en paz, estoy dispuesta a beber.

-¡Bravo! Así se habla. Pero ten cuidado... Es un poco fuerte.

Un torrente de fuego pareció bajar por mi garganta cuando posé mis labios en la bota y la incliné.

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Continuará...

Gracias a todos y todas los que leistéis mi primer relato y, especialmente, a Dik, Aurora la Diosa, Karina, Ana, Johanita89, Shantyy y Solange por sus amables comentarios. Espero no tardar casi un mes en volver a publicar la continuación.

Un beso.