En sus manos (1)

De como mi mujer se echa un amante y no contenta con ello los dos me someten a su voluntad y capricho.

EN SUS MANOS (1)

Hacía ya tiempo que las cosas no iban muy bien entre mi mujer y yo. Ella no quiso trabajar una vez casada y yo, con mi modesto sueldo, apenas podía satisfacer todos sus caprichos. Eso nos llevó a discutir por cualquier motivo. Mi trabajo no era físicamente cansado, puesto que yo trabajaba en una oficina, pero si que era muy agobiante y yo llegaba a casa verdaderamente cansado. Nuestros encuentros sexuales fueron espaciándose cada vez más, en parte debido a mi cansancio y en parte debido al mal rollo que teníamos por nuestras discusiones. Para empeorar las cosas, la empresa en donde yo trabajaba, que era una filial de otra mayor, me trasladó a la empresa principal, que estaba en otra ciudad de otra provincia.

A mi mujer no le gustó la idea para nada, incluso llegué a pensar que tendría que ir yo solo y que ella viniese cuando le diera la gana o yendo a malas, separarnos. Al final, con muy mala cara, accedió a ir conmigo, pero nuestra relación empeoró todavía más. Ya en nuestra nueva morada, de vez en cuando manteníamos relaciones sexuales, he de confesar, y de eso soy culpable, que por mi parte lo hacía de manera mecánica, y eso que mi mujer no estaba nada mal, físicamente hablando. Supongo que lo que debí hacer fue poner las cosas en claro para enfocar nuestra relación e intentar mejorar nuestro matrimonio. Mi esposa, al darse cuenta del poco entusiasmo que ponía follándomela, se enfadó, la cual cosa fue mi sentencia, como más tarde Uds. Verán.

Poco después, la empresa dio una fiesta en la que todos los empleados y sus parejas estaban invitados, por supuesto, también fueron los directivos. Mi mujer se vistió para la ocasión y he de decir que estaba muy guapa, totalmente radiante, la halagué por ello, pero ella se limitó a obsequiarme con una media sonrisa, totalmente falsa. Una vez en el restaurante en donde debíamos cenar, fui presentando a mi esposa a mis compañeros y a mi jefe, el cual quedó prendado de ella, pude verlo en sus ojos. Como directivo que era, consiguió dos sillas para que nos sentásemos a su lado, mejor dicho, para que ella se sentara a su lado, entre él y yo.

Se pasaron toda la cena hablando y pude comprobar que ella se reía de sus comentarios, aunque yo no llegaba a oírlos y no pude saber de qué hablaban. El restaurante tenia, justo al lado de las mesas, una pista de baile y en cuanto se terminó la cena la gente se dirigió a ella a bailar un rato. Mi jefe y mi mujer, sin decirme una palabra se levantaron y se fueron a bailar. Yo me sentí tremendamente enfurecido y celoso.

Debo decir ahora que lo que tuve que haber hecho era agenciarme a alguna compañera de trabajo y ponerme a bailar con ella, para pagarle con la misma moneda, pero no me pregunten por qué no lo hice, simplemente, me quedé ensimismado viendo como se reían y se divertían, viendo como a mi jefe se le escapaban las manos y tocaba a mi mujer en el trasero y se arrimaba demasiado a ella, viendo como se susurraban cosas al oído. En una ocasión, ella le comento algo a él, muy seria, y posteriormente ambos se giraron para observarme, ella con odio en su mirada, el con curiosidad. Con eso tuve suficiente, me levanté de la silla y me dirigí a ellos, me planté delante de mi mujer y cogiéndola del brazo le exigí que nos fuéramos a casa. Ella me respondió sin mirarme y de malos modos:

-Estoy muy bien aquí, no me molestes ahora, si quieres irte, vete a la mierda, ya encontraré a alguien que me lleve de regreso.

Yo no podía permitir esto, pero ahí intervino mi jefe:

-Puede irse si quiere, Roberto, su esposa queda en buenas manos, no se preocupe, yo mismo la llevaré de vuelta a casa.

Ella sonrió, agarrándose más fuerte a él, como si diese la conversación por terminada, mi jefe pareció también haber terminado de hablar conmigo, puesto que volvió a mirar a mi mujer con aquellos ojos de deseo. No había nada que hacer, mi mujer podía ser muy obstinada cuando quería, y si ella no quería marcharse, no se marcharía. Como tampoco quería yo continuar mi amargura, decidí irme a casa. Que hicieran lo que quisieran.

Conduje de regreso a mi casa, llegué a ella y me acosté, en todo este tiempo no dejaba de imaginarlos en el paso siguiente que seguramente llevarían a cabo. Esto me mantuvo despierto, no podía sacármelo de la cabeza, hasta que por fin, horas más tarde, llegó ella.

-¿Qué demonios has hecho todas estas horas?, -le dije yo, enfadado.

-¿Y a ti que te importa? –me contesto ella.

-¡¡Me importa por que soy tu marido!! –le grité.

Ella se rió de buena gana, contestando que no lo parecía. Esto consiguió hacerme enfadar más todavía, y me lancé sobre ella, con intención de follármela y darle su merecido. Le arranqué su blusa de un manotazo y estuvimos forcejeando, yo para subirle la falda y arrancarle las bragas, ella para impedírmelo, en todo este rato, no dejó de insultarme y arañarme. Sabido es, que cuando una mujer se cierra de piernas con fuerza, no se puede conseguir que las abra si no es amenazándola con un arma. Ella las cerró con fuerza y yo salí derrotado. La dejé, convencido de que no había nada que hacer, ella se levantó y sin dejar de insultarme me echó de la habitación a puntapiés y puñetazos. Yo hubiera podido devolverle los golpes, pero ya estaba cansado de la situación y me fui del dormitorio. Ella dio un portazo y condenando la cerradura dijo gritando:

-Que sepas que he follado con tu jefe, es un hombre apuesto y con todas las de la ley. Ya que tú no te portas como un hombre y no me jodes como es debido, otros tendrán que hacerlo por ti, o sea que vete acostumbrando.

Descargué un puñetazo contra la puerta al mismo tiempo que insultaba a mi mujer llamándola puta. La oí reírse, y me informó que saldría con otro hombre en cuanto le diera la gana.

Al día siguiente, mi mujer esperó a que yo me fuera a trabajar para salir del dormitorio, y cuando regresé por la noche, dispuesto a hablar con ella y poner las cosas en claro de manera definitiva ella ya había ejecutado su plan. En casa no había nadie, y encima de la mesa mi esposa había depositado una cinta de vídeo con una nota diciéndome que hiciera el favor de visionarla. Introduje la cinta en el aparato y me senté para ver que era lo que contenía en su interior. Me quedé helado. En las imágenes se podía ver a mi jefe follándose a mi mujer, primero la desnudó y la sobó y besó por todo el cuerpo mientras ella se derretía de placer, luego le metió la polla por el coño y después la sodomizó, cosa que a mi nunca me había permitido hacérselo. Más tarde mi mujer le hacía a mi jefe la mamada de su vida, y cuando hubieron terminado, muy acurrucados los dos, ella se lamentó de que su marido fuese homosexual y no la tocara. Los dos se dedicaron a insultarme y hacerme aparecer como un tonto marica y cornudo. Ahí se terminó el vídeo. Yo estaba petrificado y no tuve ni el ánimo de levantarme a apagar el reproductor. Quizás pasaron diez minutos, tal vez más, cuando por fin el teléfono sonó. Era mi mujer preguntándome si había visto lo que contenía la cinta. Ni me salió un sí ni los insultos que me hubiera gustado dedicarle, en lugar de eso, el silencio se apoderó del teléfono.

-Bien, deduzco por tu silencio que ya la has visto. Hay varias copias de esa cinta a punto de distribuirlas entre tus compañeros de oficina, de ti depende que se las hagamos llegar y quedes como un cornudo mariquita o no.

-No lo hagas. –acerté a decir.

-¿Estás dispuesto a hacer todo lo que te diga? –preguntó ella.

-Tú ganas. –contesté.

-En cuanto cuelgue el teléfono te irás al dormitorio, te desnudarás y te pondrás unas medias blancas con liguero que encuentres por ahí. Después te pondrás el traje gris que tengo, ya sabes cual te digo, ese que tiene la faldita tan corta y me esperas de pié en el comedor a que yo llegue.

Sin darme tiempo a que yo pudiera objetar algo, colgó. Por nada del mundo quería yo que la película llegara a manos de mis compañeros de trabajo, por lo cual, aunque sin gustarme ni pizca, hice lo que mi esposa me ordenó, esperando su llegada. Pero para mi sorpresa y vergüenza, junto con ella venía también mi jefe.

-Tu mujer me ha contado muchas cosas de ti, y debo decirte que eres un auténtico imbécil. Primero no te la follas como es obligación de un marido, y luego intentas forzarla. A ver quién es el que te entiende, pedazo de estúpido. ¡Pídele perdón por todo lo que le has hecho!

-Perdona Raquel. –dije yo a media voz, entre rabioso y humillado.

-Vaya manera de excusarte, estoy seguro que sabes hacerlo mucho mejor. –dijo mi jefe.

Por espacio de cinco minutos estuve pidiéndole perdón a mi esposa, hasta que las excusas que presenté dejaron satisfecho a mi jefe. En ese momento intervino mi mujer:

-Como castigo a tu comportamiento, a partir de hoy serás mi criada. Siempre quise tener una, y ya que no puedes pagármela, tu mismo lo harás. Harás todo lo que yo te diga. Tu jefe vendrá cada viernes a satisfacerme, ya que tu no lo haces. Para que no nos molestes, ese día te quedarás trabajando en la oficina hasta las diez de la noche, momento en el que te vendrás aquí, y nos prepararás y servirás la cena vestida de sirvienta. Recuerda la cinta que tenemos. Una sola desobediencia por tu parte y te garantizo que tus compañeros de oficina tendrán su copia.

Pero mi jefe también me tenía reservada otra humillación.

-Como muy bien sabes, cada quince días hay que presentarme informe de ventas del departamento. Haré unos cambios en el organigrama de la empresa y tú serás el encargado de presentármelo. Ese día, esperarás a que todos los de la oficina se hayan marchado, entonces te pondrás un vestido de mujercita y entrarás en mi despacho para entregarme el informe.

Yo tenía la vista al suelo por la vergüenza que sufría, pero en un momento dado, la levanté y lo miré a la cara. Mi mujer me dio una sonora bofetada y me dijo:

-No nos mires a los ojos mientras te hablamos. Quiero que mantengas la cabeza gacha y la vista al suelo.

-Así me gusta querida. –le dijo mi jefe. –Enséñale quién manda en esta casa desde el primer momento.

Finalmente él se marchó. Aquél día y en lo sucesivo, mi mujer se adueñó del dormitorio y a mi me hizo dormir en el sofá. Cuando al día siguiente llegué del trabajo, lo primero que hizo mi mujer fue ordenarme que me desnudara y me enseñó a depilarme.

-Las mujercitas se depilan, y tú no serás una excepción. -me dijo, y añadió -De ahora en adelante, te depilarás tu solita con la frecuencia necesaria para parecer una nenita guapa. No quiero avisarte al respecto, tú sabrás cuándo tienes que hacerlo, si te lo tengo que decir yo, será a bofetadas.

También me impuso el uso del uniforme de criadita, con una excepción, no me dejó usar la falda. Sólo me autorizó a usar las medias blancas con liguero y un diminuto delantal, dejando mi culito al aire. Me ordenó quitar el polvo de la librería y ella se sentó en el sofá que estaba enfrente para observarme. Al poco empezó a decirme frases como:

-¡Vaya culito que tiene la niña! Es un crimen esconder tu culo, guapa.

Más tarde cuando le serví la cena ella me lo acariciaba o palmeaba cada vez que me ponía a su lado para servirla. Aquella humillación terminó por excitarme, cosa que ella, naturalmente, observó debido a mi empalme, y riéndose de mí, dijo:

-¡Vaya con la sirvienta sumisa! Te gusta verte así, ¿no?

Al día siguiente, ella me compró un utensilio para evitar mis erecciones. El artefacto consistía en un fino cordel que se ponía a modo de cinturón, otros dos cordeles bajaban de la parte delantera y terminaban en un capuchón donde se alojaba el pene, en este capuchón solo le cabía un pene en estado de reposo, y no permitía que se tuviera una erección. La punta del capuchón estaba abierto para permitir evacuar la orina por allí. La otra función del artefacto, consistía en obligar al pene a permanecer entre las piernas de modo que visto por la parte frontal, parecía como si no se tuviera el miembro. Esto se podía lograr con dos opciones; una era un cordel atado en la punta del capuchón y obligar al pene a alojarse entre las piernas pasando aquél por la raja del culo y atándolo a la parte trasera del cinturón, la otra opción era sujetar el capuchón y por ende el pene al escroto por medio de una pinza, al colocarlo, mi mujer optó por esta última:

-Quiero que tengas el agujero de tu culito expedito. -me dijo para justificar su decisión. -Ahora no podrás tener ninguna erección. Si no eres lo suficientemente hombre para follarme, no tiene ningún sentido que te empalmes. Además, tendrás que mear sentada, como la mujercita que eres. Y a propósito, a partir de ahora, cuando quieras ir a orinar, tendrás que pedirme permiso. ¿Lo has entendido, nenita?

-Sí. -dije yo lacónicamente.

-Se dice sí Señora. Quiero que me trates de usted y me llames Señora.

-Si Señora. -repetí, más humillado que nunca.

Para rematar el conjunto, me puso una cofia como las que llevan las criadas y un collar en el cuello.

-Estás muy guapa así, nenita. Ese será tu uniforme de trabajo a partir de ahora. En cuanto llegues a casa, te desnudarás, te pondrás el aparato en la polla, las medias con liguero, la cofia, el collar y el delantal.

Así las cosas, llegó el siguiente viernes, en que debía quedarme en la oficina hasta las diez, para llegar a casa sobre las diez y media. El jefe tuvo la consideración y generosidad de pagarme las horas extras, me las pagaba junto con la nómina. La única pega era que desde entonces las nóminas me las ingresaba en una cuenta a nombre exclusivo de mi mujer y yo me quedé trabajando como un cornudo y sin un céntimo en el bolsillo. Empecé a pensar en mandarlo todo al diablo, es decir, echar a mi mujer de casa y despedirme del trabajo, total, podía encontrar otro, y en cuanto a la cinta, pues que la enseñasen, yo podría quedar como un cornudo maricón, pero mi mujer quedaría como una guarra y quizás el jefe como un mal nacido. Pero ellos debieron pensar en esto, porque más adelante explicaré como me cogieron en sus garras definitivamente. Como decía antes, llegué a casa sobre las once, ellos dos estaban sentados en el sofá, el jefe vestido y mi mujer llevaba solo una camisa y medias, sin usar bragas. Aunque me oyeron llegar, no me hicieron ni caso, pero yo ya tenia mis instrucciones, me desnudé, me puse mi "uniforme" y me fui a la cocina a preparar la cena. Mientras estaba en ello, mi mujer me ordenó que les trajera un aperitivo, lo preparé y en el momento que depositaba las bebidas en la mesita, ella se levantó, se sentó sobre la mesa del comedor y me ordenó que la limpiara. Arrodillado ante ella, tuve que tragarme los restos de semen y flujos hasta dejarle el coño reluciente. Mientras le estaba lamiendo el coño a mi esposa, mi jefe se percató del artefacto que yo llevaba para sujetar mi pene entre las piernas. Se rió de mí y dijo:

-Creo que tu mujer sabe humillarte a las mil maravillas. Esa cosa que llevas ahí la veo interesante. Quiero que te la pongas cuando me presentes el balance, ya sabes, cuando te vistas de nenita. Con esto metido hasta podrás ponerte bragas, o mejor un tanga.

Dicho esto, mi mujer se bajó de la mesa y con un cachetazo en mis nalgas me envió de nuevo a la cocina a terminar de cocer la cena. En cuanto la tuve lista, preparé la mesa y les indiqué que podían sentarse a cenar en cuanto quisieran, cosa que hicieron de inmediato. En el transcurso de la cena, mi jefe aportó una nueva idea para rebajarme y humillarme más todavía. Le comentó a mi esposa que estaría bien que me hiciera llevar peluca de media melena, y además que me enseñara a maquillarme, así parecería más mujercita, él, por su parte, también me obligaría a ponerme la misma peluca y a maquillarme cuando le presentara el informe. Mi mujer aceptó la idea encantada y le prometió que a partir de la semana siguiente, los viernes me haría llevar la peluca y también me enseñaría el arte del maquillaje.

-Así podrá también maquillarse ella solita cuando le hagas presentar el informe. ¿Por cierto, cuándo será eso? -le preguntó.

-El martes próximo. -le contestó él.

Aunque mi mujer lo consideró un poco corto, le aseguró que el martes me maquillaría en la oficina yo solo.

Terminaron de cenar y mientras tomaban café en el sofá, yo me dirigí a la cocina a fregar los platos y una vez hube terminado, regresé al comedor para comunicarle a mi mujer que ya había finalizado las tareas. Fue entonces cuando sucedió lo más horrible de todo. Todas las humillaciones sufridas antes no fueron nada comparadas con lo que se me avecinaba. En efecto, mi mujer se levantó tranquilamente, y en cuanto estuvo frente a mí, me ordenó darle la espalda y poner los brazos atrás, me esposó y me hizo inclinar el tronco sobre la mesa, quedando yo de pié, pero con el pecho y la cara contra la mesa, en esa posición, mi culo quedaba en pompa. Luego ató una correa a mi collar y ató aquella a la mesa, de modo que yo no podía levantarme. También me inmovilizó los pies, entre sí y con las patas de la mesa. En pocas palabras, me inmovilizó por completo. Acto seguido, trajo la filmadora en un trípode y la puso de tal manera que se me viese de cuerpo entero y por mi lateral, además me obligó a girar la cara hacia la filmadora. Ella desapareció un rato, momento en el que mi jefe me dijo riéndose que aquella debía ser mi posición natural y que adoraba a mi esposa por que sabía tratarme como era debido. Ella apareció de nuevo, con una gran polla artificial unida a un arnés que se había colocado y un pote pequeño en una mano. En aquél momento supe lo que iba a suceder y empecé a implorar que me soltaran aunque, por descontado, no me hicieron el menor caso. Pronto descubrí qué era en realidad el pote. Vaselina. Mi mujer me untó el ano, tanto por fuera como por dentro introduciéndome para ello un dedo en mi agujero. Y entonces, agarrándome por la cintura, me enculó hasta el final y empezó a bombear. Mi jefe se mofaba de mí y me decía cosas humillantes como:

-Mira la mujercita violada. Mira la nenita como pone su culito.

Se acercó y, cogiéndome por los pelos, me levantó la cabeza todo lo que daba de sí la correa y empezó a abofetearme. Cuando mi mujer se cansó de encularme, sacó su pene artificial, pero lejos de cesar mi tormento, me quitó la pinza que me sujetaba el pene al escroto y ató un cordel en la punta del capuchón. Entonces cogió un consolador que traía consigo, y me lo introdujo por el culo. Para que yo no lo sacara con movimientos del esfínter, le pasó el cordel que salía del capuchón por un agujero pasante que tenía el consolador en su base y ató el otro extremo del cordel a la parte trasera del cinturón. Estando así perpetuamente penetrado, se dirigió a mi cabeza y me ordenó limpiar su "pene" de mi propia mierda, y mientras yo le hacia una mamada, mi jefe se situó tras de mí, se sacó el cinturón y empezó a pegarme con el en las nalgas. Para cuando mi esposa terminó, yo tenía los mofletes de la cara y del culo rojos y estaba llorando de dolor y humillación. Se rieron de mí, diciéndome que lloraba como la mujercita que era. Para terminar, me hicieron pedirles perdón por ser una mujercita sumisa, también me hicieron darles las gracias por la violación y prometerles que sería una nenita obediente y una criada servicial. Y todo esto delante de la filmadora….Ahora sí que estaba definitivamente en sus manos. Mi jefe, sin duda animado ante mi humillación dijo:

-Habrá que darle un nombre a la nenita. Levántale la cabeza por los pelos. -le pidió a mi mujer.

Cuando ella hubo cumplido su petición, el se sacó su polla y se meó en mi cara, diciéndome al mismo tiempo:

-A partir de ahora responderás al nombre de Violeta. ¿Entendido, nenita?

-Sí. -dije yo.

Mi mujer me dio una palmada en las nalgas y me dijo:

-Llámalo Amo, estúpida criada.

-Sí Amo. -respondí totalmente entregado. Mi mujer me desató de la mesa y de rodillas y tirando de la correa, me llevó al charco de orina de mi jefe y me ordenó limpiarlo con la lengua. Él estaba extasiado de ver como mi mujer me humillaba y se reía de mí mortificándome una vez más. Y lo cierto es que vestido sólo con unas medias con liguero, un delantal, de rodillas con el culo alzado, penetrado y lamiendo el suelo mi aspecto debió ser de total sometimiento y humillación. Me volvieron a atar a la mesa, y ellos, sentándose en el sofá, visionaron la película que me acababan de hacer. Yo no la pude ver, pero sí pude oír mis súplicas, llantos y las palabras que me hicieron decir al final, junto con la imposición de mi nuevo nombre. Entonces mi jefe cogió la cinta gravada, diciéndole a mi mujer que estaría más segura en su casa, con un palmetazo en mis nalgas se dirigió a mí ordenándome que a partir del lunes siguiente, fuera a la oficina llevando colocado el capuchón y unas braguitas o un tanga femenino.

-Cuando llegues, -me ordenó, -entras en mi despacho con cualquier excusa y te bajarás los pantalones para demostrarme que llevas bragas y el pene escondido hacia atrás.

También me recordó el papel que me tenía reservado para el siguiente martes, me dijo que él mismo me procuraría la ropa, la peluca y el set de maquillaje que debía utilizar. Me alentó a convertirme en una verdadera mujercita. También dijo que aquel día era para él, uno de los mejores que pudiera recordar en su vida, en primer lugar, por que se había follado a mi mujer, y además por que había disfrutado mucho viéndome humillado repetidamente.

-Has nacido para criadita sumisa, nenita Violeta. -me dijo. -Tu esposa y yo cuidaremos de que tengas lo que mereces. Cuida de que no tenga ninguna queja de ti de tu mujer, por que si no, te haré llevar en el trabajo esta polla que ahora mismo tienes insertada en tu culito.

Se despidió de mi mujer con un morreo y se fue. Yo me quedé allí, atado a la mesa y con el culo todavía penetrado puesto que mi mujer me ignoraba por completo. Ella fue de un lado para otro del piso, haciendo sus cosas hasta que por fin se me acercó.

-Tú me humillaste no haciéndome caso y mira como tienes que verte, criadita Violeta. Te he vencido por completo. Hubiera podido echarme un amante sin que tú te dieras cuenta, pero quise humillarte así, haciéndotelo saber, ¡y además, que ese amante fuera tu propio jefe! Y por si fuera poco, me tuviste que limpiar el coño de su semen y mis jugos.

Se rió de mí, y se puso a sobarme las nalgas mientras continuó:

-Como vi que aceptabas todo eso, sin que tu hombría aflorara, se me ocurrió humillarte todavía más vistiéndote de mujer, que es como te merecías que se te tratara. Lo demás ha venido solo, hacerte ir desnuda, vestirte y utilizarte de criada y feminizarte con la violación ha sido para mí una gozada. Pero ya has visto que no todo ha terminado aquí, te enseñaré a maquillarte y parecerás cada día más nenita. También has podido comprobar que tu jefe colabora conmigo para tu completa humillación. Y ya sabes, no te atrevas a desobedecerme o la cinta correrá por la oficina.

Continuará...(Si tengo tiempo para escribir, claro)