En semana santa ... una de romanos
Julia se queda sola en la ciudad en vacaciones de Semana Santa, dispuesta a descansar, leer y ver pelis de romanos. No sabe lo acertado de su predición...
EN SEMANA SANTA ... UNA DE ROMANOS
A Julia nunca le fascinó en exceso la Semana Santa. Pero unos días de vacaciones siempre eran de agradecer. Se quedaría en la ciudad, medio desierta por aquellas fechas, aprovechando para pasear e ir de compras. A sus 35 años era una mujer aún atractiva, independiente, inteligente y con una cultura amplísima. Estatura media (alrededor de 1,65), cuerpo atractivo, pechos pequeños pero resultones, pelo castaño oscuro rizado (y siempre muy bien peinado), nalgas que aún no acusaban la ley de la gravedad y ojos muy expresivos. Tenía además ese punto de madurez (física y mental) que tanto suele gustar a los hombres. Su conversación era fácil y siempre estaba leyendo algo, fuese lo que fuese. Lo anterior no significaba que fuese una santa ni nada parecido. Había tenido un puñado de novios (alrededor de la decena), varios de ellos de "largo recorrido", incluyendo uno que la quiso llevar al altar.
Sin embargo ella se acabó negando. Tuvo alguna aventura más, pero en los últimos meses su vida había sido demasiado tranquila en este aspecto. Julia no estaba preocupada por este detalle, ya que se encontraba muy bien con ella misma, y eso era lo más importante. Tenía en mente una Semana Santa tranquila, en la que descansaría, leería y vería, una vez más, las inevitables pelis "de romanos": Espartaco, Quo Vadis, Ben Hur.......
El miércoles, víspera del jueves santo, decidió salir a comprar un disco. No sabía muy bien cual comprar, pero seguro que algo encontraría. Después de patear la ciudad durante casi una hora y media, se topó con una tienda de discos que no conocía. Miró el escaparate y acabó entrando en ella. A su derecha había una gran estantería con viejos discos de vinilo. Empezó a escudriñar entre ellos, ya que sentía la tentación de llevarse alguno. En opinión de Julia el vinilo tenía un encanto especial, muy superior al de los modernos CDs.
¿Puedo ayudarte? -sonó una voz a sus espaldas.
Ella se giró y vio a un chico joven, de unos 23 o 24 años. Era evidente que era el dependiente de la tienda. La mujer (de unos 45) que anotaba algo en un libro de contabilidad, detrás del mostrador, debía ser la jefa. Julia ni siquiera se había dado cuenta de que era la única cliente en la tienda.
En realidad solo estaba ojeando -respondió con rapidez.
Pero la verdad es que, a partir de ese momento, se dedicó más a ojear al chico que a los discos. Era alto (sobre 1,80), delgado, con el pelo moreno algo desordenado. Tenía una expresión sonriente, con un cierto toque pícaro, y unos enormes ojos casi negros. Sin darse cuenta se pusieron a charlar sobre música. Al final Julia se llevó dos viejos discos: uno de Modern Talking y otro de Dire Straits , sus dos grupos favoritos de los años de instituto. Pagó y siguieron hablando. A Julia le gustó aquel chico y, por un momento pasó por su cabeza aquello de: "Ay, si yo fuese más joven". Pero, como mujer realista que era, sabía que no valía la pena llevar las cosas más lejos. Iba a despedirse, cuando el chico de la tienda miró el reloj y dijo:
¿Te apetece tomar algo? Podemos seguir charlando un ratito.
Sí, por supuesto -respondió ella.
Miró hacia la jefa, la cual le hizo un gesto con la mano, que indicaba que podía marcharse sin problema. Entraron en un bar que estaba al lado de la tienda y, delante de dos cervezas, siguieron su animada conversación.
Me llamo Jorge.
Yo soy Julia -contestó ella, sin saber aún si debía de tratar al tal Jorge como un amigo o como a uno de sus sobrinos.
La conversación se fue deslizando de unos temas a otros. Al cabo de media hora, mientras tomaban la tercera cerveza, salió a relucir el tema de los planes para la Semana Santa. Con bastante habilidad Jorge fue sonsacando a Julia algunos detalles, como por ejemplo que ella no tenía novio, ni ningún plan especial para los próximos días. Ella se daba perfecta cuenta de aquello, pero le dejaba hacer, ya que aquel jovencito era muy atractivo.
Me han invitado a una fiesta mañana por la noche -dijo él de repente-. No sé si te apetecería acompañarme.
¿Qué tipo de fiesta? -preguntó Julia, tratando de disimular la sorpresa que le había producido la audacia de él.
Una fiesta romana, ya sabes de esas de toga.
Julia era una apasionada de la historia de Roma. Muchas veces había fantaseado con estar en alguna de esas orgías que organizaban los emperadores. Sabía que, cuanto más degenerados eran los emperadores (Calígula y Cómodo eran los ejemplos más claros), más frecuentes y salvajes eran sus fiestas. Después de dejar divagar su mente unos instantes, Julia volvió a la realidad, mientras Jorge la miraba fijamente. Pensó aceptar de inmediato, pero había oído hablar del peligro de esas fiestas, por lo que prefirió una respuesta que no comprometiese a nada.
Mejor me llamas mañana -dijo, mientras garabateaba su nombre y número de móvil en una servilleta.
De acuerdo, te llamaré. Me tengo que ir. Prepara la toga, por si acaso -concluyó Jorge, riendo.
A la media hora Julia llegó a casa. Se duchó, cenó y se sentó a leer. Pero no pudo quitarse de la cabeza a aquel osado jovencito, ni la fiesta de las togas. A las doce y media se metió en la cama, totalmente desnuda, como siempre, y se durmió poco a poco. Se despertó a eso de las nueve y media, recordando el sueño que había tenido. Jorge era el emperador y ella era su concubina favorita. Su sexo húmedo indicaba a las claras el alto voltaje de lo que había soñado.
No vaciló más. A las once telefoneó a una amiga que tenía una tienda de ropa. Le explicó brevemente lo que necesitaba y a las doce y media ya estaban las dos en la tienda confeccionando el atuendo para la fiesta nocturna. Julia se miró al espejo y quedó fascinada con lo que vio. La habilidad de su amiga había convertido, en menos de media hora, un trozo de tela blanca en una preciosa toga, rematada con un bonito broche en el pecho. Además su amiga le dio instrucciones respecto del peinado que debía llevar y, por fin, un último consejo:
Cuidado con estas fiestas, que se sabe como empiezan, pero no como terminan.
"En eso está la gracia", pensó Julia. A eso de las siete sonó su móvil. Era Jorge, que preguntó al momento:
¿Quedamos a las diez en el bar de ayer?
Por lo visto estaba convencido de que ella iba a aceptar la invitación, ya que lo dio por supuesto. A lo mejor el muchacho tenía más peligro del que dejaba entrever. Después de que Julia aceptase, él le dio unas pocas instrucciones. Debería llevar la toga en una bolsa, se la pondría en el lugar de la fiesta y, una vez allí, no llevaría nada debajo de ella. Como calzado, sandalias.
Tranquila, que no se trata de ninguna orgía ni nada parecido. Nadie te obligará a hacer nada ... que no quieras.
Tranquiliza saber eso -respondió ella, riendo nerviosamente-. Hasta las diez.
Después de cenar se arregló con cuidado. Se peinó tal como su amiga le había indicado: pelo recogido sobre la cabeza, sujeto con una larga aguja, dejando caer bucles de su pelo rizado a ambos lados de la cara. Una vez peinada no resistió la tentación de ponerse la toga, sin nada debajo, y las sandalias. La verdad es que parecía una auténtica romana, pero sus pensamientos no fueron hacia Livia, la virtuosa y ejemplar esposa de Augusto, sino hacia otros personajes femeninos del imperio romano. Se acordó de su tocaya Julia, la disoluta hija de Livia, de Mesalina, esposa de Claudio, cuya conducta se hizo probervial, de Popea, la joven y bella esposa de Nerón o de Marcia, concubina de Cómodo. Eran las "chicas malas" de la historia, pero aquel día Julia prefería sentirse como ellas y ser mala. Para tener una conducta intachable ya tenía muchos días al año.
Guardó la toga con cuidado en una bolsa de deporte, junto con las sandalias, y se vistió con unos vaqueros azules (a sus años no a todas las mujeres les sentaban bien los vaqueros), una camiseta blanca, una chaqueta de punto azul y unos zapatos negros. Repasó el peinado, viendo que estaba perfecta y que la favorecía, incluso aunque no fuese a una fiesta romana. A las diez en punto entró en el bar, viendo que Jorge ya la esperaba apoyado en la barra, con una pequeña bolsa de viaje a su lado. El chico era puntual, "buena señal", pensó Julia.
¿Estás lista? -preguntó Jorge.
Por supuesto -respondió ella.
Sin más comentarios salieron del bar, se subieron a un Seal Ibiza azul y enfilaron hasta una de las urbanizaciones de la periferia de la ciudad. El coche paró frente a uno de aquellos chalets, que eran más grandes de lo habitual. En la puerta había dos hombres fuertes, tipo porteros de discoteca. Jorge les enseñó una tarjeta color azul. Entraron y se dirigieron a una habitación a la derecha, que estaba partida en dos por unos biombos. Jorge indicó a Julia que pasase tras los biombos de la derecha, añadiendo:
Tengo ganas de ver lo bien que te sienta la toga. Ahora mismo nos vemos.
Julia se desnudó con rapidez, en aquella especie de improvisado probador, colocándose la toga con cuidado. Ayudándose del espejo dio los últimos retoques a su atuendo, colocando finalmente el broche. Se puso las sandalias y guardó su ropa en la bolsa de deporte. Cuando salió, Jorge ya la estaba esperando, vestido con otra toga. Dejaron sus bolsas en una especie de ropero y se dirigieron a la habitación que estaba a la izquierda de la entrada. Era un enorme salón, por el que se podía ver a unas veinte personas de ambos sexos, todas vestidas de blanco o crema.
Instintivamente Julia se cogió del brazo de Jorge, ya que ella no conocía a nadie allí y no quería despistarse de su acompañante. Los ojos, siempre curiosos de ella, se fijaron en todos los detalles: una chimenea encendida, bebidas en abundancia, distribuidas por toda la habitación, y hasta cajetillas de tabaco y mecheros colocados a mano de los invitados. Se oía una música suave, que ayudaba a dar ambientación a la fiesta. La gente bebía, bailaba o charlaba, todo ello con gran naturalidad. Julia solo estaba pendiente de dos cosas: de no soltar el brazo de Jorge, a fin de no perderle de vista, y de moverse suavemente, por miedo a que su toga acabase en el suelo. El resto de la gente se manejaba con gran soltura y naturalidad, lo cual indicaba que no era la primera vez que acudían a este tipo de fiestas.
A los diez minutos el número de invitados había aumentado a unos 30. Jorge preparó un par de copas y ofreció una de ellas a Julia. Mientras brindaban, notó como la mano de Jorge empezaba a tantear su cintura. Por lo menos ella estaba segura de que no tocaría michelines, ya que su cintura aún era prieta y esbelta. Además, el hecho de que aquel muchacho joven se viese atraído por su cuerpo, hizo que Julia se sintiera deseada, sensación muy agradable para toda mujer que haya pasado la treintena. Por ello decidió devolverle el favor, pasando una de sus manos ligeramente por encima de la toga, a la altura del trasero de su acompañante. Se dio cuenta de que Jorge, al igual que el resto de los varones que había allí, habían colocado una buena parte de la tela de sus togas en la entrepierna, a fin de disimular, en la medida de lo posible, inoportunas e inevitables erecciones.
Estaban en esta fase de toqueteos previos (que tarde o temprano conducirían hacia donde los dos sabían), cuando alguien se acercó a saludarles. Julia no pudo dejar de fijarse en él. Era un tipo de unos 30 años, de la altura de Jorge, pero con una complexión mucho más fuerte. Tenía el pelo corto, color castaño claro, los labios muy carnosos y los ojos de un bonito marrón claro. Nada más llegar dijo:
Enhorabuena Jorge, por fin te veo venir bien acompañado a una de mis fiestas.
Gracias Marcos. Ella es Julia -respondió Jorge.
Hacía mucho que no pisaba por aquí una romana tan bella -dijo Marcos, besando la mano de ella.
Eres muy amable -contestó Julia, ruborizándose ligeramente-. Tu fiesta es muy bonita.
Supongo que Julia no habrá visto el cuarto romano -quiso saber Marcos.
No, hemos llegado hace un cuarto de hora. Pero creo que éste es un buen momento para ello -sugiríó Jorge, sin soltar la cintura de Julia.
Marcos cogió un pequeño manojito de llaves doradas. Eran llaves antiguas, pero estaban brillantes. Subieron los tres por la escalera y Marcos abrió la puerta del fondo del pasillo de la izquierda. A Julia aquello empezó a sonarle a encerrona, pero estaba tranquila. Seguro que Mesalina o Marcia nunca se hubiesen negado a una encerrona semejante con dos tipos tan apuestos y atractivos. El cuarto romano era soberbio, la verdad. En el centro había una enorme cama, muy alta, de madera de roble. En la base se veían talladas pequeñas escenas de gladiadores luchando. A la izquierda de la cama había dos bustos romanos, colocados sobre dos estupendas columnas de mármol. A los pies, contra la pared, dos divanes. En las paredes había cuadros (de temas romanos, naturalmente) y un espejo ovalado. Debajo del espejo, una pequeña cómoda con una bandeja de plata llena de frutas. En una de las esquinas una puerta daba a un cuarto de baño.
A Julia se le disparó la imaginación. Aquello era como un sueño: una ambientación perfecta y dos tipos sin desperdicio para ella solita. Desde luego la situación prometía más emociones que las que le habían brindado sus últimos amantes. Ella, de temperamento prudente por naturaleza, estaba excitada y sabía que oportunidades como aquella no sucedían todos los días. En ese momento habló Marcos:
¿Qué te parece, Julia?
Es una maravilla, es precioso.
Marcos se lo reserva siempre para él -dijo Jorge, riendo-. Es un honor que nos haya invitado.
Julia ya no pudo aguantar más. Colocada de pie entre los dos chicos, deslizó sus manos por debajo de las togas, hasta palpar unas nalgas firmes y duras. En ese momento no deseaba más que sentirse como la más puta que recordasen los anales del imperio romano. Sin decir nada los llevó hasta uno de los divanes e hizo que se sentaran. Se arrodilló entre ellos y fue subiendo sus togas, hasta dejar al descubierto sus atributos masculinos. "Tamaño estándar", penso Julia, "unos 14-15 cm cada una", mientras agarraba con las manos aquellos miembros endurecidos.
Marcos cruzó una mirada con Jorge y asintió ligeramente con la cabeza, como queriendo dar a entender que aquel nuevo fichaje iba a dar mucho juego. Julia nunca había estado con dos tíos, pero aquello añadía más gasolina al furioso incendio que sentía en su interior. Era un verdadero lujo poder elegir que polla llevarse a la boca, por lo que dudó unos segundos antes de empezar a lamer el capullo de Jorge, mientras con la mano izquierda pajeaba la de Marcos. Al principio iba un poco descordinada, ya que nunca había manejado dos pollas a la vez, pero al cabo de unos pocos minutos le cogió el truquillo. Era evidente que Julia podía aprender cualquier cosa que se propusiese.
Fue metiéndose en la boca la polla de Jorge, hasta tenerla casi en la garganta. Después movió la cabeza, como ella sabía hacer, deslizando con suavidad los labios por aquel miembro duro, hasta que lo dejó bien mojado de saliva. Entonces giró un poco el cuello hacia la izquierda y con los labios atrapó el capullo de Marcos, haciéndole dar un respingo, seguido de varios jadeos, cuando ella empezó a mover su lengua en círculos, con rapidez. Parecidas en longitud, la de Marcos era algo más gruesa y más venosa, "pero las dos están igual de ricas", penso Julia sin dejar de trabajar.
Estaba ya mojadísima, por lo que decidió que ya era hora de que aquellos dos demostrasen todo lo que sabían hacer. Se pudo de pie, al borde de la cama, soltó el broche que sujetaba la toga y, con un rápido movimiento, la dejó caer a sus pies. Sus dos acompañantes hicieron lo mismo, quedando los tres desnudos en cuestión de segundos. La tumbaron sobre la cama y una avalancha de sensaciones cayeron sobre ella. Bocas en sus pezones, manos por todo el cuerpo. Julia no supo decir cual de las dos bocas se aplicó sobre su coño mojado, pero lo cierto es que se lo comió de maravilla. Pero no quería correrse demasiado pronto, así que se incorporó a cuatro patas en el centro de la cama, mirando hacia los pies de la misma. Marcos se sentó, con la polla justo al alcance de su boca, mientras que Jorge se colocó detrás de ella. En el mismo momento en el que se tragaba aquel trozo de carne duro y palpitante, notó una lengua mojada y juguetona en su ano. No pudo reprimir un fuerte suspiro y cerró los ojos.
Estaba pensando cómo se la iban a follar, cuando notó algo frío en los tobillos, seguido de un chasquido metálico. Giró la cabeza algo asustada, pero entonces sintió lo mismo en las muñecas. Tardó solo un instante en darse cuenta de lo que había pasado: aquellos dos cabrones la habían encadenado a la cama. Los grilletes que sujetaban sus muñecas y tobillos tenían unos 10 centímetros de ancho, y cada uno de ellos estaba sujeto por una especie de alambre de un centímetro de grueso, que iban a terminar en las cuatro esquinas de la cama. Julia no se había dado cuenta de la existencia de los grilletes, hasta que fue demasiado tarde. Dio un pequeño tirón con los brazos, comprendiendo que no había forma de soltarse.
Marcos acarició su cara y dijo:
No te asustes cariño, pero estas son las reglas.
¿Reglas? -respondió Julia con una mezcla de miedo y excitación en la voz.
Sí, las reglas del cuarto romano.
Lo siento Julia, pero cada chica nueva que viene a esta fiesta debe pasar por este cuarto -terció Jorge-. Relájate y disfruta -añadió, besando con cariño su nuca.
Julia no tuvo tiempo a protestar, porque la polla de Marcos llenó su boca, mientras los dedos de Jorge empezaban a introducirse en su coño mojado. Aquello era de locos: estaba atada a una cama, con dos tipos desconocidos, expuesta a cualquier cosa. Pero el asunto no tenía remedio, así que Julia decidió tranquilizarse y disfrutar lo más posible de aquella grotesca e irrepetible escena. Gimió cuando la polla de Jorge su introdujo en su coño de un solo golpe y aprovechó los envites de éste para adelantar la cabeza y tragarse entera la de Marcos. Aquel triple movimiento, unido a lo morboso de la situación, resultaba delicioso. Uno empujaba por detrás, clavándosela hasta el fondo y haciendo temblar sus nalgas, lo que provocaba que ella tragase verga.
El coño de Julia cada vez estaba más mojado. Supo que no tardaría en correrse. A medida que su excitación aumentaba, su mamada se volvía más furiosa, más contundente. Cuando la mano de Jorge, habilmente pasada por debajo de su cuerpo, encontró su clítoris y se puso a frotarlo, sintió que no podría aguantar mucho más. Pero el primero en correrse fue Marcos, que descargó en su boca un auténtico torrente de leche calentita. Julia dejó resbalar por su barbilla la mayor parte de aquel líquido cremoso, tragando un poco. Apenas estaba amargo. Lamió un poco que quedaba en su labio superior, justo antes de correrse de gusto, aullando de placer. Se derrumbó sobre la cama, notando como Jorge sacaba la polla de su coño y se corría abundantemente sobre su espalda y nalgas. Los restos de placer de su propio orgasmo se mezclaron con la placentera sensación de aquel semen calentito que resbalaba suavemente por su piel.
Durante unos segundos Julia se quedó adormilada, pero escuchó ruido de llaves, seguido de varios chasquidos metálicos y sus muñecas y tobillos quedaron libres de nuevo. Después notó como una esponja húmeda se deslizaba por su cuerpo, limpiando los restos de semen. Los dos chicos se tumbaron a su lado, acariciándole la espalda. Reconoció la voz de Jorge, que decía:
Espero que no te hayamos parecido unos brutos.
No, para nada, ha sido delicioso, de verdad -respondió Julia, tumbada boca abajo y con la mejilla apoyada en las manos.
Su voz sonaba débil, pero en realidad ya se estaba preparando para el siguiente asalto. "Donde va la soga, va el caldero", pensó, así que más valía que aquellos dos cabronazos estuvieran recuperados en breve, porque si no se iban a enterar. Al cabo de cinco minutos se giró y quedó tumbada boca arriba. En su cuerpo se clavaron dos pares de ojos y Julia vio, con satisfacción, que reaccionaban adecuadamente a la vista que ella les ofrecía. Les sonrió maliciosamente, antes de decir:
Veo que aguantareis otro asalto, ¿no, chicos?
Por supuesto que si, encanto -respondió Marcos.
Y sin mediar más palabras se bajó de la cama, agarró los tobillos de ella, se los pasó por encima de los hombros y apoyó la punta de su pene en la entrada. A Julia le encantó aquella penetración "en seco", sin ningún tipo de calentamiento previo. Se la metió hasta los huevos, de un solo golpe de caderas. Ella soltó un pequeño grito involuntario, mientras él, con la polla totalmente clavada decía a su amigo:
¡Venga compañero! Vamos a darle lo suyo a esta plebeya, que no se quede con ganas de nada.
Por toda respuesta Jorge buscó la boca de Julia, metiéndole la lengua casi hasta la garganta, mientras que sus hábiles dedos daban pellizquitos en sus pezones, poniéndolos duros. Entre gemido y gemido, ella tuvo tiempo de usar sus manos. Con una de ellas aprisionó el miembro de Jorge, dándole un lento meneo, mientras que la otra bajó hasta su hinchado clítoris, acariciándolo con suavidad.
Marcos siguió follándola, con mucha pericia, variando la velocidad de sus acometidas de vez en cuando. Jorge se arrodilló sobre su cara, poniéndole la polla sobre la boca. Julia, que estaba disfrutando como una condenada, le lamió los huevos, con mucha saliva, antes de meterse el capullo en la boca. Lo chupó un ratito, disfrutando de aquella deliciosa dureza, hasta que decidieron cambiar de postura.
Jorge se tumbó en aquella cama (que tenía un colchón duro pero muy cómodo). Julia se colocó sobre él, separó bien las rodillas, cogió con la mano su polla, la colocó en la entrada y fue bajando poco a poco las nalgas, clavándose sobre ella con un largo suspiro. Se la metió hasta el fondo y empezó a bombear a base de movimientos de pelvis, mientras apoyaba las manos en el pecho del chico y le pellizcaba con saña las tetillas. Dejo de moverse cuando notó las manos de Marcos separarle las nalgas. Un dedo con saliva recorrió en círculos su ano, empapándolo y dejándolo preparado para lo que se avecinaba.
Volvió a cabalgar sobre Jorge, al tiempo que un dedo presionaba sobre su agujerito posterior, abriéndose camino con mucha facilidad. Aquel dedo tan juguetón entró y salió varias veces, provocando en ella unas deliciosas sensaciones. Julia contuvo un instante el aliento cuando sintió el redondo capullo apoyarse en la entrada de su ano. Después, con el pene de Jorge clavado totalmente en su coño, cerró los ojos y se mordió el labio inferior, mientras la herramienta de Marcos se abría paso por su ano. Cuando se la metió hasta el fondo, Julia sintió en su interior juntarse dos increíbles sensaciones y estalló en un brutal orgasmo.
En otra situación, Julia se hubiese dado más que satisfecha con aquel orgasmo, pero en aquel momento las dos varas que la empalaban no estaban dispuestas a darle tregua. Bajo ella, Jorge movía su pelvis, follando su coño sin parar. Detrás de ella, Marcos se la metía por el culo hasta el fondo, haciendo que viese las estrellas en cada acometida. Ella gritaba, gemía y jadeaba, sintiéndose más llena de verga que en toda su vida. Aquellos dos sementales se estaban ensañando con sus agujeros y ella lo estaba disfrutando de lo lindo.
Julia no tardo en volver a sentir como el placer volvía a crecer dentro de ella, hasta que se desbordó en otra placentera explosión. En ese momento las dos pollas dejaron sus agujeros y ella, chorreando sudor por todo el cuerpo y flujos por el coño, se dejó caer sobre la cama, de espaldas. Pero aquellas dos pollas aún estaban insatisfechas. Los dos tíos se pusieron de pie al borde de la cama y empezaron a menearse sus miembros duros como el acero. Julia se sentó en la cama, con las piernas colgando, de frente a ellos. Estaba tan caliente que no vaciló en decirles:
¡Vamos, correos! Quiero que me llenéis de semen.
Cuando notó que ellos se iban a correr, abrió la boca, sacó la lengua y empezó a recibir chorros de espesa leche. En unos segundos le llenaron la boca y la cara, mientras ella disfrutaba del sabor resultante de la mezcla de aquellos dos fluidos corporales.
Quince minutos más tarde Julia salía del cuarto de baño, donde acababa de ducharse. Se puso la toga y se arregló el peinado frente al espejo, mientras ellos dos estaban tranquilamente sentados en los divanes dándole a las uvas. Cuando enfilaba hacia la puerta dijo:
Ha sido muy agradable chicos. Pasadlo bien el resto de la noche.
¿Te vas ya Julia? ¿Quieres que te lleve? -preguntó Jorge, desnudo y sin dejar de comer uvas.
Sí, me voy, pero no te molestes, tomaré un taxi.
Me gustaría que aceptes un regalo -dijo Marcos.
Sacó de un cajón de la cómoda una tarjeta azul. Escribió en ella "Julia y acompañante" y dibujo con unos pocos trazos un estandarte de las legiones romanas. Acto seguido la firmó y se la entregó a Julia.
Con esto podrás venir a cuantas fiestas quieras. Jorge tiene tu móvil. Te avisaremos antes de cada fiesta y podrás venir con quien quieras.
Muchas gracias -respondió Julia educadamente, mientras guardaba la tarjeta en el escote de la toga.
¿Seguro que quieres irte ya? -preguntó Marcos.
Sí, la noche ya ha sido suficientemente movidita, para mi edad.
¿Tan vieja eres? -quiso saber Jorge.
Tengo treintaicinco, ya no soy una niña. Buenas noches.
Y se despidió, cerrando suavemente la puerta. Los dos chicos se miraron un segundo, sin saber que decir. Finalmente fue Jorge quien habló:
¡Joder, treintaicinco! Pues está más buena que muchas de veinticinco.
Sí, y folla mucho mejor que ellas, no lo dudes -apostilló Marcos.
Julia bajó al ropero, recogió su bolsa y, en los vestuarios, se cambió de ropa. Miró de reojo hacia el salón principal y vio que casi todos los invitados estaban ya desnudos y que aquello se había convertido en una orgía de "todos contra todos". Al cruzar la puerta de aquella casa se despidió de los porteros con un "hasta otro día, chicos". Notó con orgullo como las miradas de aquellos dos gorilas se clavaban en su trasero, bien perfilado por los tejanos. A pocos metros de allí había una parada de taxis. Se subió en uno de ellos e indicó al taxista la dirección a la que debía llevarla.
Durante todo el viaje estuvo pensando en lo que había ocurrido en aquel cuarto romano. Aún sentía un hormigueo placentero en el culo, en el coño y en los pezones. Pero estaba convencida de no volver más a aquellas fiestas, ya que un trío era suficiente para ella, y la idea de una orgía salvaje no acababa de seducirla.
Estaba a medio camino de su casa cuando sacó la tarjeta azul de la bolsa de deporte. Leyó en ella "Julia y acompañante" y súbitamente se acordó de su joven y liberal amiga, Verónica. En ese momento tomó la decisión: a la próxima fiesta acudiría con ella. Vero tenía que estar preciosa vestida de romana. La idea de llevarla, junto con Marcos, al cuarto romano, encadenarla y montárselo los tres, hizo que Julia llegara a casa con el tanga mojado.