En Santiago todo puede pasar

Una fantasía erótica te puede matar, más si estas dentro de un sauna.

Todo comenzó cuando inicié la universidad y me tuve que ir a vivir a la casa de una amiga. Yo vivía en una provincia muy alejada al sur de Chile, así que Carla me facilitó el alojamiento en Santiago. Carla y yo hemos sido amigas desde siempre, ella es hija de unos amigos de mis papás, así que cuando sus padres me invitaron a vivir con ellos, mi familia no tuvo problemas ya que se ahorraban un gasto y la universidad en Chile es bastante cara. Desgraciadamente cuando me mudé a la capital, no pasaba por un buen momento. Mi novio me acababa de dejar y con él tuve mi “primera vez” como lo llaman cursimente. La verdad es que me lo cogí y varias veces. Era increíble, quizás no era dueño de la más grande de las pollas, pero vaya que sabía cómo usar lo que tenía, sin embargo para mi mala suerte el tipo se fue con otra mujer y me botó. Esa es la triste realidad y se la estaba comentando a Carla cuando iba en el auto, ella me pasó a buscar al terminal de buses y me llevo a su casa. Era una casa inmensa. Situada en uno de los mejores y más caros barrios del Gran Santiago, era una esplendorosa vivienda al estilo americano de dos pisos y un tercero usado como bodega. La entrada tenía columnas que sostenían un bellísimo balcón y un gran jardín con una fuente en el medio. Esta era una familia de plata y bastante. Jamás comprendí bien como mi papá se hizo tan amigo del padre de Carla –mi familia jamás ha tenido el dinero que tiene su familia- él dice que por la universidad, pero siempre he sospechado que hay una historia escondida.

Al llegar a la entrada de la casa y bajarme del auto, enseguida salió don Clemente, el papá de Carla, con su tradicional sweeter de rombos y pantalón gris y con los brazos completamente extendidos.

-¡Charito! Bienvenida mi niña.- me saludó mientras me estrechaba en su abrazo.

-Hola don Clemente. De nuevo muchas gracias por dejar que me quede aquí.

-De nada, Charito. ¡Rosita!- gritó en dirección a la puerta de dos hojas y vitral- Llévale las maletas a Rosario, por favor.- le ordenó amablemente a la rechoncha sirvienta Rosita que salió trotando con su uniforme azul. Después se llevó las dos maletas medianas.

Cuando se fue la sirvienta, don Clemente prosiguió:

-Bueno, tú ya conoces la casa, pero Carlita te mostrará tu pieza.

Con mi amiga entramos tomadas del brazo, ella quería enterarse de todo lo acontecido con mi vida. Cuando terminé de contarle ella me dejó a solas en mi nuevo cuarto. Era una enorme habitación ¡para mi sola! La cama era de dos plazas, el closet gigante y tenía un baño con jacuzzi, regadera y sauna. Como jamás me había metido a un baño de vapor, fue lo primero que probé del baño. Me desnudé y me puse una toalla como vestido, al sentarme cerré los ojos y recosté mi cabeza en el respaldo. Era tan agradable sentir el calor por mi piel, el sudor saliendo de cada poro de mi cuerpo y el vapor acariciándome las mejillas que me quedé ahí un largo rato. De pronto recuerdo una escena que vi de una película porno, de esas que veía con mi novio para calentarnos. Aquel cuadro consistía en una mujer, sentada en un sauna mientras se relajaba, exactamente como yo lo estaba haciendo, y de repente entra un hombre musculoso y atractivo sin que ella se dé cuenta. Yo empecé a alucinar al parecer, porque de pronto veo a mi ex mirándome de la misma forma libidinosa como lo hacía el hombre de la película. Sus ojos castaños podían ver a través de la toalla que me cubría y, en un dos por tres, se saca la toalla que lo cubre y veo un miembro completamente erecto. Ante tal imagen siento que me mojó en mis partes bajas y disfruto un segundo de ese exquisito dulce que me esperaba, después me incorporo de la banca, me arrodillo ante él y empiezo a lamer de arriba abajo ese pene, con mi mano lo masturbaba y de pronto me lo meto a la boca haciéndole una esplendida mamada mientras acaricio sus huevos. Así sigo hasta que dejo que se corra en mi cara y yo saboreo su leche, pero ahora me tocaba disfrutar a mí. Me incorporo y lo beso apasionadamente en la boca, jugando con nuestras lenguas. Él me despoja de la toalla para disfrutar mejor de mis senos, los cuales amasa y después se mete uno traviesamente a la boca. Juega con mi pezón erecto, lo muerde y lo succiona entre mis suspiros de placer. Luego era el turno de mi otro seno, el cual disfruta del mismo juego. Me separo de él y voy a la banca de madera. Él entiende perfectamente el mensaje porque se agacha ante mí y empieza el juego entre su lengua y mi clítoris. Yo gimo y gimo y me agarró de su cabello.

-Uuuuuy que rico.- digo entre jadeos.

Su lengua absorbía magistralmente todos mis jugos y me daba un placer inimaginable, pero no quería correrme ahí. Yo quería sentirlo dentro, como no lo sentía hace mucho tiempo. Lo aparté de mí y puse mi pierna sobre su hombro, para que tuviera mejor acceso a mi conchita. El empezó con el mete saca, pero para mí eso era una tortura así que lo presioné para que su polla se clavara en mí. Por fin estaba dentro de mi cuerpo. Siguió el movimiento rítmico entre miradas de lujuria y placer. Podía escuchar sus gemidos y me excitaba aún más cuando echaba la cabeza hacia atrás, yo gritaba como condenada, el placer era demasiado grande. Sentía que me venía, sentía como mi cuerpo se retorcía y eso era señal de una sola cosa, que el orgasmo ya venía. Ya casi. Ya casi…

-¡Rosario, abre la puerta!- ese urgido llamado me saco de la fantasía en la que me había metido. No había ningún ex novio en el lugar y jamás pasó lo anterior.

Yo no tenía fuerzas para abrir, la deshidratación me había debilitado ¡Pero yo prefería morirme para así poder disfrutar de ese orgasmo!

-¡Rosario!- gritó de nuevo la voz, que ahora me resultaba desconocida. Provenía de detrás de la puerta del baño.

De pronto la puerta se abrió bruscamente y un cuerpo se me tira encima y me saca de aquel infierno caliente. Salí del baño a mi habitación en brazos de ese extraño y entre sombras veo a Carla, don Clemente, Rosita, entre otra servidumbre de la casa.

No sé cuánto tiempo estuve inconsciente en mi nueva cama, pero al despertar lo primero que veo es la cara de mi amiga encima de mí.

-Casi te nos vas, Charo.- me dice, llena de alivio.- Papá ya despertó.

-Gracias a Dios.- escuchó por ahí a Rosita.

-¿Qué… qué demonios pasó?- pregunté aún débil.

-Te quedaste dormida en el cuarto sauna y te deshidrataste.- me respondió serio don Clemente.

-Pero justo estaba Roberto y te pudo sacar.- señaló alegremente Carla.

La cabeza me daba vueltas.

-¿Quién es Roberto?

-¿Roberto? Mi tío, Charo. Él.

Con el dedo señaló a la pared, y yo girando mi cabeza pude ver a un hombre alto, moreno y de contextura musculosa de unos treinta y siete años. Fue él quien me saco del sauna.

-Hola.- me saludó con la mano.

Sólo les diré una cosa: estaba BUENISIMO.