En público de la gente

Después del cachondo baile abrió las píernas apoyada en mi verga...

Mayra

Fiesta en la comuna, dijeron, y una vez más estaba yo ahí, hacia las diez de la noche del sábado, tocando a la puerta de la vieja casona de Calzada de la Viga con las tres caguamas de rigor. Bailé un rato en el gran patio y luego de unas cervezas me acodé en la barra del fondo del patio, oscuro como siempre.

Mientras bebía, observaba a una de las chicas que bailaban, pues su carga energética, su fuerza sexual, me atrajeron poderosamente. Era alta y delgada, de larga melena negra y seguía con sensualidad improbable la pesada música que saturaba el ambiente.

Yo miraba la espalda y las caderas de la chica, su nuca, su pelo, sus sensuales movimientos. Vestía una pequeña minifalda de mezclilla blanca que marcaba sus fabulosas caderas, dejando al descubierto sus fuertes y morenas piernas hasta debajo de las rodillas, pues traía unas blancas calcetas y unos tenis casi infantiles que alimentaban mi morbo. Una holgada blusa blanca, que no ocultaba el discreto volumen de sus pechos y remarcaba su esbelta cintura, hacía contraste con el moreno color de sus brazos y su cuello. La fuerza de mi mirada la obligó a voltear, sus ojazos negros, como penas de amores, se encontraron con los míos en la penumbra, y me sonrió.

Yo me acerqué a ella y la besé. Ella me respondió y de pie, a un lado de la "pista", empezamos a tocarnos. Sentí sus firmes nalgas bajo la minifalda, acaricié su rígido clítoris con la delgada tela de la braga entre mis dedos y su sensible protuberancia, acariciaba sus pequeños pechos mientras la besaba. Ella se retorcía en mis brazos, mordía mi lengua, arañaba mi espalda; me puso la verga a cien y gozaba, anticipaba la cogida que le iba a dar.

La llevé a la barra inclinándola hacia delante y la abracé por detrás. Ella se movió de tal modo que mi enhiesta verga se acomodó entre sus nalgas y empezó a moverse suavemente. Entonces hice una locura: aprovechando la oscuridad me saqué la verga y con la mano derecha levanté su mini, aparté sus braguitas y busqué su divino orificio. Ella entendió y lo hizo todo: abrió ligeramente las piernas, se inclinó un poco más para ofrecerme su entrada y guió mi verga hasta el lugar sagrado.

Su cálida mano colocó mi ansioso glande en la húmeda entrada de su cueva y sentí el choque de placer mientras ella me acogía en su cálida vagina, mientras ese músculo divino se abría, se amoldaba a los delicados tejidos de mi pene.

Su vagina estaba húmeda y acogedora y ella tenía muchas ganas, así que nos movimos con gusto. Mi verga entraba y salía hasta casi venirme, sintiendo su carne, la delicada carne de su vagina rodear, acariciar mi pene; y luego, a punto de turrón, me detenía, con el verga metida hasta dentro, acariciándole las tetas bajo la blusa. Y dale otra vez hasta que ella se vino, temblando y gimiendo, y yo arremetí con vigor creciente hasta que sentí venirme, sacándoselo entonces y echando todo sobre sus nalgas y su faldita.

Ella se dio vuelta y sin limpiarse ni nada, escurriendo semen, me dio un abrazo largo.

-Me llamo Mayra- susurró