En pleno campo

Los momentos siguientes fueron deliciosos, él siguió lamiendo y yo...

Al día siguiente quedé con Santi en hacer pellas a última hora, por lo que ambos nos escapamos del instituto y nos fuimos a un parque. Yo había pillado un par de cigarros y un mechero de una amiga, quien a su vez se los mangó a su hermano mayor. A escondidas en unos arbustos nos encendimos uno cada uno y probamos a darles unas caladas.

Tras la tos que nos provocó el humo y unas risas decidimos tirar la toalla, el tabaco era algo asqueroso. Y ya que estábamos allí, decidimos darnos el lote en forma de caricias íntimas.

Descubrí mis pechos y Santi me los chupó mientras jugueteaba con sus dedos en mi coñito. Lo noté más suelto que otras veces y disfruté mucho de estos preliminares.

Luego se tumbó y se la chupé un poco, cuando él me pidió que le pusiera el coñito en la cara para hacer un sesenta y nueve, según me dijo. Yo no sabía lo que era, pero en unos momentos me enteraría de ello.

En medio de risas me puse encima de él, le coloqué mi coñito en la cara primero  éste me lo lamió tumbado debajo de mí. Sentí gran placer así que me eché hacia adelante y trague su pichita.

Los momentos siguientes fueron deliciosos, él siguió lamiendo y yo me ensimismé sintiendo su lengua en lo más íntimo y con su picha en mi boca. Me encelé tanto que chupé con fuerza y aunque Santi trató de detenerme su semen irrumpió dentro de mi boca por sorpresa. Automáticamente aparté mi boca de su picha y ésta siguió escupiendo su carga sobre mi cara así que me eché a un lado y escupí varias veces hasta que estuve segura de haberlo expulsado todo. Mientras mi mano había estado tapando el glande de Santi instintivamente para que no me salpicara más y él gruñendo bajo mi coñito.

Cuando levanté mi pierna y lo liberé se incorporó y me pidió perdón muy arrepentido.

—¡Lo siento, no he podido controlarme! —dijo.

—No pasa nada, ha sido un accidente —reí acordándome aún de la espesa sensación de su semen en mi boca y escupí una vez más.

Entonces él me ofreció su pañuelo e hizo un gesto para indicarme que tenía algo en la mejilla, ¡claro su chorro! —pensé yo automáticamente—, y por gestos intenté ver donde lo tenía, por lo que él me ayudó y me limpió suavemente hasta que quedó satisfecho con el resultado.

Yo tomé su pañuelo y también limpié mis manos y luego yo misma me esmeré en limpiar su picha, toda manchada con su blanca leche. Me estaba acostumbrando a verla y aunque aún me parecía todo un espectáculo, creo que ahí empecé a apreciar el evento culmen dentro del placer masculino.

Para compensarme Santi me comió mi raja un rato más hasta que me corría con su lengua debajo de mí, allí ocultos entre los setos de aquel parque.

Cuando volvíamos a casa le hice la propuesta…

—¡Oye, por qué no os venís a cenar a mi casa esta noche! Mi padre quiere conoceros a ambos, a ti y a tu madre —dije yo.

—¿En serio? Bueno, se lo diré a mi madre y luego te cuento.

Esa misma noche vinieron a cenar a casa y se les veía a ambos tan nerviosos, que Santi y yo cruzamos la mirada en varios momentos a lo largo de la velada y nos reímos mucho con ellos.

Creo que ese fue el comienzo de su amistad y de algo más que pronto descubriríamos.


Este relato corresponde al sexto capítulo de mi novela El Despertar ...

Sinopsis:

Clara es una chica despierta, curiosa, ansiosa... ¡Sin límites!. Dispuesta a explorar un mundo que se le abre como el Sol a la mañana. Cierto día no le apetece ir a clase, de modo que finge estar enferma para quedarse en casa a holgazanear y así librarse del tedio del las clases.

Su cándido padre se traga la bola. Clara es su única hija, vive solo con ella y para ella, la mima y la cuida desde que su madre les abandonó, con el trauma que eso conlleva. De modo que se despide de ella con un beso y diciéndole que descanse y se recupere.

Esa mañana Clara se regocija entre las cálidas sábanas, tan calentita en una fría mañana se entrega a sus sueños húmedos, muy húmedos... Y así comienza su aventura, ¿la acompañarás en su viaje?