En París
Sara; esa máquina de sexo y lujuria logró lo que se propuso. ¿Cómo se puede ser tan necio para intentar engañar a una mujer inteligente?
— Buenos días cielo. ¿Qué tal has descansado?
— Muy bien gracias, aunque extrañe la cama; ya sabes que soy un poco especial para estas cosas.
Así empezaron Sara y Raúl ese día que marcaría un antes y un después en su relación.
Treinta y dos horas antes.
Era medianoche del martes cuando regresaban a su chalet después de una cena para celebrar la absorción por parte de una multinacional de la empresa creada de la nada con un par de productos destacados; la operación les permitía no tener que trabajar jamás si así lo decidían.
Sara, aunque cansada siempre estaba disponible cuando Raúl insinuaba que tenía ganas de fiesta, y al pedirle que le soltara la cremallera del vestido depositó un rosario de besos que subieron desde el hombro hasta el cuello muy despacio y entre unos y otros murmuró estas frases.
— ¡Eres mi sol!
¡Te haré el amor hasta que desfallezcas!
¡Ese cuello me fascina!
¡Seré tu esclavo mientras quieras!
¡Quiero que seas mi puta!
¡Junto a ti aprendí que es el amor!
¡Es nuestro tiempo para gozar!
¡Seremos muy felices ahora que podemos!
Mientras decía eso, sus manos habían bajado la cremallera así como el vestido hasta la cintura apoderándose de los pechos de su esposa acariciándolos después de apartar el sujetador; esos manejos alegraron el semblante de la mujer convencida que esa noche seria inolvidable como realmente lo fue, pero no exactamente por lo que sospechaban.
Sara se giró y comenzaron a besarse, un beso intenso e interminable como todos desde que ocho años atrás iniciaron su andadura como pareja; ahora, tras seis de matrimonio cerraban una etapa y recuperaban su libertad al desprenderse de esa empresa que a pesar del mucho esfuerzo les había proporcionado grandes satisfacciones.
Las manos de Raúl recorrían la piel de la mujer acariciándola, ora con las yemas ora con las uñas, arrancándole un concierto de jadeos y suspiros y es que Sara es una mujer muy sensual y ardiente que necesita muy poco para inflamarse; ella a su vez alcanzó la verga del hombre que masajeaba lentamente a la espera de que él decidiera dar un paso más; solía dejar que llevara la iniciativa aunque naturalmente lo guiaba a su antojo y esa noche le dejó hacer hasta que él decidió que era el momento.
La tumbó en la cama con una falsa brusquedad muy estudiada que ella agradecía; sin demasiado tacto retiró la falda del vestido apartó el tanga y elevó sus piernas sobre los hombros y con un certero caderázo la ensartó, lanzándose a una brutal cabalgada sin apartar los ojos de los de su pareja que los entornó al alcanzar ese primer orgasmo que la hizo bramar sin intentar reprimirse y es que todo forma parte de la fiesta y a ella le encanta comprobar cómo se excita con sus gritos y jadeos.
Antes de que se extinguieran los espasmo de ese primero llegó el segundo mucho más intenso y trató como en otras ocasiones de encoger las piernas aunque solo logró que Raúl se lanzara a degüello logrando también su recompensa llenándola de lefa que chapoteó entre ambos cuerpos pues mantuvo su martirio mientras quedó erección; depositó sus piernas a un lado y se tendió junto a ella quedando abrazados sin dejar de besarse.
Al rato, Sara se movió un poco y Raúl que se había adormecido reaccionó; terminaron de desnudarse y fueron al baño donde se asearon antes de ir a la cama en bolas como suelen; era tarde pero continuaron los besos y caricias aunque el día había sido largo y cuando Sara pensó que ya era hora de dormir Raúl la sorprendió.
— Hace días que lo tengo todo planificado y solo esperaba que formalizáramos el acuerdo para contártelo. ¿Cuál es tu mayor ilusión desde hace años? ¡Exactamente! Pasar unos días en París. ¿Cuál es mi mayor fantasía? ¡Correcto! Verte en los brazos de otro hombre.
Quiero disfrutar de ese momento glorioso, pero nada de ir un club de intercambio de parejas donde todo es muy artificial y prefabricado; los que allí acuden saben a qué van y eso le quita la magia; ha de ser algo casi espontaneo, en otro ambiente.
Mirándolo con los ojos muy abiertos por la sorpresa exclamó.
— ¡Estás loco! ¿Qué te hace pensar que me prestaré a eso?
— Te lo he pedido en muchas ocasiones aunque parece que nunca lo tomaste en serio; quiero ser sincero y creo que los dos debemos serlo. ¡He tenido algunas aventuras! Incluso mantuve una relación durante cuatro meses pero eso se terminó y ahora solo quiero estar contigo y con “los amantes” que te hagan el amor en mi presencia; esa es la mayor prueba que me puedes dar, de tu amor y de que perdonas mis infidelidades. ¿Tú me has sido infiel en alguna ocasión? La verdad es que lo dudo.
No respondió, se dio la vuelta y simuló dormir aunque tardó mucho a hacerlo. Se sintió molesta por las palabras de Raúl y no quería discutir, esa noche no.
Por la mañana, Raúl cambio de actitud y le mostró los billetes de avión así como un folleto del hotel donde se alojarían; ella los miró con curiosidad y se imaginó paseando por la “Ile de la Cité” y visitando los puestos del “quai des orfebres” tal y como y había visto en varios reportajes sobre Paris y en la película “36 Quai des Orfèvres” resonó entonces la voz de su esposo.
— ¡Vámonos! Sin equipaje, compraremos lo que necesitemos cuando y donde haga falta, pero me ilusiona mucho llegar al aeropuerto con lo puesto y no esperar ni cargar con maletas.
Tomó de la mano a la sorprendida Sara que le hizo parar para ponerse una chaqueta y el par de pendientes a juego con el elegante collar de perlas que suele emplear.
Llegaron al hotel a mediodía, se registraron y fueron a comer a un pequeño restaurante cuya dirección Raúl leyó en una libretita; esa tarde fueron a una “boutique pret a porte” donde eligieron una serie de prendas para Sara y más tarde a una casa de alta costura donde compraron un par de vestidos de fiesta, que al principio ella trató de rechazar por ser “demasiado” atrevido aunque Raúl la convenció de que un cuerpo como el suyo era para lucirlo y no solo en las playas nudistas.
También él compró ropa tanto de sport como de fiesta y lo entregaron todo en el hotel; marcharon a ver la torre Eiffel mientras anochecía y tras una cena ligera se cambiaron en el hotel para ir a ver el espectáculo del Folies Bergère; hizo la reserva tiempo atrás para ese día en concreto convencido que irían.
Sara salió encantada del local y caminaron en silencio hasta el hotel disfrutando del espectáculo que se les ofrecía; aspiraba el ambiente y se fijaba en todo y todos los que les rodeaban; llegaron al hotel y pararon en el bar donde tomaron una copa de champagne charlando sobre lo vivido esa noche. Sara vio en un espejo como la miraban al pasar algunos de los hombres que había en el local y la cara de satisfacción de su marido que se recreaba acariciando el borde de la copa con un dedo.
Esa noche estaban muy cansados y no hicieron el amor aunque Raúl pasó una noche inquieta pues se durmió con una sola idea en su mente, satisfacer la fantasía de ver a su esposan gozando entre otros brazos.
Al despertar, treinta y dos horas después de la última vez que habló del asunto, sonaron aquellas primeras palabras del día.
— Buenos días cielo. ¿Qué tal has descansado?
Tras las cuales comenzó a acariciar a su mujer que se dejó hacer; los dedos de él se pasearon por la vulva iniciando la masturbación que la situó en ese punto de excitación del que raramente podía escapar sin dar lo mejor de sí; se colocó bocarriba para facilitar el trabajo del hombre que le hizo sexo oral hasta hacerla alcanzar un primer orgasmo, que prolongó hasta que los últimos espasmos se mezclaran con los primeros calambres del siguiente. Sara estaba en la gloria y ni se planteó cambiar de posición, sabe que a Raúl le encanta tenerla sometida e indefensa, hasta que decide cambiar de juego y ella siempre se presta a las pautas que él marca sin discutir; el hombre se colocó a su lado sin dejar de acariciarla y murmuró.
— Estas disfrutando de tu sueño, ahora quiero que me digas que también yo gozaré del mío y que pronto cumplirás mi fantasía.
Sara tardó unos instantes en contestar y él supuso que era debido a que estaba disfrutando con los últimos espasmos de ese segundo orgasmo, y cuando lo hizo fue en voz baja y de forma muy pausada.
— Imagino que poder elegir el quien, el donde, el cómo, y el cuándo; de otro modo me niego en redondo incluso a continuar oyéndote hablar de este tema jamás.
— ¡Como tú digas! Elige tanto al tipo como todo lo demás, solo quiero tener la certeza que estas con otro y ¿qué mejor que veros?
Sara ni respondió, salió de la cama y de forma excepcional pues no solía hacerlo ni por frio, se tapó con una sábana para ir al baño; tomó una ducha y salió cubierta con uno de los enormes albornoces y mientras se duchaba Raúl hizo una corta llamada.
Fueron juntos a desayunar y cuando el marido le señaló con un gesto a otro de los huéspedes y le comentó que le parecía ese, la mirada de ira de Sara lo desanimó de insistir en el tema. Pasaron el día deambulando por la ciudad, visitaron una parte del “Musée du Louvre” y después fueron a pasear por el “Jardin des Tuileries” y después al Barrio Latino “Quartier Latin” en la margen izquierda del Sena cerca de la universidad de la Sorbona; llegaron a Le Zyriab by Noura, un restaurante Libanés donde almorzaron y a media tarde Sara insistió en regresar al hotel y Raúl imagino que pasarían una tarde excepcional.
Al llegar comenzó a rondarla pero ella fue tajante.
— ¡Hoy será el día! Y entretanto nada de nada.
Raúl contrariado trató de protestar pero ella fue inflexible, se acomodó en medio de la cama en la habitación de la suite y le pidió que se quedara en la sala y la dejara descansar para estar fresca esa noche.
Pasadas las ocho tomo un largo baño y después de maquillarse sutilmente se vistió con aquel otro vestido de fiesta que tan poco dejaba a la imaginación; de gasa blanca con un gran escote que mostraba parte de sus pechos y que en la espalda llegaba justo al final de la columna; lo complementó con un fular también blanco dejando a la vista su hermoso cuello adornado por el collar de perlas que logró coger antes de la precipitada partida.
Apareció en la sala y le indicó a su esposo que lo esperaba en el bar del hotel, preguntaría en recepción por algún local exclusivo y de paso vería que tal efecto causaba en los hombres con los que se cruzaría.
Sara partió sin esperar respuesta del atónito Raúl que solo atinó a balbucear un “de acuerdo”
En el vestíbulo, un tipo se acercó a recepción a ojear unos folletos mientras ella preguntaba.
— Me gustaría ir a un local donde tomar una copa tranquila y bailar con música y luz suave, me horrorizan la música estridente y las luces estroboscópicas. ¿Puede recomendarme alguno?
— Hay muchos lugares, pero a mis amigas les recomiendo “L’Antidote” que está en el Barrio Latino.
Le entregó una tarjeta con la dirección por si el taxista no conocía el pequeño lugar.
““L’Antidote. 45 rúe Descartes. 75005 Paris. Distrito. Quartier Latin””
Sara le dio las gracias y se dirigió al bar donde pidió un Daiquiri que fue tomando a sorbos pequeños consciente de que era el centro de atención del resto de parroquianos; al rato, vio por el espejo a Raúl parado en la puerta mirando con cara de satisfacción como los hombres del local admiraban a su mujer; se acercó al fin y al tratar de besarla lo rechazó con un gesto de la mano, alargó la tarjeta al camarero para que cobrara y le dijo que estaba pagado, señaló con un gesto hacia la puerta por donde salía un tipo al que fue imposible reconocer.
Tomaron un taxi hasta el local, bajaron directamente al sótano donde había muy buen ambiente, Sara se quedó quieta al final de las escaleras y señalando a un tipo que había de espaldas en la barra dijo muy seria.
— ¡Ese! Ese es el hombre que elijo.
Comenzó a andar en su dirección y al ver a Raúl que la seguía le increpó.
— ¡Déjame ir sola! Si quieres que siga con esto lo haré a mi modo como acordamos.
Raúl dio un paso atrás y se quedó observando como su esposa se acercaba al hombre y al instante le servían una copa de champagne; ambos sonreían y cuando él colocó una mano en la cintura de ella por dentro del escote trasero Raúl supo que el asunto prometía; instantes después se apartaron hasta un rincón y comenzaron a besarse; lo que comenzó como un beso se convirtió en un festival en que ambos se abrazaban con desesperación y Raúl comenzó a excitarse convencido que este era el principio del mejor de los espectáculos que disfrutaría en la ciudad de la luz.
Al rato, la pareja unida en un estrecho abrazo se dirigió hacia la salida y Raúl se plantó en medio; Sara le hizo un gesto para que se apartara pero en lugar de eso exclamó.
— ¿Dónde vais? No pensaras dejarme aquí.
— Nos vamos al hotel y sí. ¡Vamos solos!
Perplejo por la respuesta de su esposa replicó a su vez.
— ¡Yo a ti te conozco, eres español! ¿Quién es este? ¿Lo conocías de antes? Su cara me suena.
Sara se abrazó un poco más a su acompañante y con voz burlona respondió.
— No quería llegar a esto; ¡aún no! Pero tú lo has querido.
— ¿Tan mala memoria tienes? ¡Es el ex marido de Olga! ¿Recuerdas a Olga?
Con cara de circunstancias Raúl negó con la cabeza y Sara continuo hablando.
— ¿Así que no recuerdas a esa mujer con la que te enrollaste solo diez días después de regresar de nuestro viaje de bodas? ¡Habéis estado cuatro años juntos! Yo recordaría algo así.
Hizo una pausa esperando que el color carmesí se apoderara del rostro de su marido antes de continuar.
— Seis semanas después de aquel primer encuentro y cuando tenía claro que me eras infiel y con quien, apareció en casa Álvaro para hablar contigo de forma civilizada para que dejaras a su mujer y tratar de recuperarla. Como no estabas charlamos de como erais y como os comportabais con nosotros y llegamos a la conclusión de que sería imposible haceros razonar para que lo dejarais. ¡Le propuse vengarnos!
Desde entonces, cada vez que alguno de vosotros hacia algún movimiento extraño contactábamos para estar juntos y la verdad es que últimamente, son muchas las ocasiones en que pienso que tú eres mi amante y que es a él al que le estoy siendo infiel pero eso se terminó.
Raúl reculó lentamente hasta una silla y se dejó caer desmoralizado; la miró y aún replicó.
— Pero ahora estamos bien, podemos arreglarlo, olvidar el pasado y disfrutar ahora que podemos; estamos cumpliendo tu sueño, viajaremos donde te apetezca y seremos muy felices.
Con una sonrisa perversa Sara exclamó.
— ¡Eres un canalla! Después de Olga, mejor dicho, antes de dejarla ya tenías una historia con Mónica, esa chica que contrataste a pesar de que no sabe hacer nada en la oficina, aunque en la cama ha de ser una artista ya que la has nombrado en mucha ocasiones estando conmigo y respecto a lo de mi sueño. Es a Olga a quien le encanta parís, yo siempre te dije que quería conocer Grecia y lo voy a hacer ¡Ya!
— Ahora marcharé con Álvaro al hotel, daré instrucciones para que carguen la cuenta de la habitación cuatrocientos siete a la nuestra y mañana cuando despertemos marcharemos a Roma; de allí después de unos días embarcaremos rumbo al “Pireo” siempre soñé con llegar a Grecia por mar y al fin voy a cumplir mi sueño.
De mis demás asuntos se encargará Lurdes, la hermana de Álvaro que es la abogada que tramitó su divorcio cuando dejaste a Olga y pretendió retomar su buena relación con Álvaro como si esos cuatro años no hubieran existido; ella presentará por mí la petición de divorcio y supervisará que ingreses mi parte de lo que nos dan por la empresa en una cuenta a mi nombre y espero que no tengamos problemas con ninguno de los dos asuntos porque no creo que necesitemos recurrir a los tribunales.
Sin esperar respuesta salieron del local y regresaron al hotel; en la habitación de él hicieron el amor hasta avanzada la madrugada; se levantaron para bajar a desayunar y Sara al ver dos de sus maletas exclamó.
— Eres un primor; añoraba mis zapatos y algunas de estas joyas pero me has traído lo que más quiero; la certeza de que estaremos juntos mucho tiempo.
©PobreCain