En mi finca de caza (4) la confesión de Patricia
Por primera vez disfruté de la esposa de mi amigo y de mi criada juntas. No tuve que obligarlas porque voluntariamente acudieron a mi cama en busca de mis caricias. Relato revisado y vuelto a subir. Contiene lésbico, dominación y hasta unas dosis de romanticismo jajaja
Capítulo 4
Las esperé en mi cama, esa noche era nuestro estreno, habíamos compartido nuestros cuerpos pero sobre mi lecho íbamos a firmar el pacto de unión entre los tres. Patricia, el bellezón de treinta y dos años, que había sido la esposa de mi amigo Miguel, se iba a convertir en parte de nosotros, mediante el ritual ancestral de entregar su cuerpo y su alma plenamente. Debía de sincerarse, y decidir dejar su vida atrás, para convertirse en nuestra hembra. María, mi amante criada, a la cual le había hecho descubrir las delicias del sexo con solo dieciocho años, estaba de acuerdo, no solo la deseaba, sino que comprendía que yo necesitaba a alguien, que se ocupara de mí, mientras estaba en Madrid.
Agarradas de la mano las vi entrar a mi habitación, ambas llevaban un camisón de raso que dejaba entrever la perfección de sus cuerpos. Patricia era más alta, rubia con unos pechos pequeños pero engalanados por unas rosadas aureolas que pedían a gritos ser besadas, un estómago firme de mujer que no solo ha pasado por el trance de los niños sino que reflejaban el ejercicio que diariamente realizaba en el gimnasio. Maria en cambio, era un maravilloso ejemplar de la raza mediterránea, con su pelo negro ondulado por los rizos, la piel morena que hacia resaltar sus ojos azules. Si su cara ya era hermosa, su cuerpo era perfecto, con la belleza juvenil de sus veintitrés años, sus senos eran la delicia de cualquier hombre, no solo por su gran tamaño, sino que se mantenían inhiestos pidiendo ser tocados, la gravedad todavía no había hecho mella en ellos y su cintura de avispa no era más que un aviso de lo que se avecinaba más abajo, unas caderas redondas enmarcadas por un trasero de negra, redondo y respingón que era una delicia acariciar.
― Venid aquí― ordené golpeando con mi mano la cama.
Al andar movían sus caderas, provocando como solo saben hacerlo las mujeres que se sabían atractivas y bellas. Mientras se acercaban gateando sobre la colcha, dejaron que mis ojos contemplaran a través de sus profundos escotes la rotundidad de sus curvas. Eran dos panteras y yo su voluntaria presa. Sin mediar palabra, María empezó a desabrochar mi pijama mientras sus labios buscaban mis besos. Patricia en cambio se entretuvo bajando los tirantes del camisón de la muchacha y cogiendo sus pechos con la mano me los ofreció como ofrenda. No me pude negar a sus caricias, sin moverme mi lengua recorrió el inicio del pezón que voluntariamente me acercaban y al hacerlo pude ver como se retraía tímidamente, endureciéndose excitado. Ella misma, se bajó también el camisón, dándome de igual forma sus senos, sin dejar de acariciar los de María. No me podía quejar, al alcance de mi boca estaban cuatro de los mejores pechos de mi vida, deseosos que hiciera uso de ellos. La escena no podía ser más excitante. Dos hembras complaciendo a su macho, y éste deseando serlo.
― ¡Relájate mi amor! ¡Déjanos hacer!― dijo Maria.
Juntas me despojaron de mi ropa. Entre besos y caricias, me vi desnudo enfrente de ellas. Patricia tomó la iniciativa: bajando por mi cuerpo, su lengua se deslizó suavemente por mi cuello, pecho, entreteniéndose cerca del ombligo, mientras sus manos subían por mis piernas, acercándose a mi entrepierna. María, en cambio, seguía dándome de mamar, mientras sus manos acariciaban la espalda de la mujer.
― ¿Te gusta?― me decía mientras yo mordía sus pezones, torturándolos.
Seis manos, seis piernas entrelazadas en busca de placer, tres mentes perfectamente coordinadas en una meta común, la unión de nuestros cuerpos y la exploración de nuevas sensaciones.
El sentir, la humedad de la boca de Patricia cerca de mi pene, me hizo gemir anticipando el placer que me iban a otorgar. Fue la señal que esperaba la morena, para unirse a la mujer, y asiendo mi extensión con la mano, jugueteó con mi glande, explorando todos sus pliegues mientras la otra sin ningún recato se apoderaba de mis huevos, introduciéndoselos en la boca. Estaba siendo atacado por dos frentes, sentía como las dos mujeres competían entre sí, buscando mi excitación, mientras sus cuerpos se agitaban nerviosos por sus caricias mutuas.
Estaba en el cielo, y ellas lo sabían, por lo que coordinándose, ambas se apoderaron de mi palo, con sus bocas, era como si se estuvieran besando a través de mi grosor, sus labios se tocaban, sus lenguas jugaban sobre mi piel, siendo yo un mero espectador privilegiado de sus caricias.
Tantos estímulos hicieron que se acelerara mi clímax, y ellas al sentir que se acercaba, como posesas buscaron ser las dueñas de mi explosión. Sus bocas se convirtieron en una extensión de mi capullo, no podía distinguir quien era la dueña de la lengua que me acariciaba, ni la que con sus dientes mordisqueaba la cabeza de mi pene, eran ambas, las que intercambiándose la posiciones, deseaban ser la primeras en beber de mi simiente.
― ¿Yo también quiero!― protestó patricia al ver que María se apoderaba de mi sexo.
Cuando expulsé el líquido pre-seminal, dos lenguas disfrutaron de su sabor, y ansiosas dos manos asieron mi extensión para buscar mi placer, comenzando a menearla, mientras sus bocas estaban listas para recoger la cosecha. Sentí una descarga cuando mi semen subiendo por el conducto en potentes explosiones era devorado por ellas, que como buenas amigas compartían alternativamente el chorro que salía de mi capullo en una perfecta unión. Fue un orgasmo brutal, no dejaron de ordeñar mi miembro, hasta que convencidas que habían sacado hasta la última gota de mi semilla, me preguntaron que me había parecido. No les pude mentir:
― Ha sido uno de las mejores mamadas que nunca me han hecho.
Satisfechas por su hazaña, se tumbaron a mi lado, y acercándose, se abrazaron a mí, besándonos los tres con pasión. No habíamos tenido suficiente y el sudor que corría por nuestros cuerpos facilitaba nuestras maniobras, y al ver como Patricia se comía con los ojos a mi criada, decidí ayudarla y poniendo a la muchacha entre nosotros, empecé a acariciarle los pechos. María se estremeció al sentir como cuatros manos recorrían su cuerpos, y notar como dos bocas se apoderaban de sus pezones.
― Me encanta― gimió cuando Patricia inició el descenso hacia su vulva y abriendo le grito que era todo suyo. La rubia no se hizo de rogar y separando con los dedos sus labios inferiores, acercó la lengua a su botón de placer. Solo el aliento de la mujer, cerca de su cueva hizo que se humedeciera. Pero cuando introduciendo un dedo en la vagina comenzó a torturarla, la humedad se transformó en río y el flujo mojó la mano de la mujer que al percibirlo ansiosamente se llevó la mano a la boca mientras provocativamente saboreaba su gustillo agridulce.
― Manuel hazme el amor, necesito sentirte dentro― me rogó y subiéndose encima, empezó a ensartarse toda mi extensión, dándome la espalda de forma que su sexo seguía estando a disposición de Patricia.
La lentitud con la que se empaló, me permitió notar cada uno de sus pliegues, percibir como fue desapareciendo mi pene en su interior y como mi capullo rozaba la pared de su vagina, llenándola por completo.
Verla así, abierta de piernas con mi sexo en su interior, era algo demasiado atrayente para desperdiciarlo y simultáneamente al inicio de los movimientos de María, con la lengua se adueñó del clítoris de la morena, y bajando la mano a su propia entrepierna, empezó a masturbarse frenéticamente tratando de participar de esa forma en nuestra unión.
― ¡No es posible! Seguid así, ¡soy vuestra puta! ― dijo María, increíblemente excitada por nuestros dobles manejos, aceleró sus movimientos en un loco cabalgar cuyo fin no podía ser otro que el fundirse con nosotros antes que su interior explotara en brutales sacudidas de placer.
Con su respiración totalmente entrecortada y el corazón latiendo desenfrenadamente, gemía pidiéndonos que continuáramos, mientras su vulva se derretía por el calor y sus manos pellizcaban sus pezones en busca de un plus de excitación. Pero fue cuando Patricia se levantó poniéndole su propio sexo en la boca de la morena el momento en que ésta estalló retorciéndose como posesa, y coincidiendo su climax con el mío, mi simiente y su flujo se mezclaron antes de resbalar por nuestros cuerpos.
Caímos agotados sobre la cama, mientras Patricia se dedicaba a absorber los restos de nuestra unión, y reiniciando su masturbación consiguió su propio orgasmo, justo cuando su lengua había conseguido su propósito y sobre nuestros cuerpos no quedaba ningún huella de nuestro éxtasis.
Fue también ella, quien tras unos momentos de descanso, rompió el silencio:
― Gracias, nunca había dado tanto placer, siempre busqué en el sexo mi propio disfrute, y me habéis enseñado lo estupendo que es dar en vez de recibir ― dijo antes de echarse a llorar.
Pensando que lo único que le ocurría era que se había puesto tierna después de tanta incertidumbre, dejé que la morena la consolara, mientras bajaba al bar a coger un cava, para celebrar el inicio de nuestro acuerdo. Por fin había conseguido que dos mujeres de bandera, compartieran gustosas mi cama, y que además no solo desearan mis abrazos sino que estuvieran ansiosas de acariciarse entre ellas. Los tríos son difíciles, por eso deben de al menos tener un buen inicio.
Al volver con la botella y las tres copas, Patricia seguía llorando y María estaba seria, con caras de pocos amigos, me había perdido algo y no tenía ni idea de lo que había sido.
― ¿Qué pasa?― pregunté extrañado.
― Tu amigo Miguel es un hijo de puta― me espetó María mientras su ex no paraba de berrear, ― Pati, tiene algo que contarte.
No entendía nada, creía que había aclarado con la mujer, el hecho que me había intentado engañar, pero que su marido me había sacado de su error enseñándome las fotos de los cuernos que le había puesto. Ella no lo había negado, por lo que para mí, todo estaba claro, Miguel era un cornudo, que se había pasado dos pueblos, pero nada más. Lo que me mosqueaba era que María se pusiera de su lado, era una mujer inteligente y si opinaba eso de mi amigo, al menos debía de escuchar la versión de Patricia.
Tuve que esperar unos minutos a que se tranquilizara, durante los cuales, no dejaba de pensar en lo que me iba a contar, y que consecuencias tendría en nuestra relación. No me gustaban las mentiras, y si iba a ir por ese camino, lo nuestro habría terminado antes de empezar. Cuando por fin pudo hablar, me dijo entre sollozos:
― Manuel, te he mentido pero es que me daba vergüenza que supieras la verdad― no abrí la boca esperando que terminara: ― Lo que te han contado es falso y las fotos que has visto tienen otra explicación.
― Pati, no me importa lo que ocurrió, es pasado― le expliqué tratando de evitar su mal trago y que se tuviera que inventar una mentira para disculpar su error.
― ¡Pero yo quiero que sepas la verdad!― por la ira con la que me respondió, asumí que lo mejor era escuchar toda su versión sin interrumpirla.
― Te escucho ― le contesté.
― Como sabes, conocí a Miguel siendo una niña, fue mi único novio. Era el hombre ideal, cariñoso, trabajador, con éxito, y encima guapo, por eso cuando me pidió que nos casáramos, me pareció algo natural, mi vida estaba enfocada a ser una esposa y para mí era más que suficiente ― todo lo que me había dicho era verdad, hacia casi veinte años que los conocía por lo que podía asegurarlo― durante los primeros años de matrimonio todo siguió igual, él trabajaba y yo le cuidaba, mientras que nuestra situación económica no hacía más que mejorar. Nos cambiamos de casa, a él le nombraron director de la compañía, de forma que éramos la envidia de nuestro círculo.
Supe que ahora venía lo realmente importante, todo lo que nos había explicado no debía de ser más que el prólogo del inicio del derrumbe de su relación.
― Cuando pedí hablar contigo, estaba desesperada, no tenía a nadie más al que acudir, ya que no solo eras nuestro amigo, sino que sabía en mi interior que te gustaba, y que por tu carácter no ibas a permitir que siguiera con su juego― la angustia de su mirada, me acongojó, lo que me iba a contar era demasiado cruel, para que soltarlo la primera vez:― Lo que no me esperaba era que al cenar contigo esa noche y luego al venir contigo a Extremadura, la atracción que por ti sentía se convirtiera en deseo y que junto con María, termináramos haciendo el amor.
Rememoré esa noche, donde ella no paró de coquetearme y el viaje en coche donde ya descaradamente buscaba seducirme, pero nada de eso me aclaraba que es lo que había acudiera a mí, después de que Miguel la echara de casa. Como no quería alargar su mal rato, le pregunté.
― Pati, todo eso lo sabemos, ¿pero qué pasó entre vosotros para que llegaras con un matrimonio roto y los ojos morados?
Totalmente destrozada, me expuso como su marido, al ver que había conseguido el éxito profesional y social, poco a poco se fue distanciando de ella, buscando en otras mujeres la excitación que no encontraba en casa. Ella, que no era tonta, lo sabía pero no le importaba, mientras siguiera manteniendo su status, y siempre que él cumpliera en la cama. Para ella, esas mujeres no eran importantes, ya que ella era la señora de la casa, no era lo que había soñado pero no iba a permitir echar por la borda todos esos años de esfuerzo. Así con un matrimonio de conveniencia estuvieron un par de años, pero todo empeoró cuando Miguel se aficionó a las cartas, y todas las noches iba a garitos donde perdía grandes sumas de dinero en el juego.
«Miguel un ludópata», sabía que jugaba y que le gustaban la mujeres, pero de ahí a ser un adicto que se arruinaba noche tras noche, había un abismo, pero me hizo recordar que hace tres meses, le había prestado seis mil euros por que según él se había excedido en los gastos.
Patricia tomó aire, antes de continuar:
― Nuestra situación económica iba de mal en peor, al igual que nuestra relación, pero hace una semana llegó borracho, a las tres de la mañana con un amigo. Yo estaba dormida, cuando sentí como me despertaban. Miguel me dijo que le tenía que ayudar, que había perdido mucho dinero, y que no tuvo más remedio que apostarme en la última jugada.
― Como puedes comprender, al oírlo terminé de despertarme, no me podía creer lo que estaba diciendo, cuando entró su colega en el cuarto, y sin más preámbulo empezó a tocarme y a acariciarme, mientras "tu amigo", cogía la cámara de fotos. Traté de escapar, pero me agarró de los brazos y tumbándome en la cama, desgarró mi vestido, empezando a violarme. Fue el peor momento de mi vida, cuando sentí como me penetraba ese salvaje, mientras Miguel tomaba fotos animándole sin parar de preguntarle que le parecía yo, de decirle que era una putita que valía el dinero que había pagado. Se estaba riendo cuando noté como se corría dentro de mí.
― Habían transcurrido sólo tres minutos desde que entraron a mi cuarto hasta que se fueron, pero fueron los más asquerosos de mi vida. Todo en lo que creía se había desmoronado, me sentía vejada, denigrada, y lo más doloroso era que esa puñalada me la había asestado mi marido.
― Al día siguiente, estaba todavía llorando, cuando Miguel volvió a casa. Venía con el rabo entre las piernas, pidiéndome que le perdonara, que no sabía por qué lo había hecho, que estaba drogado y jurándome que era la última vez que se ponía delante de una mesa de cartas.
De ser cierto, no solo era un hijo de puta, sino poco hombre, al que todos los apelativos le quedarían cortos. Me dolía la cabeza del cabreo, las venas de mi cuello, la tensión de mis hombros no eran más que un mero reflejo de la ira que sentía en ese momento.
― ¿Y qué hiciste?― le pregunté asombrado por lo que acaba de oír.
― Como una boba, le creí, aunque humillada en lo más íntimo, pensé que no se volvería a repetir.
― ¡Pero ocurrió!― sentenció María, interviniendo por primera vez.
― Sí, antes de ayer me vino con que todavía debía mucho pero que tenía unos conocidos que se harían cargo de sus deudas, si me acostaba con ellos. Al negarme, se puso hecho una fiera, recriminándome el dinero que se había gastado en mí, y todo lo que me había dado durante esos años. Viendo que no cedía empezó a amenazarme con mostrarle las fotos a mis padres, para que vieran lo puta que era su hija― la cólera al recordarlo la hizo llorar: ― No pude resistirlo, y traté de abofetearlo con todas mis fuerzas, pero no llegué a tocarle porque él, me tumbó en el sofá, dándome la paliza que viste ese día.
María se abrazó a ella, tratando de consolarla, mientras le decía que no se preocupara que con nosotros estaba a salvo, y que yo no iba a dejar que siguiera con su juego. Eran dos versiones tan diferentes que no sabía con cual quedarme, pero era importante el decidir quien decía la verdad, sino lo hacía jamás podría volver a confiar en Miguel ni en Patricia. Estaba como paralizado, uno acusa de cuernos, y la otra de violación, la gravedad de la versión de Patricia hizo que inconscientemente fuera tendiendo a creer la de Miguel porque no podía aceptar que mi amigo fuera tan cabrón, pero tratando de recapacitar recordé las fotos que me había mostrado y caí que no solo habían sido tomadas en la habitación de ellos, sino que confirmando la historia de la mujer, un camisón desgarrado estaba tirado al lado de la cama.
Todo cuadraba, la pobre decía la verdad, y el que hasta entonces consideraba un amigo, era un mal nacido de la peor especie. Todavía me parecía oír sus palabras cuando le recriminé que hubiera pegado a su mujer, donde me decía "que desde ese momento Patricia era problema mío", por lo que dándole la razón, ya que él me la había cedido, vengarla era mi responsabilidad.
Decidido me acerqué a las dos mujeres, y levantando a Patricia de la cama, le pregunté:
― ¿No eres acaso nuestra mujer?, esperé a que me contestara afirmativamente con la cabeza― pues entonces como dicen en México: "¡No es Hombre, el que no se venga!― y dándole un beso en los labios, grité: ― ¡Brindemos por el sabor dulce de la venganza!― mientras servía tres copas.
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