En México todo te puede pasar...

Circunstancias inesperadas llevan a exitoso profesionista a experimentar sensaciones que jamás espero le ocurrieran... ni que las disfrutaría.

En México de hoy todo te puede pasar. Primero fue el recorte de presupuestal que terminó con mi contrato laboral. Luego el fraude en inversiones que me llevó a perder el dinero de mi retiro. Después, tragando mi orgullo le firmé a mi esposa el divorcio donde cedía mi casa para ella y mi hija. En menos de un año, a mis 39 estaba sin trabajo, sin dinero, sin esposa ni hija y refugiado en casa de mis padres.

Con una carrera, una especialidad, múltiples diplomados y 17 años de experiencia, no dudé que encontraría trabajo pronto, pero me equivoque. En tres meses asistí a mas de 20 entrevistas y en todas me dieron como respuesta un, nosotros le llamamos, que nunca llegó.

Vinieron semanas en las que la incredulidad, el coraje y el pasmo me hicieron maldecir a todo cuanto estaba frente a mi. Sin auto, sin poder comprar la ropa que acostumbraba, ni mi tren de vida anterior de viajes y comidas en lugares de lujo, entré en una etapa de depresión, y durante cuatro meses mire la televisión 15 horas al día. Me convertí en un zombi que solo comía, dormía y me masturbaba.

Después, pasé a otra etapa en la que acepté ser fracasado y descubrí que no me daba vergüenza aceptar, que me había convertido en un casi cuarentón desempleado y que eso también tiene sus ventajas. Podía usar el transporte urbano y mirar la ciudad y las personas, tomar una cerveza en bares de mala muerte, o simplemente sentarme en una banca de un parque a la hora que se me antojara, sin que nadie me reclamara nada.

Fue entonces que, un amigo mío me recomendó para trabajar en un programa iniciado por un instituto privado que consistía en dar clases para alumnos de preparatoria con un coeficiente intelectual superior al normal. Me pareció algo divertido y acepté.

Atendía grupos de cinco alumnos. Una hora diaria para cada grupo. Seis grupos por día. Me pagaban lo suficiente para un soltero que vive en casa de sus padres.

Los chavales que atendía eran unos engreídos que creían que por su IQ y el dinero de su familia podían tragarse al mundo de un bocado. Las chicas les importaban, cosméticos atuendos y fiestas en las que siempre “estaba todo el mundo”. Los chavales presumían autos, estéreos, viajes, borracheras  y sexo.

En uno de los grupos estaban dos mujeres y tres hombres. Uno de ellos era José,  distinto a cualquier alumno. Aunque era callado, mantenía una actitud mezcla de superioridad discreta, e indiferencia estudiada. A pesar de su silencio en realidad era el más inteligente de todos, sus participaciones se limitaban a comentarios irónicos e hirientes.

Era blanco, velludo, delgado. En su rostro se distinguían unos ojos burlescos y penetrantes, enmarcados bajo unas tupidas cejas que proyectaban cierto hedonismo natural. Su estatura, aunada a su barba descuidada y su actitud displicente, le daban una apariencia mayor aunque solo tuviera 18 años.

Hablaba muy poco. Su vestuario no era “de marca” como los de sus compañeros. Se mostraba como un animal cauto y discreto, pero con una mentalidad calculadora y bizarra. De cuando en cuando dejaba escapar comentarios irónicos que muchas veces sus compañeros no entendía, lo cual le provocaba un placer particular.

Mi comportamiento ante todos siempre era mantenerme profesional y distante. Pero más de alguna vez, ante sus sarcasmos esbozaba una sonrisa y cruzábamos miradas de complicidad.

Como parte de mis obligaciones, al revisar su expediente, me di cuenta de que era provinciano de clase baja, hijo de madre soltera, que le ayudaba con una cantidad pequeña para pagar el colegio, que además de estudiar por las tardes, iba trabajaba en un taller por las mañanas, y vivía solo en un barrio popular.

Mi condición de fracasado generó una corriente de simpatía hacia él. Al terminar la clase siempre le anotaba en su cuaderno algunos links con direcciones de internet que contenían información útil para la clase, esperando que me lo agradeciera, o me comentara que le había parecido bueno; pero por más que trataba de acercarme, solo encontré su silencio e indiferencia, excepto su sonrisa de superioridad que me provocaba cierto escalofrío. Y sin saber a ciencia cierta porque, mientras me masturbaba, imaginaba su mirada burlona y pervertida.

Una tarde, noté que llegó con aliento alcohólico. Se mantuvo especialmente callado durante la clase, pero exhibía su actitud arrogante y más inquieto que de costumbre. Sentado displicente en la butaca, mantenía los brazos cruzados sobre su pecho, las piernas bien abiertas moviendo las rodillas hacia adentro y afuera, con un ritmo lento que empezó a ponerme nervioso, al grado de desconcentrarme varias veces, luego de lo cual, encontraba su sonrisa divertida y una mirada de satisfacción y cachondez que me ponía a sudar.

Al terminar la clase, se acercó directamente al escritorio y sin decir nada tomo mi lap top y tecleo en la barra de dirección un link. Puso su dedo índice sobre la tecla ENTER, me miró, sonrió y sin dar click, se salió del salón caminando casi triunfalmente.

Tragué saliva tratando de permanecer indiferente, pero en cuanto él salió del salón, di ENTER para saber el contenido de la dirección. Era un blog que mostraba como última información un video. De inmediato lo activé y me quedé pasmado con su contenido.

La escena había sido filmada con la cámara fija. Una habitación muy austera mostraba un dormitorio de alguien, con una cama individual, un guardarropa al fondo, un librero, un ordenador. En el centro había una silla metálica donde sentado, un hombre que se cubría el rostro con un pasamontañas, fumaba parsimoniosamente.

La prenda era negra tenía pequeñas aberturas para que el sujeto pudiera mirar, y una más grande para la boca. Estaba vestido con un jean y una camisa a cuadros desabrochada que dejaba ver un pecho cubierto con vello, tenía unas botas de trabajo que de inmediato reconocí, era José!!.

Luego entraba en escena otra persona, un muchacho totalmente desnudo que se arrodillaba ante José, mientras éste le colocaba un pañuelo a modo de venda sobre los ojos. En seguida, José tomaba un objeto que lanzaba al piso y de inmediato, el otro se ponía a gatas e iba, tentando con las manos en el piso hasta localizarlo, ahí se agachaba, lo recogía con la boca y regresaba a donde José.

Él tomaba el objeto, que entonces me di cuenta que era un collar de cuero, como el que le ponen a los perros, y mientras se lo colocaba y le enganchaba una cadena, tuve consciencia de la abundante emisión precum que emanaba de mi verga y que empapaba mis bóxer como cuando tenía 15 años….