En México todo te puede pasar... (3)
Llega el momento en que confieso a José, mi alumno de 18 años, que necesito que me someta.
En el modesto cuarto de José, mi alumno de 18 años, me encuentro arrodillado y después de recibir una descarga de bofetadas, con lágrimas en los ojos le confieso que necesito que me someta.
Él suspira satisfecho y esboza una sonrisa de triunfo, para luego preguntar: estás dispuesto a obedecerme perro . El volumen de su voz es bajo, pero el tono ronco y la intensidad imperiosa, hacen que sea un placer escucharlo. Si señor estoy dispuesto a obedecerlo en todo. ¿En todo, perro, estás seguro cabrón?.
De ser un simple mozalbete en el aula, en su habitación se ha convertido en un hombre imponente. Más allá de sus 185 de estatura, su cuerpo fibrado y grandes manos venosas, lo reconozco como alguien que en algún sentido indefinido, es superior a mi. Tal vez sea la seguridad que proyecta, o su enorme energía, su masculinidad, o su carácter dominante, o la cantidad de hormonas, no lo sé, pero advierto que emana un poder contra el que no puedo hacer nada, y que, no sé si para bien o para mal, aumenta cada minuto.
Si señor, estoy seguro. Afirmo tratando de que mi voz sea audible. Quiero aclararte que voy a darte la oportunidad de que demuestres eso que dices, pero , y aquí me toma del pelo fuerte y me hala hacia si hasta que nuestras caras quedan a cinco centímetros, a la primera desobediencia te mando a la chingada, ¿te queda claro perro?. Cada vez que dice perro siento achicarme ante él, pero no como algo degradante, sino como que recupero el tamaño verdadero, con el que me siento cómodo. Si señor, me queda claro, obedeceré todo lo que me mande.
Gira en torno suyo, su mirada denota un pensamiento veloz y luego, una sonrisa aparece bajo el pasamontañas. Quiero, dice con voz parsimoniosa, que ordenes esta pocilga, que barras y trapees, limpies la cocina y el baño. Mientras bajaré a platicar con mis cuates putito de mierda, te daré exactamente una hora y a mi regreso, quiero todo limpio y a ti, te quiero completamente desnudo y arrodillado. Alguna duda o pregunta, perro. No señor le respondo, y una nueva bofetada pone fin a la conversación. Se quita el pasamontañas y tomando dos botellas de caguamas, sale de la habitación.
En cuanto sale me siento en la cama. Estoy temblando agitado. Lo primero que se me ocurre es buscar una salida. Pero luego me tranquilizo y me digo que si vine hasta aquí, no es hora de huir. Miro a mi alrededor y hago un plan rápido para cumplir con la orden.
Afortunadamente la habitación es pequeña, se nota que vive solo y cuenta nada más con lo elemental. En menos de cuarenta minutos he recogido todo, barrido, trapeado, limpiado la cocineta, el lavabo y la tasa del baño.
Me quedaban aun 10 minutos, tenía sed y destapé una cerveza, pensé que me lo merecía, yo las había pagado y aun quedaba otra completa. Entonces entre trago y trago me desnudé dándome cuenta de que no había forma de apaciguar la erección que, al contrario, iba en aumento.
Fui al cesto de ropa sucia donde acababa de colocar toda la ropa que tenia regada por la habitación, localice unos bóxer y preso de una idea frenetica, me puse a buscar el sitio justo donde sus genitales había permanecido todo un día. Aspiré con fruición, oh dios, que olor tan delicioso emanaban. Era penetrante y salvaje. Olían intensamente a sudor, sexo y orína, una mezcla arrebatadora. Mi nariz urgó en la tela cada rastro de su aroma, provocándome un embeleso a mis sentidos. Lo olí, lo bese, lo lamí, lo chupe y cuando hube asimilado esa experiencia, busque frenético otros boxer, mmmm, que encanto, que intensidad, que aroma tan increíblemente masculino. Como una animal enloquecido, desnudo y arrodillado cubrí mis fosas nasales con sus prendas aspirando como adicto el supremo aroma que guardaba de su sagrado sexo.
Me encontraba fuera de mi, como en transe y confieso que no supe durante cuánto tiempo él estuvo observándome. Solo de pronto al abrir los ojos, lo vi parado en el quicio de la puerta y tras él otro joven, que en medio de mi terror reconocí como el que aparecía en el video del link.
Quedé petrificado. Mientras guardaba su ropa, me incorporé balbuceando: ya terminé señor.Cierra la puerta, le ordenó al joven que lo acompañaba. Observó la habitación, pero especialmente la pequeña mesa de la cocineta, de ahí tomó el embase de cerveza que yo había destapado y observó su contenido. No dijo nada, fue hasta su escritorio y tomó la cámara de video, se la entregó al joven y con calma se colocó el pasamontañas. Luego se sentó en la silla mientras desabrochaba los botones de su camisa, incluyendo los de los puños, luego se arremangó las mangas y con una voz baja y suave, me llamó: ven, dijo golpeando el piso con una de sus botas.
De inmediato me arrodille ante él. Encendió un cigarrillo y siguió hablándome con voz extrañamente suave que me atemorizó aun más. Terminaste lo que te ordené?. Sí señor. Dio una larga fumada a su cigarro. Tuviste sed y se te ocurrió destapar y tomar una cerveza? Sí señor contesté bajando avergonzado la cabeza. Luego te calentaste y te pusiste a buscar mi ropa interior en el cesto de ropa sucia, la encontraste y te pusiste a olerla como un maldito marrano?. Su voz remarcó la última palabra. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando advertí, con el rabo del ojo, la pequeña luz de la cámara que indicaba que el joven filmaba la escena. Eso me distrajo una fracción de segundo para responder y como consecuencia, una nueva bofetada se estampo en mi rostro.
Cuando su Amo le hable usted tiene que contestar hijo de la chingada. Si, si señor . En mi cuerpo había terror, angustia, miedo, pero extrañamente en mi cuerpo la adrenalina corría provocándome un placer extraordinario. Como un pequeño animal independiente, mi verga empezó a palpitar y a erguirse dando pequeños y suaves saltos.
Te gustó el olor de mi ropa puto? Esa forma de subrayar las palabras para denigrarme era una chispa que añadía placer al momento. si señor, dije con cierto orgullo , si me gusto mucho. Ah si , me dijo con un tono de burla que me hizo saber que mi respuesta no era la correcta. Dio otra fumada larga, Y porqué te gusto mucho perro, que es lo que tienen mis bóxer que tanto te gusta . La respuesta fue auténtica, me gusta su olor a sudor a sexo y a orines , otra respuesta equivocada intuí al terminar de hablar.
Y la cerveza, porqué se te ocurrió destapar una y tomarla?. Iba camino al precipicio pero no quise detenerme. Tenía sed, había dos, además…… yo las había traído. Mi cuello detectó el aumento en la circulación de mi sangre. Mi boca estaba seca, de cuando en cuando, un estremecimiento atacaba mi cuerpo, pero mi pito palpitaba mientras constantes gotas de líquido percum escurrían y manchaban el piso.
Dejó el cigarrillo en sus labios mientras con sus manos me tomaba suave de los hombros acercando mi cara a la suya. Cuando me tuvo a unos diez centímetros echó una bocanada de humo directo contra mi cara.
Un puto, es un cabrón caliente que le gustan los machos , empezó a decir con voz calmada . Los putos tienen ciertas debilidades, a unos les encanta chupar vergas de macho, a otros les gusta que se los cojan fuerte, siguió diciendo, aunque también hay algunos que les calienta oler ropa interior masculina recién usada. A ti, cual de estas tres cosas te gustaría hacer ahora. La respuesta fue automática y sincera. Las tres contesté apresurado, pero cuando vi sus labios me di cuenta que nuevamente había errado.
José volvió a dar la última fumada a su cigarrillo, miró hacia la cámara moviendo la cabeza de un lado a otro, y encogiendo los hombros, como diciendo no tener más opción. Volvió a acercar su rostro al mío, esta vez nuestras caras casi se tocaban y su puño se cerró fuerte sobre mi pelo, provocándome un dolor que me obligó a abrir la boca un instante.
Quiero que te quede bien claro que un sumiso es distinto a un puto. Traté de mover la cabeza afirmativamente pero el dolor y la fuerza con la que me sostenía me lo impidieron. Un sumiso no tiene gustos , dijo arrastrando las palabras, ningún gusto , remarcó, un sumiso no desea mamar la verga de su Amo, ni oler su ropa interior, ni ser penetrado, perro.
Podía ver su boca a unos cuantos centímetros de mi cara, su aliento era tibio, olía a cerveza y cigarro. Un sumiso siguió diciendo, carece de deseos personales, renuncia a tomar decisiones, deja de tener voluntad. El sumiso no goza haciendo lo que le gustaría, sino lo que su Amo disfruta. A un sumiso le agrada lo que a su Amo le agrade y punto . Ahí soltó mi pelo.
Fue al baño y tomó mi ropa la arrojó sobre mi, también sacó unos billetes y los tiró al suelo, vístete y vete, no quiero verte ya, solo me interesan verdaderos sumisos, cabrones que tengan bien claro que nacieron para ser usados por su Amo, que no tienen ningún otro deseo que complacer a su Dueño, que el único placer que sienten es el de ver a su Señor con la verga dura por causa de su obediencia.
En ese instante tuve la revelación. Sí, estaba seguro de que era sumiso. Entendí que eso que el describía era lo que quería ser. Me quedó claro que el error cometido era solo ignorancia de un principiante.
Me hinque ante él y con la voz quebrada por la emoción le dije. Señor por favor discúlpeme soy un perro insignificante y estúpido. Entiendo que necesito ser corregido y entrenado para comportarme de manera correcta. Le suplico que no me aleje de usted, que me tome como el mas ínfimo de sus perros, y que me permita aprender a adorarlo como usted se merece. Por favor sométame, castígueme, humílleme, degrádeme, he aprendido bien la lección, le prometo que jamás desearé ninguna otra cosa que no sea agradarlo. Por favor deme una última oportunidad, se lo suplico.
Su respuesta fue tomarme otra vez del pelo y colocarme boca abajo sobre sus piernas y sin soltarme del pelo con una mano, con la otra me dio una fuerte nalgada. Mi cerebro funcionaba de un modo extraño, mis pensamientos se alentaban, pero mi piel se saturaba de sensaciones. Antes de que mi mente registrara la primer nalgada, mi cuerpo ya estaba sintiendo la segunda. Una ola de dolor se esparció por todo mi cuerpo desde mi trasero. El dolor del pelo dejó de tener importancia, las nalgadas caían seguidas, rápido y sin parar, era como si me colocara una plancha ardiente. Mi cuerpo inició una especie de convulsión, pero cuando estaba a punto de pedir piedad, entré en una especie de trance donde ese dolor se transformó en un letargo anestésico. Pude darme cuenta que mi verga se puso a mil y la sensación de algo como una pequeña pero continua eyaculación.
Tal vez me dio treinta o cincuenta, no supe bien, pero cuando paró y me soltó, estaba yo metido en una agitación extraña y perversa que me hizo de manera automática, buscar la mano que me acababa de golpear y besarla con reverencia mientras con los ojos cerrados murmuraba, una y otra vez: Gracias Amo, Gracias Señor .
Las lágrimas escurrían sin poder evitarlo, me agaché hasta que mi cara quedó lo suficientemente cerca de sus botas y me puse a lamerlas. El contacto de mi lengua con la negra piel me electrizó. El olor a cuero mesclado con el olor de sus pies terminó por transformarme. Las lágrimas se mezclaban con mi saliva mientras centímetro a centímetro lamía su calzado que en ese instante se convertían en el objeto sagrado de mi vida.
Quise que mi acto de adoración le dijera que no quería irme de su lado, mientras lamía, mi mente y mi cuerpo pedían una oportunidad para permanecer a su lado. Y supe que lo logré cuando advertí que comenzó a frotar el paquete que inocultable, se irguió bajo su bragueta.
Quítamelas perro , me dijo con una voz donde podía notarse su excitación. De inmediato comencé retirar las agujetas que, en un complicado arreglo ataban su calzado. Cuando lo logré, procedí a retirárselas. Al instante me asaltó el intenso aroma a sudor masculino que despedían sus calcetas. Cerré mis ojos y mi rostro fue acariciado por la tela de sus calcetines y a mi nariz le fue regalado el olor intensamente varonil.
Todavía en ese momento tuve consciencia de que el chico seguía filmando. Retiré a continuación las calcetas y oh dios, no podía creer lo que me estaba pasando. Ante mi rostro tenía sus blancos pies. Eran maravilloso poder tocarlos con mis manos, mirarlos tan de cerca, ver su transparente piel, y bajo de ella, sus huesos, tendones y azules venas. En el empeine y sobre sus dedos tenía negros vellos, y unas uñas blanquísimas, definitivamente eran unos pies divinos.
Y el olor, mmm, un olor ácido intenso, que entró por mi nariz como un popper y puso a hervir a mi cerebro. Por instinto empecé a besarlos muy delicadamente, primero el empeine luego sus plantas, pero a cada segundo me enardecía más. Los tome entre mis manos y los levante para poder lamer sus plantas. Mmmm era increíble la sensación de pasar mi húmeda lengua desde el talón hasta la punta de sus dedos, una y otra vez sin cansancio.
En ese instante me di cuenta que el joven ajustaba la cámara a un tripié para luego, seguramente por órdenes de José, le abrió la bragueta, bajó sus pantalones y bóxer y, mientras yo chupaba sus pies, él se puso a mamarle la verga.
Abiertamente admito que vi al joven como un hermano, como alguien con quien compartía la oportunidad de dar placer a un Amo en común. Había aprendido la lección. Luego, mi Amo se trasladó a la cama donde quedamos todos desnudos, excepto él que tenía puesto el pasamontañas. Ahí, puso a gatas al joven y con un condón lo penetró mientras a mi me puso a lamerle el culo..
En mi mente había quedado claro que mi rol era hacer exclusivamente lo que él me ordenara, y puse todo mi empeño en cumplirlo lo mejor posible. Sus órdenes eran muy claras , lámeme el culo perro , y fue exquisito enterrar mi cara entre sus cachetes y estirar mi lengua para lamer su pequeño y escondido ano. Jamás había hecho eso antes, y admito que no pensé en nada, solo en cumplir la orden.
Me dí cuenta que aquello le gustaba porque en cierto momento, el mismo separó con sus manos sus carrillos para que mi lengua tocara mas fácilmente su esfínter externo, y también porque en el momento en que mi lengua le tocaba el ojo del culo daba un gemido sordo de placer.
En seguida, me hizo acomodarme boca arriba, de al forma que mi boca acariciara sus guevos. El movimiento que estaba haciendo impedía que mi boca pudiera retener sus peludos huevos, asi que abrí todo lo que pude mi boca y saque la lengua para que con el mismo movimiento se frotaran.
A veces, mi cara también era frotada con los guevos del joven que, de imediato respondió y aunque su verga no se erguía más que a medias y su líquido percum bañó mi rostro humedeciéndolo y facilitando que los guevos de ambos se restregaran en él.
Después de unos minutos mi Amo empezó a gemir de un modo salvaje y comprendí que estaba a punto de terminar. Entonces se inició la gloria para mí. Sacó su cipote del culo del joven y se retiró el condón, mastúrbame perro, ordenó, mientras sentado en mi pecho se agitaba enloquecido de placer. Y como si eso no fuera suficiente, le ordenó al joven que se masturbara a si mismo.
Podía ver ambas vergas a unos cuantos centímetros de mi cara, con pasión movía mi mano sobre el gordo y duro cilindro de mi Amo, mientras el joven se pajeaba furiosamente y su guevos rosaban mi frente.
Mi rostro húmedo, los guevos de ambos rosándome, mi mano apretando su duro tolete, el aroma de sus guevos, su líquido precum. Sus vergas brillantes, el jadeo, el movimiento, el sudor, todo como un concierto animal e intenso.
Después como un sueño, mi boca abierta, la enorme cabeza de mi Amo enrojecida y escupiendo uno tras otro sus chorros de blanco licor caliente, espeso y intenso sabor a macho. Aún no había terminado cuando el joven disparó sus chisguetes acompañado del movimiento convulsionado y los gemidos placenteros que me provocaron una pseudo eyaculación que me hacía estremecer sin parar.
Luego mi Amo metió su verga en mi boca para que la limpiara y también la del joven, con sus dedos recogió de mi cara restos del semen y los introducía en mi boca para que chupara hasta la última gota. De ahí fuimos al baño, nos puso a los dos arrodillados y orinó en ambos, desde la cabeza a los pies, ordenándonos abrir la boca y usándonos como mingitorio.
No nos permitió que nos aseáramos y ordenó que sin secarnos, nos volviéramos a vestir, y cuando lo hubimos hecho, abrió la puerta y nos echó al pasillo sin decir palabra. Salimos hasta la calle, afortunadamente estaba vacía. El joven me preguntó si vivía cerca, le dije que no, me propuso que fuera a su casa para asearme y ponerme ropa limpia. Se lo agradecí, pero preferí caminar. Hice más de una hora de trayecto, al llegar a mi casa, no había restos de humedad ni en mi cuerpo no en mi ropa, pero ambos olía al intenso orín de mi Amo. Me quité la camisa y mientras la olía me hice una puñeta que hizo convulsionar como poseído. Hacía casi dos años que me había quedado sin trabajo, sin casa, sin esposa y sin mi hija, y en todo ese tiempo fué la primera noche que dormí con una sonrisa en los labios....