En medio de la tormenta
Por fin lo tengo conmigo.
Son las cuatro de la mañana y afuera la tormenta no da señales de amainar. Siento frio, mis pezones se encuentran erizados mientras escucho el sonido de la lluvia al azotar la ventana. Junto a mi se encuentra él. Tan bello, tan mío, tan amado.
Lo conocí en la universidad cuando ambos estudiábamos la carrera de medicina, fuimos amigos mucho tiempo pero el nunca reparaba en mí. Me costo una larga espera, días y días de soledad pero al fin lo tengo aquí conmigo y siento que ningún sacrificio, ninguna espera es larga por que yo siempre estaré aquí para el.
A medida que los minutos mueven las manecillas del reloj siento nacer en mi vientre el deseo, casi duele de tanto que añoro su esencia varonil en mi interior. Lo miro con la profundidad de mi amor reflejada en mi rostro y lentamente dirijo mi mano derecha a su mejilla, suavemente le acaricio. Como si fuera un explorador que recorre los montes, mi dedo se desliza por su cuello y reposa largo rato en su clavícula, luego asciende y dibuja amoroso y tierno el contorno de sus labios. El despierta, abre perezosamente sus pestañas y sonríe, con esa sonrisa picara tan característica, tan suya. Yo tiemblo, siempre ha sido así. Mis nervios no soportan todo el peso de su mirada en mí, mi frecuencia cardiaca aumenta y me siento flotar.
El acerca su boca a la mía y comienza el ritual del beso, ritual por que no puede ser un simple beso lo que el y yo compartimos, más bien es un rito pagano, casi una herejía. Su ser absorbe el mío por completo transportándome a un mundo donde solo con él puedo llegar.
Sus manos morenas recorren mi cuerpo, mis senos, mi vientre, la esencia de mi feminidad. Gimiendo le digo:
-Alex, no puedo más. Lléname de ti mi amor, hazme sentir tu hembra, que me deseas mas que a nada.
El tan impasible, como si tal cosa, me mira sonriendo y dice:
-Calma, aun no es el momento.
Sigue acariciándome, su boca desciende hasta mi cuello y con su lengua dibuja sus contornos, se detiene en la base y me da un profundo beso. Luego, continua su torturante viaje hacia mis senos y ahí se deleita largo rato, chupandolos, mordiéndolos, succionando con vigor como si de un bebé se tratase.
Siento sus manos en mis caderas y su boca en mi ombligo. No puedo mas y mi cuerpo indefenso se contorsiona en una alocada danza orgasmica. Su lengua separa los pliegues de mis labios vaginales y degusta mi esencia. Lentamente, asciende rozando su pecho con el mío y me da un largo beso en el que puedo saborear mi propio ser a través de él.
Yo acaricio vigorosamente su espalda mientras que muevo ansiosamente mis caderas esperando el glorioso momento de ser cabalgada. La espera ha valido la pena, su virilidad penetra con fuerza y seguridad mi feminidad, lo acojo con alegría disfrutando de cada una de sus furiosas acometidas hasta que juntos llegamos al momento en que su ser se vacía en mí. No puedo ser más feliz, mientras que afuera la tormenta continua su curso.