En manos del enemigo

Una historia de amor en tiempo de guerra. Enamorarse de su enemigo fue su perdición. (Relato histórico).

EN MANOS DEL ENEMIGO.

(Nota: Numancia, una de las principales ciudades de celtas, estaba situada a 7 Km. aproximadamente de la actual Soria. Cuando los romanos quisieron conquistarla, mantuvo una dura resistencia de veinte años, entre 153 a.C. y el 133 a.C., hasta que el famoso Publio Cornelio Escipión la sitio durante once meses y consiguió que la ciudad se rindiera y cayera, por fin, en manos de los romanos).

Britta se sentía extraña en aquel lugar, miraba su ciudad desde la cima y pensaba en todo lo sucedido: en Como, en la guerra, en las muertes. Sentía que había traicionado a su pueblo y todo por amor, por aquel extraño, pero fuerte, amor hacía Antonio. Antonio, aquel romano al que había ¿empezado odiando? y al que tanto amaba ahora.

Trató de recordar, por qué, cómo había sucedido todo hasta llegar a aquel momento.

Britta no podía recordar un momento de paz en aquella ciudad. Desde que había nacido diecisiete años atrás, Numancia había estado en una permanente guerra con los extranjeros que habían venido del noroeste, romanos los llamaban. Venían de un lugar lejano, hablaban una lengua muy diferente a la suya y querían quedarse con la ciudad y todo lo que había en ella. Britta había perdido a su padre y varios tíos en aquella guerra y también a dos de sus hermanos.

Por eso, Como y ella decidieron casarse antes de que Como saliera hacía el frente para combatir, igual que hacían la mayoría de hombres de aquella ciudad. Se casaron, y durante una semana no salieron de su modesta casa.

Britta conoció el placer del amor junto a su amado Como. La noche de bodas fue especial. Cuando se quedaron solos en la casa, Como la llevó hasta la que a partir de aquel momento sería su habitación. La besó con suavidad, acarició todo su cuerpo despacio por encima de la ropa, y luego empezó a desnudarla muy despacio, quitándole una prenda tras otra. Britta estaba nerviosa, pero la seguridad de Como la envolvía haciendo que también ella moviera sus manos sobre la ropa de su esposo. Cuando estuvo totalmente desnuda, Como la hizo acostar sobre la seca paja que hacía de cama, la que ambos habían colocado sobre el suelo el día anterior. Entonces fue él el que se desnudó despacio. Para Britta, Como era el primer hombre al que veía desnudo, pero no le sorprendió su aspecto, ni aquello tan erecto y duro que tenía entre las piernas, pues sus amigas casadas ya le habían contado algo de aquello. Como se acostó junto a su esposa y volvió a besarla suavemente. Cogió la mano de ésta y la llevó hasta su miembro.

  • Acaríciala, cielo – Le suplicó.

Y Britta obedeció, acariciando el erecto miembro con suavidad. Como gimió al sentir la suave y caliente mano de su esposa alrededor de su verga. El feliz esposo se aventuró entonces a introducir su mano entre las piernas de su esposa, y buscar aquel mágico botón del placer que días a atrás le había enseñado aquella puta, con la que había aprendido lo necesario para que esa, su primera noche de amor con su esposa, fuera perfecta. Britta gimoteó al sentir aquel agradable placer en aquel inhóspito lugar para ella. Tan placentera fue la caricia de Como, que sin saber cómo, sintió que su cuerpo subía hasta el cielo y volvía a bajar de golpe. Un placer que la obligó a gemir y retorcerse, y cuando terminó de hacerlo, Como se puso sobre ella, con el duro mástil apuntando hacía su sexo. Britta instintivamente abrió las piernas y dejó que Como se alojara entre ellas. Luego el muchacho acercó su pene al húmedo sexo femenino y muy despacio empezó a penetrarla. Britta se extrañó al no sentir aquel dolor del que tanto le habían hablado sus amigas, pero a pesar de eso, trató de disfrutar del momento, y sintió cómo su esposo formaba parte de ella, cómo sus cuerpos se unían en una perfecta comunión. Ambos empezaron a moverse al mismo ritmo y poco a poco ambos alcanzaron el máximo placer.

Tras aquella noche, las siguientes fueron igual de apasionadas y placenteras, hasta que llegó el día en que Como tuvo que despedirse de su esposa. Ambos estaban tristes, pero Como debía partir hacía el frente para combatir.

Durante los siguientes tres meses, Como estuvo combatiendo en el frente en una dura batalla contra los Romanos. Alguna noche volvía a casa para estar junto a su esposa y amarla como aquella primera noche. Una de aquellas noches, Britta le dio la agradable noticia.

  • Como, estoy embarazada. – Le dijo.

Como se sintió el hombre más feliz del mundo al saber aquello, y sin decir nada, abrazó a su amada con fuerza, dándole las gracias por aquel hijo.

En los días sucesivos, Como trató de regresar a su casa con más frecuencia, para poder estar con su esposa y cuidarla como se merecía, pero lamentablemente, las noticias que corrían por el frente y por aquella ciudad eran cada vez peores.

Decían que desde el oeste de la península, venía un general romano, capaz de enfrentarse al más temible de los ejércitos y vencer. Todo el mundo estaba muy desanimado, y más cuando supieron que el territorio de los vacceos había sido devastado y todos ellos muertos a manos de los romanos.

Britta tuvo un terrible presentimiento entonces. Y este se hizo real unos pocos días después. Britta estaba barriendo la entrada de su casa, cuando un par de hombres, a los que ella había visto algunas veces con Como cuando volvía del frente, se acercaron a ella.

  • Tenemos algo que decirte Britta – le dijeron –, pero será mejor que entres en tu casa y te sientes.

Britta supo enseguida de que se trataba.

  • Está muerto ¿verdad? ¿Esos malditos romanos lo han matado, verdad?

Los dos hombres respondieron afirmativamente moviendo la cabeza. Britta empezó a llorar desconsoladamente. Por culpa de aquellos "malditos romanos" se había quedado viuda y además su hijo, no nacido aún, se había quedado sin padre.

Como fue incinerado un par de días más tarde, como se hacía con los héroes que daban su vida por defender Numancia. Britta lloró desconsolada la perdida. Nada ni nadie podía devolverle a su amado Como.

Los días pasaron, el general romano al que esperaban llegó con su enorme ejercito, rodeó la ciudad, estableciendo siete campamentos que unió a través de un sólido muro de 9 Km. de perímetro, defendido éste con un foso y una estacada de madera, y disponiendo dos fortines en los ríos. Así se aseguró el control total de la ciudad. Nadie podía entrar ni salir. Los alimentos no llegaban a la ciudad de ninguna manera, por lo que los habitantes de Numancia tuvieron que arreglárselas con el grano que tenían almacenado. Pero a los cinco meses de esa situación el grano tuvo que empezar a ser racionado para poder resistir algunos meses más.

Britta estaba demacrada, hundida, y a punto de dar a luz. Desde que Como había muerto, tanto su situación personal como la situación de la ciudad, habían ido de mal en peor. La gente había empezado a morir de hambre, otros al ver que la situación les llevaría a una muerte segura, y puesto que no querían rendirse ante los romanos, preferían suicidarse. Así lo hizo la madre de Britta. Una tarde llegó a casa de su hija y le dijo:

  • Hija, creo que el suicidio es la mejor solución. Sobre todo para alguien como yo, que ya soy mayor.

  • Pero madre... – Se lamentó Britta.

  • Así tu podrás quedarte mi grano, que lo necesitas más que yo, para que ese niño crezca grande y sano.

  • Mamá....

  • Hija, debo hacerlo. Sólo he venido a despedirme.

Ambas mujeres se abrazaron con fuerza. Luego la madre de Britta, partió hacía su casa.

A la mañana siguiente y como su madre le había indicado, Britta fue hacía la casa familiar, aquella donde había crecido. Buscó a un par de hombres y pidió que llevaran a su madre a la fosa común, donde eran enterrados la mayoría de los muertos. Recogió el grano que quedaba en la casa y volvió a la suya. Las calles estaban cada vez más desiertas, la ciudad agonizaba por el hambre. ¿Cómo podría tener a su hijo en un lugar como aquel, en una situación como aquélla? ¿Cómo podría criarlo ella sola?

Durante los siguientes días no hizo más que dar vueltas a aquella idea. La hora del alumbramiento se acercaba y no quería estar sola en aquel momento y tampoco quería parirlo allí, en aquella ciudad fantasma. Pero no podía salir de la ciudad. Sólo cabía una posibilidad, pero era tan..... Estuvo pensando en ello varios días. Hasta que finalmente tomó la decisión. Sí, lo haría. Iría a pedir clemencia y ayuda a esos malditos romanos, pero sólo por su hijo, porque merecía algo mejor y seguro que aquellos romanos podían dárselo.

Recogió sus cosas y una tarde se encaminó hacía uno de los campamentos romanos. Era casi de noche cuando llegó, sólo le faltaban unos metros, se veía luz dentro de las tiendas de campaña y se oían las voces de los soldados hablando y bromeando entre sí. Britta no podía entender lo que decían, pero oía sus risas. De repente, sintió un pinchazo en el bajo vientre que la hizo retorcerse y gritar, cayendo al suelo, había llegado el momento de que su hijo naciera.

El grito que Britta profirió puso en alerta a los soldados romanos y algunos salieron de sus tiendas, uno de ellos, grande, alto, moreno, se acercó hasta ella y le dijo algo, pero Britta no entendió nada y sólo pudo decir:

  • Voy a parir, necesito ayuda.

Un par de hombres intentaron abalanzarse hacía ella, pero el romano moreno los detuvo, se agachó frente a ella y la miró a los ojos. Britta vio compasión en aquellos hermosos ojos. El hombre la cogió en brazos y la llevó hasta la tienda de donde él había salido, ordenando al resto de los hombres que se quedaran fuera. Britta adivinó que probablemente se trataba de algún capitán del ejército, ya que todos los hombres le obedecían. Una vez en la tienda, el romano la tendió sobre su cama. Para Britta aquello era algo nuevo y extraño. Había oído hablar de las camas que usaban los romanos para dormir, pero nunca había visto ninguna y mucho menos había estado encima hasta aquel momento. El romano posó sus manos sobre el vientre abultado de Britta y luego dijo algo.

  • Sí, ya viene, está aquí. – Le dijo Britta, mirándolo a los ojos.

El soldado dijo algo que por la cara que puso, a Britta le pareció que decía:

  • No te preocupes, todo irá bien.

A pesar de no entenderse, sus miradas hablaban por ellos y Britta podía entender casi todo lo que el romano le decía.

El hombre salió de la tienda y Britta oyó como les decía algo a sus soldados, indudablemente por el tono de voz, les estaba dando órdenes. Cuando terminó volvió a entrar en la tienda.

Un nuevo y fuerte dolor hizo gritar y retorcerse a Britta otra vez. El romano corrió a su lado y le tomó la mano, Britta la apretó con fuerza mientras el hombre decía algo, como si quisiera tratar de calmarla. Sin saber por qué, aquel guapo romano, en lugar de intimidarla, como los demás, la hacía sentirse segura. Casi todos la miraban con odio, pero él no, él parecía mirarla con compasión e incluso con... Britta no se atrevía ni siquiera a pensarlo. El dolor se calmó y un hombre entró en la tienda. Era un hombre de cierta edad, con el pelo cano y bastantes arrugas en la cara. Llevaba un pequeño maletín. Empezó a discutir con el romano, parecía quererse ir de la tienda, miraba a Britta con desprecio y movía la cabeza en sentido negativo, mientras el joven romano, imploraba o le ordenaba algo con la voz cada vez más firme. Otro dolor paralizó a Britta y la hizo gritar, en ese momento el hombre mayor pareció claudicar y abriendo el maletín sacó algunos instrumentos. Tras eso la hizo abrir de piernas y le subió el vestido por encima de la cintura.

Un par de soldados entraron en ese momento, uno llevaba una gran olla de barro con agua humeante. El otro traía trapos y sábanas limpios. El hombre mayor lo cogió y lo puso todo a su lado. Los soldados volvieron a salir.

Con la ayuda de aquel hombre mayor, que Britta dedujo que era un médico, y la del guapo romano, tuvo a su hijo. Pero cuando el médico, tras darle un par de palmadas en el culito, la miró de aquella forma, al igual que el guapo romano, Britta empezó a ponerse nerviosa.

  • ¿Qué pasa? ¿Por qué no llora? – gritó desesperada.

  • É morto – Dijo el guapo romano.

Aquella fue una de las pocas cosas que Britta entendió perfectamente aquel día y aprendió con suma rapidez.

  • No puede ser, no, mi niño ¡¡¡¡¡¡¡¡noooooooo!!!!!! – Gritó, y empezó a llorar desconsolada.

El guapo romano le dio un par de ordenes al médico, que terminó de hacer su trabajo, limpió los utensilios, envolvió al niño muerto en una de las sábanas blancas que le habían traído y luego salió de la tienda. El chico se acercó a Britta, que seguía llorando. La abrazó con fuerza y le secó las lágrimas tratando de consolarla. Aquélla fue la primera de muchas noches juntos.

Después de aquello Britta se quedó con el romano, al que poco a poco fue conociendo. Con él aprendió a hablar latín y así supo que se llamaba Antonio, que era capitán de un pelotón, que tenía veintitrés años, que era soltero... Poco a poco y a medida que fueron conociéndose, el amor fue surgiendo entre ellos (aunque en realidad había estado entre ellos desde el momento en que se vieron por primera vez), a la vez que en aquella devastada ciudad que tenían a sus pies la gente iba muriendo. Al llegar el verano, la ciudad estaba casi desierta, muchos de sus habitantes se había suicidado y otros fueron apresados por los romanos y vendidos como esclavos.

Así, Escipión decidió marchar sobre la ciudad para tomar posesión de ella, junto a todo su ejército. Britta iría acompañando a Antonio como si fuera su esposa, a pesar de que aún no se habían casado. En aquellos meses, el rechazo que muchos soldados romanos tuvieron hacía ella en un principio, se fue convirtiendo poco a poco en amistad y admiración, en cambio sus vecinos y amigos la rechazaban.

Britta había vuelto a la ciudad un mes después de tener a su hijo, recuperada ya del parto y acompañada de Antonio, que no quiso dejarla ir sola. Y pudo comprobar entonces como muchos de sus vecinos ni siquiera le contestaban cuando ella los saludaba, y además la miraban con recelo, sobre todo al verla acompañada de aquel romano.

Desde entonces, Britta no había vuelto a pisar su ciudad, y ahora lo haría subida a caballo y en el bando que hasta hacía unos meses había sido su enemigo.

Seguía contemplando la desolada ciudad cuando sintió que Antonio se acercaba a ella. Conocía perfectamente el sonido de sus sandalias sobre la hierba.

  • ¿Qué piensas, Princesa? – le preguntó su amado.

  • En como ha cambiado mi vida en este último año, en que nunca imaginé que estaría a este lado.

Antonio la abrazó y besó su cuello con ternura.

  • Sí, la vida siempre nos trae cosas inesperadas. Yo hace un año tampoco imaginaba que me enamoraría de una mujer extranjera.

  • Tenemos tanto de común a pesar de venir de lugares tan diferentes – Apostilló Britta girándose hacía Antonio y abrazándole.

  • Sí. ¿Sabes? Te amo – Le dijo él, mirándola fijamente a los ojos.

  • Yo también te amo.

Y se fundieron en un apasionado beso teniendo la ciudad de Numancia como testigo de aquel extraño amor.

Erotikakarenc. (Autora TR de TR).

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