En manos de mis primos y sobrinos

Por un ajuste de cuentas, mi familia se venga de mí

Quedé huérfana de madre de niña y nos unimos mucho a la familia de mi padre. Su hermano Damián, mi tía y mis primos, Raúl y Alberto pasaron a ser mis segundos padres y hermanos. Comíamos juntas las dos familias domingos, navidades, cumpleaños, etc.

Mi tío era un hombre emprendedor, con múltiples negocios, dentro y fuera del país. Mi padre, diez años mayor que él, terminó trabajando para mi tío hasta su jubilación, que a pesar de las súplicas de Damián para que prolongase su vida laboral.

A mis sobrinos, aunque en realidad eran sobrinos primos, los consideraba como tales, era como si fuesen hijos de mis hermanos y como tales, los trataba en reyes, cumpleaños, y sobre todo de manera diaria. Dos eran hijos de Raúl, Jorge y Mateo, y el tercero de Alberto, Sergio.

Los chicos, aunque los quería con locura, eran algo prepotentes, sobre todo los de Raúl, educados en el lujo y los caprichos, sin valorar lo que tenían, algo que me molestaba sobremanera, ya que cuando mi hijo se reunía con ellos, solía estar los días posteriores bastante insolente. De hecho, en algún momento, en algunos comentarios, habían llegado a contestarme mal, y si reclamaba a mis primos siempre era la misma respuesta.

  • Son cosas de críos.

Para mis sobrinos, yo era “la tata”. Era raro que me llamasen por mi nombre, Olga, salvo en algún momento de enfado. Desde muy pequeños, me bautizaron así.

Mi tío, cuando vio que iba en serio con Marco, quien después sería mi marido, le ofreció trabajar para él. En poco tiempo era el director de la empresa de transporte que le habían asignado.

Yo era una mujer muy activa socialmente. Solía ir a buscar a mi marido muchos mediodías para comer juntos, trabajaba activamente para la asociación de padres y madres de alumnos. Me preocupaba de conocer a los amigos y compañeros de mi hijo, profesores. Intentaba conseguir tener un entorno más cercano y familiar.

Las navidades de aquel año fueron raras. Mi padre ya no estaba con nosotros. De hecho, me tuvieron que convencer para celebrarla y lo hice por mi hijo. Se festejó en un antiguo hotel perdido en la montaña, que Raúl había comprado meses atrás. Nos sirvió para descansar y desconectar de la rutina diaria.

Nos dieron una habitación muy amplia, con una bañera muy próxima a la cama, independientemente del baño, sin duda, destinado a parejas que dedicarían los días allí en compartir su intimidad y su amor.

Los chicos durmieron en una habitación preparada para ellos con cuatro camas. Ni que decir tiene que probablemente, fuesen las mejores fiestas que podrían tener. Con la videoconsola en una televisión gigante, comida en abundancia, golosinas y refrescos, vivían una situación idílica.

Al poco tiempo de aquello, empecé a ver a Marco preocupado, cada día más, hasta llegar un día que le vi desencajado y le pregunté los motivos. Se negó al principio a contármelo, pero acabó confesando algo a lo que no podía dar crédito.

  • Sabes que tu tío y tus primos utilizan la empresa para traficar con drogas?
  • Es imposible. – Respondí de manera rotunda pensando que mi marido se había vuelto loco.

Me enseñó fotos de papeles y pruebas irrefutables que no dejaban lugar a la duda. Efectivamente, estaba en lo cierto.

No quisimos decir nada a Aitor para no preocuparle. Estuvimos Marco y yo hasta altas horas de la madrugada hablando de lo que podríamos hacer al respecto. Estábamos desbordados.

Recordé a un amigo de mi padre, Alfredo. Más joven que él, ya jubilado. Había sido comisario. Venía a casa con frecuencia y a veces también era invitado a las celebraciones de la familia. Eso me frenó en principio, pero mi padre siempre decía que era un hombre íntegro y honrado, en quien se podía confiar. Decidimos acudir a él.

Enseguida nos explicó la gravedad. Mi marido le entregó todas las pruebas. Hizo todo lo que le dijo Alfredo, incluso nos indicó que no conservásemos ninguna prueba y que Marco continuase trabajando como si nada hasta que actuase la policía.

Pensamos que la mejor decisión era que nos marchásemos unos días fuera, para liberarnos de toda la tensión que nos rodeaba. Mi hijo no entendía nada, pero le convencimos e hicimos las maletas. Marco se quedó, siguiendo las instrucciones de Alfredo.

Bajamos al garaje y al intentar salir vimos que había dos hombres armados. Nos obligaron a bajar del coche y a pesar de mis protestas nos subieron en una furgoneta.

  • Mamá, qué está pasando? Por qué huíamos, qué sucede?
  • Nada hijo, no te preocupes. – Contesté sin dar más explicaciones.

Estuvimos en el vehículo entre dos y tres horas. Me di cuenta que íbamos al hotel de Raúl. Nos llevaron a una habitación, con dos camas, y nos encerraron por fuera. Nos fueron trayendo comida, además de tener una bandeja con snacks y bebida. Al día siguiente, vinieron a buscarme dos hombres y me llevaron con Damián. Nos habían quitado los móviles, en la habitación había un teléfono, pero no tenía línea con el exterior. Tan sólo se conectaba internamente con algún lugar de dentro del edificio donde nos habían encerrado. De vez en cuando sonaba el teléfono, sobre todo para preguntarnos si queríamos ver alguna película en la televisión o sobre la comida.

  • Olga. Necesito saber dónde está tu marido.
  • Mi marido? No lo sé, pero tampoco os lo diría. Jamás habría pensado que fuéseis unos delincuentes.
  • Somos familia y has vivido muy bien toda tu vida. Tú padre lo aceptó. – Dijo dejándome perpleja al nombrar a mi padre. – Me habría gustado que hubieses colaborado. Mira quien va entrar por la puerta en unos segundos.

Mi marido entró al momento. Iba esposado y escoltado por otros dos esbirros de mi tío. Le miré, me acerqué llorando hacia él y le abracé.

  • Suelta a mi mujer y a mi hijo. – Protestó mi marido.
  • Podéis llevaos a cada uno a su sitio. – Fue su respuesta.

Nos llevaron a regañadientes mientras las voces de mi marido que pedían que nos dejasen libres se iban perdiendo por el fondo del pasillo. Yo sólo pensaba en que Alfredo pudiese hacer algo y nos encontrasen allí cuando los detuvieran a todos.

Me dejaron de nuevo a la habitación con mi hijo que supongo que me vio preocupada. Para relajarme y no pensar le pedí que me contase lo que vivió en las navidades, con sus primos segundos. Hicieron muchos juegos y para animarme me explicó que habían votado por la madre más guapa de las tres que estábamos allí y los tres chicos me habían votado, lo que más que resultarme halagador, me pareció gracioso.

Al rato volvieron a buscarme a la habitación. Me acababa de duchar y me había vestido con un pantalón de algodón verde y una blusa estampada blanca y azul. Aunque no salíamos de la habitación, estábamos normalmente tumbados o sentados en la cama, procuraba estar vestida porque no sabía en qué momento podría entrar alguien como así sucedió.

  • Olga. Tiene que acompañarnos de nuevo.

Dentro de la gravedad de la situación, me sentía tranquila al ser mi propia familia quien nos retenía y esperaba que Alfredo hiciese algo enseguida. Me llevaron esta vez a otra habitación, a la que había compartido con Marcos en navidades. Enseguida observé la bañera que presidía la habitación por delante de la cama.

Mi sorpresa vino al ver quienes estaban allí. Mi tío Damián, mis primos Raúl y Alberto, pero lo que me hizo venirme abajo fue la presencia de Alfredo.

  • Alfredo¡¡¡ Qué estás haciendo aquí?
  • Verás. Alfredo, además de excomisario, es nuestro amigo, es casi de nuestra familia. Cuando pensásteis en denunciarnos, él se encargó de avisarnos y protegernos.

Me quedé desarmada. Nuestra única opción de terminar bien con aquello se acababa de esfumar. Mi impotencia, rabia, hicieron que se me saltasen las lágrimas.

  • No llores, Olga. Estás muy guapa hoy. – Añadió Raúl.
  • Verás. Queremos que te duches. Dejarte limpita.
  • Qué decís? Me he duchado hace un momento en mi habitación.
  • Te estamos diciendo que te desnudes y te metas en la puta bañera. – Replicó Damián enfadado y autoritario.

Alberto se acercó con una tablet y me mostró un pequeño vídeo. En él, dos hombres daban dos puñetazos a Marco en el estómago. Me asusté muchísimo al verlo.

  • Qué le estáis haciendo? – Pregunté desesperada.
  • Si no obedeces, continuaremos y después, seguiremos con tu hijito. Sabes que está justo en la habitación de arriba?

Me eché las manos a la cabeza sin poder dar crédito a aquello. Me eché mano a la blusa, desabotoné los botones altos y me la saqué por la cabeza. Los miraba furiosa.

  • Los pantalones...

Me desabroché el pantalón y procedí a bajar la cremallera. Comencé a bajarlos, incrédula, como si estuviera borracha y aquello no me estuviera pasando. Me los saqué, quedando tan sólo con el sujetador y el tanga blanco.

  • Bonito tanga. Te estiliza mucho. Estás muy guapa, Olga. No te pongas colorada, somos familia.

La sangre se me subía a la cabeza. Me sentía acalorada en aquella situación ante aquellos hombres, de mi familia, en los que siempre había confiado y que ahora me traicionaban.

  • Ahora fuera ese sujetador. Enséñanos las tetas.

Me acordaba del vídeo en el que mi marido era golpeado así que no protesté. Aún así, Raúl hizo un gesto con su dedo, señalando arriba, donde estaba Marco. Intentaba no llorar pero mis lágrimas rodaban sin cesar por la mejilla. Eché mis manos hacia atrás y me lo desabroché. Los tirantes quedaron sueltos, las copas también y lo aparté de mi cuerpo dejando mis pechos al descubierto.

  • Mira. Te preguntabas como serían? Tiene buenas tetas. – Comentó Alberto a su hermano.
  • Me gustan. Las imaginaba justo así.
  • Tus braguitas también son bonitas pero prefiero tenerlas en la mano a que las lleves puestas. – Dijo mientras señalaba la tablet en la que me habían mostrado como agredían a Marco.
  • Vamos, que estamos en familia. – Añadió mi tío para humillarme aún más.

Comencé a hacer pucheros. No podía creer lo que me estaban obligando a hacer. Estaba completamente engañada por mi familia y hasta ese momento no me daba cuenta de cómo eran realmente.

Tardé unos segundos en obedecer aunque sabía que no tenía alternativa. Miré a los cuatro antes de llevar las manos a mis bragas para desprenderme de mi última y más íntima prenda.

Las fui bajando, lentamente, supongo que para regocijo de mi tío, primos y Alfredo que me miraban sin pestañear, aunque ya hacía minutos que me desnudaban con la mirada, ahora lo veían de manera real. Fui deslizando mis bragas, muslos, rodillas, tobillos hasta sacarlas y quedar completamente desnuda.

  • Vamos. Todos somos de la familia...

  • Tiene el coño negro siendo rubia.

  • No te acuerdas que de joven, incluso cuando se casó, era morena. Después se cambió el color de pelo, pero sólo el de la cabeza. – Contestó Alberto entre las risas de todos.
  • Muy interesante. Es preciosa nuestra prima. Tiene un año más que yo, 43, verdad?
  • Claro, nos invitó a su cumpleaños hace dos meses.
  • Olga, por qué no te metes en la bañera. Vamos a ducharte.
  • Me he duchado esta mañana. – Contesté malhumorada de nuevo e intentando evitar hacerlo.
  • Queremos asegurarnos que estás limpita. – Contestó Raúl con sorna.

Me hicieron entrar en la bañera y Alfredo me agarró las manos para ponerme unas esposas a la espalda. Le miré con cara inquisitoria ante su sonrisa. Mientras, Alberto procedió a abrir el grifo del agua.

  • Vamos a esperar que salga calentita. – Dijo Alberto mirándome.

Cogió gel, casi llenando su mano. Le siguió su hermano y después el comisario. Mi tío contemplaba la situación con una sonrisa.

Pasaron sus manos por el agua los tres y las llevaron a mis pechos. Comenzaron a masajearlos con el agua y el jabón y a salir espuma. De ahí pasaron los dos hermanos a tocar mi estómago mientras que Alfredo llevó sus manos a mi espalda. De vez en cuando acercaban las manos al grifo para mojarlas y volver a llevarlas sobre mi cuerpo.

  • Limpia bien su culito, Alfredo.

No me negaba a nada pero mis lágrimas rodaban por mi cara. Me dejaba hacer. Ahora Alfredo me empujó hacia adelante, dejando los pies en la bañera y mi cuerpo apoyado sobre la cama. Separó mis piernas y llevó el su dedo índice a mi ano. Sentía como lo metía y sacaba y cuando lo tenía dentro movía el dedo de manera circular lo que me provocaba dolor. Después noté como dejaba su turno a Raúl, que hizo lo mismo.

  • Venga, vamos a lavarle el coño. – Expresó Alberto ante la algarabía de los demás. – Olga, métete completamente en la bañera.
  • Por favor... – Supliqué sin esperanza.

Alfredo me empujó hacia el fondo de la bañera con una mano, haciendo que me sentase en ella y con la otra señaló arriba, amenazándome de nuevo con hacer daño a Marco. Me dio un cojín para que apoyase mi cabeza en el borde mientras las lágrimas rodaban por mi cara, sin poder hacer ni decir nada para negarme.

Los dos hermanos agarraron mis tobillos, levantándolos y sacándolos por encima de la bañera, quedando completamente abierta y expuesta.

  • Así, muy abierta, vamos a dejarle bien limpia su rajita.

Vertieron un poco de agua sobre mi sexo y echaron gel. Al frotarlo comenzó a salir bastante espuma. Todo eran risas entre ellos mientras seguía siendo humillada.

  • La verdad es que tiene mucho pelo aquí. Tendremos que quitarle luego un poco. – Dijo mientras lo abría y echaba agua. – Venga Alfredo, también puedes lavarle el chocho. Mete el dedo y sácale lustro.
  • Por favor... nooo... somos familia¡¡¡

El comisario comenzó a tocarlo sin reparo. Alberto separaba mis labios para permitirle que metiese el dedo a su antojo. A veces, el comisario, cruelmente, levantaba mi cabeza para que viese cómo actuaban sobre mi vagina, completamente blanca por el jabón. Cuando consideraron que me habían aseado convenientemente me ordenaron levantar. De nuevo me volvieron a colocar los tobillos dentro de la bañera e hicieron que me levantase.

Raul tenía una toalla y Alfredo otra. Comenzaron a secarme, por delante y por detrás. Después me llevaron a la cama. Seguía con las manos atadas a la espalda, sin saber el motivo, ya que teniendo a mi marido, al que habían agredido, y a mi hijo, no existía ninguna opción de negarme.

  • Vamos a depilarte. – Susurró Alberto a mi oído.
  • Por favor... Soy vuestra prima¡¡¡

Daba igual lo que dijese. Mi opinión y mis deseos no tenían cabida en aquella situación. Me tiraron sobre la cama. Me ordenaron separar las piernas, aunque entre mi tío y el comisario se encargaron de que estuvieran separadas, impidiendo que las pudiese cerrar. Al mirarlos, vi que Raúl tenía en su mano los dos utensilios masculinos para el afeitado, un bote de espuma y una cuchilla.

Alberto colocó dos dedos por encima de mi vagina, indicándole a su hermano por dónde debía eliminar el vello sobrante. Su hermano llenó mi sexo de espuma, y marcó con la cuchilla la parte donde se establecía el límite entre lo que podía o no cortar.

Comenzó a recortar por los bordes, hablaban de dejarlo completamente rectangular. Notaba como iba pasando la cuchilla, mientras su hermano le iba indicando que rasurase más, si alguna parte se había quedado con algo de vello.

Cuando consideraron que había quedado a su gusto, secaron mi sexo y quitaron con la toalla el resto de espuma sobrante. Mientras, yo seguía atada.

Entre todos me ayudaron a levantarme y me colocaron en un taburete que había en mitad de la habitación. Alberto, comenzó a tocarme el pelo por detrás. Aunque llevo una media melena, no era suficiente para hacer una cola de caballo, según decía, y decidió hacer dos coletas pequeñas a los lados, como si fuese una cría de diez años. Lo último, fue colocarme una máscara de plástico, como las que usan los chicos en las ferias.

Me sentía avergonzada. Se me saltaban las lágrimas pensando en los tocamientos tan íntimos e indecentes que me habían realizado mi familia y el comisario, que tan amigo decía ser de mi padre.

Crucé las piernas, intentando ocultar mi sexo aunque el vello púbico sobresalía hacia mi vientre.

Vi como Damián hablaba con sus hijos. Al momento, él y el comisario se despidieron.

  • Nos vamos.

Mis dos primos me acariciaban las coletas, riéndose de su ocurrencia de hacérmelas. Acariciaban mis hombros, masajeando y tocando mi espalda.

A los pocos minutos escuché cómo se abría la puerta y a unos jóvenes hablar. Supe que eran Mateo, Sergio y Aitor. Enseguida reconocí sus voces. Mi vergüenza iba en aumento. Primero los padres, su abuelo, el comisario y ahora les tocaría el turno a ellos.

  • Mirad. Creemos que no habíais visto nunca a una mujer. – Expresó Alberto.
  • Pero, qué ha hecho? Quién es? Por qué está atada? – Preguntó Sergio.

Sergio era el más joven de mis sobrinos primos. Quizá también era el más cariñoso de los tres, y quien más se parecía a mi hijo.

  • Veréis. Ella y su familia nos ha intentado traicionar. Lo hemos descubierto y dice que hará lo imposible porque los perdonemos.
  • Tiene un polvo. Quién es? Qué edad tiene? Tiene buenas tetas.– Preguntó ahora Jorge.
  • Lleva unas coletitas, mira, es rubia pero el pelo del coño es negro. – Añadió Mateo,

Me mantenía inmóvil, sin decir nada, con mis piernas cerradas, juntando tanto las rodillas que sentía que mis muslos estaban agarrotados y doloridos.

Contemplaban a una mujer, para ellos desconocida, pero que estaba segura que enseguida sería presentada ante ellos.

Sin dudarlo demasiado, Jorge y Mateo se acercaron, acariciaron mi cuello y lo besaron. Después pasaron las manos por mis pechos. Me estremecí pero no dije nada. Ahora ya me acariciaban por detrás, envalentonados, mientras que su primo no paraba de mirarme como si me reconociesem comenzando a tocar mi vello púbico, que sobresalía de entre mis piernas.

  • Por qué lleva una máscara? – Preguntó Sergio.
  • Para darle más morbo. – Contestó su padre. – Pero puedes quitársela para que le veáis la cara.

El joven, que se sentía desconcertado por la situación acercó su mano a la máscara, levantó la goma que la amarraba a mi cabeza y la sacó. Al descubrir mi cara, la suya cambió la expresión, quedando completamente sorprendido.

  • Tita...
  • Es “la tita”. – Repitieron sus primos.
  • Pero qué ha hecho? Está desnuda. Nos contó Aitor que nunca había visto a su madre desnuda y ahora lo está.
  • Ante su hijo no, pero sí ante nosotros. Ella haría lo que fuera por él y por su marido. Es una esposa y madre muy sacrificada. Venga, no seáis antipáticos. Dadle un beso a vuestra tata.

Los chicos se acercaron a mí y me dieron cada uno un beso en la mejilla. Yo me mantenía impasible, cortada, avergonzada.

  • Vamos, levántate. – Ordenó Alberto. – No creo que sean necesarias las esposas. Vamos a soltarte, pero recuerda. Debes proteger a tu familia.

Procedió a soltarme y mis doloridos brazos, quedaron libres. Los froté, llevándolos a mis pechos e intentando tapar con una mano mi sexo. Una mirada inquisitoria de Raúl me hizo ponerme erguida y mostrarme desnuda de nuevo.

  • Bueno. Qué os parece si os hacéis una foto con vuestra tata? La tendréis de recuerdo para siempre.

Miré a mi primo con cara de odio y supongo que con mis ojos inyectados en sangre. Alberto, ante mi mirada, se limitó a hacer un movimiento con la mano y el dedo hacia arriba, sin decir nada, pero amenazándome con que mi marido y mi hijo pagarían las consecuencias de cualquier acto de rebeldía por mi parte.

Cada uno de los jóvenes fue posando conmigo. Primero uno a uno y luego todos juntos mientras Raúl hacía las correspondientes fotos.

  • Ahora qué te parece si te tocas un poco para ellos? – Señaló Alberto mostrando un dedo hacia el lugar donde se encontraba mi marido y con la otra mano me señalaba la cama.

No dije nada, no les supliqué. Me llevaron sobre la cama y me ayudaron a apoyar la espalda sobre el cabecero y separaron mis piernas, dejando mi vagina abierta y expuesta.

  • Chicos, antes la hemos lavado bien. Está limpita y lustrosa. Ahora va a tocarse para vosotros. Venga, primita, una mano a tu coño y la otra a tu teta.

Hice lo que me pidió. Llevé cada una de las manos al lugar que me había indicado y comencé a tocarme, sólo para que me vieran, para su diversión.

  • Sube la teta y lámete tel pezón.

Lo besé tiernamente y le pasé la lengua. Me acariciaba los pechos mientras ellos no perdían ojo a lo que hacía.

  • Ahora a tu coñito. Mójate el dedo y mételo, acaríciate. Así, muy bien. Qué sensual¡¡¡ Eres estupenda, primita. Cómo se nota que adoras a tu marido y a tu hijo¡¡¡

No decía nada, pero las lágrimas rodaban por mis mejillas.

  • Ahora separa tus labios. Queremos de ver cómo es de grande tu coño¡¡

Los chicos tenían las cabezas sobre mis piernas, observando en primer plano todo lo que iba haciendo. Estiré los labios, mostrando hasta lo más profundo de mi útero. En ese momento, Jorge sacó su móvil y procedió a hacer una foto. De inmediato, Mateo y Sergio los imitaron, sacando fotos o quizá un vídeo de lo que estaba haciendo, eso sí, intentando que mi cara saliese reflejada en él.

  • He traído un juguetito para “la tata”. – Interrumpió Raúl mostrando un pene vibrador de un tamaño considerable.

Su hermano se rió mientras los chicos quedaron parados e intrigados ante la presentación del juguete. Jorge lo cogió en su mano, intentando buscar el botón de encendido. Su padre le entregó un pequeño mando, no más grande que la llave de un coche. Lo encendió y comprobó que tenía varias velocidades ante las sonrisas de su hermano y su primo.

  • Vamos. Mételo hasta dentro. – Volvió a decir moviendo el dedo, como siempre que me ordenaba algo, para que no olvidase quien estaba en la habitación de arriba.

Me entregó el vibrador y lo llevé a mi vagina, lo introduje a la mitad aproximadamente y Jorge lo puso en marcha, provocando un movimiento brusco por mi parte y la risa de los demás.

  • Páralo mientras se lo mete hasta adentro. Vamos Olga...

Lo introduje un poco más y de nuevo lo puso en marcha. Otra vez me estremecí. Solté el vibrador y comencé a llorar.

  • Mételo más. Vamos. Hasta dentro.

Hice caso omiso, aparté mis manos y quedé inerte, con las piernas abiertas y las manos abatidas, sin hacer nada. Las lágrimas me caían por la cara, llegaban a mi pecho desnudo, que se me iba mojando.

  • No puede más. – Reseñó Sergio con cierta pena.
  • Sí puede. – Contestó su padre. – Vamos a poner el vibrador en el taburete. Lleva una ventosa para colocarlo en una superficie lisa.

Tiró con fuerza del vibrador, sacándolo de mi sexo. Lo llevó y lo pegó en la banqueta donde había estado anteriormente sentada, esperando a que llegasen los chicos. Antes de permitir sentarme, le echó un líquido.

  • Es gel lubricante para tu coño. Ahora métetelo, hasta el fondo. Ya sabes. – Volvió a hacer el gesto con el dedo.

Me senté sobre el vibrador, ahora sí, haciendo el esfuerzo y que entrase hasta el fondo de los más de veinte centímetros que debía medir. Cuando lo introduje completamente, de nuevo Jorge lo puso en marcha, sintiendo como mi cuerpo se estremecía igual que si me hubiesen puesto una descarga eléctrica.

  • Mira cómo se le mueven las tetas. – Reseñó Jorge.

No podía creer que aquellos a quienes consideraba sobrinos a todos los efectos, estuvieran abusando de mí de aquella forma, o al menos, disfrutando de lo que sus padres me obligaban a hacer.

Cerré los ojos. No podía soportar ver como me miraban. Tampoco soportaba que disfrutasen de mi vergüenza, de lo que tenía que hacer para evitar que mi marido sufriese las consecuencias.

  • Olga. Seguro que con el tiempo que llevas casada, haces unas mamadas de puta madre.

Por supuesto no contesté aunque sabía, al escuchar la pregunta, que me tocaría hacer sexo oral. Los tres chicos, supongo que ante alguna indicación mímica que no vi, de alguno de los padres, empezaron a desnudarse.

Raúl empujó mi cara hacia el miembro de su hijo mayor que se mostraba completamente erecto. Me golpeó en las mejillas varias veces hasta que sin contemplaciones hizo que lo introdujese en mi boca mientras su padre me empujaba la cabeza hacia él.

Comenzó a tirarme del pelo, forzando la situación para que mi boca entrase y saliese al ritmo que marcaba el empuje de su mano.

Escuchaba, por un lado los jadeos del joven, que pensaba que en cualquier momento, su ímpetu, explotaría en mi boca. Su hermano y su primo susurraban comentarios que no acertaba a oír. Cuando pensaba que el joven llegaría, su padre tiró fuerte de mi pelo y apartó mi cara del miembro, dirigiéndolo ahora a su hermano.

No tuve tiempo de pensar. El miembro de Mateo, a pesar de ser dos años menor que su hermano, era considerablemente más grande. Al meterlo en mi boca, tocó mi campanilla lo que produjo una arcada y comencé a toser mientras casi no podía respirar.

Veía borroso por las lágrimas que no paraban de brotar de mis ojos. Sabía que eran los jóvenes porque ellos estaban desnudos, y aunque no podía identificar quien era cada uno de ellos, sí podía percibir su satisfacción por lo que estaban haciendo conmigo y que aún, si ello era posible, aumentaba la humillación que sentía.

Mateo aguantaba el ritmo mejor que su hermano. Podía sentir cómo pequeños hilillos de semen escapaban hacia mi boca pero sin tener necesidad de llegar, controlando los movimientos y disfrutando de mi felación.

De nuevo, un tirón de pelo me apartó de su miembro. Un hilo de semen quedó pegado en la comisura de mis labios que se mantenía pegado al miembro del joven. Al apartarme más, el hilo quedó pegado a mi barbilla y la parte alta de mi pecho.

  • Venga, enseña a tu chaval. – Expresó Raúl a su hermano.
  • Qué guapa eres, prima¡¡¡ – Me piropeó ahora Alberto.

Acarició mi cara. Sacó su pañuelo y me limpió la cara y la parte baja de mi cuello, donde estaban los pequeños hilos de semen que me había dejado su sobrino minutos antes. Lo hizo suavemente, hasta podría decir que fue con cariño. Después apoyó la mano en mi cabeza y llamó a su hijo.

  • Te toca, Sergio.

Le situó delante de mí. Empujó ligeramente mi nuca y de nuevo introduje el pene en mi boca.

  • Venga, ponle un poco de entusiasmo. Quiero que lo hagas tú solita.

Llevé primero la mano a mi cara, tapándola, avergonzada por la voluntariedad del acto que iba a realizar. Después mis manos se apoyaron en las caderas de Sergio y comencé con una nueva felación. Él me sujetó la cara y en lugar de moverla de atrás hacia adelante, lo hizo primero de manera lateral, consiguiendo que su pene recorriese toda mi cavidad bucal.

  • Qué haces, hijo? Quieres inspeccionarle la boca con la polla?

Todos se rieron aunque el joven hizo caso omiso a los comentarios jocosos del resto de los hombres.

El chico me iba moviendo la cabeza, ahora sí, de adelante hacia atrás y viceversa hasta que su padre le paró.

  • Ya tendrás oportunidad de correrte en su boca. Ahora vamos a hacer un sorteo. Olga, Jorge es el 1, Mateo el 2, y Sergio el 3. Tu labor consistirá en hablar con Aitor y que diga un número del 1 al 3. Te puedes imaginar lo que significa... – Terminó entre las risas de los demás.

Alberto levantó el teléfono que había junto a la mesilla de la habitación. Puso el manos libres y escuché como contestaba mi hijo.

  • Cariño. Soy mamá. A ver, estoy hablando con Raúl y Alberto, y para un sorteo, me tienes que decir un número entre el 1 y el 3.
  • Y los primos, están allí? Para qué es el sorteo? – Preguntó de manera precipitada.

Los chicos se intentaban aguantar las risas, tapándose la boca para que mi hijo no los escuchase.

  • No. Sólo sus padres. – Respondí mintiendo mientras los chicos se tapaban la boca con más fuerza. – Venga, dime el número. – Le exigí con seriedad. – Ya te lo explicaré.
  • El tres mamá. – Me dijo mientras colgaba de manera tajante.
  • Qué carácter tienes, mamá¡¡ – Espetó Raúl riendo.
  • Bueno, ha sido muy seca con su hijo pero ha cumplido. Su marido, sin duda, estará muy agradecido. – Comentó al resto. – Por cierto, Sergio, eres el ganador. Puedes hacer lo que quieras...

Alberto pasó su dedo por mi vagina, indicando que estaba muy seca, siempre con tono burlón. Al decirlo, sacó un pequeño frasco de aceite.

  • Vamos “tita”. – Señaló Alberto jocosamente. – Te vamos a echar un poquito de grasa en el chichi.

Sus dos primos me agarraron las manos, dejándome expuesta. Su padre vertió sobre mi vagina un poco de aceite lubricante. Sergio empezó a extenderla. Al principio de manera torpe, llenando mi vello del líquido viscoso pero después, de una manera más consciente, pasando su dedo por mi abertura, hasta llegar a meterlo dentro.

  • Por supuesto que las piernas tienen que estar bien abiertas, así que sepáralas un poco más. – Indicó ahora Raúl.

No esperé a que me dijeran que mi marido estaba allí. Obedecí y separé las piernas, más aún de lo que ya las tenía, y permití que el joven introdujese su dedo hasta el fondo, mientras su tío continuaba echando más aceite a la altura de mi clítoris. El joven empezó a introducir su dedo y a sacarlo, ahora de manera rítmica, engrasando mi orificio más íntimo.

  • Qué quieres hacer, hijo?
  • Follármela. – Respondió contundente. – Además, me gustaría que la tocasen mientras Jorge y Mateo.

Era sin duda una dedicatoria a ellos y su deseo eran órdenes. Los padres se apartaron ligeramente de la cama y los tres chicos, ahora ya todos desnudos, se acercaron a la cama.

Sergio se colocó entre mis piernas. Pude ver su miembro que estaba completamente erecto y quizá más grande que lo que podía imaginarme por la envergadura de su cuerpo.

Antes de penetrarme volvió a pasar su dedo por mi vagina y lo introdujo. Volvió a sacarlo y apuntó con su pene a ella. Mientras, sus primos me apartaron las manos, llevándolas junto al cabecero de la cama.

Sergio, antes de introducirla, miró a sus primos. Yo le supliqué.

  • Por favor... aún estás a tiempo.

No contestó. Se limitó a sonreír mientras miraba su miembro, que apuntaba al interior de mi sexo. De un movimiento, noté que se abría paso sin dificultad hacia mi interior, sin duda facilitado por el gel aceitoso que unos minutos antes me habían depositado y hacían que el roce de los dos miembros fuera como una maquinaria bien engrasada.

Empecé a llorar, de manera sonora. Los dos primos comenzaron a acariciar mi cuerpo. No parecían ya los chicos tímidos que habían entrado y me habían visto atada y desnuda minutos antes. Estaban sueltos, envalentonados y dispuestos a disfrutar y hacer sentir orgullosos a sus padres.

  • Tócadle las tetas, coño¡¡¡ – Dijo Sergio a sus primos.
  • Joder con el chico¡¡¡ – Respondió su tío.

Los otros dos jóvenes llevaron sus manos a mis pechos, masajeando y pellizcándolos. Los agarraban desde la parte baja que se plegaba con mis costillas hasta las areolas y terminar apretando con sus dedos las puntas de mis pezones.

Sergio me tenía sujeta por las caderas. Bajó sus manos hasta sujetarme por el culo y levantarme un poco para así poder llegar más adentro.

El chico, que había empezado penetrándome suavemente comenzó a realizarlo de manera salvaje. Yo no paraba de suplicar y gritar, consciente de la situación que vivía.

  • Por favor, para... soy tu “tita”

Repetí la frase dos veces, pero para mi sorpresa, cada vez que la pronunciaba, en lugar de causarle pena y pesar, se iba excitando más.

  • Para, por favor. Parad todos. – Protesté revolviéndome pero sin desplazarme de la cama.
  • Jorge, métele la polla en la boca. Así dejará de protestar.

Estaba completamente desatado. Su primo me sujetó la cabeza y llevó mi boca a su miembro, introduciéndola hasta la campanilla. Comenzaron a darme arcadas. La sacó, quedando un hilillo de semen colgando de mis labios.

  • Que te la siga chupando. Aguantará lo que le eches... – Volvió a decir Sergio con un descaro que desconocía en él.

Su primo, mayor que él, le obedeció y pasó su miembro por mi boca. La mantenía cerrada pero la pasaba por mis labios, como si fuese una armónica hasta que no tuve más remedio que volver a abrirla. Intenté suplicar, pero no me dio tiempo. Su miembro volvió a perforar mi boca, ahora de manera transversal, evitando que llegase a la garganta y forzasen de nuevo mis arcadas.

Apoyó su mano en mi carrillo mientras metía su miembro y podía sentir como salía el bulto en mi cara que provocaba la felación.g

  • Dios... Ahora sí, ahora sí me voy a correr. Dios... qué placer¡¡¡ – Explicó Sergio gritando.

Escuchaba hablar a los padres al fondo aunque no podía entender lo que decía ante la algarabía de los muchachos. Mi sexo sentía las embestidas y cómo su líquido caliente iba inundando mi útero.

Quedé exhausta, hundida. Me sentía completamente degradada. Jamás había estado con otro hombre y esta vez era obligada y con alguien de mi familia, quizá más por sentimientos y cercanía que por sangre, ya que era su tía prima.

  • No. Dentro no... – Protesté ya sin solución.

Jorge, al ver que su primo ya había terminado, también paró, aunque por momentos temí que pretendiese llegar en mi boca. No fue así y mientras su primo se iba vistiendo, los dos hermanos se levantaron.

  • Por qué no la compartís ahora como dos buenos hermanos? Tiene agujeros para complaceros a los dos a la vez.
  • No – Protesté con palabras y negando con la cabeza.

Aquello parecía no tener fin. No sabía el límite que se planteaban para mi humillación. No paraba de preguntarme si realmente aquellos a quienes había considerado mi familia, realmente lo habían sido en algún momento.

  • Primero que os chupe la polla a los dos y después la probáis por otros sitios. – Señaló su tío.

Los dos jóvenes se desnudaron y se subieron a la enorme cama en la que estaba tumbada y avergonzada. Me dieron un fuerte azote en el culo y me indicaron que me bajase y me pusiera de rodillas fuera de la cama. En ella, los dos chicos hicieron lo mismo. Jorge, sin miramientos, llevó mi cabeza hacia su miembro y comencé a realizar la felación que había indicado su padre y su tío.

Mateo, imitando a su hermano me agarró de la cabeza y me hizo cambiar de miembro. Ahora comencé a hacerle lo mismo que a su hermano aunque su miembro era sensiblemente mayor.

Los jóvenes iban moviendo sus manos para llevar mi cabeza de uno a otro y de vez en cuando, acercándolas a mis pechos para tocarlos y pellizcarlos.

No les miraba a la cara. Se quedaba un hilo de semen en mis labios que caía sobre las sábanas cada vez que mi boca cambiaba de miembro. Escuchaba sus jadeos, ante lo que suponía, la atenta mirada de su padre y tío.

  • Chicos, a ver si vais a terminar antes de tiempo. Venga, probad otras cosas... y otros orificios – Interrumpió Raúl entre sus risas y las de su hermano.

Los chicos se apartaron ligeramente mientras que yo sentí como dos manos fuertes me agarraban de los antebrazos. Eran mis dos primos que de nuevo, previo un fuerte azote, me volvían a lanzar sobre la cama.

  • Quiero que veáis este vídeo¡¡ – Comentó Raúl a sus hijos.

Quedé acurrucada en la cama, en posición fetal. Cerré los ojos, pero en un momento que los abrí, pude observar en la telévisión a una mujer madura, sentada sobre un hombre y otro segundo la penetraba analmente. Volví a cerrar los ojos mientras escuchaba los comentarios de los dos padres sobre el parecido de la protagonista del vídeo y los movimientos que hacía.

  • Veis que se parece a vuestra “tita”. Por qué no imitáis los tres a los protagonistas de esa película? Además, es así, como ella, buenas tetas y rubia.
  • Me pongo abajo. – Se apresuró a decir Mateo.

Se tumbó en la cama. Yo permanecía de rodillas y miré a su padre, implorando otra vez.

  • Por favor...
  • No te quejes, mujer. Pocas tienen el honor de desvirgar a unos jóvenes. Además, lo vas a hacer porque lo decimos nosotros. – Volvió a añadir haciendo los gestos con la mano hacia donde se suponía que estaba mi marido.

Mateo se había ya tumbado sobre la cama. Su padre me dio un fuerte azote para que me colocase encima de él. Enseguida noté que Jorge se situaba detrás de mí.

Su hermano me agarró de los muslos e hizo que me levantase ligeramente mientras sujetaba su miembro, lo llevaba a mi vagina y me hizo caer sobre él, penetrándome. Después me abrazó fuerte y me atrajo hacia él, quedando mis pechos pegado a su torso.

Jorge comenzó a pasar su mano por mis muslos y noté como su miembro rozaba los cachetes de mi culo. Comenzó a pasarlo entre ambos hasta llegar a mi ano. Me giré.

  • Por favor... por ahí no¡¡¡¡
  • Olga, no estás en condiciones de decir que no a nada. – Contestó Raúl de nuevo señalando con las manos el lugar donde en teoría estaba mi marido.

Mateo estaba dentro de mí y nuestras caras muy próximas, haciendo que mis lágrimas cayeran sobre sus mejillas, nariz e incluso su boca. Acercó su mano y las pasó suavemente por mis ojos, secándolos. Justo en ese momento sentí como el miembro de Jorge se quedaba fijo en mi ano. Me preparé para recibir su embestida que sin duda me dolería.

Su hermano me penetraba, dejando que mi cuerpo cayese sobre él aunque no paraba de imaginar lo que debía estar haciendo Jorge. Sentía como me agarraba las caderas y de una fuerte embestida comenzó a sodomizarme.

Grité. Grité mucho aunque no sirvió para nada. Tan sólo escuché a mis primos reír y comentar lo orgullosos que estaban de sus hijos.

Entre los dos hermanos comenzaron a moverme para obtener su placer. Mateo sujetaba mi cintura y Jorge mis caderas. Me balanceaban de arriba a abajo.

Los jóvenes se iban excitando aunque se mantenían rígidos en sus posiciones.

  • Chicos, si os apetece podéis cambiar de agujero. – Dijo el padre. – Lo suyo es que probéis todos.

Los dos chicos, interesados tanto en disfrutar y experimentar cosas nuevas como en agradar a su padre le hicieron caso.

  • Vamos hermanito. Ahora me toca a mí darle por el culo¡¡¡

Jorge me abrazó por la cintura y me apartó de su hermano, dejándome sentada sobre la cama. Mateo se levantó y Jorge fue quien se tumbó.

  • Olga, vuelve a ponerte como antes. Métete la polla de Jorge y échate para adelante para que te la meta por el culo Mateo.
  • Por favor... hasta cuando va a seguir esto? – Pregunté desesperada y hundida.
  • Seguirá hasta que tus sobrinos primos se corran con su “tata”.

Todavía iba a seguir aquello. Deseaba que los chicos consiguiesen su objetivo y terminase todo.

  • Empina el culo, “tata”. – Añadió Jorge sonriendo. – Mi hermano quiere probarte por detrás.

Mientras lo decía, me abrazó, pegando nuestros cuerpos y nuestras caras. Su hermano no tuvo la consideración que había tenido él y sin esperar, sin avisar, introdujo de manera brusca su miembro en mi ano. Mateo comenzó a susurrarme al oído.

  • Tata, me he hecho alguna paja pensando en ti y muchas veces que perdería la virginidad contigo. – Expresó mientras se levantaba ligeramente para penetrarme con más fuerza.

El joven se empezó a mover haciendo que su miembro vibrase dentro de mí. Su hermano me sodomizaba sin compasión, pero siempre siguiendo el ritmo que marcaba Jorge.

Mateo me acariciaba la espalda, bajando sus manos y llevándolas a mis caderas y cruzándose con las de su hermano. Sentía el aliento de los dos, ahora muy excitado y segura que ambos llegarían enseguida al orgasmo.

  • Por favor... no terminéis dentro. – Imploré.

Nadie hizo ningún comentario. Simplemente, mis palabras quedaron en nada mientras los chicos cada vez iban aumentando su ritmo y su respiración.

Sentí como Mateo se quedaba parado, dejando su miembro en mi ano y parado, pude sentir como un fuerte chorro me inundaba. Sabía que Jorge no iba a aguantar mucho. Tan sólo, había estado con mi marido hasta aquella tarde, pero conocía cuando un hombre estaba a punto de explotar.

  • Déjame salir, por favor.
  • Nooo. – Dijo su hermano, que continuaba con su miembro dentro de mi ano. – Venga, córrete dentro de ella.

Supongo que al hacer el esfuerzo de apartarme de ambos el joven obtuvo el movimiento que necesitaba para terminar dentro de mí.

Caí abatida sobre él, llorando y completamente degradada. Le daba golpes, sin fuerza, sobre su pecho, por la desesperación de haber terminado dentro de mí.

  • Olga, venga, no es para ponerse así. Ya hemos terminado por hoy. – Dijo Raúl.
  • Le damos la ropa? – Preguntó Alberto. – No sé dónde coño la hemos dejado.
  • Bueno, ya la hemos visto desnuda. No necesitará la ropa para nada.

Quería pedirles la ropa pero no tenía fuerzas. Estaba abatida. Los dos chicos se habían levantado y yo seguía tumbada.

  • Venga, vamos. Te llevaremos a tu habitación.

Cogieron la sábana de la cama y me la dieron para que tapase y evitar buscar mi ropa. Mis dos primos fueron los encargados de llevarme a mi habitación. Yo apenas podía tenerme en pie. Quería entrar por mi propio pie, para que mi hijo no me viese abatida.

Al abrirse al puerta vi a mi hijo tumbado en la cama. Se abalanzó sobre mí y me dio un abrazo.

  • Mamá, dónde has estado? Y esas coletas? Qué era ese sorteo para el que me has llamado?

Se me hizo un nudo en la garganta y no contesté, mientras escuchaba volver a cerrarse la puerta. Intenté no hablar con Aitor ya que temía derrumbarme. Me fui al baño y me duché. Estando allí escuché de nuevo la llave de la puerta.

Al salir del baño, vi que estaba sobre una silla la ropa que me había tenido que quitar durante la ducha. Mi hijo estaba pensativo, mirando la ropa y a mí.

  • Ha venido el tío Raúl y me ha pedido que te diga que mañana más y distinto. A qué se refiere, mamá? Y por qué estabas desnuda?
  • Verás, se me mojó la ropa y bueno... por eso vine con una sábana.
  • La ropa está seca...

No seguí hablando. Me puse ropa limpia y aproveché a lavar y tender la ropa que habíamos usado ese día, no sin parar de darle vueltas a lo que sucedería mañana y distinto.