En los probadores

Como si mi cuerpo fuera una marioneta sobre la que yo no tuviera control entré en el probador y cerré la puerta.

“Ve a los probadores”.  Sentí la extraña compulsión de ir hacia los probadores de la planta. Soy vendedora del Corte Inglés, eran las 3 de la tarde y en mi zona, de ropa de caballeros, no había casi nadie. La verdad, no se me había perdido nada en los probadores. Sin embargo me dirigí hacia allí sin saber porqué. Me quedé parada en el pasillo. Las puertas de los probadores discurrían a izquierda y derecha. “Entra en el último a la derecha”. Sentí la orden en mi cerebro. En ese momento me di cuenta de que algo raro estaba pasando. Intenté volverme y salir otra vez a la planta pero no pude. Una fuerza interior me hacía caminar por el pasillo en dirección al último probador a la derecha. Intentado resistirme en vano mi mano derecha agarró el pomo de la puerta y la abrió. Como si mi cuerpo fuera una marioneta sobre la que yo no tuviera control entré en el probador y cerré la puerta. Vi que mi cara en el espejo reflejaba toda mi angustia del momento. “Silencio. Cierra los ojos y no te muevas”. Y los cerré.

Oí cómo alguien abría la puerta del probador. Una persona. Me concentré en vencer la compulsión  pero por mucho que lo intentaba no lograba moverme, no lograba abrir los ojos, no lograba nada.

“Súbete la falda”. En ese momento me asusté. Mis manos, como si fueran algo independiente de mi misma bajaron por la falda tubo del uniforme y la subieron sin contemplaciones por encima de la cintura. Horrorizada me imaginé a mi misma delante de un desconocido subiéndome la falda hasta dejarla por encima de la cintura, me imaginé delante de él enseñando las piernas enfundadas en los feos panties color carne que debíamos llevar con el uniforme y las bragas que transparentándose a través de ellos. “Abrete la blusa”. Me entró el pánico. No podía hacer si no lo que me pedía esa voz compulsiva que oía en mi cabeza. Mis dedos desabotonaron la blusa verde pistacho del uniforme. ¿Qué pasaría a continuación? pensaba espantada. Notaba mi cara ruborizada, roja de vergüenza e indignación.

De pronto noté unas manos que me acariciaban los pechos. Me los sacó de las copas del sujetador, los sospesó, los estrujó y finalmente me pellizcó los pezones sin contemplaciones. El dolor avivó el miedo que me agarrotaba en ese momento. Estaba completamente a la merced de  un desconocido.

“Gírate” y me giré sin más. “Abre los ojos” y delante de mí apareció la pared del probador. Me había hecho girar para que no estuviera de cara al espejo y no pudiera ver al cerdo que me estaba haciendo aquello. “Mira el taburete y apoya las manos en el”. Los probadores tienen un taburete adosado a la pared para que los clientes puedan quitarse los zapatos. Bajé las manos para apoyarlas en el taburete con lo que quedé doblada y con el culo al aire. ¡Dios mío, ese tipo me iba a violar! Intenté girar la cabeza para ver la cara del hombre que estaba haciendo aquello conmigo pero era inútil, por más que lo intentaba no podía separar los ojos del taburete. Pensé que debería haber aprovechado el momento en que me dijo que abriera los ojos. Ahora ya era tarde.

Noté que una mano se paseaba por mi culo. Luego noté que agarraba la banda de los panties y de un tirón me bajaba estos y las bragas hasta los tobillos. Entró una mano entre las piernas con dificultad porque las tenía cerradas y las apreté con fuerza.  “Abre las piernas”. Intenté gritar pero la compulsión de silencio me tenía atenazada. Empecé a  llorar quedamente.  Abrí las piernas lo que pude ya que los panties me constreñían. Por lo visto fue suficiente porque empecé a notar sus sucios dedos hurgando en mi vagina.  Me tocaba sin  reparos forzando un dedo hacia adentro. Lo hacia burdamente y me dolía. Por lo visto notó mi sequedad porque de pronto se separó y al poco noté como un dedo humedecido se clavaba de golpe en mi vagina.

La humillación era horrenda y yo sólo acertaba a llorar desconsoladamente. Noté que me separaba las nalgas del culo supongo que para ver mejor lo que hacía. De pronto noté que paraba. Pensé aterrorizada ¿Y ahora qué?. Entonces noté que volvía a separarme las nalgas con las manos y luego lo que por fuerza tenía que ser su pene en erección me penetró rudamente. El dolor y la humillación eran insufribles. Con las manos en el taburete resistí entre sollozos silenciosos las embestidas del animal. Una última embestida más fuerte que las anteriores y un espasmo por parte del hombre marcaron el fin. Noté cómo se corría en mi interior. Luego separó de mí. Con la compulsión en vigor yo seguía sin poder moverme, las manos en el taburete, el culo al aire, y un líquido, el semen de la corrida,  que me descendía por las piernas.

Oí la puerta del probador que se abría y cerraba. Por un momento me quedé sin saber que hacer. De pronto sentí como si un nudo se deshiciera en mi cerebro. Me levanté me vi en el espejo y entonces si, chillé.