En las vacaciones de verano (2)

Continuación de mi anterior relato, en la que dos chicos siguen probando nuevas experiencias.

Un día de verano, de esos que le da por llover, Rober y yo decidimos quedarnos en casa todo el día, viendo películas, jugando a la consola y echándonos unas risas. Era uno de esos días en los que no te apetece salir. Así que avisé en casa de que pasaría la el día en casa de Roberto y que dormiría allí. Ni siquiera se inmutaron, era algo que había empezado a hacer a menudo. Obviamente no le habíamos dicho nada a nadie de lo nuestro. La verdad es que ni lo hablamos, era algo que parecía normal para nosotros, callarnos y no decir nada por el momento. Esperar un poco. Nadie se imaginaba que tuviéramos una relación más intima de la mostrada al público, y mi familia no era una excepción.

Cuando llegué, él tenía la película preparada. Y no, no era porno. Era una de esas de miedo para pasar el día. Acabó la película y jugamos a los videojuegos. Habíamos estado todo el día pegados, pero sin hacer nada, recuerdo haber pensado casi que éramos una pareja que llevaba tiempo viviendo juntos, que no se deja llevar por la lujuria como los adolescentes, que no se veían y se lanzaban al tema.

Por la noche había parado de llover y ya hacía mucho calor. Nos habíamos quitado los pantalones y estábamos en calzoncillos comiendo una pizza. Rober incluso se había quitado la camiseta. Algo había pasado con la televisión, que no funcionaba, y simplemente charlábamos. Yo no podía parar de mirar su cuerpo semidesnudo: su piel morena, los pectorales duros y sus abdominales como piedras que me volvían loco, rodeados de algunos pelos que llegaban hasta su pene, parecían una flecha que me decía que bajara la vista, indicándome el camino a seguir. Los pelos de sus axilas eran tantos que sobresalían a pesar de tener los brazos casi pegados al tronco, pues estaba dando un mordisco a su pizza. Mi polla empezó a crecer, y yo ni lo noté, pero cambié un poco de postura, incómodo sin saber por qué. Mientras miraba, con mi última porción de pizza rozando mis labios, como engullía él su último trozo. Todo en él era pura pornografía. Rober sí se dio cuenta de mi erección; sonrió, y se acercó a mí. Me arrancó el trozo de pizza de la mano y lo dejó en el plato. Comenzó a besarme.

Yo le correspondí y mi mano se movió rápidamente hacia su entrepierna, donde aguardaba su polla, lista para jugar conmigo. Me dio unos besos en el cuello y bajó por mi cuerpo, deteniéndose en los pezones y lamiendo mis abdominales hasta llegar a mi entrepierna. Me quito los bóxers casi con ansia y se lió a chupar, arrancándome varios gemidos. Sentía su boca húmeda y su lengua masajear mi músculo favorito, y cómo su saliva humedecía cada rincón de mi pene. Paró de jugar y subió de nuevo, dándome con sus besos mi propio líquido preseminal mientras me hacía una paja, que al estar llena de saliva hacía un ruido de succión muy excitante. Ahora me tocaba a mí.

Bajé por su cuello deteniéndome en su axila, para meter mi nariz entre esa selva de vello y oler su fragancia. Era deliciosa. Su sudor me excitaba de sobremanera. Lamí los alrededores y bajé hasta el pezón izquierdo, que mordisquee y chupé. Sin casi darme cuenta acabé frente a su bóxer, el cual parecía a punto de reventar. Rober apenas la tenia empalmada, pero el tamaño de por sí de su miembro y sus huevos eran considerables. Lamí su pene con una barrera de tela por en medio, no le quité los bóxers porque sabía que eso le pondría cachondo y se moriría porque se los arrancara. Rober movía mi cabeza dulcemente sobre su entrepierna, dejándome hacer a mí el trabajo que tanto me gustaba hacer. La verdad es que estaba deseando tragarme su polla del todo, pero decidí hacerme de rogar, esperar a que él se calentara más y más. Su pene estaba completamente erecto y se salía de la tela que intentaba contenerlo.

-Dios, tío, ¡cómemela ya! -Era más un ruego que una orden.

Sonreí, y no pude evitar soltar una pequeña risita pícara. Le quité el bóxer de golpe. Se la chupe toda de una vez, aunque me dieron algunas arcadas, y el estalló entre gemidos. Me pasé un buen rato lamiendo sus huevos y su glande; adoraba el sabor de sus jugos y Roberto lo sabía. Estábamos tumbados encima del sofá, él con la espalda apoyada en uno de los mullidos cojines y yo a cuatro patas encima del sofá, lamiendo su miembro.

Rober se inclinó y se lamió uno de los dedos. Comenzó a jugar con mi ano por fuera, humedeciendo mi piel. Yo casi temí que decidiera follarme, pues tenía miedo del dolor que me causaría, pero lo oculté tragando más carne de Rober; notaba su polla ardiendo en mi boca. Él me acariciaba la nalga derecha con una mano y metía un dedo en mi culo usando su otro brazo. Al poco apartó mi nalga y metió un dedo, yo no sentí mucho dolor ni tampoco placer. Entonces oí como escupía sobre su dedo tras sacarlo y lo volvía a meter. Hacía por dentro de mí movimientos de gancho, como si buscara algo, y al tocar una determinada pared dentro de mi culo gemí de pacer.

Continuó un rato con la misma estrategia, aumentando el número de dedos a dos, y en ciertos momentos a tres, pero paraba porque tenía miedo de herirme. Ese nuevo juego hizo que me olvidara de mi tarea y me dedicara a hacerle una paja mientras miraba de reojo lo que podía: cómo su mano se movía cerca de mi culo, y dentro de mí sentía como si algo me golpeara en un musculo completamente desconocido, dándome un placer enorme.

-¿Por aquí? –preguntó él, sabiendo en realidad que me encantaba donde me tocaba.

-Sí… ahí… ¡ah…! Sí, justo ahí…- le dije yo.

Comenzó también a hacerme una paja y en un momento determinado estallé, manchando todo el sofá. Entonces sacó sus dedos de mi ano y me besó. Yo caí del sofá al suelo y le moví las piernas para que se sentara. Comencé a mamársela con más intensidad que antes y Rober comenzó a gemir más. En una ocasión paré y le daba suaves besos en su miembro mientras lo movía arriba y abajo dulcemente, y le decía que quería beberme toda su leche, que la quería toda dentro de mí. Seguí chupando de su miembro y masajeando lentamente sus huevos.

-Me corro… ¡me corro…! -Anunció él.

Entonces se levantó y me aparto de su boca. Yo le dejé, pues si me la metía hasta el fondo me atragantaría y no saborearía la leche del todo. Tampoco me gustaba que se corriera con la mitad de su pene dentro de mí, prefería hacerlo con el glande sujeto en mis labios, dejando pasar la lefa poco a poco, como si la sacara yo mismo succionando de un biberón. Rober lo sabía, habíamos hablado de nuestros gustos cuando acababan nuestras sesiones de sexo. Pero esa vez la sacó toda y cogió el trozo de pizza que yo no me había acabado antes.

-Tienes que acabarte la cena - Dijo sonriente mientras me lo daba y hacía un ademán para indicarme que sostuviera el pedazo de pizza en la mano.

La porción estaba templada, y la sujeté con cara de sorpresa pero a la vez deseoso de lo que sabía que venía ahora. Rober se pajeó unos segundos y, tras un largo grito de placer, se descargo en la pizza. La porción estaba entera, pues aún no la había mordido, pero la leche se derramó un poco igualmente por los lados. La lefa era espesa y blanca, y parecía que nunca se iba a terminar.

Decidido y sin remilgos me tragué un pedazo de esa pizza recalentada por su semen, con una cara de placer absoluto. Su semen sabía mejor que todo lo que había probado hasta el momento. Había degustado en ocasiones algo de mi propio semen, y sabía salado. Además me dejaba la boca un tanto seca. El semen de Roberto sabía completamente diferente. Era delicioso, y mezclado con pizza parecía saber aún mejor. Comí el trozo que quedaba de pizza y me dirigí a lamer los restos de semen que quedaban en él. Él, sonriente y satisfecho, me beso y abrazó. Luego nos dirigimos a darnos una ducha de agua caliente mientras comentábamos lo bien que había estado y otros alimentos para probar esa nueva receta de cocina.