En las playas de Menorca (II)

Segunda parte del viaje a Menorca

En las playas de Menorca (II)

El hotel era tal como prometía la página web. Una habitación amplia y luminosa, con magnífica terraza sobre el mar, piscina, spa y todas las comodidades de un hotel moderno de alto nivel, y a tiro del agradable paseo de Ciudadela. El sol lucía espléndido, así que Cristina y yo estábamos encantados. No la había vuelto a ver desde el día de la cena. Lo cierto es que nos despedimos al poco de acabarla. Tácitamente ambos preferimos mantener toda la tensión sexual entre nosotros hasta que llegáramos a Menorca. Nos mantuvimos en contacto con mensajes y llamadas.

Llegamos cansados y sudorosos tras el viaje desde Madrid, ya a media tarde. Así que ella se quedó en la habitación para acicalarse, mientras yo bajaba a la piscina a darme un baño rápido, y a leer el libro que me había traído, esperando impaciente cerveza en mano que Cristina bajara. Se hizo esperar, pero llegó reluciente de sonrisa hacia mí, que la aguardaba en una tumbona.

-¿Impaciente?

No fui capaz de responder. A partir de entonces, solo quería mirarla mientras se acomodaba en su tumbona, y yo ocultaba mi mirada ansiosa y mi erección incipiente. Ella se sabía observada y disfrutaba preparando su toalla, descalzándose, mientras comentaba las maravillas del hotel. Llegó el momento de bajarse el breve pantalón y descubrir su pequeño bikini rojo; tras larga pausa, acomodando la ropa, se sacó por fin el top, allí de pie. Sorprendió a todos –los míos no eran los únicos ojos clavados sobre ella- al mostrar que no llevaba sujetador, y que quedaban a la vista de todos sus dulces pechos, sus finos pezones erectos. No eran unas tetas grandes, sino medianas y elegantes. Cristina me miró entonces con sonrisa maliciosa y, dejando con cuidado el top junto a su ropa, avanzó hacia la ducha de las piscinas, concitando los ojos que de soslayo le dirigían todos los varones y alguna mirada desaprobatoria de las mujeres. Por fin, mientras ella caminaba, podía ver con detenimiento su culito duro y delicioso.

Cuando regresó, espléndida y mojada, secándose con los dedos sus cabellos, se inclinó un momento sobre mí y poniendo sobre mi piel su piel húmeda me besó dulcemente en los labios y me dijo:

-Quería quitarte la baba

Se tumbó a mi lado, y allí descansó casi desnuda, mientras el sol iluminaba sus pezones duros. Notaba mis miradas ansiosas y su rostro relajado traslucía un esbozo de sonrisa. Cuando por fin subimos a la habitación una hora después, tras largos besos y manoseos en el ascensor, la empujé sobre la cama y empecé a besarla y desnudarla con premura. Besé sus labios y me arrojé sobre sus pechos dulces para lamerlos

-Me encantan tus tetas

-Ya lo sé, qué cara tenías cuando me quité el top

-Me pusiste a mil, a mí y a todos

-Sí, también lo noté, respondió entre risas y gemidos. ¿Te gustó? ¿Te gustó cómo miraban a tu chica?

-Me encantó, y a ti también, que estabas feliz

-Sí, me estaba poniendo cachonda. Estaba mojadísima. ¿Se me notó?

-Síiii

La penetré con furia. La agarré del culo para clavarla más al fondo mientras ella me clavaba sus uñas en las espalda. Nos devoramos sin ritmo y con ansias. Duré poco. Lo reconozco; me corrí como un adolescente prematuro. Ella se rió, me besó y me abrazó. A los pocos minutos, me empujó el rostro hacia su coño y la devoré unos minutos, hasta alzarme de nuevo y follarla a cuatro patas. Como un adolescente impetuoso.

Salimos después a cenar. Ella estaba reluciente y preciosa, con un liviano vestido sin sujetador, elegante y sexy. Me invitó a la cena, tomamos unas copas mientras charlábamos de esto y de aquello. Planificamos actividades para esa semana como una pareja de enamorados. Dormimos agotados y abrazados y desnudos nada más llegar al hotel.

En los días siguientes, alternamos visitas a algunos sitios de la isla con los paseos hasta la playa. Algunos de ellos muy largos, por la lejanía de los aparcamientos y la arena. Eran playas deliciosas y mixtas, en las que el nudismo era libre. Cristina lo aprovechó pronto. Ya el primer día se quedó completamente desnuda frente a todos. Y así caminaba orgullosamente por la playa encantada de ser mirada. Tras su primer largo paseo, la eché crema en la espalda. Según bajaban mis manos, escuchaba su respiración caliente. Bajé mi mano sobre mi culito, la sentí mojada. Mientras la echaba crema, la masturbé discreta, fácil y rápidamente.

-¿Te has puesto cachonda?

-Sí, musitaba entre gemidos. Sabes que sí.

-Así me gusta, zorrita, que te pongas cachonda

-Lo sé cabrón, decía mientras intentaba esconder que se retorcía de placer y su rápido orgasmo.

En una de esas ocasiones, la reté

-¿A qué no consigues empalmar a ese chico con gafas que está ahí al lado? –le pregunté refiriéndome a un muchacho con gafas sentado desnudo a cinco metros de nosotros

-¿Te gustaría?

-Sí

-Es demasiado fácil el reto, se rió ella

Marché a la orilla para verla discretamente desde allí. La miraba de soslayo mientras observaba cómo se iba acercando lentamente hacia el muchacho, pitillo en mano a pedirle fuego. Se agachó muy cerca de él, amagó que tropezaba y apoyó una mano en su pierna como para evitar la caída. Le sonrió, hablaron unos segundos y pude ver cómo Cristina, tras pocos segundos de charla, abrió sus piernas lentamente apenas a un metro del muchacho. Inclinó la cabeza y pude sospechar que le estaba mirando con descaro la entrepierna. Entonces ocurrió lo increíble, Cristina deslizó su mano, aún en la rodilla, pierna arriba hasta llegar a la polla. La acarició suavemente y se inclinó para decirle algo al oído. No era la única polla dura en ese momento; la mía creció al momento y tuve que arrojarme al agua y nadar unos minutos para relajarme.

Cristina me esperaba sonriente junto a la orilla. Se había alejado, no fuera que el chaval se hiciera ilusiones de que las cosas iban a ir más lejos. Se mofó de mi zambullida deduciendo las razones que la habían obligado.

-Te gustó el espectáculo

-Se la tocaste,

-Sí, se la toqué

-Joder

-Pues sí, deslicé mi mano por su polla. El chaval merecía un premio, ¿no? Tenías que verlo al pobre sudando y empalmadísimo. La tenía enorme y a punto de estallar.

-¿Y qué le dijiste?

-Piensa en mí cuando te pajees.

-Se va a estar haciendo pajas toda la noche pensado en ti.

-Esta noche y muchas más, jajaja

Nos fuimos a nadar y a besarnos en el agua, los dos ardiendo. Salimos pronto del agua y nos marchamos. En cuanto llegamos al hotel, nos lanzamos sobre la ducha. Allí la alcé de espaldas sobre la pared y la penetré de un solo golpe sin previo aviso. Aquella visión de Cristina acariciando otra polla me había excitado hasta ponerme frenético. Me la follé bajo el agua de la ducha, mientras le decía que era una putita que casi hace que se corriera un chico

-Y eso te gustaría, eh cabrón, me respondía ella

-Sí, me gustaría

-¿Quieres que haga que se corra alguno?

-Sí, quiero le respondía cada vez más exaltado

-Esta noche voy a ligarme a uno en la discoteca y le voy a comer la polla hasta que me llene de leche

-Qué puta eres

-Sííí. Y eso es lo que te gusta de mí

En ese momento me corrí.

Aquella noche Cristina salió más sexy que nunca. Vestido corto, ceñido y azul sobre su cuerpo moreno.

-Estás particularmente radiante

Cenamos en una terraza y charlamos plácidamente mientras bebíamos vino. A media botella hicimos que surgiera el tema

-¡Qué calentura¡

-Joer, me pusiste a mil

-Ya

Ninguno de los dos quería ser el primero en hacer salir el asunto que a ambos más nos interesaba

-Oye –hablé yo- estas cosas que se dicen en la cama, quedan en la cama. No sé si me gustaría verte con otro. Y desde luego me fastidiaría que te follaran

-Ya sé, lo de follar es pasarse. En cambio, la paja es casi inocente.

Nos reímos los dos.

-Te seré franco. Si fuera en Madrid, ni loco me lo pensaría. Pero aquí y en estas circunstancias…

-Te da morbo y estás caliente solo de pensarlo. ¿Me equivoco?

-No

-Te seré franca ahora yo, me dijo Cristina. Creo que si lo hiciera al día siguiente te cabrearías conmigo y contigo al recordarlo. Y en Madrid, no me llamarías otra vez sino para los días que te sintieras especialmente guarro.

Su comentario me sorprendió. Cristina no sólo era guapa y divertida, era también una chica observadora.

-Quizás tengas razón. Pero nuestro juego es solo una paja, no va a ir más lejos. En cuanto a Madrid… ¿quedamos para cenar el viernes que viene? ¿Fijamos ya la fecha?

-¿Me estás pidiendo oficialmente para salir? ¿A estas alturas, después de todo lo que hemos hecho ya?

Nos reímos y besamos.

Dos horas y tres copas más tarde estábamos en una discoteca, ruidosa y oscura, repleta de cuerpos bellos y sudorosos. Ya estábamos dispuestos, con el puntito exaltado de la bebida. Ella marchó a bailar mientras yo me acodaba con una copa en la mano y la veía. Se había convertido en una muchacha sensual que se movía al compás de la música, moviendo lánguidamente su cuerpo, agitándolo mientras volteaba un poco su minifalda insinuando el comienzo de las nalgas.

Dos moscones empezaron a acercarse, dos jóvenes de ropa ceñida, cuerpo de gimnasio y rostros insípidos. Ella les seguía el juego mientras ellos se acercaban y juntaban sus cuerpos. Cristina les dejó hacer, uno enfrente y otro detrás, sitiando ambos cuerpos junto al suyo. Al rato, se giró y continuó el baile con uno solo de los muchachos. Pronto la mano del tipo se deslizaba por su culo. Ella me miró a través de la pista, sonrió con picardía, yo le devolví alegre su mirada. Cristina se dejó hacer.

Los vi entonces besándose, y tocándose. Vi cómo Cristina acariciaba su culo mientras el tipo moreno había lo mismo con el de Cristina, deslizando la mano cada vez más audaz bajo la breve falda, alzándola ocasionalmente, mostrando por segundos su culito apenas cubierto por el tanga. El morbo me hacía estallar el pantalón. No sentía celos; las miradas de Cristina a través de la pista me recordaban que esto era en mi homenaje.

Fue entonces cuando ella marchó de su mano hasta el fondo de la pista, una zona aún más oscura con sillones. Yo les seguí discretamente y los encontré sentados y manoseándose. La mano de él estaba bajo la falda y por sus gestos y movimientos pude ver que había empezado a masturbarla. Él se dio en cuanta entonces de mi presencia y mirada, ella le dijo algo al oído y el tipo volvió a concentrarse en el coñito de Cristina. Ella me miró, me guiñó el ojo y deslizó su mano por la entrepiernas, le sacó la polla, una polla grande y dura, humedeció su mano, empezó a masturbarle lentamente. Cristina le decía cosas al oído, al tiempo que me miraba cómplice y el tipo le manoseaba el culo. En ese momento se convulsionó y empezó a correrse copiosamente en la mano y las piernas de Cristina. Todo mi cuerpo me pedía hacer lo mismo pero me contuve. Y mientras el sudoroso bailarín resoplaba, Cristina se levantó presta lejos de allí, yo la seguí y nos encontramos a la puerta de la discoteca. Ella se giró, me sonrió, y me dijo

-¿Quieres hacer algo con esto? Me indicó abriendo su mano repleta de leche

-Cuando te la limpies, sí…

La llevé hacia el coche, que estaba por fortuna en un sitio discreto, nos tiramos en el asiento trasero y ella se sentó encima de mí, abriendo de piernas y mostrando su coño mojado

-Mira como me puso ese cerdo, mira la leche en la pierna, me han llenado de leche calentita

-Ya te vi, zorra

-Y te encantó. Ahora fóllame

Follamos desesperadamente allí en el coche. Ella sobre mí, recordando la polla del muchacho, sus manos y las guarrerías que le dijo al oído

-Le dije que me encantaba su polla, que era enorme, y que se la comería enterita si estuviéramos en otro sitio

-Y te hubiera gustado, puta

-Sí, sí

Agarré su culo, tan manoseado aquella noche, abrí sus nalgas y le introduje un dedo de un golpe

-Y por aquí, zorra, por el culo te hubiera gustado

-Sí, que me lo rompiera, que le rompiera el culo a tu putita

A pesar de la incomodidad y el alcohol duramos poco y llené de leche su barriga, sus tetas y una ráfaga que le llegó a la nariz, ante la risa de ambos. No hace falta que explique los nuevos polvos que echamos en el hotel, mientras nos decíamos guarradas al oído. Fue una larga y desesperada noche de amor y lujuria.

Dos días después volvimos a Madrid. Para sorpresa de muchos, para enojo de mi exnovia, Cristina y yo nos convertimos en novios formales. El único problema que teníamos era el de inventar la historia de cómo empezó nuestro romance.

nickflannel72@hotmail.es