En las ondas
Intentó buscar sus labios de nuevo, con desesperación, pero tuvo la sensación de que por mucho que elevara su cabeza y su cuerpo, su boca no los encontraba.
Ya estaba preparado el pequeño escenario. Subió un taburete y acabó de instalar el micrófono. También dejó una botella de agua, en espera de que el cómico que iba a actuar allí esa noche pidiera otra cosa. Pasó la mirada de nuevo y decidió que estaba todo en orden. Bajó y se metió detrás de la barra para atender a los chicos que acababan de entrar.
Poco a poco el local se fue llenando. No es que el cómico fuera especialmente bueno, pero siempre llamaba la atención tener algún tipo de actuación en directo. Servía para hacer una buena noche de caja y para que su jefe estuviera más relajado lo que restaba de semana.
Estaba sacando una nueva bandeja de vasos del lavavajillas cuando su jefe se acercó y le dijo que había llegado el cómico. Le señaló con la cabeza hacia el final de la barra y se giró para ver quién era. Le sorprendió encontrarse con sus ojos. Eran unos ojos oscuros, penetrantes, casi desafiantes. Levantó ligeramente su cabeza a modo de saludo y el cómico respondió haciendo un gesto con la mano.
Siguió a lo suyo. Faltaban unos minutos todavía para que empezara la actuación y quería intentar dejar a todo el mundo servido. Así al menos tendría una tregua. Cuando se giró con los refrescos en la mano, se cruzó de nuevo con esos ojos. Le dio la impresión de que le miraban fijamente y sonrió para sí. Le resultaba especialmente fácil montarse este tipo de películas.
Poco después, mientras se movía para alcanzar una botella, volvió a encontrarse con su mirada. Frunció el ceño y se reprendió a sí mismo. Sin embargo, empezaba a pensar que ya no eran sólo cosas suyas. Cuando tuvo que ir a coger unos botellines de cerveza, levantó la cabeza para mirar a esa misma esquina. Ya no era sólo que esos ojos le miraran fijamente, es que encima el tipo tenía una media sonrisa de suficiencia colgada de los labios.
Vaya, pensó, se lo tiene subidito. No hizo ni caso y siguió atendiendo a los pocos clientes que quedaban en la barra. Casi todo el mundo había ocupado las mesas disponibles en el local y unos pocos despistados que habían llegado demasiado tarde buscaban un hueco para al menos apoyarse en la pared. Miró su reloj. Era la hora de empezar. Tomó aire y pasó por delante del cómico para subir al escenario. Éste le sonrió abiertamente. Y no sólo eso, cuando acabó de presentarlo y mientras le daba paso a su actuación le guiñó un ojo con descaro.
La actuación no fue de las mejores que había visto, pero sí que tuvo unos cuantos puntos muy buenos. La gente lo pasó bien y rió, que era la idea. El tuvo un rato tranquilo detrás de la barra y hasta la hora del cierre el ambiente en el local se mantuvo. Pese a ser un jueves parecía que la convocatoria había sido un éxito.
Cuando la gente empezó a abandonar el bar, dejó la barra para ir limpiando algunas mesas. Entonces lo volvió a ver. El cómico seguía allí. Sentado en una mesa al lado de la ventana y siguiendo todos sus movimientos. Cada vez que se giraba, veía que le miraba fijamente.
Después de toda la noche de trabajo, lejos de molestarle, empezó a tomarlo como un juego. Empezó a buscar su mirada entre los clientes que todavía se acercaban para pedir la última consumición. Y salió a recoger las mesas más a menudo. Ahora, cada vez que levantaba la cabeza y sus ojos se encontraban añadía una sonrisa o un guiño.
Pensó que el tipo, a pesar de todo, no tenía mala pinta. Llevaba gafas, pero dudaba si era por necesidad o por mantener un estereotipo algo manido. Vestía pantalones vaqueros, una sencilla camisa oscura con las mangas subidas y deportivas. No era un tipo excesivamente atractivo, ni mucho menos su tipo, pero el pelo rizado y la media sonrisa a la que estaba abonado le daban un aire pícaro que tampoco le disgustaba. Más de una noche de mucho trabajo había acabado en la cama con gente mucho peor. No se iba a escandalizar ahora.
El juego de las miradas parecía que daba resultados. Y como cada vez el bar estaba más vacío, se iban haciendo más evidentes.
Miró el reloj por enésima vez en la última hora. Carraspeó un poco y avisó que era hora de cerrar. Dijo que no se servirían más copas, que acabaran tranquilamente las que tenían y que tuvieran cuidado al salir porque iba a dejar la persiana a mitad por si a la policía le apetecía pasearse.
Acabó de amontonar las sillas de la terraza que habían entrado para la actuación y las arrastró hacia el almacén. Le pareció escuchar ruidos, pero sonrió pensando que eran los últimos abandonando el local, por fin. Casi gritó cuando sintió una mano en su espalda. Intentó serenarse antes de darse la vuelta y se alegró al hacerlo ya que la cara que tenía enfrente era la del cómico.
No había cambiado nada su expresión y seguía teniendo aquel aire de superioridad. Pero el estar allí los dos solos, cuando todavía quedaba gente en el bar, le excitó de una manera brutal.
Parece que a él le ocurrió lo mismo, porque sin mediar palabra desabrochó sus vaqueros y se arrodilló frente a él. Su pene estaba lejos de estar en su máxima erección, pero bastó con que pasara la lengua y masajeara sus testículos para que despertara.
Al darse cuenta de ello, no se lo pensó dos veces y lo introdujo dentro de su boca. Tuvo que morderse los labios para no gritar. Reconocía que el tipo lo hacía suave y con una delicadeza exquisita pero le imprimió un ritmo de vértigo a aquella mamada. Era como si se hubiera propuesto que fuera la más rápida de la historia.
Se introducía y se sacaba el pene de su boca a una velocidad asombrosa, sin ningún tipo de esfuerzo. Y encima tenía tiempo para que sus manos acompañaran a su boca y su lengua jugueteara sobre su glande.
Toda aquella situación le tenía al límite. Tanto, que lo único que pensó cuando llegó al orgasmo fue en si sus piernas serían capaces de aguantarle. Exhaló y se limpió el sudor de la frente con la mano. Había sido algo fuera de lo común. Si le hubieran dicho que iba a vivir una situación como esa no lo habría creído.
Bajó la cabeza. El cómico seguía allí, mirándole divertido. Se le vino a la mente la eyaculación que acababa de tener. Creía que ni siquiera había sido capaz de avisarle, por lo que debió de haberlo hecho en su boca, y como no veía ningún papel ni ningún resto, supuso que lo había tragado.
Iba a sonreír cuando escuchó la voz de su jefe. Si saber cómo, asomó la cabeza por la puerta mientras terminaba de abrocharse los pantalones y le hacía un gesto al tipo para que se metiera detrás de alguno de los montones de cajas o sillas que había.
Respiró más tranquilo cuando le dijo que estaban solos, que había cerrado la caja y que el se iba. Le dejó encargado de echar el cierre y poco más, puesto que estaba casi todo recogido. Se despidieron de manera rápida y cuando bajó del todo la persiana abrió la puerta y le miró. Supo que tenía que decirle algo, ya que no habían hablado en toda la noche, pero la verdad es que no sabía que decirle. Parecía que a él le pasaba lo mismo.
Empezó por presentarse, más tímido de lo que le hubiera gustado. Tras intercambiar un par de frases de cortesía, el cómico volvió a acercarse a él y metió sus manos debajo de su camiseta. Cerró los ojos y pensó en compensarle pero parece que tenía especial interés en llevar él los mandos. Estaba tan cansado que se resistió poco. Se dejó hacer mientras le quitaba la camiseta y lamía y mordisqueaba sus pezones.
Tiró de su camisa hacia arriba, pera sacársela sin desabrochar por la cabeza e inició un pequeño masaje por su espalda. Intercalaba suaves caricias con sus dedos con otras no tan suaves ayudándose de sus uñas. Casi le pareció escuchar como el cómico ronroneaba.
Sin darse ni cuenta volvía a estar sin pantalones. Esta vez se los quitó del todo, e hizo lo mismo con su ropa interior. Volvió a sentir su aliento sobre su pene que tardó menos de lo esperado en volver a erguirse. No se lo soltó mientras acababa de desvestirse a sí mismo.
Cuando estuvieron los dos desnudos, con un rápido gesto le puso un condón y guió su pene a la entrada de su ano. Le supo mal penetrarle sin ningún tipo de estimulación, y aunque tenía claro que no iba a usar su lengua, no vio problema en jugar un poco con sus dedos.
El cómico no emitió ningún sonido. Ni de agrado ni de molestia. Sin esas pequeñas señales para saber cuándo era el momento oportuno se dejó llevar por su intuición, y cuando creyó que estaba lo suficientemente relajado y que la penetración iba a ser relativamente sencilla acercó su pene a la entrada de su ano.
No se equivocó por mucho y tras un par de intentos, sintió como todo su pene estaba alojado en el interior del cómico. La postura no era la más cómoda. Estaban ambos de pie, el erguido completamente y su acompañante ligeramente corvado, apoyado sobre unos barriles vacíos de cerveza.
No quería resultar demasiado bruto, así que empezó a penetrarlo sin prisas, tomándose su tiempo. Seguía sin escuchar ningún tipo de sonido, y se le estaba haciendo realmente difícil no tener nada de feedback. Aumentó un poco el ritmo, más por su propio placer que porque sintiera que debía hacerlo para que el placer del cómico fuera mayor.
Se concentró en todo lo que estaba experimentando, en lo excitante que le resultaba toda aquella situación, y no en que el tipo permanecía callado y como si aquello no fuera con él. Se estaba tirando a alguien a quien no conocía en el almacén del bar donde trabajaba. Fue pensarlo y volver a sentir cómo aumentaban sus ganas.
Volvió a incrementar el ritmo de sus embestidas e inconscientemente llevó una de sus manos hacia el pene del cómico. Él mismo se estaba masturbando y no hizo intención de parar para que su mano siguiera con la faena, así que volvió a apoyarla sobre la parte baja de su espalda.
Se abandonó de nuevo a las sensaciones que venían de su propio pene. Cerró los ojos, en un intento de aislarse más todavía. No hacía ni quince minutos que se había corrido, así que pensó que no le sería tan fácil esta vez. Estaba muy equivocado. Cuando volvió a conseguir enfocar toda su atención en los detalles excitantes y sintió que el cómico se estaba corriendo, lo suyo fue casi simultáneo.
De un fuerte golpe introdujo todo su pene dentro y soltó un pequeño grito. Sintió su respiración acelerada y como resbalaban unas gotas de sudor por su frente. Estaba vez sus piernas estaban mucho más firmes. El cómico se irguió completamente, se dio la vuelta y jugó un poco con su estómago.
Todo había sido tan extraño, que cuando volvió a bajar la persiana una vez se hubo ido se sentó un momento sobre la barra para pensar en lo ocurrido. Sacudió la cabeza y se rió. Qué cosas, pensó. Bajó de la barra de un salto, acabó de recoger y se fue a su casa.
Entró en silencio, porque su compañero ya debía de estar dormido y lo último que quería era que se despertara y lo tuviera de cháchara hasta las tantas. No sabía ni qué hora era, pero sí que le quedaban pocas horas de sueño hasta que sonara el despertador y tuviera que irse a la universidad. Con un poco de suerte ese era su último año.
No estuvo realmente despierto hasta la tercera vez que apagó el despertador. Entonces sí, abrió los ojos, estiró los brazos y se dispuso a levantarse. Se dio una ducha rápida, se aseó y se vistió en poco menos de un cuarto de hora. Cuando salió para desayunar algo, ya cargado con todas las cosas de clase, vio que su compañero ya se había ido. Sólo le había dejado algo de café y una escueta nota en la que se leía: “Alquiler. Detergente. Ten un buen día”, acompañada de una enorme cara sonriente.
Miró el calendario. Pues sí, ya tocaba otra vez pagar el alquiler. Pensó que después de clase, de camino al bar, sacaría el dinero. Así no tendría que preocuparse la semana próxima de hacerlo.
Y menos mal que lo hizo, porque tanto el viernes como el fin de semana fue frenético. Echó más horas de las que le tocaban en el bar porque una de las camareras no pudo ir. Y lo de intentar descansar un poco el fin de semana se le vino al traste nada más empezar.
Antes de que quisiera darse cuenta volvía a ser lunes. Había tenido clases hasta las siete de la tarde y ya llevaba en el bar más de tres horas. Aunque estaba más tranquilo, siempre había algún cliente fijo que se dejaba caer por allí cuando ya pensaba que no entraría nadie más.
Y eso es lo que ocurrió con los chicos de la radio. Ellos también tenían un horario algo inusual y muchos días acababan allí su jornada porque era uno de los pocos bares que seguía abierto. Los lunes hacían un programa con un resumen de lo que había sido la jornada deportiva. Él no solía escuchar mucho la radio, pero a fuerza de verlos por allí y de hablar con ellos estaba más que enterado de todo.
Aquel día les acompañaba alguien nuevo. Era un chaval joven, mucho más que algunos de ellos, al que le presentaron como un nuevo compañero. Lo saludó con la cabeza y empezó a anotar lo que cada uno iba a querer. Cuando el nuevo abrió la boca para pedir una cerveza ya no pudo evitar quitarle los ojos de encima. Menuda voz. Normal que trabajara en la radio, se dijo.
Era una voz que te envolvía, con un punto grave, sin llegar a ser una voz fuerte, pero si muy masculina. Aunque parecía que no la usaba mucho, ya que se le veía más bien reservado. Como ya conocía a sus compañeros le explicaron que acababa de empezar con ellos en el programa, que había estado como becario algún tiempo y que ahora parecía que le habían contratado.
A esas horas ya no quedaba mucha gente y no quitó ojo a la mesa de periodistas. Sobre todo hablaban de deportes, como siempre. No parecía que les gustara tratar temas demasiado personales, o igual es que no dejaban de ser compañeros de trabajo, sin más. Estuvieron un rato, y como tenían por costumbre, cuando todos acabaron su bebida uno de ellos se levantó y pagó lo de todos.
Decir que el hombre es un animal de costumbres fijas, con este grupo en concreto, iba como anillo al dedo. Nunca había visto nada igual. Siempre iban los mismos días, a la misma hora, prácticamente se sentaban en la misma mesa y siempre pedían lo mismo.
Eso sí, pensó, si se les unía el becario, al menos resultaría más interesante. Para él, claro. Volvió a fijarse en él. Parecía que tuviera el pelo revuelto, moreno y algo largo. Le caía algún mechón por la frente, casi tapándole los ojos, pero no parecía molestarle. Tenía los ojos oscuros, marrones, se atrevería a decir y se empequeñecían cada vez que sonreía, que parecía que era muy a menudo. Su sonrisa era grande, parecía sincera, y dejaba ver una fila de dientes perfectamente alineado, de un tamaño bastante parejo y blancos. Su boca acompañaba a su voz. Tenía unos labios sugerentes, una sonrisa bonita y unos dientes perfectos.
Apoyado en la barra como estaba, con la mirada perdida, casi se le escapó un bostezo. Movió un poco el cuello y los hombros. Hacía algún tiempo que no corría ni se dejaba caer por el gimnasio y decidió que no lo demoraría más.
Pasó una vez más la mirada por el bar. Solo dos mesas ocupadas. La de los periodistas y otra con dos chicas que reían escandalosas mientras sus novios jugaban al billar. Sí, era un trabajo genial para conocer a gente, aunque nadie dijo que esa gente tuviera que se interesante.
Un escalofrío le recorrió la espalda cuando escuchó su nombre en boca del becario. Debió de girarse con a saber qué cara, porque el chico, algo tímido, se apresuró a decir que sus compañeros le habían dicho que se llamaba Óscar. El le aclaró que era cierto, y como no le iba a decir que casi se había excitado cuando le escuchó llamarle, se disculpó diciendo que estaba pensando en sus cosas.
El chico sonrió de nuevo y le dijo que le sacara la cuenta, que quería empezar con buen pie en sus reuniones y pagaría él la primera. Eso le pareció interesante. Si siempre se unía al grupo, sus cierres entre semana serían mucho mejores.
Y así fue. Un par de noches más esa semana se unió a la rutina del resto de periodistas. Él, disimuladamente, se apoyaba en la barra e intentaba seguir la conversación, sin que fuera demasiado evidente que los escuchaba o que no podía quitarle los ojos de encima. Había empezado a resultarle muy atractivo. Quizá iba más arreglado que los tíos con los que solía salir, llevaba camisas, casi siempre de cuadros y vaqueros, eso sí, normalmente con cinturón, se había podido fijar. Y aunque no llevaba zapatos, tampoco solía llevar zapatillas deportivas, sino esas que eran un poco más “de vestir”.
Le parecía guapo, su cara le gustaba, el pelo revuelto y esa barba de tres días le quedaba genial, y aunque no parecía estar muy en forma, estaba delgado y era bastante alto. En conjunto, le parecía atractivo.
Casi sin ser consciente, empezó a esperar esos encuentros. Encuentros en los que apenas cruzaban un par de frases, pero que empezaron a alimentar una fantasía. Siempre le había resultado aburrido trabajar entre semana. Las horas pasaban mucho más lentas, había menos clientes y menos trabajo. Muchas veces dudaba que fuera rentable abrir todos los días o hasta tan tarde.
Ahora todo tenía sentido. De lunes a jueves, sólo esperaba el momento en que acabara el programa para, al poco, verlos cruzar la puerta. Y de ahí al momento de bajar la persiana, se le pasaba en un suspiro.
Reconocía que había empezado a escuchar su emisora, y siempre que podía escuchaba las retransmisiones de los partidos de baloncesto, que era a lo que él se dedicaba.
Un domingo por la mañana fue a la pista para ver el partido en directo. Y ahí cambió por completo la imagen que tenía de él. Nada de ser un chico callado, que muchas veces bajaba la mirada o permanecía al margen mientras sus compañeros hablaban. Se le veía confiado, seguro de sí mismo. Saludaba efusivamente a otros compañeros y reía a carcajadas antes de que empezara el partido. Hasta sus pasos por la zona de prensa se veían diferentes.
No vio nada del partido, porque estuvo casi dos horas siguiendo todos sus movimientos. Estudiando cada gesto, cada roce con otro compañero. Viendo como se comportaba con las pocas chicas que también cubrían eventos deportivos. Y fueron las dos horas más cortas de su vida.
Cuando acabo el partido le vio recoger sus cosas, su ordenador, una libreta, el teléfono. Se despidió efusivamente del compañero con el que había retransmitido y casi abandonó con prisas la pista.
Él también se fue. Salió del recinto con el resto de seguidores. Iban hablando entre ellos, comentando diferentes jugadas, algunos levantando en exceso la voz. Pero ni todo el griterío que había a su alrededor hizo que no escuchara, de forma perfectamente clara, como su voz volvía a pronunciar su nombre. Esta vez, notó cierta sorpresa en el tono.
Se giró y se lo encontró de frente. Con su pelo revuelto, su barba, su sonrisa, una camisa a cuadros y sus vaqueros. Llevaba las llaves de un coche en la mano y una bolsa colgando del hombro, con el ordenador, supuso. Se saludaron, no sabía si darle la mano, un abrazo o simplemente mover su cabeza. Él lo resolvió posando su mano en su hombro y apretando ligeramente.
Le preguntó si solía ir a los partidos, a lo que sinceramente respondió que no, pero que un amigo le había dicho que tenía entrada y no iba a poder ir y se había animado. Completamente falso, por supuesto, pero tampoco tenía porqué saberlo. Le comentó que había tenido suerte y le había tocado un buen partido. El asintió, pensando que se había enterado más bien de poco.
Sin saber cómo habían seguido andando y se encontraban enfrente de su coche. Le preguntó como había ido y se ofreció a acercarlo a casa cuando se enteró de que había bajado dando un paseo. Aceptó el ofrecimiento y le dijo dónde vivía.
Seguía sin mostrar ni un ápice de esa timidez de la que hacía gala muchas noches en el bar y hablaba con él sin reparos. Así se enteró que normalmente acababa mucho más tarde, porque debía cubrir las ruedas de prensa, pero que hoy había hecho una excepción y le ayudaba su compañero porque tenía una comida familiar. Arrugó ligeramente la nariz cuando lo dijo y el gesto resultó tan cómico que no pudo evitar reírse.
Él no se lo tomó a mal, y rió también. Dejándole ver esa risa franca que tenía. Antes de lo que hubiera querido se encontró delante de su portal. Le dio las gracias por el viaje, a lo que respondió que había sido un placer y que era por todas las noches que le daban la lata en el bar no dejándole cerrar antes. Él, sin darse cuenta, le dijo que eso también era un placer. Pensó que había forzado un punto de incomodidad, pero el becario rió, volvió a poner su mano en su hombro y bromeó diciendo que deberían dejarle más propina porque era amable hasta cuando no estaba trabajando.
A partir de ese momento fueron ganando confianza entre ellos. Tampoco es que trataran temas personales, pero sus conversaciones ya no se limitaban a anotar lo que iba a tomar y decirle que le sacara la cuenta cuando le tocaba pagar a él.
Muchas veces charlaban un rato, el becario solía acodarse en la barra si había ido al baño y le daba conversación, o él se acercaba con cualquier excusa y hablaba con ellos. Así se enteró de que no solía salir mucho por las noches, en parte porque no le gustaba mucho como había cambiado el ambiente y en parte por los horarios, entre semana había días que acababa tarde y los fines de semana trabajaba muchas horas.
También se enteró que estuvo trabajando en un periódico, mientras estudiaba la carrera y al poco de acabar. Que nunca había hecho tele, pero que tenía claro que lo que más le gustaba era la radio. Sus compañeros no hablaban nada mal de él, con lo que no debía ser malo. A él no se lo parecía, desde luego, pero se dio cuenta que era poco objetivo al respecto.
A pesar de la confianza que parecía haber surgido, seguían sin saber nada el uno del otro. Él por supuesto no le había dicho que fuera gay. Había intentado sacarlo a colación en alguna conversación, pero siempre le parecía que no venía a cuento. No era algo que le hubiera preocupado nunca, que la gente pensara lo que quisiera. Tampoco era algo que fuera diciendo de entrada. Pero cada vez más sentía la necesidad de hacérselo saber. Necesitaba saber su reacción. Creía, erróneamente, que al ver cómo respondía a eso el periodista iba a saber si él también lo era o no.
Sólo un par de veces había ido al bar sin la compañía de los otros periodistas. Siempre con un grupo mixto, de unas cinco o seis personas. Esos días, aunque había tenido menos tiempo para observarle, intentaba analizar sus gestos con chicos y con chicas. No sacaba nada en claro. Le costaba lo mismo pasarle el brazo por los hombros a algún amigo mientras hablaban alrededor de la mesa de billar, que coger por detrás a alguna amiga para ayudarla con el taco.
Quiso creer que no tenía pareja. Al menos ninguno de los días había ido con ella. Y jamás había hecho ni un mínimo comentario al respecto. Pero seguía sin saber, en caso de que la tuviera, si sería un hombre o una mujer.
No era consciente del grado de su obsesión hasta que una noche despertó de repente a las cinco de la mañana. Estaba sudando, metido en la cama y tapado con la manta. Durante un segundo no supo qué lo había desvelado, todo estaba en silencio. Hasta que sintió un ligero dolor entre las piernas y recordó que había estado soñando.
Hacía años que no se despertaba tan excitado. Había estado soñando con él. Desudo, en su cama, debajo de su manta. Sintió como se erizaban su piel al recordar las cosquillas que le había hecho con su barba al besarle el pecho, al recorrérselo de arriba abajo, mientras pasaba su lengua despacio y mordía sus pezones.
Había seguido besando su cuello, jugando con sus orejas, mientras manoseaba su trasero. Su excitación había crecido cuando sintió sus labios sobre los suyos. Cuando sintió su lengua invadir su boca, cuando sintió cómo la suya respondía a ese beso.
No sabía si era gay, no sabía sus gustos en la cama, pero había visto claramente como lo penetraba, mientras le decía al oído lo caliente que estaba, mientras clavaba su mirada en sus ojos, mientras mordía sus labios. Había visto cómo se marcaba la tensión en su cuerpo. Había sentido sus manos a ambos lados de su cabeza, su frente apoyada sobre la suya.
Sus dedos recorrían su espalda. Desde sus hombros, lentamente, había llegado a su culo, debido a la penetración también se había tensado y lo sentía duro. Por un momento quiso detenerle, quiso parar su penetración para verle desde otro ángulo, para tocar otras partes de su cuerpo a las que ahora no llegaba. No parecía estar dispuesto, parecía que lo estaba disfrutando, tenía la sensación de que aumentaba el ritmo y las penetraciones se hacían cada vez más rápidas. Notaba mucho menos el vacío en su culo cuando su pene salía y lo sentía cada vez más fuerte cuando entraba penetrándole, sin descanso.
Intentó buscar sus labios de nuevo, con desesperación, pero tuvo la sensación de que por mucho que elevara su cabeza y su cuerpo, su boca no los encontraba.
El sueño se había detenido ahí, pero el nivel de excitación que tenía, el haberlo recordado como si lo hubiera vivido, le permitió que su erección se mantuviera. Tanto, que la única opción que veía era masturbarse. Y así lo hizo, sin dudar metió su mano dentro del pantalón del pijama, lo bajó un poco para tener más libertad de movimientos y rodeó su pene con su mano.
Nada de movimientos lentos, estaba a cien, necesitaba que aquello fuera rápido. Cogió ritmo en dos minutos y cuando quiso darse cuenta se había corrido dejándolo todo perdido. Todo seguía en silencio, lo que hacía que le resultara casi ensordecedor, escuchar el ritmo de su respiración. Parecía que por mucho que respirara y por mucho que abriera la boca no llegaba suficiente aire a sus pulmones.
Mientras se serenaba pensó que realmente había disfrutado. Estaba tan excitado que le había parecido mejor que algunos polvos que había echado casi por compromiso. Había visto sus imágenes como algo tan nítido, que cuando alargó el brazo hacia el otro lado de la cama casi le sorprendió encontrarla vacía.
Pensó que tenía que poner fin a esto. Ya llevaba algunos meses fantaseando con el becario. Pero lo de esa noche había sido demasiado. Demasiado incluso para él. Sí, se dijo, esto ha sido el remate, se acabó esta obsesión.
Y realmente lo pensaba. Lo pensaba mientras se volvía a colocar bien el pijama, mientras se ponía las zapatillas e iba a la cocina a por un poco de agua. Lo seguía pensando cuando volvió a su cuarto, se descalzó y se metió en la cama. También lo seguía pensando cuando sonrió y lo recordó tan guapo esa noche.
Y dejó de pensarlo cuando la imagen casi se materializó, cuando lo vio frente a él, al otro lado de la barra, con sus pantalones negros, su camisa remangada, su pelo revuelto, su mano sosteniendo un botellín de cerveza. Cuando recordó como sonaba su nombre cuando él lo pronunciaba. Como se inclinaba ligeramente hacía él y subía el tono de voz si había más ruido de acostumbrado o sí la música estaba alta.
Cerró los ojos, y con resignación pensó que no, que para nada aquello había acabado.