En las montañas de la lujuria (2)

La Dra. Lake penetra más en Antártida, develando secretos ardientes y otros seculares que no deberían ser recordados...

EN LAS MONTAÑAS DE LA LUJURIA

PARTE 2

El 6 de Septiembre abordamos un avión que nos llevaría a una base más al interior; no hace falta decir que tuve una mala noche, entre el frío inefable, la inolvidable visión de mi colega desnuda rodeada de hombres y finalmente, la confesión de mi amiga como lesbiana y de su deseo hacia mí.

El interior del avión era estrecho y oscuro, todavía más debido a los contenedores con el costoso equipo de la Universidad de Miskatonic, no era un jet de lujo. Ibamos todos sentados en el piso metálico del aeroplano que a veces se mecía por los fuertes vientos, un poco nerviosa por la manera en que los chicos veían y le sonreían a la Dra. Atwood, cuyo numerito al parecer ya era de conocimiento general entre ellos. Para colmo de males, mi mirada chocó con los enrojecidos ojos del viejo Dr. Black que no me quitaba la vista de encima. Primero podría acostarme con Sasha Pabodie que con ese mono, pensé.

Una de las ráfagas de viento provocó que algunos contenedores se desarreglaran al fondo, haciendo gran bulla.

-Debo ir a reacomodar eso, creo que son las computadoras -dije, tomando una linterna.

Dos chicos y Black me siguieron, este último expresando preocupación por las piezas del taladro, pero no me fié mucho de tales motivos. Llegué a tiempo para evitar que un contenedor cayera al piso, más el peso del mismo me habría arrastrado en la caída sin la ayuda de los dos estudiantes quienes al ayudarme a enderezarme, no dejaron de posar sus manos sobre mis glúteos.

Como un flash evoqué las escenas de Jenny Atwood y su orgía, pero me recompuse y fingí no dar importancia a esa manoseada.

-Si esas son las computadoras, mejor que vayan en el piso para que no se dañen si vuelven a deslizarse -propuso Black, rascándose la cabeza.

-Es cierto -afirmé, complacida de ver que al menos alguien vino a trabajar.

Los dos chicos bajaron el contenedor plástico. Y luego Black añadió:

-Lake, ¿por qué no revisas que todo esté en orden?

Me encogí de hombros y pensé que nunca podría ser uno demasiado precavido y me agaché para abrir el cierre y verificar el estado de las computadoras, y hasta entonces caí en la cuenta del engaño, porque al agacharme dejé mi trasero apuntando al cielo y pude sentir la obscena mirada de los tres hombres. Me ruboricé y cerré el contenedor.

-Vámonos -espeté, molesta y colorada.

En eso hubo una nueva turbulencia, más suave, pero suficiente excusa para que uno de los muchachos fingiera tropezarse y llevarme de encuentro, en tanto que su otro compañero me "sujetaba" por detrás y los tres "caímos" pesadamente.

Sus manos atrevidas se apoderaron de mis nalgas, mi cintura y mis senos, fingiendo cierto aturdimiento los dos para prolongar su contacto indebido, y cuyo juego empezaba a gustarme, aunque luego recapacité y me puse de pie de inmediato.

-¿Está bien, Dra. Lake? -me preguntó uno de ellos.

Lo miré con ganas de insultarlo -¿o de rogarle que me manoseara más?- y le dije:

-Sí, gracias.

En eso, otro golpe de viento me hizo perder el equilibrio y caí de rodillas, habiendo tenido que apoyarme en los regordetes muslos del Dr. Black y mi cara quedó a la altura de sus genitales, sentí mis mejillas arder y me incorporé de inmediato, volviendo a mi puesto cerca de la cabina, aturdida y preguntándome qué fue ese lejano impulso dentro de mí que se atrevió a insinuarme que le bajara la cremallera al viejo y le comiera la polla.

Sasha me dirigió una sonrisa maliciosa, consciente de la mala pasada que esos hombres me habían jugada allá atrás en la oscuridad.

Poco después llegamos al tosco aeropuerto de la segunda base.

Abajo nos esperaba un científico de la Universidad de Miskatonic, quien nos dio la bienvenida, aunque apenas pude escucharlo en medio del viento o distinguir sus facciones entre tanto abrigo, bufanda y gorro, al igual que yo, a pesar de que me seguían ardiendo los lugares donde aquellos jóvenes me tocaron.

Una vez adentro, se presentó como el Dr. Curwen, a quien conocía sólo a través de cartas y emails. Tendría unos 40 años y era muy atractivo, aunque estaba casado, por la sortija en su dedo. En la sala, junto a un reconfortante hogar, estábamos Atwood, Pabodie, Black, Curwen y yo.

-Toda el área acordonada al norte de aquí contiene las ruinas del antiguo campamento de su antepasado -me dijo Curwen- el doctor Lake desaparecido a finales de la segunda década del siglo XX. Lo que verán allí -y aquí adquirió una expresión enigmática y rayana en la desesperación- cambiará la forma que ustedes tienen de ver la vida o de entender sus leyes.

Black y Atwood parecieron a punto de reírse, pero Pabodie y yo intercambiamos miradas, ansiosas de ver aquello que fue capaz de perturbar así a la autoridad internacional de geografía y criptozoología, Dr. Joseph Curwen.

Decidimos echar una rápida mirada al sitio, antes del crepúsculo. Solamente fuimos los cinco antes mencionados, luchando contra el viento. Llegamos a los cimientos de madera congelados de la antigua barraca erigida por los hombres de mi antepasado. Más adelante había una plancha de acero con una entrada circular. Curwen la abrió y descendimos a un subterráneo acondicionado con luz eléctrica, tan largo y ancho como unas tres aulas juntas de la Universidad de Miskatonic.

En el centro, varias mesas dispuestas con mantas cubriendo extraños y largos bultos. Curwen retiró una de las mantas y todos nosotros alzamos exclamaciones de sumo asombro. Vimos una "cosa", un "objeto", o "ser", similar a un tubérculo, a una zanahoria gigantesca y muy espigada, provista de tres pares de "alas" similares a las de una libélula en la sección superior de su "tronco" y terminaba en una cola que lucía más flexible que el resto del cuerpo. Debajo, unos delgados tentáculos aparentemente elásticos y la "cabeza" tenía tres ojos verduzcos y una "boca" parecida a la de una mariposa, aunque, de acuerdo a Atwood, bien serviría para proferir sonidos cuasi musicales por la forma de algunos tubos, algunos para succionar alimento, "hablar" y otros más que no supimos para qué podrían servir.

-Vamos a divertirnos muchos tratando de averiguar qué clase de seres eran estos -dijo Atwood, bastante emocionada.

Noté que los ejemplares goteaban, descongelándose.

-Se están descongelando -dije, sin ocultar mi fascinación por esa especia, no, por ese nuevo reino animal descubierto.

-Sí, tenían hielo encima -dijo Curwen-, pero, no te preocupes, nada puede seguir vivo después de millones de años congelado.

Pero esa respuesta no bastó para devolverme mi tranquilidad, de algún modo me sentía observada y… deseada, como si un corro de hombres me viera con lujuria justo detrás de mí.

-Vamos a ver si esa datación es correcta con la prueba de carbono 14 -repuso Sasha, quien me rozó el trasero, y esa sensación me trajo de nuevo a la realidad.

-Vámonos a dormir, mañana trabajaremos todo el día -dijo Curwen.

Más tarde, entré en mi habitación, provista de calefacción. Estaba muy ansiosa, hubiera querido permanecer en aquella cámara examinando los ejemplares. Me quedé en camisón y estaba a punto de meterme a la cama cuando llamaron a mi puerta.

No esperaron respuesta y Sasha entró; al verla, un intenso escalofrío recorrió mi columna, en especial, al ver sus ojos grises destilando lascivia, mirándome de pies a cabeza.

-Sasha, yo

Ella me puso su dedo sobre mis labios. Luego acercó su rostro al mío, yo temblaba, por lo que ella deseaba de mí, asimismo temía rechazarla de modo que hiriera sus sentimientos y perder una buena amiga. Sasha dejó caer su abrigo y me dijo:

-Teresa, sabes que me muero por ti, te he amado en silencio por años -y sujetó mis manos temblorosas-. Tú y yo hemos salido de relaciones difíciles, estamos solteras, y quiero que sepas que soy lesbiana y que te amo, y que deseo tener una oportunidad de hacerte mi amante

Su declaración me dejó tan fría como el ambiente, y mis manos aferraron las suyas. Le dije:

-Sasha, yo… -suspiré y continué, agitado mi corazón- acepto acostarme contigo, siempre has sido buena amiga y sabes lo que quiero, si estás tan seguro que voy a disfrutarlo es porque así será, quiero que me hagas enamorarme de ti como tú lo estás de mí

Y no me permitió terminar porque su boca se adueñó de la mía, nuestros brazos rodearon nuestros cuerpos hechos un nudo durante esos deliciosos minutos del beso más mágico, más apasionado… las manos de Sasha no perdieron más tiempo y acariciaron mis piernas y mis nalgas, haciéndome vibrar, haciéndome sentir como una niña inexperta en manos de un amante avezado.

Me acostó en la cama y se puso sobre mí, sin dejar de darme a saborear sus dulces labios y su empalagosa lengua. Me saqué el camisón como pude y casi me desmayo al contacto de su ágil lengua femenina deslizándose sobre mis duros senos, sus dedos rozándolos, sus labios chupando y mordisqueando, no con la brusquedad de un hombre, sino con la suavidad enloquecedora de una madre o de una hermana

-¡Oh, Sasha… me vuelves loca!

-Voy a comerte de pies a cabeza, mi amor -me dijo.

-¡Oh, sí, haz conmigo lo que quieras, tú mandas!

Sus manos y su boca, incluso su aliento, hacían mis delicias, jugaban con mis nervios a su antojo, dándome sensaciones que ningún hombre me había proporcionado, incluso mugí como posesa cuando chupó los dedos de mis manos y mi cuerpo brilló de sudor. Al abrir los ojos vi a Sasha desnuda arrojando sus pantalones al suelo y saltando de nuevo sobre mí.

Me senté en la cama y la besé, acariciando su cuerpo desnudo, intentando retribuirle tanto placer, hipnotizada por sus enormes pechos.

-No te afanes, cariño, hoy eres mi muñeca, relájate y disfruta de la acción -me dijo, apenas separando sus labios de los míos.

Dándome tiernos besitos me acostó de nuevo y retomó sus caricias, con mayor hambre, y su mano bajó sobrepasando mi estómago hasta alcanzar mi vagina. Casi grité cuando sus dedos empezaron a manipular mi húmedo túnel.

Sasha me dio un salvaje beso en tanto que me regalaba la masturbación más memorable de mi vida, metiéndome sus dedos cada vez más profundo, y a medida que lo hacía, yo pasaba a ser un animal jadeante.

-Dí mi nombre, puta -me ordenó Sasha, lamiéndome el rostro sudoroso.

-¡Sa.. Sasha!

-¿Quién es tu marido?

-¡Tttuu!

-¿A quién le perteneces, mujerzuela?

-¡A tii, sólo a ti, te adoro!

Me besó mientras me corría, sin sacar sus dedos de mi coño trémulo, la abracé y la presioné contra mí, sus pechotes contra los míos… mi hermosa amante, qué manera de conquistarme… respirábamos con dificultad, yo más que ella.

-¿Qué diablos me hiciste? Estuvo grandioso… -le dije, secándome sudor e incluso lágrimas.

Sasha me besó de nuevo, y me dijo:

-Esto es una muestra de lo que tendrás cada noche de tu vida si decides pasarla junto a mí, amor mío.

Sacó los dedos que mantenía en mi vulva y frente a mi rostro, los limpió con su lengua, lamiendo mis jugos, luego volvió a besarme, sintiendo un sabor salado que supe, eran mis líquidos, pero más que asco, me prendí de nuevo.

-Todavía falta, querida -me dijo, relamiéndose.

Y Sasha descendió besándome por donde pasaba hasta llegar a mi sexo. Muchos hombres me dieron placer oral, pero nada, nada, pudo prepararme para aquella boca femenina hurgando mis intimidades, aquella lengua que ora se introducía en mí y ora lamía con ternura mi clítoris, arrancándome gemidos tales que cualquiera hubiera pensado que me estaban matando.

Sujeté la cabeza de mi divina amante con mis manos y piernas; Sasha siguió comiéndome con más afán y ahora perforaba mi ano con sus dedos embadurnados con mis abundantes jugos; aquello era demasiado y me revolví en la cama como si de un exorcismo se tratara, y fue en ese lapsus que me pareció oír el crujido de la puerta, pero no me importó, yo era una muñequita en las garras de Sasha.

-¡Oh, Dios mío, no te detengas, no…!

Algo se introdujo en mi boca, y mi gusto reconoció su sabor: era un pene, duro y listo, pocas cosas tan oportunas como esa; ni siquiera abrí los ojos y comencé a succionar esa pija tan robusta como un salchichón, oí a su dueño gemir un poco y puso su mano en mi cabeza, incitándome a metérmela más. Por un rato en la habitación sólo sonaron mis chupones, mi respiración agitada y los lengueteos de mi amada Sasha en mi coño, que me hacían oprimir ese órgano intruso entre mis labios y pronto, con la ayuda de esa mano, mi nariz tocó su vello púbico, que despedía un olor a suciedad que solamente sirvió para calentarme más y decidí acariciar el escroto de ese sujeto con mi mano; el dueño de ese pene ahora se aferraba a la cabecera de la cama y su potente mano trataba de hacerme tragar lo más posible.

Sasha usó su lengua y sus dedos para causar mi segundo orgasmo, que me estremeció al mismo tiempo que mi boca y garganta eran inundadas por tibio semen, en tanto que el hombre suspiraba y jadeaba contento, con una voz áspera impropia de un joven. Sujeté esa polla y sin dejar de lamer ese glande reluciente de semen y de mi saliva, abrí los ojos y hallé a Simon Black con los ojos cerrados, pero mi excitación era tal que la repulsa que me daba ese tipo redundó en mayor calentura, y seguí lamiendo y besando su glande pálido. Pronto, se me unió Sasha, y juntas, lamimos el pene del anciano, que tuvo que sujetarse de nuestras cabezas para no caer de rodillas al piso. Luego, nos turnamos, Sasha y yo, para meternos esa salchicha en la boca, primero ella unos segundos y luego yo, eyaculando al fin algunas escasas gotas más de semen, que Sasha sorbió para después compartirlo conmigo en un asquerosamente emocionante beso.

-Espero que no haya excusas mañana para ensamblar ese taladro -le dije al sudoroso y turbado anciano.

-No, no, muñequitas, no… pero este otro taladro ocupa descansar… -dijo.

-Ya me taladraste mucho la boca -repuse, sonriendo satisfecha y feliz.

-Taladrito se pregunta si algún día pueda taladrar otras minas -insinuó.

-Ya veremos, Taladrito -y le besamos el pene y lo mandamos a su habitación.

-Tú lo planeaste, ¿verdad? -pregunté a Sasha.

-Por supuesto -y nos besamos, sin preguntarnos qué estaría haciendo la buena Dra. Atwood.

Sasha me dio una noche dulcísima que momentáneamente alejó de mí aquella vaguedad, aquel regusto como a temores atávicos que me estorbaba desde que aterricé en esta base. Hoy me dediqué al amor, mañana vendrán los enigmas

Continuará en el Capítulo 3