En las montañas de la lujuria (1)

Tres científicas dispuestas a encender la Antártida, encontrarán un horror antiguo que cambiará sus vidas.

En las Montañas de la Lujuria

Por Kleizer

No se equivoquen, respeto mucho la obra de H.P. Lovecraft, lo considero un maestro en el género del horror, de quien es vil plagiario Stephen King, pero no pude evitar distorsionar un poco su obra "En las montañas de la locura" para hacer una interesante y creativa historia pornográfica, seguidores de Lovecraft, espero su comprensión.

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Preferiría llevarme a la tumba mi relación sobre los eventos tan desconcertantes, vergonzosos y terroríficos de los que fui víctima junto a mis asistentes científicas, pero las habladurías sobre una nueva expedición me obligan a revelarlo todo, a despecho de mi reputación científica y moral.

Soy la doctora Teresa Lake, tengo 35 años, nueve de ejercer mi profesión y pasión, la arqueología. Soy muy alta y esbelta, no me considero una supermodelo, siempre me gusta llevar mi cabello rubio muy corto y uso lentes, algunos dicen que para evitar ser identificada con cierta protagonista de ciertos videos que se dice hubieron para financiar la carrera de alguien, pero eso no viene al caso.

Todo comenzó cuando la Universidad de Miskatonic me invitó a dirigir una expedición destinada a retomar unas misteriosas investigaciones abruptamente abortadas a principios de siglo por un antepasado mío, pues mi familia es oriunda de Nueva Inglaterra. Cierto loco llamado H.P. Lovecraft decidió escribir una macabra y absurda interpretación de los hechos… al menos así lo creí hasta el fatídico 3 de Febrero del 2006 cuando abordé el avión que me llevaría a mí y a mi equipo a la Antártica.

Mi equipo estaba compuesto por la bióloga Jenny Atwood, muy joven para ser científica, con 25 años, pero es que era una genio, además de una muy atractiva dama, con su cabellera castaña, sus ojos azules y su piel blanca; también iba la experta en jeroglíficos y filóloga Sasha Pabodie, de 45 años, pero no por eso carente de atractivo, sueca y pelirroja, alta como las mujeres de su país aunque de prominente pecho, que según las malas lenguas es producto de una operación sugerida por su exesposo, a lo que nadie del personal masculino pasaba desapercibido, en especial al especialista del taladro, Simon Black, de 59 años y barbudo como Santa Claus, de aspecto sucio y barrigón, que no disimulaba sus lascivas miradas hacia nosotras tres, las únicas 3 mujeres entre casi 20 hombres, pero el viejo era un genio de la mecánica y lo necesitábamos.

El 5 de Febrero llegamos a la base en la bahía de McMurdo, al menos no tendríamos que lidiar con la falta de logística e infraestructura que tuvo que enfrentar mi desdichado antepasado.

El frío era infernal, me sentí tentada a regresar, pero mi celo científico y mis ansias de honrar mi familia me instaron a quedarme. Dentro de la base, estaba tan abrigada como un mono, con solo una rendija para mis ojos y mi boca. Se me acercó Sasha ofreciéndome café.

-Este frío va a ser un gran obstáculo -me dijo con su voz acentuada, lo que le daba cierta sensualidad, y me puso nerviosa la manera en que sus ojos grises me miraban, evocando ciertos rumores sobre posibles desviaciones sexuales atribuidas a la buena Dra. Pabodie,.

-Sí, así parece, pero ya estamos acá, tenemos que seguir -le respondí-, ¿y la Dra. Atwood?

Pabodie soltó un bufido de sorna y me dijo, bajando la voz y sonriendo con malicia:

-Creo que a ella se le ocurrió una mejor idea de calentarse mientras esperamos la hora de salida.

-¿A qué te refieres?

-Ella se está calentando con unos cuatro o cinco muchachos del personal en su habitación.

Las palabras de Pabodie me dejaron en shock unos instantes.

-Estás bromeando, Sasha -le dije.

-¿No me crees? Ven a ver por ti misma -me retó.

Vacilé un segundo y luego la seguí. Salimos y nos subimos a unas cajas para ver por la ventanilla. Lo que ví fue lo más impresionante en mi vida -en ese momento-; al principio, a través del empañado cristal, sólo miré un amasijo de piel, brazos, piernas y cabezas, pero pronto empecé a distinguir la escena, gracias a varios candiles que proporcionaban luz y calor para soportar los jugadores su desnudez.

Ví a la hasta entonces en mi mente, recatada Dra. Atwood cabalgando a un jovenzuelo, mientras le chupaba el pene a otro, y tres hombres más la rodeaban, sobándose sus miembros y aguardando su turno. Sentí que mi cara ardió por el extremo rubor que me invadió y en un lugar muy recóndito de mi ser, en una sima lóbrega que siempre obvié pero supe que estaba allí, envidié a Jenny Atwood, y anhelé, por varios segundos algún día ser yo el centro de atenciones de tantos hombres jóvenes.

Pabodie sonreía con picardía, como que muy acostumbrada a ese tipo de cosas.

Pronto noté que uno de los chicos se posó detrás de Atwood, disponiéndose a sodomizarla mientras que su compinche era montado por ella. A través del vidrio pude escuchar el grito ahogado de la científica, grito que mutó en indecente gemido de placer.

-¡Oh, sí, denme calor cabrones! -la oí decir, dejándome con la bocota abierta.

Atwood comenzó a quejarse con violencia y, para mi asombro y creciente excitación, empezó a turnarse mamando los tres penes de los tipos que la rodeaban, deteniéndose por instantes cuando el dolor o el placer eran demasiado para ella.

-¡Aaaaah, fóllenme, viólenme, cómanme toda, pendejos!

Yo estaba atónita escuchando a mi colega proferir semejantes palabras, y fue por mi enorme asombro inicial que no me percaté de mi incipiente humedad, así como de una sensación más: indignante, atrevida y… exquisita… la mano de Sasha acariciando mi trasero. Me quedé de piedra, dudando si detenerla o seguir disfrutando; adentro, hubo un relevo y Atwood montó a otro chico en tanto que un nuevo sodomita se aprestaba a cogérsela por el culo.

-Qué rico tiene el culo esta puta -comentó el muchacho, prendiéndome más.

Sasha se acercó más a mí, y pronto sentí su aliento cerca de mi oreja.

Adentro, esos dos hombres se estaban tirando a la bióloga como si el mundo se acabara mañana -que para ellos sí lo fue- y le arrancaban gritos que sólo en cintar para adultos he escuchado, yo ya me pasaba la lengua por los labios, envidiándola, "yo también quiero", pensé; entonces una súbita exclamación brotó de mi garganta cuando la lengua de Pabodie violó mi oreja, cerré mis ojos, y lo que por un segundo fue indignación, se transformó en intenso placer, apreté mis mandíbulas y la científica sueca me abrazó haciendo delicias en mi oído, haciéndome suspirar a pesar de mi desagrado por ser ella una mujer, pero sus lenguetazos poco a poco acababan con mis prejuicios.

-¿Crees que eres la primer zorra que hago lesbiana? -me musitó velozmente, sin detenerse. Gemí de nuevo, consciente de haber caído en su trampa, en su deliciosa trampa. Pabodie sujetó mi rostro y suavemente dirigió mi boca a la suya y me obsequió mi primer beso con otra mujer, el cual me pareció la gloria absoluta y para mi sorpresa, me encontré rodeándole la cabeza con mis brazos y esforzándome en responderle con mis labios y mi lengua… todo lo demás desapareció, el frío, los posibles mirones…. Ese instante fue eterno, creo que nos besamos unos diez minutos.

Al separarnos nos miramos a los ojos.

Me besó de nuevo, por sobre los labios, con dulzura, y me dijo:

-Piensa, Lake, si casi hago que te corras lamiéndote la lengua, calcula qué puedo hacerte si me dejas lamerte allá abajo….

Creo que me sonrojé más que un tomate y ella rió suavemente, y con la cabeza me indicó que observara por la ventana.

De rodillas, la escultural Jenny Atwood recibía en su rostro y senos las descargas seminales de cinco miembro varoniles y venosos, y la boca se me hizo agua.

-Parece que no vamos a estar tan aburridas durante esta expedición, muñeca -me dijo Pabodie- y que tenemos excelentes métodos para sortear el frío, los hombres parecen más que deseosos de mantenernos tibias.

Yo asentí, cabizbaja y un poco pensativa.

-¿Estás avergonzada, Lake? -me preguntó.

-Un poco -confesé.

-Así es esto, querida -me consoló, aproximando su rostro de nuevo-. Perdona mi atrevimiento pero siempre me has gustado, sólo dame una oportunidad y si no te gusta pagaré los tragos siempre.

La miré, agradeciendo su comprensión.

-Gracias, Sasha, te prometo que lo pensaré…. Y besas muy bien -confesé, sonriendo.

-Tú también, preciosa.

Nos besamos de nuevo y entramos a la base, diciendo que fuimos a revisar los derredores. Luego, en la salita nos hallamos a una Dra. Atwood muy sonriente y sonrojada, y la lasciva mirada que se intercambió con Pabodie me hizo sospechar que todo fue arreglado.

Pero aún faltaban muchas cosas por venir, hallazgos y revelaciones que bien podrían cambiar la perspectiva que tenemos del mundo, del universo, de conocimientos que son una aberración contra las leyes de la naturaleza… y contra todo pudor sexual….

Continuará en el capítulo 2.