En las escaleras.
De cómo convertir una discusión de pareja en un encuentro delicioso.
Era la primera vez que usaba las escaleras de emergencia de la facultad, un edificio de 5 pisos en el que tanto profesores como estudiantes suelen utilizar las escaleras eléctricas o los ascensores para trasladarse en el mismo. Y en detrimento mío, diré que no las estaba usando para ser más saludable, o porque los otros medios de movilidad no funcionaban. Las utilizaba por primera vez en los 3 años que llevaba en la universidad porque, prácticamente, venía huyendo de mi novio Daniel, con el que tenía una relación de aproximadamente el mismo tiempo. Todo había comenzado hacía unas cuantas semanas, y creo que fue por mi culpa: precisamente por el largo tiempo que llevábamos de novios, nos teníamos mucha confianza, prácticamente nos turnábamos las casa de nuestros padres para dormir a esas alturas del partido, nos contábamos casi todo, en fin. Sin embargo por esos días andábamos muy atareados con nuestros respectivos compromisos académicos y casi no nos veíamos, a excepción de las pocas clases que teníamos juntos.
En una de esas clases debíamos formar parejas de trabajo para hacer un expediente de un caso ficticio, y que cada uno de los integrantes de la pareja fuera demandante o demandado, y como siempre yo esperaba que nos hiciéramos juntos para realizar la tarea. Pero esta vez no fue así. Ya que Daniel llegó tarde, nos sentamos en extremos opuestos del aula de clase, y cuando fue momento de escoger parejas y yo me dirigía a él, y él a mi, para decidirlo todo con respecto al trabajo, Carolina (una compañera de la universidad) se interpuso en el camino, y no sé ni como ni cuando, terminaron en pareja para el mencionado trabajo. Yo quedé a la distancia, y un poco cortada, porque mi novio me había olvidado mágicamente para trabajar con Carolina, cuando uno de mis amigos más cercanos que también tomaba esa materia se me acerca y me pide que sea su pareja, pues ha notado que Daniel ya tiene una. Lógicamente acepté su amable oferta, y ahí se quedaron las cosas.
Si bien es cierto que me había cortado un poco, no estaba molesta con Daniel, pero me pareció un poco raro, ya que como últimamente no nos veíamos muy a menudo, lo normal habría sido formar pareja en clase para pasar tiempo juntos, así fuera estudiando. Cuando salimos de clase nos tomamos de la mano. No le pregunté nada sobre los grupos de trabajo. Pasaron aproximadamente unas tres semanas, en las cuales nos vimos unas 5 veces en total, sin incluir las clases que teníamos juntos. Ambos estábamos hasta el cuello de trabajos para la universidad, y él además tenía que encontrarse con Carolina para hacer el trabajo del expediente ficticio. Eso me reventaba por dentro, pero no le decía nada porque sabía que me estaba preocupando por bobadas. Sé que Daniel me quiere. Aun así no podía evitar sentir unos celos tremendos por todo el tiempo que compartían juntos.
Un día, alrededor de las 7 de la noche, acababa de dejar a uno de mis grupos de estudio para encontrarme con Daniel. Habíamos quedado de encontrarnos a las 7 y media, pero terminamos antes, así que me dirigí a aula de encuentro. Cuando me estaba acercando, escuché un par de voces. Me sorprendió porque pensé que Daniel estaría solo, y sin poder evitarlo, me dispuse a escuchar lo que decían. La otra voz era femenina. La conocía, era la voz de Carolina. Agudicé todavía más el oído.
-... tengo que contarte algo. - le decía ella. Yo asomé un poco por la ventanilla de la puerta. Desde allí no podían verme. Estaba frente a frente, con un pupitre de por medio.
-¿Qué cosa? - la muy zorra miro para otro lado, haciéndose la mosquita muerta.
-Tu... tu me gustas. - Joder. Se me subía la bilis por la garganta, mientras esperaba la respuesta de mi novio a esa declaración.
-Tu también me gustas! -Joder y recontra joder. Me quedé de piedra. ¿Daniel ya no me quería?
-¿De verdad? -la muy estúpida puso una sonrisa de hiena. -Entonces vas a terminar con Natalia?- la cara de Daniel cambió, y le tomó las manos.
-Mira Caro.. -¿Pero que está pasando aquí?- irrumpí yo, como un huracán, en el aula. Daniel se quedó de piedra.
-Natalia, que haces aquí? Quedamos de vernos en media hora.
-Ah ya. Ahora la culpa es mía por llegar temprano. No te preocupes. Ya los dejo para que sigan en sus cosas.
-Natalia! Espera!
Yo no lo esperé, salí corriendo, entrando en el área de las escaleras de emergencia. Bajé un piso corriendo, consciente de que Daniel venía detrás mío. No quería enfrentarlo.
-Natalia! para ya! Escúchame!
-Que no! Déjame!- grité mientras seguía bajando.
En uno de los descansos, finalmente me alcanzó. Me agarró del brazo y me volteó para que le diera la cara. De pronto me encajonó entre él y la pared.
-Escúchame. - me ordeno.
-No. - le contesté evitando su mirada.
-Si.-
De un momento a otro, me excitó la situación y me moje inmediatamente, no pude evitarlo. Esas escaleras oscuras, tan tarde en la universidad, sabernos solos, pero con una mínima posibilidad de ser encontrados, estar tan molesta con él. Daniel siempre tan decente, puesto conmigo. Era algo único que nunca habíamos probado. Y de nuevo, era tan excitante. Estar tan furiosa con Daniel, y la vez desear que hundiera su lengua en mi boca con tanta vehemencia, era algo surreal. Pero estaba ocurriendo. Me tenía aprisionada, pero había dejado de ser prisionera hacia mucho. Él también estaba excitado. Empezó presionando su entrepierna contra mi bajo vientre, estaba tan duro, como hacía tiempo no lo sentía. Con sus dos brazos a ambos lados de mi cabeza, se veía tan peligrosamente sexy! Veía sus ojos, que me decían cuanto me deseaba, y yo solo quería sentir su piel contra la mía, besar su mirada, morderla. Bajó uno de sus brazos para alzar una de mis piernas alrededor de su cadera, abriéndome para él, para luego poner mis brazos, hasta el momento inertes, por encima de mi cabeza, mientras él los sujetaba con una mano. Acariciaba mi bajísima espalda, acercándola mas a su cuerpo hirviente, maravilloso. Mis pechos se ponían mas sensibles con el paso de los segundos, sintiendo su respiración agitada, tan agitada como la mía.
Nuestras miradas no dejaban de devorarse, hasta que él rompió el contacto agachando su cabeza, acariciado mi cara con su nariz medianamente aguileña. Me encanta que lo haga, es tan suave, me hace sentir demasiado. Un momento mas tarde nos estábamos comiendo las bocas, lenguas y dientes mutuamente, mientras cada uno empujaba sus respectivas caderas hacia el cuerpo contrario. El calor no demoraba en explotar, y seguíamos con la ropa puesta. Gracias al cielo llevaba una falda ese dia, por lo que solo tuvo que subirla hasta mi cadera para sentir mi calor a través de mi ropa interior. Dejó mi espalda de lado, manteniéndome sujeta a la pared solo con su cadera, y enrosco mi otra pierna a su alrededor. Estaba flotando. Ese contacto tan directo con su verga me tenía delirando. Lo quería dentro mío. Que supiera que él solo puede ser mío, que nadie mas lo puede tener; de la misma manera en la que nadie más me puede tener a mi, porque soy suya.
Prácticamente me tenia a su merced, empotrada contra la pared, dejándome hacer. Se desató el cinturón que sujetaba su pantalón con la mano que me sujetaba las muñecas, liberándolas, por lo quería aproveché para pasarlas al rededor de su cuello. Quería abrazarlo, y quería marcarlo una vez más con mis uñas, como siempre sucede cuando hacemos el amor. Acaricie su nuca, y el remolino de pelo que tiene al final, subí mis manos por su cabeza, halando su pelo, atrayéndolo todavía mas cerca de mi. Mordí su boca, sus labios. Dios, quería comérmelo, devorarlo. Se liberó de mi beso para bajar por mi barbilla dejando ligeros besos a su paso, y concentrándose en el hueco de mi cuello chupando y mordiendo. Cómo me ponía. Bajé una de mis manos por su cuello, su pecho, nuestro calor. Yo todavía traía las bragas puestas, mientras que él había apartado su ropa interior. Seda contra mármol, me parecía su verga tiesa. La dejé de lado para apartar mis bragas, para luego tomarla con mi mano de nuevo. Lo quería dentro, pero antes quería jugar un poco.
Empecé a frotar su glande contra mi clítoris erecto y rosado, cosa que Daniel facilitaba al empujar contra mi cuerpo. Estuvimos así un par de minutos más, hasta que el placer se volvió inaguantable. Direccionando su verga hacia mi entrada e impulsándome con mis piernas enredadas en su cintura, lo introduje en mi. En ese momento creí posible morir de placer. Sentí que nos fundíamos, mientras me penetraba una y otra vez, y bebía el sudor de mis pechos. Pero también sentí rabia, celos, envidia. No quería compartirlo. Era sólo mío. Así lo dije, tomando su cara entre mis manos y mirándolo a los ojos. Tenía las pupilas dilatadas, y mi declaración lo sorprendió. Se quedó quieto, con una expresión desconcertada en su rostro. -Tu eres mía también- me dijo con su voz ronca, mientras se sumergía nuevamente en mis profundidades, para luego devorarme la boca. Yo deje de sentir rabia, para sentirlo a él. Su boca explorándome, su peso presionándome contra el muro. Los gemidos contenidos para que no nos descubrieran acrecentándose en nuestros pechos. Su ritmo acelerando y el placer creciendo. Finalmente nos corrimos entre respiraciones entrecortadas y mordiscos mutuos, acariciándonos y besándonos.
Bajé mis piernas de su cadera ayudada por él, estabilizándonos. No quería verle a la cara. Semejante tipo de declaraciones posesivas nunca han sido mi estilo, especialmente cuando hacemos el amor. Tampoco suelo ser tan imperiosa en esos momentos. Tenia la cara ardiendo de vergüenza por mi comportamiento, y mientras nos recomponíamos la ropa, el se dio cuenta.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué ocultas la cara?
-Yo no oculto nada.- le reté levantando mi rostro.
-¿Por qué estas tan roja?
-Yo... Yo
-Sigues molesta con migo... - dijo, interrumpiéndome.
-Yo... -me dio tanta vergüenza que finalmente salí corriendo de nuestro escondite de escaleras, saliendo al edificio principal.
-Espera, hablemos!- me detuvo agarrándome del brazo. No pude soportarlo más, asi que le escupí las palabras -¿Pero de que quieres que hablemos? Si te vi con Carolina. Tomados de la mano. Diciéndole que te gustaba. Cuando tu eres tan pudoroso que te cuesta tener muestras de afecto públicas conmigo! Estoy cansada de quedarme callada, y aguantarme que te la pases con ella todo el tiempo. Joder, si ya no me quieres, me lo dices y listo, terminamos esto y quedas libre!
-Natalia, ¿De que hablas? La tomé de la mano para explicarle que te quiero a ti, para que no fuera tan duro para ella.
-Genial! A todos los consideras menos a mi, no te importa lo que yo sienta o lo que piense. A ver, dime, ¿por qué pasaste tanto tiempo con ella últimamente, especialmente si a ella se le notaba que le gustabas?
-Soy un estúpido. Hasta hoy me di cuenta de eso.- respondió bajando la mirada.
-Pero.. Pero..
-Mira, acepté hacer el expediente ficticio con ella porque estamos juntos en otra clase y ella me pidió mis apuntes, no los entendió, y también me pidió que se los explicara. Pensé que era más fácil hacer ambas cosas al tiempo. ¿Por qué no me dijiste antes que te molestaba tanto? Podríamos haber solucionado esto antes.
-Por imbécil. Por no molestarte.- le contesté ya mucho más calmada.
-Yo, en parte, quería darte un poco de celos también.- me confesó Daniel con la vista baja.
-¿Qué? Prácticamente me dejaste botada para darme celos? Con una vieja que bota la baba por ti?- le grité como loca. Eso no lo veía venir. -¿Pero por qué? ¿Cuando te he hecho dudar de lo que siento por ti?
-Nunca, o bueno, no conscientemente. Pero parece que no te molestara estar lejos de mi.- Joder, y yo que pensaba que era la insegura de la relación. Ya semejante confesión me tenía derrotada. Y Daniel tenía ese aspecto de desamparo. Que ganas de abrazarlo.
-Amor, pero si la celosa aquí soy yo. Te amo. Y si no te dije antes lo celosa que estaba, fue por tonta.- le dije haciendo arrumacos.
-Perdóname por ser tan imbécil, pero te quiero siempre conmigo. No me había dado cuenta hasta que empezamos a pasar tanto tiempo separados. Te extraño. - haciendo una pausa, miró a su alrededor, y viendo que casi nadie nos miraba, se acercó más a mi, tomándome de la cintura. -Y sin embargo, no me arrepiento de lo que acaba de pasar. Ni de lo que te dije. Eres mía. Siempre lo vas a ser. - por dios. Que dulce que era Daniel. Quería comérmelo con cucharita. -Si. -le dije pasándole los brazos por el cuello. -Soy tuya. Tu eres mío también.- no lo dije como pregunta, sino como afirmación. -Nos pertenecemos.- le di un suave beso en la mejilla. -Así arda en el infierno de los cursis!
Dejamos la palabrería para otra ocasión, y nos besamos una vez más. Un beso corto y dulce. Nos abrazamos, y empinándome, le susurré al oído -Mi vida, quiero estar de nuevo contigo, pero esta vez en un lugar en el que podamos gemir a nuestro gusto.- terminé con un simple beso en el cuello, aspirando su olor masculino que se mezclaba con su sudor. Me miró asombrado, pero luego me sonrió -Vamos a mi casa, también sigo con ganas de ti.