En las duchas de un camping
Durante unas vacaciones por el norte de España, dos jóvenes disfrutan de sus cuerpos en las duchas de un camping.
Fue en un camping durante un viaje con unos amigos por el Cantábrico. El camping estaba situado sobre unas laderas que se deslizaban hacia el mar y las parcelas estaban orientadas hacia él, de una forma mágica. Yo estaba ya bastante caliente, porque unas horas antes, desde la tienda de campaña había visto a un grupo de 4 o 5 chavales jugando a fútbol en la playa del camping. A los pocos minutos de estar observándolos (la verdad es que estaban buenísimos, marcaditos, bronceaditos...) se metieron en el agua y comenzaron el típico espectáculo que todos hemos hecho alguna vez: quitarse los bañadores y ponerlos en la cabeza. En ese momento me arrepentí de no haber llevado unos prismáticos, porque hubiera dado lo que fuera por verlos en pelotas, jugando, saltando, con sus pollas libres y sus culitos prietos de deportistas. Ya estaba anocheciendo, por lo que el espectáculo no duró mucho y a los pocos minutos se vistieron y salieron del agua entre bromas.
Como es de imaginar, yo estaba a cien tras varios días compartiendo tienda de campaña con mis amigos (ninguno de ellos sabe mi debilidad por las pollas), durmiendo a centímetros de ellos sin poder hacer nada más que mirarlos disimuladamente y ahora totalmente salido después de haber visto aquellas escenas, por lo que decidí darme una ducha.
Cogí mi toalla, mi neceser y unas bermudas y me dirigí hacia las duchas, que estaban en una caseta en la cima de la ladera. Eran los típicos vestuarios de camping: a la izquierda los retretes, a la derecha los lavabos y tras éstos, separados por una pared, las duchas, cerradas por una cortina que llagaba hasta las rodillas. Frente a ellas, apoyados contra la pared de separación se situaban los bancos del vestuario.
Nada más entrar, lo primero que me llamó la atención fue que no había nadie dentro y pensé en la fenomenal paja que me podría hacer. Pero sí que había alguien. Por debajo de una de las cortinas vi dos piernas morenas, delgadas, con un fino vello moreno y una pulsera en el tobillo. Pertenecían, claramente, a un chico joven y yo estaba cada vez más caliente. El chico se estaba enjabonando tranquilamente, seguramente ajeno a mis miradas e incluso a mi presencia, pues procuré hacer el menor ruido posible, por si pensaba que estaba solo y no se cortaba; así, con un poco de suerte, igual salía de la ducha sin toalla...
Me dirigí hacia los bancos para dejar mis cosas, pero no me alejé mucho de aquella ducha, sino que me puse casi enfrente, desde donde podría seguir viendo aquellas maravillosas piernas. Me fui quitando la ropa sin prisas, dándole tiempo aquel chico a aclararse y a salir. Cuando él cerró el agua, yo estaba completamente desnudo, con la polla morcillona. Al poco tiempo la cortina se corrió y él salió de la ducha con la toalla en la mano, tal como me lo esperaba. Se sorprendió de verme allí, y yo aún más cuando lo vi mientras disimulaba que cogía algo en el neceser. ¡Era uno de aquellos chicos de la playa! Y lo que era aún mejor: ¡estaba empalmado!
Cuando descubrí su erección me quedé petrificado, tanto que incluso mi polla adquirió el mismo calificativo al instante. Cuando quisimos darnos cuenta los dos teníamos clavada la mirada en la polla del otro. Cruzamos una mirada, mezcla de deseo, vergüenza y confusión, y él se giró completamente como para secarse y de paso calmarse, dejando al alcance de mi vista un precioso culo, pequeño, duro y firme.
La verdad es que el tío era todo un portento: mediría cerca de 1,80, delgado, marcando músculos pero sin exagerar, pelo corto moreno, casi sin vello corporal (sólo en las piernas, los sobacos y la polla), prácticamente imberbe y con una cara preciosa, entre chulesca, inocente y viciosa. De la polla no sé qué decir: era un rabo gordo, de unos 18 cm de largo, capullona, sin circuncidar y morena, con unas venas muy marcadas que mantenían la erección. Era tal como a mí me gustan, y su propietario otro tanto de lo mismo. No me lo podía creer, estaba frente a un tío cachondísimo, con un rabazo tremendo, desnudos y totalmente empalmados!
Ahora ya no sé si ese giro lo dio para evitarme o más bien para mostrarse en todo su esplendor, porque al momento se volvió a girar y siguió secándose como si nada. Yo no le quitaba ojo, total ¿qué podía pasar? ¿que me insultara o le dijera a sus amigos que un tío se empalmó al verle salir erecto de la ducha? Como se suele decir: "de perdidos al río", y tras lanzarle una nueva mirada de deseo total, moví la cabeza y lancé un resoplido, como diciendo: cómo estás y de qué manera te follaría. Y surtió efecto, porque el muchacho me miró, me hizo una seña para que le acompañara y se metió nuevamente en la ducha, dejando la cortina abierta.
Sin pensarlo dos veces le seguí. Me metí en la ducha y corrí la cortina con fuerza (no sería la única en correrse de esa manera esa noche).
Nos miramos un instante sin saber muy bien qué hacer, ya que creo que era la primera vez que él hacía algo así y yo tampoco era mucho más experimentado; pero al instante nos metimos las lenguas hasta el fondo, totalmente locos de excitación, sin pensar en que podría entrar alguien y pillarnos en plena acción. Le agarré el nabo y empecé a pajearlo mientras seguíamos chupándonos las lenguas; me encantó aquel nabo, caliente, palpitante y el olor a limpio de su piel, y el sabor de su baca me volvió loco. No me pude resistir y me agaché a mamarle la polla, que casi no me cabía en la boca. Me agarró con las dos manos por la cabeza y comenzó a follarme la boca. Era la primera vez que me pasaba eso, pasé de chupar una polla a que me follaran la boca, algo que al principio me mosqueó, ya que según dicen la chupo bastante bien y me jodía que se empeñara en follarme a su manera, pero en seguida le cogí el gustillo. Yo no podía hacer otra cosa más que chupar, por lo que me agarré a su tremendo culazo fuertemente y me dejé llevar. Poco a poco pasé de agarrarme a sus nalgas a comenzar un masaje en su agujero. A él pareció no importarle, es más, me facilitó el trabajo abriéndose un poco de piernas, por lo que pude empezar a introducirle unos dedos. Después, como pude, subí hasta su cara y le dije que ahora le tocaba a él, que me la chupara sin piedad. Se bajó hasta mi entrepierna y comenzó a chupar suavemente, a pasar la lengua por mi capullo y a lamer mis 17 cm de arriba a abajo; a chuparme los huevos y, por fin, se metió toda mi polla en su boca. Yo ya no aguantaba más, y estaba deseando correrme como un animal, pero tampoco quería dejar pasar la oportunidad de follarme ese culazo, por lo que lo cogí por la cabeza, lo levanté hasta mi cara y le dije:
-Quiero clavártela entera.
-Pues a qué esperas, me dijo él. No sabes lo caliente que estoy, y eso que aún ayer me follaron mis amigos en la tienda de campaña.
Eso aún me puso más caliente, porque no podía dejar de imaginarme esos cuerpazos que había visto en la playa follándose unos a otros, por lo que le di la vuelta, me ensalivé un dedo y lo pasé por su ojete. Al momento ese agujero se abrió y dejo entrar no uno, sino dos de mis dedos. Ya no hacía falta lubricar ni abrir nada, por lo que me situé detrás suyo y se la metí sin piedad, mientras él me decía:
-Sí, joder, no tengas miedo y métemela ya!
Y comencé un mete y saca frenético que nos llevó al éxtasis en unos momentos. Tras varias embestidas no pude aguantar más, saqué mi polla y me corrí sobre su espalda. Creo que nunca había salido tanta lefa de mi polla, debieron ser 5 o 6 chorros de leche blanquecina y espesa. Tras esto, se incorporó y me dijo que se la chupara para acabar él también. Me agaché y tras unas cuantas chupadas noté que su rabo se hinchaba, lo saqué de mi boca y seguí masturbándolo con mis manos mientras le daba unos cuantos lengüetazos en el capullo. Tras dos o tres segundos se convulsionó y soltó un grito ahogado mientras me llenaba la lengua de leche caliente que procuré no desperdiciar. Quedamos completamente extasiados, sin poder movernos, apoyados contra las paredes de la ducha mientra el agua caía suavemente sobre nuestros cuerpos desnudos, limpiándonos la corrida que nos quedaba sobre la piel. Un par de minutos más tarde reaccionamos, nos levantamos y nos duchamos nuevamente juntos. Tras la ducha, nos secamos y salimos juntos del vestuario.
Nos despedimos con un simple hasta luego, prometiendo no comentar nada nunca y hacer como que no nos conocíamos si nos encontrábamos por el camping yendo con nuestros amigos.