En la zapatería
Después de leer el relato, todos los lectores habrán conocido lo insospechado y gratificante del placer que se puede obtener gracias a los pies
En la Zapatería
Macarena Río. macarena_rio@yahoo.com
Como mi economía no ha estado muy bien que digamos en estos últimos tiempos, he tenido que hacer a un lado las cosas que me causan placer, pero que en estos momentos, se consideran un lujo. Por lo que el día de ayer, como recibí mi bono navideño en el trabajo, decidí darme el gran lujo de hacer dos cosas que para mí son de lo más placenteras: Ir a que me hagan pedicura y comprarme un par de zapatos.
Así que en cuanto dieron las 6:00 p.m., salí de la oficina como un rayo, para dirigirme a la estética a hacerme la pedicura. Al llegar, me encontré que habían incluido otro servicio adicional a pedicura normal, el SPA de pies. Este consiste en dar un buen masaje a los pies, y ponerle mascarillas (yo pensaba que eso se hacía en cara y cuello) para relajarlos, y dejarlos tan suaves como los de un bebé.
No pude resistir la tentación, así que como regalo navideño, me daría el SPA de pies y los zapatos. Sería una tarde formidable.
Había mucha gente, así que tuve que esperar un buen rato, cuando por fin me atendieron, me hicieron sentar en un sillón reclinable, lo cual me llamó la atención, y después de sentarme, lo primero que hicieron fue quitarme los zapatos que llevaba sin permitirme que yo lo hiciera, y hacerme poner lo pies en una tina con agua, la cual tenía sales aromáticas y la tina era especial, con jacuzzi para pies y vibrador para dar masaje. Sentía los pies en la gloria.
A los cinco minutos, la pedicurista, empezó a trabajar en mis pies, cortándome las uñas, quitando la cutícula y limando cualquier aspereza. Al terminar con eso, me seca perfectamente bien los pies, hace que me recueste en el sillón, y comenzó a darme masaje, primero muy suave, y luego con firmeza.
Empecé a relajarme, ya que no hay cosa que más disfrute que un masaje en los pies, y nunca me lo había dado nadie de forma profesional. Así que me relajé para empezar a disfrutarlo.
La chica sabía bien como mover sus manos, comenzó muy suavemente, recorriendo con sus manos todo mi pie. Y cada vez con mas firmeza. Tomando su tiempo para cada dedo, lo tomaba y lo masajeaba, despacio, dedicándole toda su atención a un simple dedo, relajándolo, acariciándolo como lo hacía yo con...
Dejé de pensar, traté de que mi mente no divagara tanto, últimamente, mi vida sexual no había estado muy activa, así que cualquier cosa me hacía pensar en la necesidad tan grande que tenía de hacer el amor. Siempre he tenido un carácter muy fogoso, y mi novio satisface todas mis necesidades, pero ahora, él está tan lejos...
La chica seguía trabajando con mis pies, sentía sus manos entre mis dedos, más que como un masaje, parecían caricias, sus manos eran suaves, sus movimientos firmes, como los de un amante experto. Empecé a imaginar que eran las manos de mi novio, unas manos que tanto placer me habían dado muchas veces, me dejé llevar por mi imaginación...
Imaginaba a mi novio, quien sabía a la perfección mi gran debilidad. Sabía que cuando acariciaba mis pies, podía hacer conmigo lo que quisiera, podía romper cualquier negativa, podía obtener de mí lo que más deseara.
Imaginé que era mi novio el que estaba en lugar de la chica, que era él quien estaba masajeando mis pies, quien me estaba complaciendo tanto. Me dejé llevar por mis sentidos, me dediqué a sentir esas manos suaves recorriendo mis pies, relajándolos, acariciándolos, complaciéndolos, que sensación tan maravillosa. Comenzaba a sentir como se humedecía mi vagina, mientras esas manos expertas me seguían acariciando. Empezaba a flotar, mi cuerpo se abandonó al placer que estaba sintiendo, pensando que esas manos eran las de mi novio, me encontraba relajada, feliz...
Muy pronto sentí como nacía en mí esa sensación maravillosa del preludio al orgasmo, mi piel comenzó a erizarse, sentía como la humedad rebasaba la frontera de mis bragas, mis sentidos me ganaban, hasta que escuché un leve gemido, un gemido que procedía de mi boca sin haberla abierto...
Abrí los ojos, y me costó trabajo entender donde estaba, cuando vi a la chica, ella me miraba con una sonrisa de ¿cómplice? En sus labios. Tuve que bajar de mi nube, no podía permitirme eso, como iba yo a tener un orgasmo en la estética, y mucho menos, provocado por una chica.
Recobré la compostura, y en lo que terminaba con el masaje, me dediqué a buscar el color del barniz que quería me pusiera en las uñas. Elegí un rojo fuego, un rojo muy intenso, a mí en lo particular no me encantaba ese color, pero sabía que a mi novio le volvía loco, tenía cierta fijación con los pies, y los míos, sin ser nada del otro mundo, le parecían muy bonitos.
Mientras esperaba que secara el barniz, comencé a pensar en cual zapatería tenía los zapatos más a mi gusto, me conocía todas las zapaterías de la ciudad, y tengo la manía de coleccionar zapatos, los tengo de todos los colores, con diferentes alturas de tacones, desde los zapatos de piso, planos totalmente, hasta con tacones de 15 cm de alto, zapatos cerrados tipo zapatilla italiana con tacón de aguja, sandalias, de todas las formas, desde las que son unas simples tiritas, hasta las que protegen todo el pie y solo dejan al descubierto el talón y los dedos. Era feliz comprando zapatos, y mi novio motivaba mi "vicio" cada vez que podía, me llegaba con un par de zapatos, los cuales le gustaba que yo estrenara cuando hacíamos el amor.
Antes de salir de la estética, pasé al aseo para quitarme las bragas, no era muy cómodo andar así por la calle, además de que me encantaba la sensación de libertad que eso ocasionaba. Cuando me encontré en la calle, sin pensarlo mucho, me dirigí a una zapatería donde tenían gran surtido de zapatos, pero sobre todo, ahí trabajaba un hombre muy servicial, y mucho muy atractivo, pero una de las razones por las que me gustaba ir ahí, era por que ese hombre, en más de una ocasión me había dicho que tenía unos pies muy bonitos, y lo que más me llamó la atención fue cuando me dijo que cada vez que veía mis pies, le hacía pensar en El Gran Duque, aquel que fue encomendado por el Rey para encontrar a Cenicienta, la dueña de la Zapatilla de Cristal. Y hoy, después del "tratamiento", sentía mis pies hermosos, pero sobre todo, hoy los veía distintos, los veía tremendamente sensuales y capaces de hacer cualquier cosa...
Al entrar en la zapatería, antes de buscar ningún zapato, mi mirada recorrió el establecimiento buscando aquel hombre a quien le gustaban mis pies, ahí estaba, mostrándole a una señora unos zapatos. - - Bueno - me dije - dejaré que termine con la señora, mientras voy escogiendo unos zapatos.
No me tardé mucho en escogerlos, inmediatamente, hubo dos que me gustaron, me llamaron como un imán. Rojos los dos, uno cerrado, con amplio escote al frente, delgados sin llegar a tener mucha punta. Tacón de 12 cm fino, sin llegar a ser un tacón de aguja. Lisos totalmente sin ningún tipo de adorno. Los otros eran unas sandalias, eran tres tiras al frente, muy delgadas, una que iba de lado a lado del pie, a la altura de los dedos, las otras dos, salían del mismo lugar que la primera, y se cruzaban al frente, dejando también un escote amplio, y una cuarta tira, para sujetarse al talón. Tacón un poco más alto. Me quedé observando los zapatos, imaginando como lucirían en mis pies.
Nuevamente busqué al dependiente, estaba dándole el cambio a la señora que atendía cuando llegué. Me encaminé hacia él, disimulando un poco, tratando de parecer que buscaba simplemente alguien que me atendiera. Antes de llegar a donde estaba, él me vio, y adelantándose al uno de sus compañeros, me saludó: - - Bienvenida Señora, ¿le puedo ayudar en algo? - - Gracias, sí, ¿me podría mostrar unos zapatos? - - Con todo gusto, sólo dígame cuáles...
Le mostré los zapatos que quería, ni siquiera se molestó en preguntarme que número calzaba, él lo sabía perfectamente.
Me dirigí a la sección donde estaban las sillas para probarse los zapatos. Busqué la más retirada, puse mi bolso en la silla de a lado, prendí un cigarrillo, y me dediqué a esperarlo. Normalmente no hubiera prendido el cigarrillo, y en su lugar, me hubiera quitado los zapatos para esperar los que me probaría, pero decidí que no, que ahora no lo haría así. El se sentía como "El Gran Duque", dejaría que se comportara como tal.
Apenas había terminado de encender el cigarrillo, cuando el hombre se encontraba a mi lado, no traía como normalmente acostumbran un solo zapato de cada par, traía los dos pares, y otros dos adicionales, también en color rojo.
Acercó el banquito, se sentó en él, y sin decirme nada, tomo mi pierna a la altura del tobillo, me quitó el zapato, y lo colocó sobre el banquito como siempre acostumbra. Esta vez, yo estaba muy consciente de mis pies, y lo bien que lucían. Observé su rostro como tratando de buscar alguna señal, y la encontré. No terminaba de soltar el pie, y lo veía de una forma muy extraña, sin soltarlo, estiró la otra mano para tomar mi otro pie, entonces, soltó el primero para quitarme el zapato, y al intentar colocar mi pie sobre el banquito, y sin que se lo esperara, yo coloqué mi pie sobre su rodilla, y lo miré a los ojos. Él turbado, bajó la mirada y se quedó mirando mis pies. - - ¿Qué zapatos me has traído? - le pregunté - - Los que usted ha pedido Señora - contestó. En su voz se escuchaba un leve nerviosismo. - - ¿Por qué no me los muestras?
Acto seguido, tomó el primer par, el cerrado que yo había elegido, y con sumo cuidado y hasta con cierta reverencia, me los puso. Colocando ahora sí cada pie en el piso.
Me paré para acercarme al espejo, caminé unos cuántos pasos. A pesar de que el tacón era alto, no perdía el estilo al caminar. Me gustó mucho la imagen que el espejo me devolvió. Los tacones altos, estilizan mucho la pierna.
Regresé a mi asiento, al sentarme, dejé un pie en el piso, y el otro lo puse en el banquito, abriendo levemente las piernas. Él lo notó, y trató de ver algo más allá de mis rodillas. Se lo permití por unos segundos, e inmediatamente junté las piernas, me incliné hacia él, y con una voz más melódica y muy suave le dije: - - ¿Qué te parecen? - - Se le ven estupendos señora - - ¿No crees que las sandalias lucirían más? - - El que se ponga usted lo luciría igual, tiene unos pies preciosos - - ¿Te lo parece?
Al decir esto, me quité el zapato, y levanté mi pie hasta apoyarlo nuevamente en su rodilla, y apoyando mi barbilla sobre mi rodilla, le pregunté con la voz más sensual que he podido hacer y de manera inocente: - - ¿De verdad te gustan? - - Sssiii... sí, mmee me gustan mumucho - tartamudeó - - Pues muchas gracias
Me enderecé apoyando mi espalda en el respaldo de la silla, me quité el otro zapato, y lo puse sobre el banquito. Me vino en ese momento a la memoria, el masaje tan maravilloso y sin pensarlo, el pie que tenía apoyado sobre su rodilla, y lo empecé a desplazarlo por su muslo. Él, de forma instintiva, se puso en pie de un salto, diciéndome que iría por otro par de zapatos.
Ese tiempo en él que entró a la trastienda, me hizo analizar lo que estaba sucediendo. El masaje me había dejado muy excitada, y buscaba la forma de desahogarme. Normalmente yo no soy así, sé controlarme. Pero en estos momentos, estaba fuera de control. Miraba mis pies, y no terminaba por entender que tuviera aquella sensación de placer sexual tan solo por las caricias que estimularon mis pies. Pero eso había ocasionado que mi "temperatura se elevara, y la verdad, me sentía muy bien. Me sentí dueña de la situación, y eso me gustó. Aproveché ese tiempo, para acomodar mi falda, y así permitirle a aquel hombre que notara la falta de mis bragas.
Cuando el hombre regresó, se detuvo a hablar con uno de sus compañeros. No traía nada en las manos... ¡Cómo me hubiera gustado ver lo que hizo en la trastienda!
Se volvió a sentar en el banquillo, y sin atreverse a mirarme, tomó nuevamente uno de mis pies, y empezó a ponerme con mucho cuidado una de las sandalias. Cuando lo hubo hecho, posó mi pie sobre el banquito y tomó mi otro pie para hacer la misma operación. Su mirada subió lentamente recorriendo mi pierna, hasta que al llegar a la altura de las rodillas, intencionalmente abrí un poco las piernas, para, ahora sí, permitirle que viera más. Hacía pocos días, había recortado todo mi vello púbico y me había depilado muy bien la zona del bikini, ya que el fin de semana anterior, había ido con unas amigas a la playa. Por lo cual, él podría ver el brillo que provocaba la humedad en mis labios.
Su mirada se detuvo, sus manos comenzaban a temblar. Aproveché ese momento, para levantarme, y caminar hacia el espejo. Y no precisamente para ver mis pies. Quería ver que tan concurrida estaba la zapatería. Era tarde, la clientela comenzaba a marcharse, al igual que algunos de los empleados. Cuando regresé a mi asiento, sólo quedaba el cajero quien estaba concentrado haciendo cuentas, y el hombre que me atendía. Sonreí para mis adentros, ¡Vaya si me atendía!
Él no se había movido de su sitio, y me dijo con voz temblorosa: - - Le quedan bien las sandalias - - ¿Mejor que los otros? - - ¡Sí! - Respondió categórico - - ¿Por qué lo dices? - - Por que con las sandalias puede lucir mejor sus pies, pies dignos de cualquier princesa.
Nuevamente coloqué los pies sobre el banquito, e inclinándome hacia delante, hice el ademán de quitarme las sandalias. Su reacción fue la que esperaba. Se adelantó y comenzó a quitármelas. Al quitarme la primera, puse mi pie sobre su rodilla, y al descalzarme el otro pie, repetí la operación colocándolo sobre su otra rodilla. Eché un vistazo rápido al cajero, y vi que seguía muy ocupado con su cierre de caja.
Me recargué nuevamente sobre el respaldo, y empecé a deslizar mis pies por sus muslos, con caricias seductoras y firmes. Me sorprendía a mí misma con esa actitud, jamás había hecho eso, ni siquiera había pensado en mis pies como una poderosa arma sexual. Estaba dispuesta a descubrir, hasta donde podía llegar.
El hombre se enderezó, colocó sus manos sobre mis pies, y comenzó a acariciarlos sin mover sus manos, solo permitiendo que mis pies continuaran sus movimientos ascendentes por sus muslos. Poco a poco, mis pies se fueron volviendo más atrevidos, mis dedos comenzaron a llegar a la parte alta de su entrepierna. Cada vez que mis dedos tocaban su verga, la iba sintiendo más dura. Veía perfectamente el bulto que iba creciendo bajo su pantalón. Él continuaba sin hacer nada, estaba como hipnotizado con el movimiento de mis pies.
Decidí ser más atrevida, y sin bajar mis pies de sus piernas, me incliné hacia él, y acerqué mis manos hacia su cinturón, el cual pude soltar sin mayor problema, continué con el botón y la cremallera del pantalón, y con un suave pero firme movimiento, liberé su verga. Con mis manos, la acaricié muy suavemente por unos instantes, para después volver a recargarme en el respaldo de la silla y continuar con lo que había suspendido.
Mis pies siguieron acariciando sus muslos, pero ahora, mis caricias se habían vuelto mucho más agresivas, no se concretaban a los muslos, sino que pasaban más tiempo cerca de su verga. Con mis dedos, suavemente la recorría toda, de arriba abajo, trataba de no dejar un solo centímetro sin acariciar. Deslicé mi cadera hacia delante de la silla, para poder tener más libertad de acción, entonces, comencé a concentrarme en ese instrumento tan maravilloso, capaz de dar tanto placer... Ahora, lo que yo quería, era darle placer, así que coloqué mis piernas de tal manera que pude acariciarla con las plantas de los pies, presionaba un poco, y movía mis pies de arriba abajo sin soltarla e intercalando con movimientos de "molinillo" suaves y lentos.
Le miré a la cara, tenía los ojos cerrados, y los músculos estaban tensos. El sudor comenzaba a recorrer su frente. Busqué al cajero, no lo vi por ningún lado.
Él tomó mis pies y los fue dirigiendo, enseñándome paso a paso lo que debía hacer. Era algo maravilloso, nunca había imaginado que los pies pudieran dar tanto placer, cerré los ojos, seguí moviendo los pies como él me enseñaba, nunca creí que los pies tuvieran la sensibilidad para sentir todos y cada uno de los pliegues y salientes de esa verga. Sentía como crecía, como se iba endureciendo, cada vez más. Y yo... yo sentía un placer que nunca pensé que se pudiera dar a través de los pies. Era algo maravilloso.
Al poco tiempo, comenzaron sus gemidos, sentí las palpitaciones de su verga, hasta que reventó en un profundo orgasmo. Yo estaba fascinada, nunca pensé poder hacerlo tan solo con los pies. Toda su leche se derramó sobre mis pies. Me gustó sentir ese líquido caliente escurriendo entre mis dedos. Cuando terminó, tomó mis pies con las dos manos, y con suaves caricias, esparció su semen por todos mis dedos, los llevó hasta su boca. Con su lengua limpió todo, chupando con delicadeza cada uno de mis dedos, metiendo su lengua entre mis dedos. La sensación era tremendamente placentera y me dejé llevar, recordé el masaje y lo que había sentido, pero esto... esto... esto no tenía igual.
Sin apenas darme cuenta, reventé en un orgasmo maravilloso, uno que salía desde el fondo, se me crisparon los músculos, encogí los dedos de los pies, pero ni así dejó de lamerlos y chuparlos... Yo continuaba en un maravilloso orgasmo, una clase de orgasmo que nunca había experimentado, uno que me hizo llegar casi a la inconsciencia.
Cuando me recuperé, lo miré a los ojos, brillaban de una forma especial. Seguía sosteniendo mis pies en sus manos, como acunándolos... Sin decir palabra, me puso mis zapatos, me puse de pie. Tome los dos pares de zapatos que me había probado, y me dirigí a la caja. No había nadie. Saqué de mi bolsa el importe exacto de ambos pares, y sin voltear, me dirigí a la puerta.
Al llegar a casa, me recosté y nuevamente observando mis pies pensé: - - Me alegra haber descubierto que no sirven solo para sostenerme y caminar