En la sauna
Relato corto...
Dudas si entrar en la sauna. Sabes que ella está ahí. Imposible no haberse dado cuenta. Como siempre, se ha preocupado de pasar a tu lado y dedicarte una sonrisa mientras clava sus ojos marrones en los tuyos. No una sonrisa de cordialidad o de simpatía, sino de esas que lucen los lobos ante una presa acorralada, antes de darse el festín.
Te sientes intimidada. No solo por ella, sino también por ti. Es posible que su intención no sea en absoluto hacer una nueva muesca en su revólver, añadir una nueva conquista a su palmarés. Quizá sea algo serio, quizás este enamorada y lo vuestro pueda tener recorrido. Pero asusta su determinación y su desparpajo. Te lo dejó claro el primer día que se acercó a ti. No hubo contacto físico ni falta que hizo. Sus palabras acariciando tus oídos, su forma de situarse frente a ti, de moverse a tu alrededor, de mirarte…todo lo decía con ello, las palabras que oías no tenían importancia, todo estaba en el tono y los gestos.
Desde entonces, siempre va al gimnasio cuando estás tú de turno. Y aprovecha para verte, para decirte cuanto le gustas en vuestro idioma, desconocido para todos los demás. Para dejar propuestas en el aire, esperando que alguna vez des el paso definitivo hacia ella.
Aun dudas. Jamás te gustaron las mujeres, esto es algo nuevo para ti. Pero desde que cortaste con el imbécil de tu novio, llevas una año sin querer saber nada de nuevos compromisos, ni nuevos hombres. Y ahora resulta que te pone la posibilidad de que una clienta joven y pija, del exclusivo gimnasio donde trabajas te tire los tejos. Que todas las noches te tienes que masturbar pensando en ella. Que lo primero que piensas al levantarte y ver el otro lado de la cama vacío, no es en un joven amante que lo ocupe, sino en ella con el pelo desparramado sobre la cara, los labios entreabiertos y el cuerpo sudoroso por el calor.
Igual de sudoroso que tiene que estar ahora, en esa sauna exclusiva para mujeres, donde sabes que a veces se ponen desnudas sobre la toalla. Pero las demás no te importan. No te atraen ni te confunden. Solo ella.
Tienes que hacer tu ronda, te toca entrar, comprobar temperatura y que hay agua para generar vapor. Recoger cualquier prenda olvidada. ¿Esperaras a que salga?
De sobra sabes que no, eres precisa como un reloj suizo, y ella también lo sabe.
Entras y te la encuentras sentada en el banco de madera, las rodillas en alto sobre la toalla. Los pechos al aire pero… ¿Se ha quitado el tanga?
Estáis solas. Ha sabido elegir el momento. Tienes que mirar el termómetro y hacer tu breve inspección visual, pero no puedes apartar los ojos de ella. ¿Está realmente desnuda? Entre el sofoco y el vapor no eres capaz de decirlo con seguridad.
Ella parece leerte el pensamiento, como siempre. La emboscada ha dado resultado y te tiene donde ella quería. Estas a su merced y no mueves ni un musculo. Y por supuesto, no emites ni una sola palabra. Solo tu respiración ansiosa y entrecortada. Lentamente, separa los tobillos y deja al descubierto su secreto. Un coñito delicioso, totalmente depilado, aparece frente a ti. Se muerde un labio y mantiene la posición y la mirada.
Esa mirada que te taladra y hace que te tiemplen las rodillas. A ti, que hasta hace un mes casi te repugnaba la idea de estar con otra mujer. Y sin embargo ahora no puedes apartar la vista de su sexo húmedo, ni de su boca, mientras sientes que tú también te mojas. Que tus pezones se erizan hasta casi dolerte.
Toda la estancia da vueltas en torno tuya y estas empapada en sudor. Vestida, no deberías estar más de dos minutos dentro de la sauna. Te empiezas a marear. Con la mirada nublada, te giras y a tientas casi, abres la puerta y sales. Te diriges a la puerta de emergencia, aunque sabes que está prohibido, y sacas la cabeza para respirar el aire frio a bocanadas. Su imagen viene nítida a tu mente una y otra vez. Ya no puedes ignorar que no pasa nada. No hay error posible, no te lo puede decir más claro. Y tampoco puedes fingir que no te importa, que no estas dispuesta a pasarte a la otra acera. Le hubieses comido la boca, los pechos, el sexo, todo lo que ella te hubiese pedido de haber estado solas en otro lugar y no en tu puesto de trabajo.
Te siguen latiendo las sienes cuando notas una mano en tu hombro. Es ella. Tiene el bañador puesto y la toalla cubre sus pechos, pero tú la sigues viendo desnuda, separando las piernas para ti, ofreciéndotelo todo. Esta vez el mensaje es claro y nítido, sin error ni interpretación posible. No puedes esquivarlo ni fingir que no te enteras. Te estremeces al oírlo.
Te espero fuera cuando acabes tu turno.
No hay más. No es necesario decir nada. Ella sabe a qué hora sales y donde aparcas tu moto. Solo puedes balbucear un si que apenas te sale del cuerpo.
A ella le brillan un instante los ojos y te sonríe. Y sabes que a partir de esta noche ya nada será igual para ti.