En la sala de espera

Cuando una chica tiene ganas de jugar casi siempre tiene las de ganar. A mi me gusta estar ahí para jugar y competir si me dan la oportunidad.

Entro en la sala de espera del oculista y veo que hay esperando una señora con su hijo de siete u ocho años y una adolescente que acompaña a un anciano. La consulta va con retraso y me hago a la idea que me va a tocar esperar un rato.

Tras coger un tebeo me siento en un lateral frente al anciano. Leo un par de páginas, se me escapa una carcajada y levanto la vista, para comprobar si los demás entienden que me ha hecho gracia. Nadie da señales de haberse inmutado.

La chica viste una falda muy corta y tiene unas bonitas rodillas, que captan mi atención. Las mantiene un poco separadas,  quizás si separa un poco las piernas me muestre sus braguitas y así me pueda entretener un poco.

Con estos pensamientos en la cabeza no me doy cuenta que ella se ha dado cuenta que la estoy mirando. La chica aprieta las piernas de forma repentina, y ante la sorpresa la miro a la cara. Ella me muestra su degradado con una expresión de enfado que me trata de transmitir.

Yo le respondo con mi mejor sonrisa, recompongo la posición de la gorra de visera que llevo, me estiro la chupa y me revuelvo en el asiento, tratando de decir: “miraba sin querer, no soy un salido acosador de chicas”.

Vuelvo a la lectura del tebeo, pero enseguida miro por encima del papel comprobando que ha vuelto a separar las piernas y el canalillo es ahora un poco más amplio.

La miro a la cara y ella me contesta sacándome la lengua a modo de burla. Pongo una mueca graciosa fingiendo extrañeza, y logro arrancarle una sonrisa.

Para mitigar el aburrimiento de la prolongada espera empieza a jugar abriendo y cerrando las piernas, unas veces más y otras menos. Capta mi atención y le muestro mi satisfacción cuando las separa y mi desaprobación haciendo pucheritos cuando las cierra.

La mujer con el niño pasan a la consulta y nos quedamos solos la chica, el anciano al que acompaña y yo. El viejo está ojeando una revista y esta ajeno a nuestro jueguecito que va subiendo de temperatura. Ya me ha mostrado varias veces sus braguitas de rayas azules y blancas.

Disimuladamente le hago muecas en función de si me gusta mas o menos lo que veo, hasta conseguir que sonría de vez en cuando. Lentamente separa las piernas y se levanta la faldilla lo suficiente como para enseñarme toda su entrepierna. Arqueo las cejas y abro la boca representando mi sorpresa y mi aprobación. Ella sonríe abiertamente.

Mi contestación es inmediata. Recojo mi pantalón tipo chándal, de esos que llaman “cagaos” y los ajusto encima del bulto de mi polla que ya ha cogido una buena dimensión. Con mucho disimulo le muestro el buen bulto que se produce. Parece que esta visión le interesa y sigue mis travesuras con atención.

Instantes después ella toma la iniciativa. Como mucho disimulo y haciendo unas maniobras que solo las chicas saben hacer se quita las bragas dejándolas en el asiento al lado opuesto a donde está su acompañante. Yo las puedo ver pero él no.

La chica me mira con cara de querer plantear un reto. En contestación, le muestro mi bulto ahora mayor que antes. Tras mirarlo con detenimiento empieza a separar las piernas muy despacio, igual que cuando se abre el telón en un teatro.

Su peludo coño queda expuesto a mi vista mientras ella sonríe victoriosa. Esto no puede quedar sin respuesta. Cubriéndome con el tebeo me saco la polla en espera de tener la oportunidad de enseñarle que yo no me quedo atrás.

Pongo la revista de forma que el anciano no pueda ver nada, pero por la otra parte le enseño a la chica como se me ha puesto el pollón. Ella se lleva la mano cerca de la boca y se va chupando los dedos de una forma muy provocativa. Yo me la cojo con dos dedos y bajo el pellejo para dejar al descubierto mi enrojecido capullo. Ella se chupa el dedo gordo aparentando mucho placer.

La chica se levanta y se pone a decirle cosas al anciano cerca del oído, para eso tiene que inclinarse hacia delante dándome la espalda. La muy zorrita se ha colocado el borde inferior de la faldilla cogido a la cintura con lo que me enseña todo su culo completamente desnudo.

En ese momento tengo que reconocer su victoria sin discusión en este juego. Tampoco hay posibilidad de réplica por mi parte pues ha salido la enfermera para indicarles que entren  la consulta, con lo que me quedo solo en la sala de espera con una dolorosa erección.

Tengo que buscar la forma de conseguir la revancha. Esto no puede quedar así. Mientras sigo dándole vueltas a esta idea, la chica y su acompañante salen de la consulta. La enfermera me da indicaciones para que pase a la visita.

Yo lo único que puedo hacer es mirar como ella se aleja en dirección al ascensor. Mueve sus caderas con una gracia especial y hace que su faldilla se ondule acompasadamente pegada a su trasero.

Mi consulta con el médico sólo dura unos minutos y enseguida ya estoy en la calle en busca de mi coche. Al girar la esquina me encuentro con la chica de la consulta que trata de parar un taxi. Me acerco a preguntar ya que parece algo nerviosa.

Su anciano acompañante ha sufrido un leve desvanecimiento y lleva varios minutos tratando de conseguir un taxi para volver a casa y no hay forma de que ninguno les atienda. Le ofrezco llevarles en mi coche y ella no lo acepta, a pesar de su amplia sonrisa.

Me voy, cojo el coche y paso junto a ellos. Le hago un segundo ofrecimiento y esta vez si que lo acepta. Creo que las circunstancias le obligan y quizás también quiere continuar nuestro juego.

Se sientan en los asientos traseros y en completo silencio les llevo hasta la dirección que ella me indica. Al llegar al destino se bajan, y se encaminan hacia la entrada del edificio. La chica se vuelve un instante:

-       “Espera cinco minutos. Vuelvo enseguida”, me dice y luego me guiña un ojo con una pícara expresión.

Tras  unos minutos de espera, aparece jovial y sonriente. Se sienta a mi lado y una vez acomodada me pide que vayamos a un sitio “tranquilo”.

Nada más arrancar se pone de medio lado mirando hacia mí, me pone la mano sobre el muslo y me mira sonriente como anunciando que lo que viene a continuación va a ser muy especial. Conduzco hasta una zona muy discreta donde suelen ir las parejas donde creo que vamos a tener la intimidad necesaria.

Me mira, acerca sus labios a los míos y nos damos un primer beso de reconocimiento. A continuación se separa y con parsimonia se va subiendo la faldilla hasta poner descubierto su pubis. La contemplo con creciente excitación. Ella se recoloca, pone su pie entre mi culo y el asiento, dejando ante mi vista su pubis rasurado.

Para mi deleite se empieza a tocar muy despacio regodeándose con la situación. Mi polla hace rato que esta pletórica y deseando salir a escena. Mientras ella se sigue tocando, yo con una rápido movimiento me bajo el pantalón hasta los tobillos, y dejo a la vista la polla totalmente erecta. Me empiezo a tocar e inicio un lento sube y baja. Ella me responde frotándose con más intensidad, separando los labios de su vulva y metiéndose los dedos profundamente.

Cada cual por su parte nos estamos dando placer contemplando como el otro va creciendo en excitación. Me la cojo y me pajeo lentamente ante su atenta mirada. Ella me muestra orgullosa su sonrosada vulva que brilla por la presencia de sus flujos.

Ya la tengo tiesa al máximo y tan inflada que parece a punto de reventar. La cojo por la base y la hago agitar para que el capullo oscile de un lado y a otro. Esto hace que ella se acomode para poder metérsela en la boca, engulléndola casi por completo. Me la chupa con ganas, la llena de saliva y a continuación me la menea con fuerza.

Muy satisfecha por el resultado de su actuación, se atreve a ir un poco más allá. Busca sitio y se sienta a horcajadas sobre mí. Siento como poco a poco mi polla la va penetrando hasta que sus nalgas entran en contacto con mis muslos. Me abraza la cabeza y a continuación se centra en un galope lleno de lujuria del que gobierna el ritmo a su antojo.

Inmovilizado en mi asiento lo único que puedo hacer es acompañar sus movimientos con mis manos sobre las caderas. Incrementa el ritmo y la intensidad según su voluntad. En medio de unos fuertes gemidos siento como un caliente fluido brota de su sexo y me moja mi entrepierna. Ante esta avalancha de sensaciones me llega el orgasmo. Me corro dentro de ella sin poder dominar la situación.

Ella apoya su cabeza junto a la mía, respira entrecortadamente y poco a poco trata de recobrar el aliento. Ha sido una cabalgada impresionante y ahora nos tomamos unos instantes para disfrutar del regusto que queda despuésde una sensación tan placentera. Tras unos minutos paralizados en este cálido abrazo, ella vuelve a su asiento y me pide que la lleve a casa.

Tras darme un largo beso me dice:

-       “Tengo que volver a casa. Ya te llamaré para darte la oportunidad de responderme.”

De momento, ella ha vuelto a ganar. Tengo que buscar la forma de darle una apropiada respuesta.

Deverano.