En la playa con Sofía
Un inocente cigarrillo, hizo que pudiera pasar una noche con Sofía, una mujer casada y feliz.
Me presentaré, me llamo Pedro y os contaré lo que me sucedió hace pocos días en un pueblo costero del levante español.
Cuando vi a Sofía por primera vez, era por la tarde. El sol empezaba a caer lentamente. Estaba en la playa, tumbado sobre mi toalla. De vez en cuando, mi mirada se perdía hacia la extensión de arena que me rodeaba y al mar.
A unos pocos metros, se encontraba una mujer sola. Tendría más o menos mi edad, en torno a cuarenta años. Su pelo rubio no decía nada en comparación a sus increíbles pechos, que rellenaban el sujetador de su bikini.
No la presté demasiada atención. Una mujer atractiva más. Y todo habría quedado ahí, si unos minutos despues, no se hubiera acercado hacia donde yo estaba para pedirme fuego y encenderse un cigarrillo.
Yo estaba pasando unos días solo. Necesitaba desconectar de mi trabajo, y para ello, nada mejor que escaparme unos días, sin amigos, sin familia, sin nadie con quien pudiera tener el más mínimo trato cotidiano.
Yo no fumaba, pero acostumbraba a llevar siempre un encendedor en la bolsa de playa, y comencé a buscarlo. Una vez lo encontré, me levanté e intenté encenderlo sin demasiado éxito. Ambos empezamos a reír, cuando una y otra vez, el mechero se apagaba por el aire de la playa. Jamás una tarea más sencilla se había complicado tanto.
Al final, ella optó por coger su toalla, y rodeó nuestros cuerpos, para evitar que se volviera a apagar la llama del fuego. Por fin la llama prendio.
Los momentos que estuvimos peleando con el viento, nos permitió romper el hielo y comenzar a hablar.
Ella llevaba ahora una camisola azul, pero dejaba entrever perfectamente sus grandes tetas. Me parecía una mujer de bandera.
Como te llamas? Le pregunté. Sofía me respondió. Yo Pedro, y procedimos a darnos el beso de rigor, anterior a la típica frase de encantado de conocerte.
Estás solo? Si, respondí. Vine a pasar unos días de playa. Tengo un trabajo bastante estresante, y de vez en cuando necesito tomarme unos días de relajo. Estar solo, sin amigos, sin nadie que pueda recordarme mi vida diaria.
Tú, estás sola? Si, contestó. Mi caso es distinto. Soy una mujer casada, con dos hijos, pero de vez en cuando me gusta perderme. Este es un buen lugar. Vengo un par de días y vuelvo a casa con las pilas cargadas.
Estuvimos hablando bastante tiempo, hasta que ya empezaba a oscurecer. Recogimos las cosas y caminamos. Le pregunté donde se hospedaba, a lo que me respondió que tenía un piso en el pueblo, un apartamento familiar, pero que apenas lo utilizaban. Prácticamente los momentos en los que una vez al año, ella se escapaba de su mundo. Por mi parte, yo tenía una habitación en un hotel.
Cuando nuestros caminos se iban a separar le pregunté si deseaba que tomásemos algo por la noche, incluso si ella quería, la invitaría a cenar. Sofía se mostró receptiva, y me dió el número de su móvil, a lo que respondí entregándole el mío.
Me tumbé un rato en la cama, y mi imaginación se disparó. Realmente me parecía una mujer fascinante, aunque el que estuviera casada parecía un problema a priori para que pudieramos conocernos mejor. Por otro lado, el que hubiera aceptado mi invitación a salir, significaba que al menos, le había resultado interesante o atractivo.
Despues de descansar unos minutos, procedí a ducharme y a arreglarme para mi cita.
Mi aspecto ahora era distinto al de hacía un par de horas. Esperaba estar atractivo para ella. No obstante, no debía hacerme demasiadas ilusiones, con una mujer casada.
A la hora prevista, me presenté en la cafetería donde habíamos quedado. Yo fuí el primero en llegar, de escándalo, en todos los sentidos, un vestido rojo escotado. Sus piernas eran preciosas. Me imaginaba un sujetador enorme, para controlar sus enormes pechos, y un minúsculo tanga, para tapar lo justo. Sus gafas, le daban un aspecto de madura intelectual que aún hacía que me excitase más.
Nos volvimos a dar un beso, y pidió una copa de vino. Una vez la tuvo en su mano, brindamos por la suerte de habernos conocido.
Quise sorprenderla, y la invité a cenar a un restaurante lujoso del puerto. Tenía toda la noche para ella, e iba a emplear todas mis armas en conseguirla. No hay nada más morboso que una mujer casada, y sobre todo con sus atributos.
Despues de cenar, fuímos a bailar un poco. Tomamos unas copas. Ella no paraba de moverse, imagino que en gran parte, por causa del alcohol. Yo la veía moverse, y mi excitación aumentaba. Ella pasaba sus manos sobre mi cara, hombros. Yo de vez en cuando le agarraba la cintura, y descuidadamente, le tocaba ligeramente las tetas por encima de su camisa.
Nos acercamos a la barra a pedir otra consumición. Ella iba delante de mi, momento en que la agarré por la cintura. Ella al sentirlo giró su cabeza, y mis labios se acercaron a los suyos. Despues de un primer beso suave, siguieron otros mucho más fuertes. Nuestras lenguas recorrían las bocas del otro. Nuestros cuerpos se apretaban.
Nos fuímos a un pequeño sofá que había en un apartado del local. La música era alta, pero se podía hablar. Comenzamos a besarnos, de forma apasionada. De vez en cuando, tocaba sus pechos.
Justo en frente, había un grupo de chicos jóvenes, en torno a 20 años. Al vernos, lo caliente que estábamos, empezaron a comentar en voz alta, para que llegase a nuestros oídos, que deberíamos irnos a un hotel. Que ya no teníamos edad de magrearnos en público.
Sofía y yo nos miramos, y nos echamos a reír. Era cierto, ya no teníamos edad de que nos vieran calentarnos en público. En ese momento salimos y mi pregunta fue la clásica.
A tu casa o a la mía? Ambos reímos. Yo no tengo, pero creo que será mejor lugar, mi hotel, no crees? Las copas, el calor, lo caliente que íbamos ambos, nos hacía reírnos de cualquier cosa. Caminábamos abrazados, nos agarrábamos de la mano, nos besábamos. Me sorprendía lo sensual de la situación, teniendo pareja y no estando esta excesivamente lejos.
De vez en cuando buscábamos algún lugar obscuro, y nos tocábamos por encima de nuestra ropa. En una de las acometidas, aproveché para meter mi mano por debajo de su falda, y asegurarme, como ya suponía, que llevaba un pequeño tanga.
Llegamos a mi hotel, y pedí la llave de la 232, que era la habitación que ocupaba. En el ascensor nos magreábamos, y aproveché para volver a meter mi mano por debajo de su falda, y esta vez pude tocar por primera vez su coño, que se notaba totalmente húmedo por la excitación que estábamos viviendo.
Intentaba meter la llave en la cerradura y de nuevo volvieron las risas. Me costaba trabajo, en parte por las copas tomadas y por otro lado porque ella no paraba de tocar mi paquete. Al final, la puerta se abrió y pudimos entrar en la habitación.
Según estuvimos dentro, nuestras bocas volvieron a juntarse y nuestras lenguas y labios a apretarse. La entrega era total. Estábamos a punto de comenzar una noche loca, de lujuria total.
Sin dejar de nuestras lenguas y con los labios pegados, caímos como una fruta madura en la cama. Rápidamente me puse encima de ella y comencé a apretar sus tetas. Eran tan grandes que mis manos no las podían abarcar y me encantaba que fuese así.
Nos avalanzamos uno encima del otro. Comenzamos a comernos literalmente. Nuestras ropas volaron literalmente y en menos de un minuto estábamos tan sólo con ropa interior.
Mis manos se avalanzaron sobre sus senos, y le metí las manos, ambas, por debajo del cazo de su sujetador. Eran enormes, y estaban totalmente empinadas, casi como mi pene. Sus pezones eran enormes, le cubrían casi la mitad de su pecho, y la punta de su pezón se erguía de forma desafiante.
Las llevé a mi boca para probar el delicioso bocado que suponía el exquisito manjar de sus mamas. Al final me centré en sus pezones casi en exclusividad. Con la mano derecha le tocaba sus pezones, y con mi boca le chupaba la otra. Despues cambié.
Tomé el frasco de leche corporal que tenía en la habitación, y que usaba despues de venir de la playa y vertí un fuerte chorro en sus tetitas. Ella notó el frío de la crema, pero al momento, notó como sus pechos se iban lubricando, y mis manos se deslizaban suavemente, por todos los lugares.
Ella bajó mi boxer y agarró fuertemente mi polla para llevársela a la boca. Era toda una experta. En esos momentos mi lujuria llegaba ya a límites insospechados y casi insoportables para mi. Despues de unos lametones tuve que moverle la cabeza para sacarla de su boca, puesto que veía que me podía correr en breve.
Le bajé suavemente el tanga, que apenas le tapaba su rajita. Lo tenía totalmente depilado, con lo cual su chochito era aún más evidente. Comencé a tocarlo, a pasar mis dedos hasta llegar a su clítolis, mientras volvía a besarle de los pechos, ahora mucho más resbaladizos.
Mi lengua fue bajando por todo su cuerpo, tripa, ombligo, cintura......... hasta llegar a su chochito.
En esos momentos, ella tenía toda su rajita encharcada, y casi sobresalían sus líquidos por encima de su abertura. Pasé mi lengua entre los labios, despues la introduje lentamente dentro de su rajita, para finalmente, abriendole totalmente su sexo, llegar hasta su clítolis.
Ella comenzó a temblar como exorcitada. En breve consiguió correrse. Era algo normal, estando tan caliente.
Por el contrario, yo estaba aún fresco, por lo que aproveché a volverle a separar las piernas y penetrarla. Lo hacía lentamente, lo que le permitió recuperarse en breve, y empezar a gozar de nuevo. A los pocos segundos, comenzó a gritar de placer. Seguí penetrándola, y cuando pensé que me correría, ella me hizo parar. Quería que me corriese en su boca.
Me tumbó boca arriba, y se metió toda mi polla en su garganta. Despues de varias mamadas, me corrí, echando toda mi leche en su boca. Ella se lo tragaba todo, incluído lo que resbalaba por mi tranca.
Nos relajamos, y descansamos un poco. A la mañana siguiente continuamos, antes de salir del hotel, pero eso ya es otra historia.