En la playa con los amigos de mi marido
Las vacaciones en la playa no fueron como yo pensé
Hola
Quiero contar lo que sucedió hace un par de veranos, en el apartamento que mis padres tienen en la playa, en la costa de Alicante.
Tengo 32 años y estoy casada desde hace más de cinco años, aunque todavía no tenemos hijos. Mi marido, Ignacio, del que estoy muy enamorada, es un año mayor que yo. Es abogado y trabaja en un bufete de mucho renombre en el centro de Madrid, ciudad donde vivimos. Ignacio es bastante celoso. A menudo, cuando estamos en la playa, se mosquea conmigo cuando hago topless, ya que tal y como yo puedo ver, los hombre me miran disimuladamente, cuando no con descaro, ya que me cuido mucho y se nota. Soy rubia con ojos azules y con el cabello hasta media espalda. Tengo una cara muy bonita, con los rasgos perfectos según dicen y un cuerpo que provoca muchas miradas a mi alrededor.
No obstante, de lo que estoy más orgullosa es de mis pechos y mi culo. Son perfectos para mi gusto y el de mi marido.
El caso es que hace dos veranos, en Agosto de 2009, fuimos al apartamento de Alicante. Mis padres nos lo dejaban una semana entera para nosotros ya que se iban de viaje al extranjero.
Hicimos las maletas, cargamos el coche y para ahí que fuimos. Pensábamos pasar una semana tomando el sol, relajándonos y descansando, sin más compañía que nosotros dos.
El primer día, nada más llegar a media mañana, deshicimos las maletas y a los 20 minutos estábamos con una toalla en la playa. Era un día perfecto. Nos bañamos, tomamos el sol y fuimos a comer una paella al restaurante de cada verano. Por la tarde, hicimos la siesta y dimos una vuelta por las calles de Benidorm, donde hice algunas compras, entre ellas, un bikini minúsculo tipo brasileño con un todavía más minúsculo sujetador. Era negro y pensé que me sentaría de maravilla
- Marta, este bikini es ridículamente pequeño – dijo Ignacio riendo nerviosamente. – Espero que ningún conocido te vea con él. – y acercándose a mi oido me dijo en un susurro: - o me odiarán de por vida…
Yo ya sabía a que se refería. Ignacio, pese a ser celoso, tiene un jueguecito que le vuelve loco y que es imaginarme en la cama con algún conocido. No pasa de ahí, ya que con lo celoso que es, no soportaría realmente verme con otro, por lo que yo a veces le sigo la corriente. Se podría decir que tiene más imaginación que yo, algo que a veces envidio, ya que al contrario que mis amigas, que inventan historias y tienen sus jueguecitos sexuales, yo soy muy tradicional en el sexo.
Salimos de la tienda con las compras en la mano y cuando ya nos dirigíamos al coche, nos topamos en plena calle con Raul y Ernesto, dos compañeros de trabajo de Ignacio, también abogados del mismo bufete.
- Hombre, qué hacéis por aquí? – les dijo Ignacio entusiasmado por el casual encuentro.
Se dieron la mano y a mi me dieron dos besos cada uno
- Teníamos ganas de playa y hemos venido un par de días aquí. Estamos en un hotel al lado del paseo, dijo Raul sonriendo
Raul y Ernesto eran solteros y muy amigos. Imagino que se correrían sus juergas, pero no se les veía mala gente.
De unos 40 años, Raul se cuidaba mucho. Era atletico, moreno y realmente atractivo. Su metro ochenta largo, una mirada magnética y una labia como pocos, hacían que las mujeres cayeran rendidas a sus pies. Ernesto en cambio, de unos 50 años, no tenía nada que ver. Tenía una barriga cervecera y estaba bastante calvo. Pese a no ser feo, le sobraban unos cuantos kilos y estar al lado de Raul, por comparación, no le favorecía. No obstante, era muy educado y también muy locuaz, por lo que su físico enseguida dejaba de tener importancia.
No conocemos muy bien este lugar, donde nos aconsejáis ir a cenar? Mañana hemos quedado con unas chicas, bueno, no tan chicas, que hemos conocido y no queremos fallar – dijo Ernesto sonriendo.
Nosotros íbamos a casa, a 10 minutos de aquí - les dijo Ignacio. Si queréis acompañarnos, muy cerca hay una marisquería fantástica. Os la recomendamos
Yo les confirmé que así era. Nos siguieron con el coche hasta el restaurante y aparcamos unos al lado de otros.
Íbamos a irnos pero Raúl nos convenció de quedarnos a cenar con ellos. Ignacio, que yo sabía que le apetecía pues así hablarían de cotilleos del trabajo, aceptó.
La cena fue muy bien. Fueron sirviendo el marisco junto con botellas de cava e Ignacio y sus amigos charlaban animadamente. Yo noté como Raúl de vez en cuando me miraban disimuladamente el escote de mi vestido blanco.
Las miradas pícaras, pero muy sutiles, se fueron sucediendo durante toda la cena. Yo estaba animada por el cava y la verdad es que coquetee disimuladamente con Raúl. Ignacio mientras estaba enfrascado en un tema legal con Ernesto y Raúl.
Tras la cena queríamos irnos a casa pero nos convencieron de ir a tomar unas copas, nos querían invitar por haberles descubierto ese restaurante. Yo estaba ya algo mareada por el cava y me quería marchar, pero Ignacio dijo que sólo sería un rato.
Total, que nos fuimos con ellos. Lo que según Ignacio sería un rato, acabó convirtiéndose en 2 horas, hasta las 2 de la madrugada. Raúl no dejaba de mirarme de soslayo, al igual que Ernesto, algo que me hacía gracia, ya que Raúl es realmente atractivo y a cualquiera le gusta sentirse deseada, aunque evidentemente no era más que eso, un coqueteo absurdo.
Ignacio, que había bebido más de la cuenta incitado por las invitaciones contínuas de sus amigos, se empeñó en enseñarles el apartamento.
Subimos y a medida que se lo enseñábamos, Ignacio fue encontrándose peor, pero insistió en ir a la terraza del apartamento a tomar el aire, donde servimos unas últimas copas y nos sentamos en las sillas de plástico que tenemos. Seguimos charlando y las miradas de Raúl y Ernesto hacia mi se tornaban ya más descaradas. No hacían ningún comentario fuera de lugar pero notaba en sus miradas el deseo sobre mi.
Al cabo de una media hora, vimos que Ignacio se había dormido en la tumbona. Menuda cogorza había pillado mi marido.
Me disculpé por él y les dije que por mi no se fueran. Seguimos hablando los tres. Yo estaba ya realmente mareada por el alcohol al que no estaba demasiado acostumbrada. Raúl y Ernesto acercaron sus sillas a la mia para hablar mejor, ya que el ruido de las olas del mar impedía que nos escucháramos correctamente.
El aire levantó ligeramente la falda de mi vestido hasta mis muslos. Sin saber como, al cabo de un rato me di cuenta de que Raul había posado su mano en mi pierna y me la acariciaba lentamente, mirando de reojo por si mi marido despertaba, algo a todas luces imposible a tenor de la bebida que había tomado incitado por sus amigos.
No se como pero al darme cuenta de su mano y lo excitante de la situación, me excité como nunca lo había estado. En ese momento desee morrearme con él y apretar mi cuerpo junto al suyo.
Raúl, como leyendo mi mente, se acercó a mi sin levantarnos de las sillas y me besó mientras su mano ascendía lentamente.
Seguimos así un rato. Yo no pensaba en lo que hacía, únicamente me dejaba llevar por la situación. El viento removía mis cabellos y el olor a mar inundaba mi nariz. Estaba caliente como una gata en celo. Mi marido dormido al lado y yo siéndole infiel con su amigo. De pronto pensé en Ernesto y miré al lado. Vi que no estaba. Imaginé que vio que sobraba y se había ido sin decir nada.
Raúl me cogió de la mano y me llevó hasta la cama. No sabía qué me pasaba. Luego supe, por deducción de algunas cosas que no vienen al caso, que en una de las bebidas que me habían servido, habían vertido un deshinibidor que hizo que no calibrara las consecuencias de lo que sucedió después.
Ya en la cama, seguimos morreándonos y acariciándonos. Raúl me quitó el vestido y el sujetador y quedé únicamente con unas braguitas negras. Mientras con una mano acariciaba sabiamente mi húmeda gruta, sus labios iban alternando de un pezón a otro, succionando mis pechos como si de un bebé se tratara.
Yo estaba en éxtasis y si en algún momento me acordé de Ignacio, rechacé el pensamiento al instante.
De pronto, se abrió la puerta del dormitorio y apareció Ernesto, quien acercándose a la cama, se quitó los pantalones y la camisa, quedando desnudo frente a mi. Su pene erecto pedía también guerra y pese a que Ernesto no era nada atractivo, con sus 50 años y sus kilos de más, me senté en el borde de la cama y lo atraje hacia mi. Introduje lentamente su pene en mi boca mientras le miraba a los ojos lascivamente. Ernesto me miraba desde arriba con cara de éxtasis. Una chica impresionante le estaba realizando la felación de su vida.
Mientras, Raúl me hizo poner de cuatro patas en la cama. Se tumbó en la cama y desde atrás, empezó a lamer mi clítoris con maestria. Mis caderas se movían de puro deseo mientras su lengua recorría mis partes más íntimas y mientras tanto, el pene de su amigo se movía rítmicamente en mi boca.
En esa situación me corrí y tuve mi primer orgasmo, algo que no tenía con demasiada frecuencia con Ignacio, pese a se un buen amante en la cama. Ahora veo que la rutina es lo peor que le puede suceder a una pareja.
Raúl se puso de rodillas detrás mio y me introdujo su pene lentamente. Me follaba como un profesional. Dios, como estaba disfrutando. Estaba tan húmeda que mi vagina resbalaba como una trucha recién pescada. Los gemidos de Raúl y Ernesto eran constantes. Mi boca, llena de la polla de Ernesto, sorbía como si me fuera en ello la vida.
Las fuertes manos de Raul cogían con fuerza mi culo mientras me penetraba como un poseso. De pronto, noté como estaba a punto de tener otro orgasmo. Estaba en la gloria. Raúl de pronto gimió y se corrió intensamente en mi interior, al mismo tiempo que Ernesto hundía su pene hasta la garganta, donde eyaculó abundantemente. Estaba tan excitada, que tragué completamente la leche de Ernesto, algo que nunca hacía con Ignacio. Me volví hacia Raul, y lamí su ya flácido miembro hasta dejarlo perfectamente limpio.
En ese momento oímos un ruido. Rápidamente me vestí a tiempo de ir a la terraza, Ignacio estaba despertando. Despedí a sus amigos y fui al bao a cepillarme los dientes para eliminar el olor a semen que seguro despedía.
Al día siguiente, en la playa, le conté a Ignacio que nada más dormirse él sus amigos se despidieron. Si llega a sospechar lo que pasó, seguro, que habría pedido el divorcio, algo que por suerte no ha sucedido.