En la playa
El último día fuimos a la playa y si lo sé... voy antes.
Este verano, mi marido y yo, fuimos de vacaciones a Gijón, en Asturias. Fuimos de visita turística, de tiendas, de bares y a hacer unas gestiones. El día que fuimos de visita turística, nos enseñaron entre otras cosas las playas; hubo una que nos encantó a los dos.
El día anterior al regreso, no teníamos ningún plan hecho y antes que estar todo el día aburridos, decidimos ir a aquella playa que nos había encandilado. Compramos los bañadores: yo, un bikini muy mono, ajustadito y de un color que parecía una pantera; y él, un bañador tipo tanga de un color... gris jaspeado que le quedaba de maravilla. Total que llegamos a la playa y dimos un paseo de reconocimiento: un paseo lento que cogiditos de la mano hicimos muy romántico entre tanta gente.
Una vez finalizada esa vuelta, nos acercamos al agua y seguimos caminando, de forma que nuestros pies quedaran cubiertos de arena cada vez que venía una ola; seguíamos hablando de lo bien que se estaba en esa playa. Yo le miraba él me miraba y nos dábamos un tímido beso, al cabo de un rato me dijo que había visto un sitio muy tranquilo en la playa, que si quería ir, y yo como no me había percatado del sitio, le dije que sí. Nos pusimos a caminar rumbo a aquel sitio: era como un pedrero a lo pequeño, todo lleno de grandes rocas, era grande, tranquilo y... muy sugerente y sutil. El caso es que, con cuidado, bajamos para acomodarnos en una de las rocas que más cerca estaban del mar; me encanta oír el mar, su leve oleaje, su tranquilidad, su paz y serenidad. Una vez aposentados en la roca, yo me bajé los tirantes de mi provocativo bikini, para tomar el sol mientras continuábamos hablando.
Nos seguíamos mirando, mientras yo apoyaba mis codos en la piedra, él con la yema de sus dedos recorría mis piernas; yo me hacía la dura ya que me gustaba lo que me estaba haciendo y si me hubiera lanzado todo habría terminado, así que le hice trabajárselo un poquito más hasta pasar al siguiente nivel; llegado el momento justo, le miré y comencé a recorrer con mi lengua su cuello, lo hacía de forma lenta, muy lenta porque sé que le gusta así. Él comenzó a jugar con mis pezones, que se ponían duros al notar sus dedos humedecidos por el agua del mar.
Le seguía lamiendo el cuello, pero poco a poco mi lengua iba bajando hasta sus hombros; momento que él aprovecho para excitar mis pezones con su lengua, me recorría lo que era pezón y lo que no, yo gemía de placer y porque me excitaba mucho estar en un sitio público montándomelo con mi marido y sin que nadie nos viera.
Cuando él se lanzó a por mis pezones yo me lancé a por los suyos, chupando y chupando para ver si salía algo pero lo que salió fue el placer que aquello le producía; acto seguido, poco a poco bajó por mi torso su mano húmeda y fue buscando mi sexo: metió su mano debajo de la braga de mi bikini y cuando lo encontró, comenzó a frotarlo para proporcionarle placer; era tal el placer que sentía en ese momento que me olvidé de sus pezones y me lancé a su cintura con mi boca, le daba pequeños mordisquitos mientras con mis manos arañaba su espalda. Sin más rodeos ni vacilaciones, le agarré el pedazo de carne que tiene entre las piernas y, aunque no lo necesitaba, comencé a masturbarle, ahora el que gemía era él; y allí estabamos los dos, tratando de mezclar nuestros líquidos con el agua del mar.
Se tumba sobre mi y dice: "mira, soy como las olas: de fuera a dentro y repito", y comenzó a bombear mi chochito húmedo que pedía más a gritos. Entre gemidos, la brisa y el olor del mar, llegamos juntos al orgasmo; después de un ratito de descanso para recuperar fuerzas, ésta vez él se sentó en una piedra y yo encima de él, y como si de una sirena se tratase me puse a bailar y a menear mi cuerpo encima del suyo mientras la suave brisa del mar rozaba nuestros cuerpos ya desnudos.
Nos gustó tanto esa playa y lo que allí hicimos que el próximo puente haremos otra visita a la playa, jejeje. Espero que os haya gustado.
Besos.