En la playa
Escribo aquí para contar lo que me sucedió con una muy amiga mía. Lo que al principio era una situación incómoda, incluso vergonzosa, se convirtió muy pronto en una experiencia muy excitante para mí... y para mi amiga.
Hola. Escribo aquí para contar lo que me sucedió con una muy amiga mía. Lo que al principio era una situación incómoda, incluso vergonzosa, se convirtió muy pronto en una experiencia muy excitante para mí... y para mi amiga.
Por aquella época, a pesar de que nos conociamos desde hacía poco tiempo, nuestra confianza creció mucho, hasta el punto de contarnos nuestros secretos más íntimos. Ella me confesó ser virgen, a pesar de sus bien entrados 19 años. No sé por qué a partir de que me confesara algo así mi deseo sexual por ella aparecía y desaparecía intermitentemente. A veces era aquella amiga en la que podía confiar, y otras veces le miraba esos escotes interminables y esos labios carnosos, y sólo sentía deseos de arrancarle la ropa ahí mismo.
Aquél primer verano juntos íbamos a casi todos lados los dos solos, pero donde más disfrutaba con ella era en la playa. Cuando pasábamos un día entero en la playa teníamos tiempo para todo. Íbamos por la mañana, jugábamos a las palas, comíamos, charlábamos de nuestras cosas y conseguíamos intimidad, ya que nos sabíamos un rincón a donde apenas iba nadie... y además llevábamos poca ropa, con lo cual a veces mi instinto sexual se disparaba y apenas podía disimular mis ocasionales erecciones, sobre todo cuando nos metíamos en el agua. Nuestros juegos en el agua siempre requerían el contacto físico, cuando nos hacíamos ahogadillas, nos echábamos agua, buceábamos, nos cogíamos de los brazos y las piernas y nos arrastrábamos por el agua. Además ella es una persona muy cariñosa, siempre está pidiendo besos y abrazos. Todo este cúmulo de circunstancias sirven como contexto a mi historia.
Era uno de esos días que pasábamos en la playa, y parece que todo (de índole sexual), me paso allí con ella, escepto la penetración. Aquel día ella estrenaba bikini. Estaba muy ilusionada, ya que quería un bikini nuevo desde que acabó el verano anterior. Por fin lo estrenaba, y cuando se quitó la ropa y se lo pude ver puesto pude comprobar que era realmente pequeño. Era de los de tipo "triángulo", es decir, de los que casi tapan exclusivamente los pezones, y un poco más de carne alrededor. Esto no llamaría tanto la atención si ella tuviera poco pecho, pero no, ella más bien tiene mucho, en realidad tiene unas tetazas, así que el bikini no era disimulado lo más mínimo, ni por arriba ni por abajo, porque ella también es de caderas anchas, por tanto no pasaba desapercibida en absoluto. Después de comer y charlar un rato nos quedamos tumbados tomando el sol, sin decirnos nada. Ella se puso bocabajo y cerró los ojos, yo la imité, pero giré la cabeza hacia ella y la estuve mirando. La miré y la admiré como si fuera una preciosa escultura. Me detenía minuciosamente en cada curva, en la que marcaba el pecho aplastado contra la toalla, ese culo que se elevaba respingón sobre sus caderas, esas piernas bronceadas y brillantes por efecto del sol y la depilación... Estuve así un rato. Me sentía como si fuera una especie de voyeur, pero a la vez un crítico de arte que miraba una escultura deteniéndose en cada detalle. Al final le ganó el voyeur al crítico y mi erección se volvio notable. Menos mal que estaba bocabajo, pero sentía que mi pene quería salir del cautiverio que le imponían el bañador y el mismo suelo, ya que estaba aplastado contra él. Dejé de mirar y estuve concentrándome en las cosas menos sexuales del mundo para ver si me bajaba la erección, hasta que ella se levantó y me propuso jugar un poco a las paletas.
No me negué, de hecho pensé que un poco de ejercicio serviría para lavar mi mente de pensamientos impuros hacia mi mejor amiga. Nada más lejos de la realidad. Cuando empezamos a golpear la pelota no pude evitar fijarme en el bamboleo de sus pechos moviéndose al compás de cada paso que daba. Cuando se le escaba la pelota lejos me encantaba ver como por cada trote sus pechos casi luchaban por salir de su minúsculo bikini y cuando de frente hacia mí se agachaba para recoger la pelota... ¡Dios mío!, podía ver esos dos melones cayendo empujados por la gravedad, que a duras penas podía sujetar el bikini. Basta, no puedo más. ¿Vamos al agua? Le propuse, antes de que mi erección se vuelva más notoria.
Había confianza, pero no tanta como para decirle: Lo siento, cariño, me voy al agua porque verte casi desnuda con ese bikini me ha provocado una erección de campeonato. No sé como se lo tomaría, la verdad. Pensé que con el agua fría del Atlántico se me sofocarían los fuegos... ¡qué ingenuo fui! Efectivamente al poco de estar en el agua el pene se relajó, pero ella se encargó de que no durara mucho. Nos pusimos a charlar y ella se me quejó de que el bikini tenía una costura descosida y que no se había dado cuenta. Se acercó para mostrármela y pude comprobar además que el amarillito del bikini al contacto con el agua transparentaba sus preciosos pezones. No pude resistirme y con la excusa de tocar la costura suelta también palpé su pecho, aunque fue sólo un roce. Lo suficiente para notar una cosquillita por abajo.
Pero lo bueno empezó cuando empezamos a jugar a nuestros típicos juegos de ahogadillas. Tras cada ahogadilla que nos dábamos nos abrazábamos dándonos cariño, sin que ella supiera que mi pene es un malpensado y cada abrazo que ella me da me lo malinterpreta, como si fuese un preludio al sexo. En una de éstas no pude evitar que ella notara mi gran erección, y me miró con una cara que jamás olvidaré en mi vida. Entre sorprendida y divertida me miró, y palpándome ya con la mano me dijo... ¡cariño! Yo agaché la cabeza avergonzado y le hice un gesto de resignación. Ella era virgen, jamás había tocado un pene, pero me encantaba cuando a pesar de eso se hacía la liberal, ¿o de verdad lo era?. Me dijo que no pasaba nada, que era normal y lo entendía, pero además de decirme estas palabras ella no paraba de acariciármelo por encima del bañador, como si tratara de consolarlo. "Así no se consuela a un pene" me dieron ganas de decirle, pero no lo hice.
Ella me dio un beso y me propuso salirnos del agua. Se dio media vuelta hacia la orilla y la seguí, pero mi erección no se había bajado del todo, es decir, que al salir del agua el bañador se me pegó a la piel marcando casi de forma explícita mi pene en semierección, morcillón, como se suele decir. La siguiente escena excitante (ya dije a comienzo del relato que todo me pasó ese día) sucedió cuando ella se tumbó en la toalla bocabajo y yo me senté en una silla de playa justo delante de ella, para poder hablar más cómodos, pero apenas hablamos. Yo me recosté sobre la silla con los ojos cerrados, relajándome mientras ella se desabrochó el bikini para que no le quedaran marcas en la espalda y también cerré los ojos. Al tratar de relajarme con los ojos cerrados tan sólo me venían a la mente imágenes de hacía unos minutos: su pezón oscuro a través del bikini claro, su mano acariciándome el pene por encima del bañador, esas curvas bajo el sol... Lo siento, no lo pude aguantar, una nueva erección me sobrevino, pero esta vez yo notaba algo raro. Algo más de libertad, incluso notaba algo de fresquito sobre mi pene... ¡ups! Al salir del agua mi pene se me había escapado del forro del bañador. Iba a guardármelo antes de que mi amiga se diera cuenta, pero el morbo me pudo.
Dios mío, algo me decía que disfrutara de la situación. Jamás iba a tener mi pene tan cerca de su vista, así que decidí jugar al juego del escondite, pero de una manera más morbosa. Echado hacia atrás, con mis ojos cerrados y mi pene erecto casi asomándose por debajo del bañador permanecí pensando lujuriosamente durante un rato. Hasta que me dio por abrir los ojos y casi me muero del susto y de la vergüenza cuando compruebo que mi amiga está medio incorporada mirándome de frente el pene que descarado asomaba señalando su sorprendido rostro. No supe qué hacer, pero se me ocurrió algo. Le dije "¿qué ocurre?", y ella me contestó: "Se te ve la picha". Yo reaccioné (falsamente) con sorpresa, y pidiendo disculpas me bajé completamente el bañador para acomodarme de nuevo el pene en su sitio.
Lo hice con parsimonia, para que ella pudiera disfrutar de la vista. Después de este arrebato de valentía y morbo por mi parte fue cuando más me sorprendí, ya que nunca me hubiera esperado de ella un comentario como el que me hizo: "La tienes bastante grande, ¿no?". Me partió los esquemas, y tan sólo le pude contestar: "¿Tú crees?". "¡Ya lo creo!", me dijo con suficiencia. Con una sonrisa en los labios pude comprobar que ella también estaba caliente, ya que se había incorporado dejando el bikini sobre la toalla y ni siquiera se había inmutado. Con sus tetas al aire me preguntó un tanto avergonzada: "¿Puedo?", señalándome el bañador. Yo le contesté con seguridad: "sí, claro". Entonces ella me sacó mi pene y tras palparlo y mirarlo detenidamente con curiosidad, me empezó a masturbar muy despacito. Yo me excitaba tan sólo con mirarle su cara mezcla de placer, curiosidad y satisfacción. Para colmo podía admirar esas tetas al aire, las cuales eran mi obsesión desde hacía varios meses.
Cuando se hartó de meneármela se la metió en la boca, ante mi gran sorpresa. Me recosté aún más en la silla y ella, mientras ayudaba la felación con su mano, se metía mi polla cada vez más en su boca. No podía más, y se lo advertí, pero hizo caso omiso así que al poco, y acompañado con un suspiro mío dejé escapar un buen chorro de semen que empezó a salir a borbotones yendo a parar directamente sobre la boca y la cara de mi amiga. Ella soltó un gritito y tras examinar mi semen con los dedos y un poco con la lengua se fue corriendo hacia la orilla para limpiarse la cara, y un poco que saltó a su bikini. Yo la acompañé, ya que también me había manchado un poco el bañador.
Estaba muy seria quitándose todo ese semen de la cara aprovechando el oleaje. Pero cuando me puse a su altura para mojarme el bañador me miró y soltó una risita: "no veas, ¿no?". Me entró otra risita nerviosa: "¡ya te digo!", le contesté. Tras limpiarnos nos fundimos en un abrazo que casi me pareció interminable. Nos dejamos caer sobre la arena y entonces no pude resistirme. Mi boca buscó su cara para besarla, y más tarde se lanzó hacia sus labios. Ese beso que nos dimos mecidos por la marea se prolongó tres años. Después cortamos y no supe más de ella, pero esa es otra historia.