En la piscina, sin buscarlo...
Mira Adriana Me ha costado un buen rato en el agua conseguir que se me bajase la erección que me ha provocado tocarte la espalda, y si te tengo que volver a tocar, no creo que me vaya a poder volver a controlar. Así que como no quiero dar que hablar en el vecindario, te voy a proponer algo
Para mis amigos, yo siempre he sido un tío afortunado por los muchos viajes que, con motivo de mi trabajo me veo obligado a hacer. Ellos siempre piensan que por estar fuera de casa, te pasas las noches de fiesta y teniendo aventuras con mujeres maravillosas… Pero la realidad, para variar, suele ser bastante distinta. Y no es que en ocasiones no puedas salir, y a lo mejor hasta tener ocasión de conocer a alguna mujer, pero evidentemente esa no es la norma. Lo normal en los viajes, al menos para mí, es trabajar muchas horas y tener pocas ocasiones para el ocio.
De todas formas, en mi interior jamás me he quejado, porque estos viajes además me brindan la oportunidad de interactuar bastante con trabajadores locales, conocer sus costumbres, hábitos de vida, comida y como no, en los días que tengo libres, hacer algo de turismo. Alguno de esos viajes me ha llegado a tener temporadas largas en otros países, pero al no tener certeza en cuanto a la duración, tampoco puedo llevarme a la familia. No puedes estar cambiando colegios permanentemente a mitad de curso, porque es un trastorno para los chavales, así que lo normal es que en mis viajes me desplace yo solo.
De todos esos lugares que he conocido, si hay uno en el que definitivamente me siento cómodo, es Estados Unidos. Pese a las muchas diferencias sociales entre los dos países, y pese a ser una sociedad con sus defectos, como cualquier otra, es el sitio donde más fácil me ha resultado siempre relacionarme con la gente, y donde más cómodo me han hecho sentir. Y fue allí precisamente donde ocurrió lo que os quiero contar hoy.
En mi primera estancia allí, alquilé un apartamento en una buena zona a las afueras de la ciudad, en urbanización privada con piscina y varias pistas de tenis. La urbanización era de edificios de dos alturas, con apartamentos y algunas casas adosadas, y todo el entorno, tanto exterior como interior era muy verde, con mucha vegetación, así que la piscina comunitaria estaba rodeada de zona verde y era realmente agradable y acogedora. Allí pasaba las últimas horas del día, leyendo la prensa española en la tablet para mantenerme al día, y aprovechaba para hablar con la familia. Uno de esos días me escuchó hablar español uno de los vecinos y se presentó, contándome que él y su mujer eran venezolanos exiliados por la situación lamentable del país, que junto con sus dos hijas vivían allí desde hacía algo más de un año, y que les gustaría invitarme un día a una barbacoa a su casa y presentarme a algunos amigos. Su nombre era Gustavo, pero me dijo que todo el mundo le llamaba Gus. Por supuesto acepté encantado e intercambiamos los números de teléfono.
Algunos días después de aquello, volvimos a coincidir en la piscina, y ese día estaba con su mujer e hijas. Gus era mayor que yo. Tenía cerca de 50 años, pero realmente no aparentaba más de 40, y a su mujer le pasaba igual. Después me enteré que Adriana tenía 46, pero igualmente no aparentaba más de 40, y parecía casi increíble que ambos tuviesen dos hijas de 18 y 19 años. Era una mujer de aproximadamente 1,65, de tetas normales pero unas caderas y un culo generoso. Tenía el pelo moreno, liso y melena a media espalda. Era muy guapa y muy atractiva, aunque llevaba un traje de baño bastante recatado, sin duda apropiado para una comunidad tan recatada como la Estadounidense.
Sus hijas eran otros dos bellezones. La mayor tenía las formas femeninas y generosas de su madre, aunque con las tetas algo más grandes, lo que la hacía aún más atractiva, y la pequeña sin embargo era delgada en todo, con unos pechos pequeños y un culo en proporción, pero con una figura deliciosa.
Total, que me había quedado embobado con las tres féminas de la familia de Gus. Me sacó de mi embobamiento ofreciéndome una cerveza de la nevera que había llevado, e invitándome a acercarme a ellos y así poder charlar.
Tuvimos una conversación muy agradable y divertida. Adriana al principio estaba algo tímida, pero enseguida ganamos confianza y al rato ya bromeaba igual que Gus. Ambos eran muy alegres y al igual que a mí, parece que les gustaba hacer bromas y utilizar el sarcasmo y los dobles sentidos con un poco de picardía. Sus hijas estaban más bien a sus cosas con los teléfonos móviles, aunque me di cuenta que Lucía, la mayor, estaba también pendiente de nuestra conversación, y de vez en cuando participaba. Estaba ya oscureciendo, así que empezamos a recoger y entonces ellos me propusieron pasar por su casa para la cena del sábado, pues al parecer iban a hacer una barbacoa en su patio. Acepté su invitación y nos despedimos.
El resto de la semana pasó con normalidad. No volvimos a coincidir en la piscina, entre otras cosas porque yo había estado saliendo tarde y cuando llegaba a casa ya no era hora de ir a la piscina.
El fin de semana le tenía libre, así que el sábado por la mañana me levanté pronto y salí a correr. Hacer deporte en un entorno como aquel era algo mágico. Aunque físicamente no estuvieses muy bien, daba igual. Además había tanta gente que salía a correr y a montar en bici por aquellas sendas entre la naturaleza, que entre eso y el entorno, al final acababas disfrutando igualmente de una sesión intensa de deporte. Al volver, me di una ducha y salí a comprar algo de comer, y un par de botellas de vino para llevar a la barbacoa. Me acerqué a una licorería y busqué entre los vinos españoles alguno que estuviese bien y dejase el pabellón alto. Me decidí por un Rioja reserva, que suele ser garantía de éxito. Después aproveché para desayunar algo y pasado el mediodía volví a casa. Me puse un bañador y me fui a la piscina.
Al llegar allí, me encontré con Adriana. Estaba tomando el sol boca arriba en una tumbona, con unas gafas de sol puestas, así que no sabía si me veía o estaba con los ojos cerrados. No pude evitar deleitarme mirándola, aun a riesgo de que me viese. Al pasar justo delante de ella, sonrió (me temo que me había pillado mirándola) y me saludó.
A - Buenos días madrugador…. Vaya horas de levantarse. Eso es que anoche te acostaste tarde… a saber lo que estarías haciendo
Y - Hola Adriana. Jajajaja, que va, llevo ya unas cuantas horas despierto. Salí a correr pronto
A - ¿A correr? Claro, ahora entiendo como es que mantienes tan buen físico
Y - Nada de buen físico. Normalito, que ya no tengo edad. Ahora me conformo con no coger kilos. Buen físico el tuyo, que pareces una diosa griega
A - ¿Eso te parece? Ay, graciasss. Eso será porque me miras con buenos ojos
Y - Imposible mirarte con malos ojos
Y para no calentarme mucho, porque se me estaba empezando a poner morcillona, cambié de tema.
Y - He comprado un par de botellas de vino español para la barbacoa. Espero que os gusten.
A - A mí me gusta todo lo español…
Y dijo eso con una sonrisa bajándose un poco las gafas de sol y mirándome por encima. Ufff, le encantaba jugar.
A - ¿Me untarías un poco de protección por la espalda? Es que no llego bien, y no quiero quemarme
Y - Claro, faltaría más. Lo que pasa es que a lo mejor el que se va a quemar soy soy poniendo las manos en una mujer como tú.
Ya estaba boca abajo en la tumbona. Volteó su cabeza hacia mí y sonriendo dijo
A - Tranquilo, que no muerdo
Y - Pero yo sí….
A - Jajajaja
Y sin hablar más, ella se desabrochó el cordón del top del bikini, y dejó toda la espalda a mi disposición. Se veía por el lateral la forma de sus pechos rebosar, aplastados contra la tumbona, lo cual era una imagen muy sensual.
Me senté en el borde de su tumbona y le estuve untando bien de protección por toda la espalda, desde los hombros hasta el límite de la braguita del bikini, y aprovechando que tenía la espalda bien engrasada, le empecé a dar un masaje con los dedos, recorriendo toda la espalda de abajo a arriba, apretando bien con los dedos, hasta ir llegando a los hombros. Desde el momento que empecé con el masaje, ella no se reprimió en ningún momento emitiendo gemidos de placer, y diciendo cuánto le relajaba eso, alabando mis manos y lo bien que sabía utilizarlas. Después de cinco minutos de crema, masaje, y escuchar sus comentarios, yo tenía una erección que apenas podía disimular.
Antes de finalizar el masaje, quise quitar la crema sobrante de mis manos y las pasé por los laterales de su espalda, que era donde menos crema temía ella, y ya sin cortarme, fui hasta donde estaban sus pechos, y se los masajeé por los laterales. Pese a haber estado todo el rato hablando, en ese momento se quedó en silencio, solo se le escuchaba respirar. No quise meter la mano por debajo y llegar a los pezones por si acaso reaccionaba mal, pero sí que le apreté bien la parte de las tetas que sobresalía por el lateral. Ella no pudo reprimir un gemido especial al notar mis manos.
Y - Bueno, yo creo que ya no te quemas. Al menos del sol.
A - Quemada no sé, pero ahora tengo un calor que no te imaginas.
Y - A poco que sea como el calor que tengo yo, me lo puedo imaginar perfectamente.
Eso se lo dije con mi mano apoyada justo entre su espalda y parte ya de su culo. Sin levantarme, me quité la camiseta y las gafas de sol y las dejé en la otra tumbona, y aprovechando que nadie miraba, me tiré al agua, para intentar calmar mi erección. Tuve que dejar de mirarla desde dentro de la piscina, porque así no estaba consiguiendo que se me bajase. Estuve nadando un poco y cuando ya estaba todo normal, me salí y me tumbé a leer.
A – No me has puesto crema en la parte de atrás de las piernas… se me van a quemar
Estaba desbocada. Se había decidido a llevarme al límite, y la verdad es que me encantaba su actitud, pero ese no era el lugar. Cualquiera podría vernos, y no me apetecía montar un espectáculo de ese tipo en una comunidad tranquila y en una sociedad tan recatada y puritana como es la americana, así que ante semejante provocación, ya sin reparos, le hablé directamente.
Y – Mira Adriana… Me ha costado un buen rato en el agua conseguir que se me bajase la erección que me ha provocado tocarte la espalda, y si te tengo que volver a tocar, no creo que me vaya a poder volver a controlar. Así que como no quiero dar que hablar en el vecindario, te voy a proponer algo… Si quieres que sigamos con este juego, pásate este tarde por mi casa, y lo hablamos.
Tumbada boca abajo como estaba, giró la cabeza para mirarme y se volvió a bajar las gafas para mirarme por encima de ellas mientras sonreía y se mordía el labio de abajo.
A – Ok… No sé si voy a poder, porque estando las niñas en casa no me dejan respirar, y además hay algunas cosas que preparar para la barbacoa, pero si puedo te hago una visita.
No volvimos a hablar en el tiempo que estuvimos allí. Al rato, llegaron sus hijas y yo, ante tal despliegue de cuerpos esculturales, preferí irme antes de volver a tener que lidiar con una nueva erección. Me despedí hasta la tarde noche, y me fui a casa.
Al llegar a casa me di cuenta que estaba tan excitado que como me quedase allí, no iba a poder evitar masturbarme, y ante la posibilidad de que Adriana viniese por la tarde, quise reservar energías, así que salí a comer algo fuera de casa. Fui a un Olive Garden que había cerca, una cadena de restaurantes donde la calidad y el servicio es bastante bueno y el precio no es muy elevado. Comí tranquilamente y luego me senté en la terraza de un Starbucks a tomar un café. La verdad es que no me podía quitar de la cabeza a Adriana, o más bien, el morbazo que me daba toda esta situación. Gus parecía un tío muy simpático, pero por un lado, le acababa de conocer, y por otro, si ella estaba haciendo esto conmigo de un modo tan directo, evidentemente no sería la primera vez que ocurría, así que yo no me iba a sentir culpable ni mucho menos si pasaba algo. Lo que sí intentaría por todos los medios es que nadie sospechase nada, que al fin y al cabo, había que convivir civilizadamente, y no me ha gustado nunca estar en boca de nadie.
Regresé a casa y me quedé dormido en el sofá viendo la tele. Cuando me desperté era ya casi hora de la barbacoa y nadie había venido llamando a la puerta. Pensé que por un lado casi mejor así, aunque por otro, me había quedado con un calentón de mucho cuidado. Esta noche al volver tendría que hacerme una buena paja para relajarme antes de dormir…
Me puse unas bermudas beige y una camisa blanca de lino por fuera, cogí las dos botellas de vino, y me fui a la barbacoa. Al llegar me abrió la puerta Lucía, que tenía la misma sonrisa pícara que su madre. Era realmente sensual la jodía. Me dio dos besos sin cortarse nada en acercarse para ello, y me invitó a pasar. Me sorprendió comprobar que ya había bastante gente. Enseguida vino Adriana a darme dos besos y cogiéndose de mi brazo, me condujo al patio, donde estaban casi todos, y me fue presentando. Había un par de matrimonios también venezolanos, y otro patrimonio, este de americanos. Algunos niños que correteaban por allí, y como no, Gus, que se afanaba en preparar la barbacoa.
Gus me saludó como si fuésemos amigos de toda la vida y con su fantástico sentido del humor y su hospitalidad me hizo enseguida sentirme como en casa. Los venezolanos son una gente encantadora y muy abiertos, como nosotros los españoles, así que rápido estábamos charlando muy cómodos todos, incluido Mike, el americano, que sorprendentemente hablaba un español realmente bueno. Evidentemente el hecho de que su mujer fuese colombiana tendría algo que ver.
No quiero extenderme en las descripciones de las mujeres, pero solo os diré que de las tres, había dos que estaban realmente buenas. Una de las venezolanas parecía una modelo. Debía rondar el entorno de los 50 también, como Gus y Adriana, pero a esta, pese a estar tan buena, sí que se le notaba que los tenía. Y la otra que estaba buenísima era la colombiana, la mujer del americano. Tenía el pelo moreno liso y destacaban unas tetas espectaculares. No era tan dicharachera como las venezolanas, pero su pecho no pasaba desapercibido, incluso pese a no llevar ropa provocativa. Pero de ella ya os hablaré en algún relato más adelante…
Ya avanzada la tarde, más bien noche ya, se empezaban a notar los efectos del alcohol. Todos estábamos mucho más relajados y la conversación inevitablemente derivaba a veces en comentarios picantes, dobles sentidos y alguna que otra provocación. Las mujeres me preguntaban sin cortarse mucho que como era posible que mi mujer hubiese dejado ir solo a trabajar allí a un hombre como yo, con la cantidad de lobas hambrientas que hay por ahí. Y los hombres la verdad es que no se enfadaban ni mucho menos por esos pequeños atrevimientos, y se reían abiertamente ante mis respuestas evasivas.
Adriana estuvo toda la tarde con miradas muy sugerentes, y con roces constantes que no ayudaban nada a que no dejase correr el asunto de por la mañana. Cada vez que me ofrecía algo de comer, aprovechaba para rozar mis manos, o se sentaba a mi lado y si ningún pudor se agarraba a mi brazo, o rozaba su pierna con la mía. Llevaba un short oscuro bastante ajustado que le marcaba un culo muy sexy, y o no llevaba braguitas, o llevaba un tanga diminuto, porque no se notaba ninguna marca pese a estar tan ajustado. Arriba llevaba una camiseta de tirantes y se le veían los tirantes del sujetador. No es que fuese provocando, pero después del episodio de la piscina, yo ya no podía mirarla sin pensar en follármela.
En un momento de la noche ya el alcohol hacía mella, y tuve que ir al baño. Su casa era un bajo con patio, y sótano. Y el baño estaba en el sótano, así que fue allí. Cuando estaba orinando, la puerta del baño se abrió, y entró Adriana. Aquello la verdad es que no me lo esperaba, y de hecho, me alarmé porque pensé que en cualquier momento podría bajar otro al baño y tendríamos el lío montado.
Y – Adriana joder, ¿estás loca? ¿Qué haces? ¿No ves que puede bajar cualquiera y nos va a pillar?
No dijo ni media palabra, se acercó a mí y me plantó un beso de los de campeonato, y empezó a sobarme la polla que me la acababa de guardar. Yo estaba de verdad preocupado porque nos pudiesen pillar, pero a ella le daba igual. Agarró mi polla flácida, y empezó a apretarla y a masajearla. Inevitablemente se me empezó a poner dura, y ella al notarla reaccionar, se puso de rodillas, y agarrándola con las dos manos, descubrió el glande y habló.
A – mmmmmmm, ¿pero qué tenemos aquí? Mira como crece….
Se la metió en la boca y empezó a lamerla y a succionar del glande aún flácido. En apenas un minuto haciendo eso, ya me la había puesto totalmente dura. Además entre los nervios y el morbo que me daba todo aquello, diría que estaba especialmente dura.
A – Pero Víctor, que maravilla tienes aquí para mí.
Y empezó a hacerme una mamada muy intensa acompañándola con la mano. Yo viendo su habilidad, supe que si seguía así no iba a poder aguantar mucho, y ya que estaba metido en ese lío, lo que quería era follármela, así que la agarré del pelo, y la subí a mi altura. La volví a besar, ahora ya con vicio, casi con violencia.
A ella eso la puso todavía más alterada. Y mientras nos besábamos la muy cabrona no paraba de pajearme, así que le di la vuelta y la apoyé contra el lavabo. Le bajé el pantaloncito de un tirón, y me encontré con un tanga negro de esos que parecen hechos con seda dental. Eso, y el gemido que dio cuando le bajé el pantalón, me puso como un toro.
Metí mi mano por delante y palpé su coñito. Lo llevaba depilado, y al bajar a su rajita, la tenía chorreando. Mojé mis dedos con sus flujos y la masturbé un poquito en el clítoris mientras la comía el cuello.
Y – Hija de puta, me tienes desde esta mañana como un animal. Te voy a follar ahora mismo
A – Sí, cabrón, no pierdas tiempo que nos pueden pillar, fóllame y lléname con tu leche.
Me mojé la mano con saliva y la unté por el glande para facilitar la penetración. Me agaché un poco para apuntar directo a su coñito, y sin pensármelo, empujé hasta el fondo. Al metérsela de golpe ella gimió sonoramente
A – Ahhhh, cabrón. Despacio que me destrozas. Dame despacio ahora hasta que me acostumbre al tamaño.
Después de todo el día provocándome, y de meterse ella allí en el baño, evidentemente no le hice ni caso y empecé a follarla como un puto loco. La embestía con todas mis fuerzas bien hasta el fondo, pero tuve que aflojar un poco porque me di cuenta que al darle tan fuerte, hacíamos mucho ruido y alguien desde fuera podría haber adivinado lo que estaba ocurriendo allí dentro.
Reduje el ritmo pero no la profundidad de las penetraciones, y al tiempo pasé mi mano derecha por delante y le masturbaba el clítoris.
Aquello debió ser demasiado para ella y enseguida noté que apretaba muchos las piernas y se volcaba hacia adelante contra el lavabo, reprimiendo un gemido largo e intenso. Notaba como su coñito se contrajo con una fuerza que me sorprendió, y que casi me impedía volver a meterla dentro cuando bombeaba. Tenía una fuerza desmesurada en los músculos internos, y aquello fue el remate final a un día de morbo demasiado intenso, y noté que yo también me corría, así que la agarré de las caderas y volví a follarla sin compasión como al principio, sin importarme el ruido. Al empezar a correrme reduje el ritmo para disfrutarlo bien, y eyaculé toda mi leche en su interior, mientras reprimía un bufido gutural y contenía mi respiración para no hacer ruido.
Fue un polvo rápido, pero fue un polvazo. La intensidad, el morbo y el deseo contenido de todo el día, lo convirtieron en algo realmente intenso.
A – Eres un cabronazo, mira lo que me has hecho. Follarme en mi casa con mi marido arriba…
Y – Jajajaja, yo soy un cabronazo, pero tú eres una zorra de mucho cuidado…
A – Pues sí, lo soy. Pero no parece que te moleste en absoluto
Y nos fundimos nuevamente en un beso verdaderamente lascivo.
Salió ella primero y para no llamar mucho la atención, al ratito salí yo y subí para arriba. En el comedor me crucé con Lucía, que estaba sentada en el sofá y con una sonrisa de lo más pícara me dijo
L – ¿Todo bien?
Y – Sí, claro, todo bien, gracias.
L - Lo digo porque como has tardado tanto en el baño, igual estabas mareado o te pasaba algo… Si necesitas algo dímelo...
Y – No, no, estoy bien, gracias
Ella se quedó con esa sonrisilla pícara que primero me hizo pensar que probablemente había escuchado lo que pasó abajo con su madre, y por otro… ¿Se me había insinuado?
Continuamos lo que quedaba de noche con normalidad, y al despedirnos Gus me dijo algo que me desconcertó un poco…
G – Bueno amigo, espero que te lo hayas pasado bien y que vuelvas pronto, que aquí ya ves que estamos encantados de tratar bien a nuestros invitados (guiñándome un ojo)
Nos dimos un abrazo y salí en dirección a mi casa con el morbo disparado. Evidentemente hubo más barbacoas, y más tardes de piscina…. Pero esas son historias que os contaré más adelante.