En la piscina con mi madre
De cómo un baño en la piscina acaba en relación incestuosa.
EN LA PISCINA CON MAMA
Aquel fin de semana mi padre marchó de viaje de negocios, con lo que, para mi deleite, lo iba a pasar en compañía de mi madre, solos. Ella siempre me ha gustado desaforadamente, no sé si de forma enfermiza, con lo que el complejo de Edipo es un concepto que se queda corto en mi caso.
Era verano y hacía mucho calor, por lo que después del desayuno decidimos salir a la piscina. Mi madre lucía un bikini blanco muy generoso que yo no le conocía. Casi me desmayo al verla así vestida, o quizá desnuda pues tapaba menos de lo que exhibía.
Rápidamente, para tratar de ocultar mi excitación, me lancé al agua, mientras que mamá se sentó en el bordillo. Es friolera, por lo que la cuesta zambullirse de golpe. Me acerqué a ella y la agarré por los tobillos, abriéndola un poco las piernas, con lo que me regalé un primer vistazo. Ella, divertida, entre risitas, protestaba por mi actitud, negándose fingidamente a meterse en el agua. Fui subiendo por sus pantorrillas, cogiéndola más fuerte y tirando hacia mi para que cayera al agua. Me decía que la dejara meterse ella sola, que le iba a rozar la espalda con el borde de la piscina. Para quitarla la excusa la cogí entre sus muslos por la espalda, levantándola para evitar que se hiciera daño. Así, al bajarla, maliciosamente me coloqué su entrepierna sobre mi paquete, para que notara mi empinada, lo que pareció gustarle. Entre risas y chapoteos le pido que me lleve nadando a braza a sus espaldas; a lo que accede. Le tomo por la tripita y me dice que le hago muchas cosquillas así. Le cojo de los hombros, pero se queja porque los tenía un poco quemados por el sol; de manera que me propone que me agarre por las axilas, lo que me encantó, ya que así prácticamente le tocaba las tetas, al menos los laterales, llegando de esta guisa al lado opuesto del largo de la piscina. Como me propone que nos hagamos otro largo intuyo que le está gustando, por lo que me animo a cogerle con ambas manos todas sus perazas. Ni protesta; todo lo contrario, porque al llegar al borde me invita al tercer largo. Por mi parte el sobeteo ya era descarado, dedicándome incluso a masajearle los pezones con las yemas de los dedos, que estaban puntiagudos, mas que por el frío del agua, supongo que por la excitación que le producía. Así nos hicimos varios largos, hasta que me dijo que se salía porque se estaba quedando un poco fresca. Subió por la escalerilla regalándome el paisaje de su culete, de sus nalgotas. Salí detrás de ella y nos tumbamos en las toallas. Se echó de lado frente a mí y me preguntó si estaba a gusto con ella. Lo afirmé y me dijo que qué tal me iban las conquistas. Le repliqué ruboroso que me apura un poco el tema, tranquilizándome argumentando que podía hablar con ella con toda confianza. Me sorprendió que se interesara por si me gustaba Leticia (una chica del pueblo que estaba francamente buena). Decidí explicarle que me parecía muy atractiva, pero que conmigo había sido muy borde, porque en las fiestas del pueblo, pasados un poco de copillas, en el local de mi pandilla se puso a morrear con varios de mis amigos y, cuando me llegó el turno, se descojonó en mi cara afirmando ser una pena estar tan bueno y no saber morrear.
Mi madre debió sentirse herida con el comentario, afirmando que efectivamente la niñata era boba, preguntándome entonces por mi experiencia en ese terreno. Contesté que era escasa y me atreví a pedirle que si me podía ayudar, suponiendo que ella sí sabría morrear. Contestó que era muy fuerte el asunto, pero que sería nuestro secreto, a la vez que se me colocaba a huevo, indicándome que era muy importante tomarse el tiempo; que debía acariciar a la chica previamente, dándole besitos tiernos por la carita antes que en la boca. Así comencé a dárselos por las mejillas, en los párpados, por la frente, terminando por acercarme a las comisuras de sus labios. Entonces me dijo que en tal punto convenía entreabrir la boca para comprobar si le estaba gustando a la chica, como a ella en ese momento, aprovechando mi obediencia para pasar la puntita de su lengua por mis labios; esperando al rato ser correspondida en su boquita abierta. No le hice esperar, me encantaba su aliento, lo que provocó mi deseo por meterle un poquito la lengua. El calentón iba subiendo y el morreo se incrementaba. Ya nuestras lenguas jugaban, entraban y salían, nuestros labios se apretaban con frenesí. Debieron pasar minutos que me parecieron segundos y mi mamá se retiró, arguyendo que la clase había concluido. Protesté y le supliqué que siguiéramos un poco más. Dijo que nos estábamos pasando, pero al instante me agarró por la nuca y me metió la lengua hasta la garganta. No pude evitar amarrarle un pecho, ante lo que se sacudió, diciendo que eso era demasiado. Objeté que en la piscina bien que le había gustado, contestando que eso era nadando, pero que ahora se sentía incómoda. Le imploré que me dejara; me lo impidió con la excusa de que tenía sed y se dirigió a la casa. Le seguí con una empalmada de la leche, que en nada se aliviaba contemplando como penduleaban sus nalgas al caminar.
Entró en la cocina y sacó una botella de agua mineral del frigorífico, apoyándose en la encimera, levantando ambas manos para beber, con lo que se le subieron los senos y a mí la tensión. Me lancé contra ella inmovilizándola en esa postura, comenzando a morrearla a lo bestia y cogiéndola las tetazas fuertemente. Ya no se resistió y me dejó hacer. Se las saqué del sostén del bikini y comencé a lamerle los pezones, circunvalando sus picos, recorriendo la aureola, alternando el derecho y el izquierdo. Gemía, respiraba aceleradamente y se apartó un momento. Pensé que se me había acabado el festín, por lo que le dije que como se contenía con lo que le estaba gustando. Contestó que solo quería quitarse lo de arriba para que le comiera mejor los melones. Me encantó y volví a entregarme a tan deliciosa tarea.
Al comprobar como mi mami se me estaba entregando me atreví a dar otra vuelta de tuerca. Le dije que en la confianza que me aseguró deseaba preguntarle una cosa. Asintió, de manera que le conté que un amigo mío decía que yo no podría hacer el amor a las chicas porque no descapullaba bien. Me dijo que eso había que verlo con calma, tomándome de la mano y dirigiéndome a su dormitorio.
Se sentó en el borde de la cama y me puso delante de ella de pie. Me bajó el bañador y saltó mi rabo enhiesto, pero con el capullo cubierto por la piel del prepucio. Me encendió ver el brillo de la lujuria en sus ojos al contemplar mi polla. Hábilmente retiró la piel del capullo muy despacito y volvió a subirla; repitió el movimiento varias veces, cada vez más rápido, y notó que me gustaba, pero que me estaba escociendo un poco al estar sequito. Se lo confirmé verbalmente y me dijo que se arreglaba con un poco de saliva, humedeciéndose las yemas de los dedos en la boca y aplicándome delicadamente un masaje en el glande. Al rato me brotaba flujo, por lo que se rió pícaramente, ante lo que me atreví a decirle que por que no me mojaba más directamente con la boca. Lascivamente contestó que si le estaba pidiendo que me hiciera una mamada, lo que respondí rozándole la punta del pene en los labios. No me hizo esperar y comenzó a pasarme la puntita de la lengua por el frenillo, a hacer caracolillos con ella alrededor del glande, a besármela, a succionar el capullo entre sus carnosos y mojados labios, a la vez que no paraba de subir y bajar la piel del tronco, cada vez más rápido, combinando el vaivén con una sabrosa profundidad en su boca. Así estuvimos varios minutos y abusando de la confianza le pedí que me enseñara el coñito. Aceptó lujuriosamente complacida, tumbándose en la cama y abriendo las piernas, pidiéndome que le quitara la braguita del bikini. Obedecí inmediatamente, apareciendo ante mí la delicia de mi madre. Tenía las ingles perfectamente depiladas y solo vello encima de la rajita.
Comencé a besarle los labios mayores, rosaditos y abultados. Se los abrí con los pulgares descubriendo el capuchón de su pepita. Me pidió que me mojara los dedos con saliva si la iba a tocar: ¡como si lo dudara!. Me los empapé y comencé mi masaje. Me dijo que acercara la nariz, percibiendo el embriagador perfume del sexo femenino por primera vez. Instintivamente mi lengua se precipitó sobre esa maravilla y ella sacó el clítoris de la funda para comerlo mejor. Lo lamí delicadamente; luego lo succioné. Me encantaba notar cómo se arqueaba mamá de placer. Le abrí los menores y pase empapada la lengua por toda su extensión. Comencé a meterle un dedo, luego otro y hasta un tercero. ¡Que coñazo se le estaba poniendo!. Me pidió que metiera otra cosa y pregunté si quería que hiciéramos el amor, a lo que me espetó lascivamente que lo que quería era que le follara.
Le dije que sabía que nunca lo había hecho y que me tenía que ayudar, a lo que contestó que me subiera encima y que le pasara mi empapado glande por toda la raja. Me entregué a ello con devoción, aprendiendo rápido, deteniéndome especialmente en su clítoris. Hubiera estado así toda una vida, pero mami decidió que había que incrementar el placer, por lo que apuñó mi tronco y dirigió la punta a la puerta, a la vez que me introducía ayudándose de los talones en mis nalgas. Imposible describir el placer que sentí al deslizarme por la suave y caliente gruta de mamá, despaaaaaaaaacito, notando en cada micra de mi capullo la deliciosa complacencia de su tejido vaginal. Estábamos empapados, por lo que la fricción era superdelicada. Me encantaba llegar al fondo y sacarla casi del todo, otra y otra vez. Como me gustaba ver los pechos de mi madre en movimiento, con los pezones rígidos y su vientre jadeante. Me pedía más y más polla; que le embistiera bien fuerte y rápido, con el mejor recorrido; que le comiera los pechos; que le llamara de todo. De manera que me desboqué y temí hacerle daño de los pollazos que le metía; pero lejos de eso ella se desataba y gritaba obscenidades que blindaban mi dureza. Me pedía que le partiera el coño, que le ensartara; me reventaba el frenillo haciendo tope en su agujero. No quería correrme, no queríamos hacerlo. De un brinco me dio la vuelta y me cabalgó furiosamente, diciéndome que le abriera las nalgas más y más, lo que hice a lo bestia, sin importarme que se le hiciera alguna grieta en la entrada de su coño, a la vez que le mordía los pezones salvajemente.
No podría decir cuánto tardamos en corrernos; lo que sé es que lo hicimos juntos, agradeciéndome mami que le regara el tubo con un copioso torrente de lefa que recibió gritando ¡MEEEEEEE ENCANTAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!; como a mí sus contracciones.
Hasta otra amigos.