En la piscina

Un adolescente es invitado a pasar un fin de semana con su padre y un atractivo cincuentón. Su padre tiene que irse, se queda solo con el cincuentón y...

EN LA PISCINA

Después de la muerte de mi madre, mi padre y yo nos quedamos solos. Él era médico de profesión y trabajaba como ginecólogo en un conocido hospital de esta plaza. Como consecuencia de dicho trabajo, se hizo amigo de un prestigioso cirujano cardiólogo, que tenía la reputación de ser una de las máximas autoridades en su especialidad, en el país.

Mi padre trabajaba mucho para tratar de olvidar la muerte de mi madre, y ello hacía que tuviera muy poco tiempo de descanso y, como consecuencia, muy poco tiempo para compartirlo conmigo.

El conocido cardiólogo, trataba de hacer que mi padre tomara las cosas con más calma, sabedor de que ese estilo de vida no lo conduciría más que a un colapso nervioso. Por ello lo invitó, junto conmigo, a pasar un fin de semana en su compañía en la casa que él poseía a poca distancia de la capital, pero ubicada en lo alto de un cerro, en un ambiente de campo, con piscina y una estupenda vista hacia la gran ciudad. Después de mucho pensarlo y ayudado por mis ruegos, mi padre finalmente aceptó.

Saldríamos el viernes al atardecer, para pasar la noche en la casa mencionada, luego disfrutar allí el fin de semana, para regresar a la ciudad el domingo por la noche.

Así que finalmente salimos de viaje y llegamos a la casa  a eso de las siete de la noche del viernes. El cardiólogo, llamado Ernesto, nos mostró la casa, decorada con excelente gusto. lo que más me impresionó fue una terraza en la parte trasera, donde estaba una agradable piscina y desde donde se apreciaba una excelente vista de la ciudad, que a esa hora ya presentaba sus luces encendidas.

Teníamos menos de una hora de haber llegado, cuando el celular de papá sonó. Después de contestar, nos explicó que cierta señora que estaba muy delicada, en vísperas de un parto de alto riesgo, se había puesto grave. Por tanto, era su deber acudir en su auxilio.

Ante la insistencia de don Ernesto, mi padre accedió a dejarme en la casa y él prometió que regresaría a la mañana siguiente, ya que no tenía sentido conducir de vuelta cansado y a altas horas de la noche.

Don Ernesto se quedó conversando conmigo sobre asuntos triviales de estudios, etc., a la vez que preparaba algo de comer con las cosas que había llevado. Era un hombre atractivo, de unos 50 años, pelo gris, que medía alrededor de 1.80, bien conservado. Era evidente que tenía una envidiable solvencia económica, por lo cual sería muy buen partido para cualquier mujer pero, increíblemente, era soltero. Yo por entonces, tenía 17 años y estudiaba el bachillerato.

Después de comer, estuvimos hablando de todo un poco, hasta que él me propuso que nos diéramos un chapuzón en la piscina, a lo cual acepté.

Él pasó a su alcoba a prepararse y yo hice lo propio en la habitación que me había asignado. Cuando nos reunimos en la sala, él venía enfundado en una bata de color corinto y, mirándome fijamente, me dijo:

  • Sólo hay una cosa, que espero no te moleste. Yo acostumbro nadar completamente desnudo.

Aquello me sorprendió, pero lo acepté con bastante entusiasmo, ya que me gustaba mucho apreciar la anatomía masculina. Desde mi pubertad, comencé a darme cuenta de que me atraían más los hombres que las mujeres, razón por la cual incluso me había involucrado en una aventurilla con un compañero de clases.

Se despojó de la bata y totalmente desnudo, caminó hacia la piscina, sin que yo pudiera retirar la vista de su cuerpo. Con un ágil salto, se metió al agua.

Yo me acerqué hasta la orilla y dudé un momento antes de meterme al agua. Él me miró y me dijo:

  • Si lo deseas, puedes desnudarte también. Después de todo, solo estamos tú y yo.

Con cierta vacilación al principio, me quité todo lo que llevaba puesto y me metí a la piscina. La temperatura del agua estaba deliciosa y me sentí encantado. Tras nadar un rato, don Ernesto me dijo que me subiera a una colchoneta inflable que flotaba sobre el agua, cosa a la cual obedecí.

Él se acercó y puso una mano sobre mi muslo. Mirando mi miembro en reposo, dijo:

  • ¡Vaya! ¿Qué tenemos aquí? Un lindo muñeco que debe ser más lindo cuando crece.

Los colores se me subieron a la cara, en tanto él continuaba hablando en ese tono y otro más atrevido, hasta que poco a poco se fue calentando la cosa. Sin poder evitarlo, mi pene comenzó a empalmarse y, al notarlo, don Ernesto lo tomó suavemente en su mano y comenzó a acariciarme.

Su mano acariciaba suavemente todo el cuerpo de mi verga, preparando el terreno y despertando cada vez un mayor deseo en mí. Sin poder ni querer evitarlo, don Ernesto se la metió en la boca un poco y después deslizó suavemente su lengua de un lado a otro de mis testículos. Seguidamente fue buscando las zonas más sensibles del pene para irlas lamiendo, alrededor de la cabeza, la unión del frenillo con el glande y el orificio extremo de la uretra. Me daba besos suaves y caricias con su lengua, me volvía loco. A continuación empezó a cerrar y abrir la boca con el pene en su interior, proporcionándome una sensación increíble, que en muy poco tiempo casi me llevó al orgasmo. Después formó un anillo con su boca, e introdujo suavemente todo el cuerpo de mi pene con movimientos de arriba hacia abajo y viceversa.

Yo estaba empezando a volverme loco de placer por aquella soberbia mamada que me estaba dando el reconocido cardiólogo. De repente, paró. Se sumergió en el agua y me tiró de la colchoneta, se había cansado de hacerme gozar a mí y quería también formar parte de la fiesta.

Nadó hasta la orilla y se subió al borde de la piscina. Se sentó ante mí, abierto de piernas, enseñándome su tremenda verga, de unos 22 cm, completamente erecta y dura. Evidentemente, era mi turno.

Tras un momento de vacilación, me abalancé sobre él, que me esperaba ansioso. Empecé a besarlo desde los pies hasta que llegue a su pene. Comencé a acariciárselo y después se lo lamí. Don Ernesto suspiraba y me agarraba la cabeza para impedir que lo dejara. Yo pasaba la lengua arriba y abajo, sus gemidos de placer me animaron aun más y fui subiendo mi boca por todo su cuerpo hasta su pecho, donde me detuve para besarle los pezones y mordisqueárselos, mientras mis manos recorrían su piel desnuda. Acariciaba su verga, colocándome en el interior de sus muslos.

Después empecé a lamer suavemente con mi lengua las zonas cercanas al pubis, succionando suavemente la piel de sus huevos, fui subiendo por el cuerpo de su pene, hasta llegar al glande, el que fui estimulándolo con unos movimientos rápidos y en todas las direcciones de mi lengua. Cuando estuvo muy excitado empecé a chupar y succionar fuertemente el glande, a la vez acariciaba con mis manos el resto de su cuerpo.

Cuando ya estaba a punto de correrse, me hizo parar de lamer y me susurró que yo le parecía un putito muy apetecible.

Yo sonreí y le dije que aun no había hecho nada, que ya vería lo zorrito que podía llegar a ser.

Don Ernesto tenía planes para mí. Me hizo sentar en un escalón de la piscina y, sin dejar de besarme, me agarró la verga y comenzó a mastaurbarme con fuerza. Luego, levantó mis piernas a la altura de sus hombros y puso su miembro a la entrada de mi ano, diciéndome a la vez que iba a proceder despacio y que me trataría bien.

Me metió su verga poco a poco hasta que entró entera. Yo solté un placentero gemido y pronto empezó él a cogerme despacio, para ir aumentando el ritmo. Cada vez empujaba más y más fuerte. Don Ernesto se apoyaba con sus manos en el borde de la piscina y llegó a un ritmo realmente frenético, ciego, que nos volvía locos a los dos. Con rapidez y fuerza metía y sacaba su verga de mi ano, hasta que se corrió.

Sacó su verga de mi culo junto con una abundante cantidad de semen. Inmediatamente me dijo que se ocuparía de que yo también llegara llegase a mi orgasmo, por lo que bajando en la escalera, se arrodilló delante mío, se metió casi toda mi verga en su boca y empezó a mamarme con frenesí. Era increíblemente placentero. No aguanté mucho más y me corrí entre su boca.

Luego, nos besamos y compartió mi esperma conmigo. Después fue a bañarse. Al rato, salimos de la piscina, nos secamos y me llevó a su alcoba, donde pasamos el resto de la noche gozando de lo lindo. Dormimos juntos y a la mañana siguiente, mi padre regresó. Desde ese día don Ernesto y yo, somos amantes.

Autor: LuizSex luizsex@gmail.com