En la piscina (1)

Ángela va a la piscina y habla con el creído.

Finalmente pude ver los frutos de mi dieta. Este año dejé el bañador en el cajón y me coloqué un bikini naranja para bajar a la piscina. Pese a los kilos perdidos, mi pecho continuaba siendo una 95 y, gracias a mis 25 años, aún llevaban la contraria a Newton.

No imaginaba que se convertiría en algo para recordar. Bajé, como acostumbraba, a nadar un rato. Siempre me ha gustado la natación e iba cuando podía.

Después de los largos de rigor me fui a la toalla, sintiendo cómo el suave aire ponía de punta mis pezones.  Observé, con fastidio, que alguien se había colocado al lado. ¡Genial!, casi toda la piscina está libre y se sitúa al lado.  Me tumbé despacio, pienso que esa toalla, con un dibujo de una señorita sugerente, me es conocida. Cierto, era del chulo de la piscina. No soportaba sus aires de tío bueno. Lo estaba, tenía un cuerpazo moreno de quitar el hipo, pero el muy bobo, jamás me había dirigido ni siquiera un saludo y eso que llevábamos años coincidiendo. Lo mejor sería pasar de él.

De pronto noté desaparecer el sol que me secaba.  Abrí los ojos y lo vi. Involuntariamente mis ojos se dirigieron a su abultado paquete, enfundado en un bañador slip.  Sus ojos estaban ocultos tras las gafas de sol, pero me regaló una sonrisa encantadora con unos dientes perfectos, mientras me decía:

—¿Podrías dejarme las gafas de natación?

Vaya, le gustaba nadar ¿o era para fardar?  Aún así contesté secamente lo primero que se me ocurrió.

—Marcho en treinta minutos.

No podía despegar la vista de su paquete. Desde mi postura la perspectiva era perfecta.

—Me sobran dos minutos —respondió sin dejar de sonreír.

Pude comprobar que además de estar bueno, nadaba bien. Después de todo no había sido tan malo dejarle las gafas.

Sin saber muy bien cómo, de pronto mis pensamientos se alejaron de la piscina. Me imaginé en el piso, sólo con una camiseta y bragas, tanga ya que tiene menos ropa, bien fresquita. Con él y se acercaba, me besaba, colocaba sus grandes manos en mi firme culo. Yo notaba su duro paquete cuando me aproximaba a su cuerpo.

Otra vez, la sombra tapó el sol de mi cuerpo contorneado.

—Gracias —dijo mientras me devolvía las gafas—. Mi nombre es Marcos, encantado.

—Ángela, mucho gusto. —¿De dónde me había salido la simpatía y la sonrisa? Ahora ya no era el chulo piscinas, ahora era Marcos. ¿Será que me atraía?

—Te invito a un café, Ángela —dijo Marcos.

Todavía pensaba qué contestar, cuando noté, como disimuladamente, echaba un par de miradas a la parte superior de mi bikini.

—El bar está cerrado —contesté, mientras sacaba pecho y observaba su paquete desde detrás de las gafas de Sol.

—Vístete —comentó Marcos, antes de que ella se levantara—, y salimos a fuera a buscar un bar —dijo mientras abrochaba su camisa y se enfundaba los pantalones.

-—Tengo que pasar por el vestidor, el bikini no se ha secado.

—Quítatelo.

—Eres un cerdo.

—Aún no he visto tus aureolas y no te pido eso. Da igual. Olvídalo.

Los dos nos dirigimos hacia el vestuario, me hizo gracia que no me cubría con la toalla, él me la quitó.

Al entrar vi desnuda a la rubia de la piscina, un cuerpo perfecto.

—Hola —saludé con timidez, mientras me quedaba muda.

—¿Eres la nueva adquisición de Marcos? —No entendí la pregunta—. Neuras. —Seguía desnuda, quería acariciarle la piel, el coño, chuparle los pechos—. Me devoras con la mirada, disimula. —Me puse roja—. Eres demasiado inocente, tu coño peludo lo dice. Si quieres que Marcos te folle, no te pongas ropa interior.

Las palabras me marcaron, no sabía si me acostaría con él, pero no perdía nada por intentarlo. Una vez me vestí con la camiseta, demasiado ancha, y los shorts me fui a mirar al espejo.

—Solo te falta un detalle.

Se arrimó por detrás y me estiró los pezones. Seguía desnuda y me excitó. Me di prisa en salir.

El único bar cercano mostraba un cartelito: “cerrado por descanso semanal”

—Otro día será el café —comenté, todo y no querer marchar.

—¿Seguro qué sabes que vivo cerca? —añadió Marcos mientras noto como me repasaba con la mirada—. Tengo cafetera en casa.

—¿Y? —pregunté yo

—Sube y explícame el cambio, respecto el verano pasado, respecto antes de entrar en el vestuario —respondió amablemente.

—Vale, guíame – respondí. “Hasta la cama” pensé y me ruboricé.

A él se le volvió a dibujar la misma sonrisa triunfal que en la piscina al comprobar que le seguía.

De camino, empecé a decirme lo errada que había estado este tiempo, no viendo que detrás del chulo, había un tío majo. Una vez en el piso me enseñó la casa. Pegada al comedor, tenía una inmensa terraza con vistas a las piscinas, donde una podía quedarse a vivir todo el verano. Marcos se dirigió a la cocina y dijo:

—Dos minutos y llevo los cafés.

—¿Me puedo quitar los zapatos? —pregunté mientras me sentaba en el sofá.

—Puedes quitarte lo que quieras. Ponte cómoda ¿Lo tomas con hielo y sin azúcar, como el mío? —preguntó. Volvió al comedor, me miró y dijo—. ¿Qué es eso de poner los pies en el sofá? Te tendré que zurrarte.

—No me había dado cuenta, la costumbre —dije mientras le regalaba una sonrisa,

—Voy a cambiarme, mientras pienso el castigo por los pies en el sofá —añadió con una sonrisa picara.

—Que hoy es el primer día que hablamos, no te pases —repliqué.

—Hace muchos días que te observo —dijo desde la cocina.

“Vaya”, pensé,”me observa hace tiempo”. Tampoco se me escapó su invitación velada para que me “quitara lo que quisiera”. No se andaba con chiquitas el chaval. Mejor. La verdad que estaba bueno a reventar y tampoco me importaría darle un buen repaso.

Volvió con los cafés y comenzamos a charlar. No dejó de incidir en lo bien que me había sentado el invierno, regalándome un piropo tras otro que iba engordando dulcemente mi ego. Cada vez me sentía mejor a su lado.

—Tengo calor, hasta la próxima semana no vienen a colocar el aire —comentó mientras se desabrochaba la camisa—. Quítate la camiseta que estarás mejor

—No —contesté secamente.

—En la piscina ya te he visto con bikini, no pasa nada.

En ese momento, dirigió sus ojos a mis pechos, donde mis pezones, libres, se marcaban claramente contra la camiseta. Como no era la primera vez que los miraba durante la charla, yo estaba segura de que se había dado cuenta de que me había quitado el bikini. Así, el gesto de abrir los ojos exageradamente era puro teatro.

—Vaya, no sabía… —dijo—. Encima de poner los pies en el sofá te medio desnudas —dijo riendo—. Te creía más fina.  En ese caso vamos a jugar. Llevamos el mismo número de prendas. ¿no? —Negué con la cabeza y me ignoró— ¿Te gustan los dados? —preguntó con entusiasmo mientras se ponía la camisa de nuevo, negué con la cabeza. Si se la ponía llevaría más prendas que yo.

—Ya que llevamos el mismo número de prendas y hace calor, jugaremos a dados y a las prendas. Así olvidaré el castigo por lo de los pies.

—¿Cómo? —dije levantando las cejas de sorpresa. El calló. Había lanzado el primer envite y me tocaba responder. Jugar a las prendas… ¿Por qué no? El  tío estaba para comer y tampoco me importaba que me viera algo más, mejor dicho todo. —Creo que en lugar de café iría mejor un carajillo —sentencié.

—Ahora te lo preparo —dijo, sonriendo, encantado con mi respuesta. Se me acercó un poco más. Yo sentía que quería tenerle aún más cerca.

—¿Sabes que mejoras en las distancias cortas? –Le insinué.

—Gracias —contestó—. Tú también.

Noté como me mojaba entera. Ciertamente, tenía un buen polvo. Él hizo amago de preparar el licor, pero le detuve.

—Da igual, era una forma de hablar, el alcohol no da valor, es la persona.

—Me gusta tu forma de pensar —comentó mientras nos acomodábamos en el sofá. Me pasó un cubilete con tres dados y él se quedó con otro.

Primera tirada veo mi puntuación y sólo es un 4, creo que ya sé quién se quitará la prenda, un zapato. Casi me hace ilusión perder esta mano.

—15 puntos. ¿Y tú? —preguntó.

—4 puntos —contesté.

—¡Qué pena! Si llega a haber sido un tres me tocaría elegir la prenda —comentó, mientras se le dibujó otra sonrisa en su rostro—. Ya sabes. Mis dados, mis normas. Te quiero desnuda.

Yo ardía. Casi sin querer salieron las palabras de mis labios.

—¿Qué habrías elegido?

—La camiseta —contestó con tranquilidad— para ver tus pezones. Tengo ganas de succionarlos, morderlos...

Estaba lanzándome el órdago y habíamos llegado al punto de no retorno. Sabía que el próximo paso era decisivo. Darle las buenas tardes y marcharme o quitarme la camiseta y acabar con un final feliz.

—¿Sólo para eso? —contesté. Me quité la camiseta y mientras se la tiraba le añadí—. Te la regalo.

—Muchas gracias, zorra —respondió—. Tienes unas tetas muy bonitas. Qué pena que estén tan blancas, se nota demasiado el triángulo del bikini. Estarían mejor con un chupetón. Además tienes los pezones tan tiesos como cuando saliste del agua.

—¿Dónde harías el chupetón? —me pregunté en voz alta y me sorprendí de hacerlo.

—Debajo del pezón derecho, aquí. —Indicó mientras tocaba la zona y acariciaba suavemente el pezón.

Yo cerré los ojos, disfrutando del contacto. Finalmente respondí.

—Continuemos con el juego. —Tiré los dados y vi 17 puntos, de modo que añadí—. Si pierdo esta vez, en vez de prenda, ganas el chupetón.

Marcos levantó su cubilete sonriendo.

—Tres seises, 18 puntos. Pero no, creo que mejor te hago el chupetón después de ganarme las bragas de tu bikini. —negué con la cabeza y las saqué de la bolsa—. Podemos llegar a un acuerdo y quitarnos los dos gratuitamente una prenda y vamos ganando tiempo.

—Creía que ganaba esta mano —dije con cara de fastidio mientras me sacaba los pantalones, quedando solo con zapatos. Marcos miraba mi peludo coño—. Ya has ganado..

Estar desnuda en lugar de molestarme me excitaba, me gustaba estar así.  Y sobre todo si su paquete se hinchaba tanto.

—Túmbate en el sofá, que empezaré. Me gusta que mi cerda no lleve ropa interior. —Ordenó y lo obedecí, tanto quiero el chupetón. Me alegré de llevar el pelo del coño corto porque así me veía mejor, pero sabía que no era suficiente.

Marcos se arrodilló a mi lado y empezó a darme suaves mordiscos a toda la parte blanca.

—No grites —dijo  justo antes de clavar sus dientes en el pezón.

—¡Aaahhh! —Un suave gemido se me escapó.

—El otro está celoso, está blando —comentó.

Con la mano derecha empezó a retorcerlo..

—¡Aaaahh! —Otro suave gemido se escapó de mi boca

—¿Paro o más, perra? —preguntó Marcos

—Más —respondí, mientras me pasó un cojín para que me tapara la boca

Bajó su mano derecha hasta mi húmeda entrepierna e introdujo allí un dedo y jugó con él. Mientras tanto, continuó trabajando mi pezón, estirándolo y retorciéndolo. Puso los cuatro dedos de golpe en mi agujero. Mordí el cogín. Los sacó y paró de jugar con mis pechos. Me aproximó sus dedos húmedos, de mis fluidos, a la boca para que se los lamiera y lo hice sin rechistar.

—A cuatro patas, perrita —dijo.

Con lo que estoy disfrutando le hice caso, creo que llevaba mucho rato insultándome. Ese había sido un día de ejercicio diferente. Me giré y me coloqué con el culo en pompa. Veía cómo se iba acercando de rodillas en el sofá, con los boxers aún puestos. Se los bajó y me dio un azote a cada nalga.

—Te enseñaré como me los has de agradecer. Luego toca otro chupetón, ya pensaré en cual. Por cierto, hoy te dejo elegir perrita, no te acostumbres, ¿por delante o por detrás? —preguntó.

—Por delante, nadie me ha enculado —dije quería continuar manteniendo la virginidad.

Estaba desatada y deseando dejarme hacer. La única duda que se alojaba en mi cerebro era si prefería tener eso en las puertas o descubrir cómo era recibir chupetones en el culo. Dio un cachete para que las nalgas se relajaran, después se aproximó y noté dentro de mi vagina la punta. Empezó a moverse paró y de golpe la introdujo toda. Se me escapó un gemido al qué Marcos respondió tumbándose sobre mí y cogiendo ambos pezones. Los soltó justo antes de introducir su enorme y dura polla otra vez. Yo tuve que apretar la cara contra el cojín para no gritar. Marcos seguía a lo suyo, metiendo y sacando a gran velocidad, llevándome hasta un orgasmo que estaba a punto de llegar. El chico lo debió notar, porque cogió de nuevo mis pezones y se dedicó a retorcerlos.

—Ves como no era para tener miedo, putita mía —comentó mi vecino.

Seguía moviéndose dentro de mí, dilatando ahora mi agujero con círculos y suaves embestidas. Entre el juego inicial y estos movimientos sé que ya llevaba varios orgasmos y él aún no paraba. Volvió a cambiar de tercio y me regaló unas embestidas más fuertes para acabar corriéndose en mi interior.

Después de vaciarse completamente, salió de mí y yo me coloqué boca abajo, exhausta. Marcos aprovechó mi postura para besar mi espalda desde el cuello hasta el trasero, donde se detuvo y me dijo:

—Zorra te has corrido sin pedir permiso.

Sentí un leve mordisco en el culo que fue creciendo en intensidad. Cuando ya llevaba un rato, me hizo levantar y me llevó frente al gran espejo que adornaba el pasillo. Él, situado tras de mí, acarició mis tetas y me dijo:

—Estas buena y mejoras con esta marca en las tetas, me gustaría que todos la vieran —dijo acariciando mi pecho derecho— deliciosa. Irás el resto del verano con esta marca, al menos. Y con respecto a esto —dijo jugando con mi vello púbico—. Bueno, mañana haremos algo. Hoy aquí te has comportado como una auténtica puta. Vístete, vete a casa y piensa en ello. Pero no puedes masturbarte.

Lo publiqué hace varios años, pero lo he arreglado.

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