En la piscina

Luego de hacerme cargo del servicio médico de una empresa, disfrutamos con mi novia de la piscina en soledad hasta que fuímos observados por un obrero.

EN LA PISCINA.

Me puse de novio con una estudiante de odontología. Era delgada y alta. Su figura distinguida mostraba un cuerpo escultural y facciones delicadas. Su pelo oscuro, su mirada profunda y sugerente la hacían sumamente atractiva para cualquier hombre. Nos enamoramos y nos juramos fidelidad a partir de nuestro compromiso. Habíamos tenido distintas experiencias pero ninguna como las que disfrutamos a partir de allí.

He aquí una de ella que ocurrió cuando me hice cargo del servicio médico de una piscina de una empresa de ascensores. Poseía una amplia pileta en su planta de San Fernando. Estaba separada de la fábrica principal y rodeada de una cerca perimetral que la alejaba de miradas indiscretas. En realidad se usaba muy poco y la gente que la usufructuaba se retiraba a las cinco de la tarde cuando terminaban sus labores. Yo debía permanecer hasta dos horas más tarde por si alguno decidía utilizarla pero debido al poco uso por parte de los empleados, decidimos con el guardavidas, turnarnos en días alternados para cubrir el horario.

Mi novia comenzó a acompañarme y con la autorización de la empresa ambos pudimos utilizar la piscina. El lugar era hermoso y solitario, y cuando nos cerciorábamos que no había nadie en los alrededores hacíamos nudismo y comenzamos a gozar una experiencia fantástica. El solo esperar que no hubiese nadie obraba como un estímulo erótico y nuestras miradas cómplices no hacían más que excitarnos. Ella como haciéndose la distraída corría su bikini y mostraba el vello pubiano prolijamente depilado y yo jugaba con mi miembro acariciándolo sobre la malla. Su lengua pasándola por sus labios y su sonrisa cautivante al irse el último de los bañistas era el prólogo a una fiesta inolvidable.

Era hermosa. Nos besábamos apasionadamente y nuestras bocas se fundían en un beso sensual. Mi lengua recorría todos y cada uno de los lugares de su cuerpo que yo sabía la excitaban. Bajo su apariencia de mujer fría y distante se ocultaba una mujer joven y fogosa dispuesta a disfrutar del llamado del sexo que le pedía saciar sus instintos.

Disfrutaba desnudándola al borde de la pileta para luego retozar en el agua tratando de alcanzarla y acariciarla. Ni el frío del agua disminuía mi erección y ella se encargaba de mantenerla con su habilidad para masturbarme bajo el agua. Finalmente apoyada sobre el borde de la pileta recibía el tributo de mi verga abriéndose de piernas con sus manos. De la vagina pasaba al orificio anal que se ampliaba para albergar en el recto mi verga deseosa de derramar el semen en su interior. Sus nalgas se mecían al impulso del movimiento de vaivén. La cogida y la enculada, la repetíamos al salir de la pileta sobre un tohallón al borde de la misma, donde nos brindábamos prodigándonos todo tipo de caricias hasta quedar exhaustos y satisfechos.

Fue una experiencia fantástica hasta que una vez fuimos sorprendidos por un custodio que al concluir el día, cuando terminamos de tener una cogida habitual, aplaudió y nos instó a continuar. En nuestra euforia y calentura no nos habíamos dado cuenta de su presencia.

Avergonzado renuncié a mi trabajo y no volví por la empresa, aunque siempre recuerdo con nostalgia ese verano caliente.

Munjol