En la piel y más hondo 3

El modo en uno decide mirar las cosas determina lo que ha de depararnos. El sexo de sus cuerpos sin limite. La felicidad.

Durante los consecutivos días conservan firmemente ese régimen de silencio. No ven a nadie, no hablan con nadie, y poco a poco empiezan a sentirse más fuertes en su aislamiento, como si en cierto modo, la exigencia que se han impuesto les hubiera ennoblecido tanto por dentro como por fuera, familiarizándose de nuevo con la persona que tantas veces habían imaginado ser.

Una persona completa, realizada, con intensidad de profundizar en la vida a esta temprana juventud que les había despertado el deseo de crecer… La ilusión de que hay alguien, en sus vidas, que les pueda entender o hacerse entender. Sentido erotizante de la muerte en la sonrisa de los labios del otro al verse.

Optimismo justificado, la generosidad no exenta de egoísmo, la espontaneidad, la anticipación de la pureza, sino la pureza viva: ese empezar continuo, perfeccionamiento hacia los ojos del otro ser amado, el equivocarse y corregirse…

El aturrullamiento del corazón: enamoramiento.

En esa noche se durmieron con un deleite físico y mental perfecto, el ideal de lo que un joven puede darle a un joven dispuesto a no pedirle más que eso. Tan serena es la satisfacción que, el despertase, les viene a la memoria las palabras del otro. Esa alegría fácil apenas dura una hora. La idea les lastima y les asusta: no deberían de haberse aventurado en una dimensión que tanto les rebasa.

El miedo, la incertidumbre, el fracaso, el descubrirse ante los demás, la reacción que no siempre se logra, les inspiraba una oscura inquietud de cómo poder afrontarlo. Es un trámite que hay que arriesgar, costoso, pero consecuente.

La tibieza elástica, densa, de un pecho, el acogedor ensanchamiento de una ingle lisa… Lograron no abandonar ese refugio corporal durante todos los días siguientes.

Cuando los acontecimientos del día anterior, se precipitan a tal velocidad que parecían a punto de prometer una fuga con todos las garantías e incluso sabiendo que había un final tan feliz que hiciera la fuga innecesaria, Nicolás intentaba explicarse lo que aun le parecía inexplicable; interpretaba como la inequívoca verdad, que no podía evitar pensar en él. A cada paso Andrés volvía a su mente, protagonizaba cada pensamiento, se le colaba en cada detalle de lo cotidiano. Y él no sabía cómo alterar el curso de su cerebro, por un lado no quería obsesionarse, tampoco le agobiaba esa situación. Necesitaba ir construyendo a su mediada, paso a paso, ir disfrutando, confiando no solo en sí mismo, sino en el futuro de la relación del único amor verdadero. Invitaba a la prudencia.

En la voz de Andrés, Nicolás tenia presentes dos palabras: “se feliz”. Estas dos simples palabras le persiguieron durante todos los días siguientes.

Al mismo tiempo, Andrés, con un acento tan vehemente de sinceridad como audaz de puro inocente, reflexionaba para sí mismo, como en unas horas los sentimientos correspondidos de dos personas pueden marcar tal diferencia en la vida de una persona. Le anegaba un bienestar profundo e interior, casi armónico, que parecía destensar todos los tejidos de su cuerpo impregnándolo de un bálsamo denso y placentero. El precio de la alegría se sentirse en paz, de poder empezar una relación con Nicolás. El primer chico del que estaba enamorado hasta le medula.

A todo esto, hacía mucho tiempo que no se acostaba con un chico del cual sentía afecto, esa clase se sexo tan única y distinta. Era cierto que había caído en aquellos meses algún polvo esporádico, sexo a traición, sobre la marcha, una atracción sexual insulsa, autómata, básica.

Echaba de menos el roce sentimental, el intercambio alegre, esperado, lleno de contenido. Echaba de menos ese beso de verdad. Ese beso con historia detrás. No un beso robado, mal dado en cualquier sitio, sino ese beso dilatado, ese beso que lleva tras de sí el deseo de besar justo al chico que amas, no el beso sucedáneo, el beso de mentira, dado a otro. Añoraba ese beso construido mucho antes de ser dado, el bocado exquisito. Ese empeño era el que pretendía conseguir con Nicolás, cultivar una realidad que hasta ahora solo se había dado en sus sueños; en sus anhelos más íntimos.

Han pasado apenas unos cuantos días, y ha dado el mundo una vuelta de campana para los dos.

La rutina de los días les había tenido separados sin poder verse, esa ausencia la suplantaban y combatían con interminables horas nocturnas en el Messenger, mensajes de móvil pendientes el uno del otro de las cosas importantes para su edad, cualquier pretexto. Escuetas conversaciones a través del móvil que al oír la voz del otro tenían el convencimiento que se tenían el uno al otro.

No podían hacer nada ante esta separación involuntaria, y sin embargo necesaria para su rendimiento escolar. Eso no significaba que entre libros de matemáticas o historia o literatura, entre repaso de apuntes tomados en clase, trabajos inconclusos para terminar en casa aprovechaban cada minuto para echarse de menos, anhelando la compañía del otro, obsequiar una sonrisa en señal de agradecimiento, la ansiedad del roce de piel, el contacto de la tentación apetecible, el mirarse a través de los ojos del ser amado.

Final de la tarde lluviosa, a mediados de semana, después de la primera cita, tenía ganas de volver a verlo. Nicolás percibía que su piel poseía una memoria propia. Esa lóbrega y paralizante tarde de principios de Mayo, donde por norma la habitual tristeza apelmazada tendría que seguir su curso, delante de la ventana con signos evidentes de que la lluvia persistiría fuera; el recuerdo del decisivo encuentro con Andrés había conformado un espacio privado al que había acudido una y otra vez durante estos últimos días. No había olvidado que la única noche es la que sucede en las fértiles llanuras despobladas. Basto ese mismo espectáculo contemplado desde su habitación para que Nicolás reviviera una adolescencia de absurdos y carencias. ¡Como deseó entonces habérselo traído consigo, mirar la calle juntos y libres de ansiedad! ¡Como quería abrazarlo a la hora del primer trueno! En aquel momento, abrazados hubiera entrado en su cuerpo por el aire, como un ruido. ¿Más que hacer con la distancia? Y le vino a la mente un verso apropiado para la ocasión: “Altas sumas de tiempo para el roce de los labios.” En esa llamada de los labios de Andrés había algo imperioso, casi necesario: un beso.

Abandonado en sus reflexiones, Nicolás se imagino con un cepillo de barrer mental con el que retiraba las antiguas telarañas de los rincones y el polvo que había acumulado sobre la razón. Pero la nueva clarividencia también le hacía reparar en la imposibilidad de rehuir aquello a lo que llevaba días dándole vueltas.

Había casi anochecido y. al encender la luz de su mesa de estudio, Andrés no pudo negarse a la evidencia; bajo la lámpara el móvil. Un mínimo desplazamiento, pulsar dos botones y escuchar su voz, ese reconfortante signo de su rostro, descorrer con su voz la cortina de la ventana y adivinar su habitación que las desprendió para que le acompañe. Sentado frente a la ventana, delante de la mesa, pensó que Nicolás promovía un espacio de enorme claridad en torno a él; todo su ser percibía que el estado de pareja había venido a sustituir su soledad y que el silencio del dormitorio, que antes se le antojaba amenazador e infinito era ahora indicio de sosiego. Por supuesto que ya lo echaba de menos, pero lo tranquilizaba la certeza de que, donde quiera que Nicolás estuviera, lo tendría en el pensamiento.

El domingo por la tarde de esa misma semana quedaron en la misma cafetería. La tarde se les paso en un suspiro pero tuvieron tiempo de ponerse al día de todo lo sucedido, no importaba que lo sucedido ya se hubiera contado. Pasearon, se besaron furtivamente cuando sabían que nadie los veía, regresaron al mismo rincón del parque de la primera vez. No hubo sexo, no les importo. Se bastaban con tenerse el uno al otro; gozar de la compañía, admirarse, divertiré, participar. Les movía asomarse, a investigar en la vida del otro, ensimismados, ajenos y lejanos de lo que les rodeaba. Regocijo y gratitud.

Al despedirse Andrés le prometió a Nicolás una sorpresa.

La próxima semana Andrés se tenía que examinar de la práctica del carnet de conducir, en esos días previos al examen se encontraba bastante nervioso, ambicionaba aprobar. La sorpresa prometida pero no desvelada, era recogerlo a la salida del instituto con el coche.

Con la ilusión y el nerviosismo previo al examen, Andrés no se imaginaba que lo que para él pudiera ser una agradable sorpresa, una exultante alegría, desembocaría en una hostilidad que ninguno de los dos había previsto.

El día del examen llego: aprobó.

Eligio la tarde para pedirle prestado el coche a su madre; con decisión y la precaución del novato se encamino hacia el instituto para recogerlo a la salida. Llego con bastante antelación. Apoyado en uno de los laterales del coche, esperando a que la sirena sonase dando fin a la última clase del día y que toda la marabunta de jóvenes saliera en estampida, su mente solo inspiraba la única imagen que le hacía feliz: la sonrisa de Nicolás, junco con la cara de sorpresa y asombro que pondría al verlo. Porque pronto adquiría un valor inexplicable.

El único alivio efectivo de Andrés contra la frustración de no poder disfrutar todos los días de la compañía de Nicolás no era perseguirle mas allá de lo socialmente aceptado, o acosarlo, ni presentase de improviso en su casa o en el instituto o esperarlo agazapado tras el coche a que llegara al portal de su casa. En cambio esta tarde sí que lo hacía, esta vez a su modo de entender era una ocasión especial.

Era una tentación tan apetecible, tan loca, tan pegada a sus sentimientos verdaderos. La oportunidad de construir una relación, de conocerse y besarse y conversar y hacer el amor y revolcarse juntos en todas la aguas de los ríos, y los mares y los océanos del encuentro amoroso. Sabía que obraba bien. Con una nostalgia hermosa y desesperada, entre recuerdos de belleza y pasados de soledad.

Sonó la sirena y salieron todos, al cabo de unos minutos salió su hermano acompañado de un pequeño grupo de compañeros de clase, Nicolás no iba con ellos. Andrés, en casa, había oído decir a su hermano que esta tarde no habían quedado como siempre para estudiar juntos. Se acerco con paso decidido y un tanto nervioso hacia donde se encontraba su hermano para preguntarle por su amigo Nicolás, este le explico donde estaba, y sin darle más tiempo a preguntar se despidió dándole las gracias dirigiéndose hacia el lugar donde le había indicado que se encontraba Nicolás. Ya tendría tiempo de prepararse alguna escusa si había preguntas en casa; vendría el tiempo de justificaciones.

Lo reconoció de inmediato. La voz masculina sonó plena es su espalda, tan cerca que casi pudo sentir el aliento de su dueño sobre su piel. Una especie de estremecimiento le recorrió la columna vertebral e hizo que se volviera sobresaltado.

Tardo en reaccionar: tal vez porque aun no había conseguido asimilar el impacto que aquella presencia inesperada la había provocado.

  • ¡Andrés! –La voz le pareció salir rota de la garganta, cargada de desconcierto e incredulidad.

Comprobó como la inquietud se hacía visible en el rostro de Nicolás y una sorpresa desvelaba una sonrisa en sus labios.

  • ¡Hola! –No supo que contestar. Se sintió tan descolocado por la reacción de Nicolás que tuvo que improvisar-. ¿Puedo hablar contigo un momento?

Mientras salían del aula, uno detrás del otro, Andrés se pregunto si habría advertido su vulnerabilidad del  mismo modo que él se la había notado. En el pasillo estaban solos.

  • ¿Qué sorpresa? No esperaba… -Con la cara ardiendo de rubor, atónito.- ¿Qué haces, como tu…?

  • Nada, bueno… es que… -Como si se hubiese dejado caer por allí para ajustar un pequeño detalle. En un tic a causa de su estado de nerviosismo se llevo la mano hacia su nuca, de nuevo tenía que improvisar, no pretendía echar a perder la sorpresa-. ¿Te falta mucho para terminar? –Le pregunto escuetamente, omitió toda explicación del porque se encontraba esta tarde en el instituto.

Nicolás sacudió la cabeza, en parte por la confusión, en parte por la perplejidad y en parte para contestar a la pregunta.

  • Unos diez o quince minutos. Estamos acabando la reunión. Si quieres esperarte. –Con un gesto le indico que podía hacerlo dentro del aula-.

Andrés suspiro hacia sus adentros con gran alivio al ver el cambio producido por Nicolás.

  • No, no quiero molestar. –Se excuso movido por un impulso.- Mejor te espero abajo en la calle.

Andrés lo miro al los ojos lanzándole una sonrisa inquietante y cómplice.

  • No tardare. Nos vemos dentro de pocos minutos.

Andrés se encamino por el pasillo hacia la salida, se sentía henchido de un jubilo que se extendía a todos los poros de su piel. Su andar era cadencioso y los ojos le centelleaban. Nicolás reconoció viéndolo alejarse, una incipiente ansia por una cita inesperada y percibió dentro de él un anhelo que era incapaz de nombrar. A partir de ese momento, todo lo había arrojado a ese espacio vacío que había sido la aparición de Andrés.

“Esta radiante.” Mascullo para sí mismo cuando atravesaba la puerta del aula.

A Nicolás, ese vestigio de bienestar le duro apenas algunos segundos hasta que se volvió a incorporar al grupo de compañeros. No estaba acostumbrado a este tipo de visitas sorpresa. Se acobardo rápidamente.

La reunión finalizo,  Nicolás hubiera preferido salir a solas, en cambio lo hicieron en grupo. Otro día le hubiese dado lo mismo, pero esta tarde, él solo sabia la relación que tenían los dos; le asustaba notarse fuera de control, si se enteraran de su relación no podía prever las consecuencias que tendría aquello.

Al abrir la puerta principal del edificio que daba al patio, lo distinguió a través de las rejas apoyado sobre un lateral de un coche al otro lado de la calle.

Se despidió de sus compañeros en la misma puerta y al cruzar la calle su amor sonaba amortiguado y furioso. Avanzaba como si sus pies no tocaran el suelo; su espíritu dividido entre la exaltación que le había desordenado por completo hacia un instante, y un sentimiento intimo, confuso, que nunca podría compartir con nadie, una emoción semejante al pudor, la imprevista timidez que ni siquiera él acertaba a descifrar, pero le impedía corresponder a la mirada de los catorce pares de ojos que le estudiaban con la misma curiosidad.

Al llegar a su altura se dejo guiar por Andrés calle abajo hasta llegar a un coche rojo que en el cristal trasero tenia expuesta la señal del principiante. Nicolás empezó a comprender… Cuando delante de él parpadearon los cuatro intermitentes del coche rojo, era la sorpresa que le prometió.

En ese instante se olvido que estaba delante del instituto, con sus compañeros dilatando una curiosa espera, rezagados por averiguar porque le venían a recoger en coche a la puerta del instituto. Andrés le pareció que él torcía el semblante, había dado su beneplácito, la luz le chispeaba en la mirada y la sonrisa devolvió a sus labios el orgullo y el agradecimiento, la ternura.

-¡Enhorabuena! –Exclamo Nicolás, cuando volvió la vista hacia él, lo estaba observando.

Nicolás le dijo que nunca ningún chico había ido a recogerlo en coche al instituto, bromeo. Ni tan guapo como él, aclaro. Andrés se sintió agasajado.

  • Gracias. –Le contesto Andrés entrando dentro del coche.

Puso el motor en marcha, maniobro para enfilar calle arriba; mientras se daba la vuelta para abrir la puerta del coche, delante de ella, el semblante de Nicolás se velo de una preocupación por lo que habían visto y por las conclusiones que habían podido sacar sus compañeros de reunión. De inmediato, casi al instante el grupo empezó a deshacerse, ya intuían el final. Pero él se sentía confundido e incomodo.

Con el coche en marcha, Andrés noto que Nicolás estaba un poco afligido, y con una voz suave, vehemente y un tanto apasionada le dijo:

  • Me he dado cuenta que esto ha sido un poco embarazoso, Nico, no quería ponerte en un aprieto. Tal vez aun tenemos que hablar y necesito entender algunas cosas. –Hubo una pausa que aclaro-. No quiero que me mal interpretes. Pero si hay algo que te molesta o ves que me precipito en alguna cosa quiero que me lo digas.

  • Bien. –Dijo él vacilante. Se puso a mirar por la ventanilla.

Andrés extendió el brazo desde el otro lado del asiento, sujetando el volante con una sola mano, para apretarle una suya.

En cambio, absurdamente, Nicolás parecía dirigir todos los pensamientos fugaces e intermitentes,  averiguar y plantearse si realmente estaba preparado para aceptar la opinión de los demás ante su relación, no siempre la aceptación es la que a nosotros nos gustaría que fuera. Volvía el desasosiego, la ambigua actitud, la justificación, la preparación, y la fortaleza del daño que le podían ocasionar la gente, el desvalimiento. La inauguración de un mundo frágil que desearíamos eterno…

Se sentía agitado por dentro. Se obligo cerrando los ojos, autoimponiéndose a recomponerse por dentro, era una tarde de novedades, estrenos, inauguraciones en sus vidas. El coche les ofrecía una independencia y una libertad que muy pocos jóvenes de su edad podían contar. Dejándose llevar por una tarde única, acogedora, tentadora, solos.

Acostado ya en la cama, Nicolás se hundió en la lectura de una novela sin entender que leía. Había tantas cosas en las que no quería pensar… Pero en su cabeza tenía fresca algunas imágenes que no desaparecían: la desasosegante perspectiva de sentirse observado por la gente, ansiosos de echarles un vistazo a la “afinidad” con Andrés.

Descanso la novela sobre su pecho, se dijo admirado: “Andrés era fácil de amar y difícil de olvidar, por dentro, pero también por fuera.”

Porque para Nicolás, la cobardía imperante de mostrar los sentimientos llevaba a la perdida de la voz de la emoción, y esa era la perdida más espantosa de todas las perdidas. Porque era perder la parte del leguaje más profunda, hermosa y vivificante del ser humano. Porque era dejar perder el valor de las palabras definiendo el valor de los sentimientos.

Pensó en su propia boca: obligando a callar, su relación se habría convertido en un terreno claustrofóbico, de soledad y aislamiento. La mordaza de los sentimientos llevaba a la pobreza emocional, a la sequedad del corazón. Porque callar significaba resistirse a la emoción, abortar su natural desarrollo. Hablar llevaba necesariamente a compartir, era empedrar el camino, asfaltar la carretera del amor, mientras que el silencio arrasaba con todo, despojando a la tierra de vegetación, desecando la humedad y fresca orilla donde descansar el alma bajo la acogedora sombra del otro.

Le encantaba imbuirlo todo de un poco de drama. Eso hacia la vida un poco más interesante. ¿O simplemente desafiaba las reglas porque se sentía más vivo al tener un enemigo contra el que luchar?

Debía de generar un férreo contrapeso racional. Arder de deseo inadecuado.

Retomo la lectura, sus ojos se toparon con una frase: “El silencio era el destino cierto para acabar viviendo en el desierto de las almas solitarias”

Decidió que mañana telefonearía Andrés para verse y hablar.

Andrés le extraño la urgencia de Nicolás por verse esa misma tarde y a la necesidad de hablar; no quiso decirle nada por teléfono insistiendo que era preferible que se vieran en persona. Llegaron los dos casi al mismo tiempo a la cafetería de costumbre. Al verlo, Andrés no se le paso por alto la inquietud y el nerviosismo que transmitía Nicolás, lo conocía suficientemente para sospechar que una ansiedad lo reconcomía por dentro, el asunto tenía que ser importante.

Sentados en la mesa, Andrés observo el rostro de Nicolás, una desazón de preocupación le difuminaba los rasgos del chico jovial que hasta ahora conocía. Intuyo que se había encontrado todo el día en esa actitud. Delante de los refrescos, Nicolás lo miro a los ojos y empezó hablar, estaba cargado de nervios e inocencia, cohibido y abrumado. Inquieto. Como un enorme peso que llevaba en sus hombros empezó su razonamiento de justificaciones, de dudas, de miedos, de valor, de fuerza, de valentía; todo un contingente inseguro, inexplicable. Se iba cargando de razones hasta considerar absolutamente justificada su conducta infantil. –Según quien lo interprete.-

Descompuesto se había limitado a expresar en voz alta que le asustaba de la realidad. Había traducido sus temores en palabras, se sentía atrapado por ellas. Averiguo que todas las palabras que se habían deslizado, sin más, por sus labios, le mostraban el futuro de un rechazo por cubrir las apariencias. Necesitaba justificar largos años de soledad, para no confesarse abandonado. De una palabra a otra, volvió un acercamiento gradual, volvió la confluencia de los destinos, volvió la compresión y volvió por fin las confesiones. El temor de lo que se desea que lo considere un lujo humano, sino la intransferible, la que asalta de pronto a vida o muerte.

Con los ojos mojados, la confusión empezó a invadirle. Se sintió mareado como un tiovivo.

Andrés pago los refrescos sacando a Nicolás rápidamente de la cafetería, no les importo si alguien de los que estaban en las otras mesas se había dado cuenta de algo de lo sucedido. El aire de fuera le devolvió color al rostro de Nicolás apoyado en la fachada de la cafetería. Recuperado se encaminaron hacia el parque, a su rincón de siempre. Sentándose en el banco.

Andrés entendió que podía perderlo, que podía irse al traste una relación maravillosa. De alguna manera, tenía que encontrar el modo de hacerle entender que no había necesidad de exagerar nada. La comprensión de sus más profundos instintos -¡defendidos!-, justo hacia un instante, le semejaban el regalo que un espíritu afectuoso le hacía en alguna parte. Empezó hablar, Andrés parecía seguir un compas interno. No había arrogancia ni jactancia. Se trataba del chico inteligente y arrojado del que se había enamorado Nicolás.

  • Tenemos que seguir con nuestras vidas. Eres lo suficientemente extraordinario para no hacerte tambalear nadie. Tampoco hace falta que lo vayamos pregonando a los cuatro vientos, a mí también me gusta la discreción y tampoco quiero que nos molesten. Ya habrá tiempo de tomar decisiones,  afrontar lo que tenga que venir. –Concluyo. Hubo un par de segundos de silencio. Reanudo-: Si todo lo que te está pasando, si has tenido problemas con tus compañeros del instituto por lo de la otra tarde… te pido perdón. No era mi intención… ponerte en un aprieto. Ni mucho menos que nuestra relación… llegue afectar tu vida. Siempre podrás contar conmigo, tendrás mi apoyo, mi mano para sostenerte y ser fuerte. Porque lo que yo siento por ti es más grande, verdadero y duradero que las opiniones de todos los de ahí fuera. Nico yo te quiero con locura.

  • Creo que me ha agobiado yo solo. Cuando vi todos aquellos ojos mirándonos, me sentí tan desprotegido de mi privacidad. No es que quiera vivir en la clandestinidad, ni esconderme por rincones donde nadie nos vea. Pero tampoco quiero justificarme cada día con nadie, ni de nada. –Una confianza recién estrenada se había apoderado de él-. No sé si estoy preparado para las posibles humillaciones públicas. Mofas vulgares. Ni que se me señale con el dedo.

Mirándole a los ojos Andrés lo agarro por los hombros. A pesar de la amistad y el temor, una sensación de algo que llevaba mucho tiempo sin sentir le recorrió la espalda.

  • Puede que algún día se consiga alcanzar un cometa, pero no hay en esta tierra ninguna gloria capaz de consolar a quien deja escapar la autentica oportunidad de su vida. –Pronunciaba cada palabra con tal embeleso que parecía que los ojos se le iban a salir de la cara.

Asintió sin palabras. Llevo entonces la mano de Andrés a su rostro y recorrió lentamente la mejilla con un dedo. Le abrazo y pego su boca a la cara de Nicolás para darle un beso de despedida. Cuando se olieron, cuando su piel rozo la piel y su aliento se voleo en el oído, quiso susurrarle la respuesta.

Andrés se marcho sin hacer ruido, y atrás quedo él, arrancándose a tirones las ganas de correr tras él para abrazarle mientras intentaba calibrar el resultado de aquel desatino.

A Nicolás se le nublaron los ojos, un ras de velo transparente, un par de lágrimas sé le escaparon, no las limpio. “Te quiero”, Balbuceo.

A lo largo de la semana precedente, en la vida de Nicolás no hubo cambio significativo, y aquello que él mas temían con el transcurso de los días, se iría dando cuenta, que se convertía en su aliado apoderándosele una rara confianza recién estrenada.

En todo esto el silencio entre los dos se prolongo. Fue legítimo. Nicolás por enésima vez se sorprendió a sí mismo de lo ridículo que parecía todo, cuando la vida en si misma era tan breve, tan preciosa… Vivir deshonestamente parecía un modo cobarde de consumir el tiempo. Por muchas penalidades, rechazos y comentarios impuestos por la gente, pensaba que se le había concedido los más extraordinarios dones. En buena parte por azar y a tiempo, la vida le había otorgado una clase de amor a la vez erótico y sustancioso. El hecho de abrazar, querer, tener, compartir Andrés, de aceptar ese obsequio, parecía una afirmación de la vida. ¿Había algún modo de reconciliar el amor más arraigado de su alma? En un deje irónico pudo comprender los celos que los demás habían mostrado. No solo eso. Incluso estaba ahora celoso de sí mismo. En lo más hondo de su corazón, broto la pasión acida de unos celos hacia él, por tener la fortuna de estas junto Andrés, por haber compartido sin más tantas horas de intimidad.

Nicolás le mando un sms diciéndole: “Quiero estar contigo, besarte hasta desgastarte, tocarte hasta aburrirte, soñarte hasta hacerte realidad… Sigue el encantamiento…”

La respuesta de Andrés no se hizo esperar: “Tu abrazo se me hace un lugar perfecto para volar y morir…”

El sábado por la noche quedaron en casa de Andrés. Los dos solos.

Las horas de la tarde del sábado para Andrés se convirtieron en trampas mortales que se camuflaban en los espacios que dejaban en blancos los inofensivos números de los relojes. Un nerviosismo le arañaba por dentro.

Como deseaba y no podía dar ese beso, que llevaba tantos días construyendo desde la incertidumbre, no podía dar ese beso que tenia nombres, tenia puesto rostro, ese beso cargado de tensión y energía, ese beso que sueñas con ser el beso más delicado nunca entregado a otro, ese beso que no ceja de crecer, que no se rinde en esperar a ser dado, ese beso que no quiere morirse ni pudrirse y es el beso mas paciente, capaz de seguir larvado los cien años necesarios para poder ser dado, ese beso que no puede convertirse en alas y echar a volar, fundirse en los labios ansiados, ese beso tan cansado, tan cansado de no poder ser beso, finalmente encarnado, finalmente echo piel… No poder dar ese beso que pertenecía a Nicolás, hecho un beso incompleto. Porque el beso, para Andrés, era la marca más primaria del amor.

Diez minutos antes de la hora exacta de la cita, sonó el timbre de la puerta de casa Andrés, abrió, lo espero en el vestíbulo mientras lo veía acercarse por el jardín con una sonrisa contrahecha. Entraron y cerró la puerta. Y entonces, inesperadamente, noto la mano izquierda de Nicolás en su nuca, su brazo derecho rodeándole los hombros, el sabor cálido y extraño de su boca en la suya y un estremecimiento recorriéndole el cuerpo de la cabeza a los pies. Fue un beso intenso; un beso poderoso y largo que lo dejo indefenso, desarmado, sin resuello y sin capacidad de reacción. Andrés se le arrebolo la piel.

La cena sorprendió a Nicolás, ni se le había pasado por la cabeza que Andrés supiera cocinar. Dieron buena cuenta de los platos de la cena y a lo largo de la velada se fueron terminando con una conversación entretenida. Dieron buena cuenta de casi más de media botella de vino tinto, no era muy bebedores, pero la primera cena  solos merecían el placer. Ese detalle gusto a Nicolás.

Sus manos se habían buscado durante la conversación y sus dedos jugueteaban ahora entrelazados sobre la mesa. Los hacía sentirse seguros, a gusto, estar allí sentados, juntos, mientras que la compacta oscuridad de la noche envolvía la casa. Andrés hablaba sin parar contándole un millón de cosas, si saber si el efecto era ocasionado por el nerviosismo o por el vino. Nicolás asentía sin decir nada. Le envolvía y se bebía cada palabra, confiaba en lo que Andrés le decía y le divertía y sentía como si acabaran de quitarle un gran peso que oprimía su pecho. Las palabras de Andrés ahuyentaron sus temores y, por primera vez desde entonces, sintió una espacie de paz.

Nicolás hizo girar la copa de vino y contemplo fríamente las olas rojas resultantes. Ese pequeño detalle asombro Andrés. Bebió hasta terminar el contenido de su copa. Tomo la mano de Andrés y la poso en su mejilla. Andrés sonrió con una sonrisa cómplice, complaciente, admirada, armónica.

  • No pasa nada. De hecho, nuca he sido tan feliz como ahora, en este instante. –La voz de Nicolás era cálida, humana, convincente.- Es curioso. Me siento tan increíblemente seguro contigo. No hay ni rastro de la inseguridad que solía acosarme hacia unos días. ¿Tu a que crees que se debe?

  • Yo creo que se debe a que estamos hechos el uno para el otro. –Andrés se sonrojo ante lo profundo y ñoño de sus palabras.

No podía más que añadir que era verdad. El aire se hizo tan denso como le concentración de los sentimientos, pero al mismo tiempo era como una limpieza general del alma. Habían tantas cosas que nunca se había dicho, tanto polvo en los rincones… y los dos tenían la sensación de que había llegado el momento de sacar el cepillo.

Pasaron un rato en silencio, siguieron con la mirada los movimientos. Ninguno de los dos parecía dispuesto a moverse, por miedo a romper aquella vitrina. Fue Andrés el primero en hablar:

  • Nunca he querido a nadie tanto como te quiero a ti. Y por muchas vueltas que de la vida, puedes estar seguro de que nunca, jamás, podre amar a nadie tan fuerte.

Nicolás se volvió hacia él con cierta sorpresa. Pensó que cosas como las que acababa de escuchar solo se dicen en voz alta cuando algo terrible está a punto de ocurrir. Incorporo medio cuerpo sobre la mesa beso Andrés con fuerza en la mejilla y luego, en tono de broma, le dijo:

  • No te estarás muriendo, o algo así, ¿verdad?

-¡No! –Andrés no pudo evitar reírse a carcajadas.

  • Entonces, ¿a qué viene esa declaración de amor? –Pregunto con voz sonora y sensual.

-Necesitaba estar seguro de que sabes que te quiero.

  • Lo sé. Lo sé de sobra. Lo sé de siempre.

Dejo que Nicolás le agarrara la mano y él se aferro a ella con fuerza. Andrés sintió un escalofrió al notar el calor de aquella mano. Ardía, abrasaba.

  • Desde el día que te conocí, Nico, tú has sido todo mi mundo. Todo mí horizonte. –Continuó él, como si no le hubiera oído.

  • Y tu el mío

La excitación echaba chispa bajo el disfraz de aparente impasibilidad.

Se dieron cuenta que estaba hablando más de la cuenta, pero por alguna razón sentían que era importante para comprenderse. Se miraron y comprobaron que se observaban intensamente y les reconforto por dentro. Y sucedió algo incomprensible. Un instante de compenetración absoluta y, sin saber cómo, se encontraron de pie uno frente al otro, tras dudar un segundo, se besaron. Al principio, solo experimentaron el sabor del vino que impregnaban los labios de ambos, pero enseguida sentirían también el sabor del otro. Abrían con mucho cuidado la boca y enseguida sentirían sus lenguas que buscaban la otra. Una descarga eléctrica cruzo sus cuerpos.

Minutos después no pudieron mas, tomados de la mano y sin pronunciar una sola palabra, se dirigieron al dormitorio.

Entraron en la habitación de Andrés, la recorrió con la mirada, todo cobro un nuevo sentido, que le invitaba una vez más a tomar una decisión. El deseo mutuo afloro en el incomodo silencio que se produjo entre la pareja. Pese a la pasión que sentía Nicolás, no quería repetir una experiencia que no había logrado más que satisfacer su lado más instintivo, sin procurarle el gozo que esperaba.

  • Debes aprender a disfrutar de tu cuerpo. –Le susurro Andrés, notando como se estremecía al oír esas palabras.

A pesar de todo a Nicolás le seguía pareciendo emocionante estar allí. “¿Por qué no? El veneno va a ser largo de todos modos”, decía el demonio que habitaba en su interior.

Andrés lo abrazaba, le levantaba la camisa por la espalda y deslizaba sus dedos para sentir la extensión caliente de su piel. Deslizaba sus palmas por el pecho, lentamente, sintiendo su corazón debajo de las costillas, la subida y bajada del musculo bajo la yema de sus dedos. Apretó su boca contra el cuello y el pecho, y lo exploro agradecido.

Era como si ellos fueran los primeros amates, como si las palabras quedaran inútiles frente algo así.

Fueron quitándose la ropa poco a poco y dejándola en un montón en el suelo. La primera vez no fue nada fantástico, como suele suceder en las novelas de amor, sino más bien una mezcla de intensos sentimiento y de pudorosa conciencia, más en consonancia con lo que ocurre en la vida real. Al mismo tiempo sus cuerpos reaccionaban en exploraciones en cadena al tacto del otro, eran los dos plenamente conscientes de su desnudez, inquietos por sus pequeños defectos, preocupados por si surgía algún vergonzoso sonido. Se conducían de manera torpe e insegura ante lo que le gustaría o no al otro. Con una confianza insuficiente para atreverse a formular preguntas en palabras; en cambio, utilizaban leves sonidos guturales para indicar que era lo que funcionaba bien y lo que tal vez debería mejorarse. Se conformaban con el cuerpo deseado del otro, estarán en esas imágenes, ahí encerrado –un enigma o un presagio-, arqueándose como suspendido en otra penumbra distinta de la del escenario, otro acto de magia no menos memorable, otra ilusión.

Sus cuerpos empezaron a moverse, se entregaban con el frenesí de un joven que busca que el otro lo perdone. El goce les desfiguro varias veces el rostro arrancándoles rictus de jóvenes colmados y modositos. Se corrieron.

Hasta que todo ceso, las palabras, los besos, las caricias y al abrir los ojos se encontraron con los del otro, muy serios, muy cerca los unos de los otros, antes de escuchar le verdadera voz.

Se quedaron abrazados, se relajaron un poco con la sujeción. El tiempo suficiente para que Nicolás recordase las palabras susurradas por Andrés, en su tono natural. Sugerencia, un insinuación oscura y densa que vuelve a estremecerlo porque aun está tirando de Nicolás hacia adelante, hacia el laberinto. De nuevo esta tentado, o lo que sea, ha alcanzado el punto de no retorno, clava sus ojos en los labios de Andrés a la espera de una palabra, un suspiro, la manera inocente de acariciarle el pene; percibe en la penumbra como sus pupilas se expanden con la promesa desvergonzada de otro encuentro. Andrés siente halago con una mordacidad que no sabe si llega a captar Nicolás por recurrir a toda su valentía y a esa sonrisa irresistible que es su argumento devastador, su baza definitiva.

  • Ahora vamos a disfrutar de nuestros cuerpos. –Le escruta Nicolás con un tono en apariencia despreocupado rezando porque no se le note el levísimo temblor de su voz.

Revolviéndose, encarándose peligrosamente sobre Andrés, asiéndole por lo hombros y atrayéndole hacia su boca, besándole con ansiedad el cuello, los hombros, el pecho, al tiempo que levanta los brazos y pasea su lengua por las axilas. Sorprendido, se dejo aplastar contra la almohada, se abandono, y se rio interiormente satisfecho por ese regalo que se le había otorgado, que se le había ofrecido sin que lo hubiera planeado ni buscado, por ese presente que es Nicolás con su furia y su devoción; su pecho palpitante y su piel con un ligero toque de bronceado y su piel osada recién descubierta. Nicolás decidió pasar a la acción, sin pesar le muerde, meloso al principio, más lanzado a medida que confirma que tampoco  opone resistencia.

Sus labios, Andrés lo observa que indefectiblemente cae presa del éxtasis de su timidez irresistible y hechicera, dejan un rastro brillante entre los pectorales, como una premonición, como una certeza, pero ya no pueden parar no el uno no el otro y cediendo a la pena y al hambre, a la prisa y la pereza, a cualquier instinto bueno o malo, quienes son ellos para juzgarlos, van cayendo en el frenesí del placer, dejándose llevar por la pasión y el coraje recién estrenado y el prodigio que, sin poder refrenarlo, tira de ellos, les conduce y les ciega. Están ardiendo de placer.

Acto seguido Nicolás se concentro en los pezones: los acariciaba, pellizcaba y lamia; también se entretenía en su ombligo haciéndole cosquillas. Le estaba volviendo loco y solo acababa de empezar. Y eso que se había corrido antes.

Andrés pensó que Nicolás nunca había tenido preliminares; la verdad, es que nunca había disfrutado del sexo y esta noche estaba resulto a ello.

Volvió a subir por el pecho guiado por la punta de su lengua que dejaba un hilo de humedad acariciadora volviendo a reanudar sin mucha celeridad las caricias en las tetillas. El pecho Andrés lo tenía depilado, eso hizo que se entretuviera mas de lo normal sacando la lengua para darle pequeños lametazos, acompañados de pequeños mordisquitos al pezón que lo erizaba consiguiéndoles ponerlos duros y erguidos; aplacándolos con calmantes besos. Nicolás lo miraba con ojos picantes tratando de intentar memorizar cada gesto de placer que le producía por primera vez; al abandonar su pecho, notaba que disfrutaba.

Acto seguido fue a subir las yemas de sus dedos por las piernas hasta llegar a la cintura, estas no las tenía depiladas pero tampoco le crecía mucho vello. El roce entre las dos pieles dibujaba un recorrido elipsoidal, deteniéndose con más ahincó en la parte interna del muslo; Andrés le facilito la tarea separando y arqueando sus piernas ya que no quería perderse ni una sola de las caricias. En ese punto las manos subieron hasta su ingle, donde le provoco unas cosquillas que aprovecho para intensificarlas añadiendo algunos besos. Pudo comprobar cómo el cuerpo de Andrés daba un pequeño respingo y eso lo animo sabiendo que su improvisación iba por buen camino. Ese contacto roce parecía gustar y excitar a Nicolás y un sosiego había vencido el cuerpo de Andrés por sorpresa. Ninguno de los dos llegaba a imaginar realmente lo que estaba disfrutando el uno del otro; ni a qué grado estaban dispuestos a llegar al disfrute.

Empezó a juguetear con sus testículos y a masturbarlo a la vez, ese gesto duro poco, de repente paro y beso la punta del glande de Andrés, en el mismo orificio, olía y volvía a besarlo pero esta vez alcanzando una mayor superficie. Para Andrés esa incertidumbre de saber si se decidía a probar y comerle la polla le ponía más nervioso y cachondo. No quería presionarle, ya que era la primera vez de los dos juntos, a la vez Nicolás se lo estaba haciendo de rogar con sus pequeñas insinuaciones y escarceos. En su fuero interno Andrés deseaba que le devorara la polla a lengüetazos, que le succionara el glande hasta casi arrancárselo, que lo atrapase y lo rebañase como un helado, quería sentir la masiva concentración de su semen en la punta de su pene a punto de reventar dentro de la boca de su novio.

Al poco, sus besos fueron acompañados por suaves lamidas que iban pasando una y otra vez y otra más por el mismo lugar que expulsa el liquido pre seminal, lamia especialmente el ojete, debajo de este donde el hombre siente mayor placer.

Relamía con movimientos circulares y contoneo espontaneo que hacia palpitar el pene de Andrés y a este encúbranlo hacia el cielo. De repente se lo trago, poco satisfecho dejo de masturbarlo para hacer todo el trabajo con su boca y su lengua que le daba un protagonismo absoluto. La poco pericia de su boca le jugó una mala pasada en la tercera sacudida sus dientes rozaron arañándole el prepucio, este se quejo irguiéndose por el daño. La consternación aparecía en el rostro de Nicolás, que pronto aprovecho los consejos como un buen alumno aplicándose a la tarea.

Aun con el regustillo recién estrenado y saboreado volvía a introducírsela. Como le gustaba Andrés ese calorcillo que notaba dentro de la boca.

La sola visión de la escena a Andrés ya le producía excitación, unos sentimientos de alerta, saboreando por anticipado el regusto del placer que le trallaba desde la punta de una cabeza a la otra, en cambio a Nicolás ese contacto cautivador y prohibido le sobrepasa. Con el miembro en la boca subía y bajaba una y otra vez comiéndosela hasta la mitad sin coger mucho ritmo. Su cara de relax, parecía estar muerto de gusto.

A medida como se la iba mamando se fijaba en el olorcillo que envolvía y desprendía su polla, en la tirante piel del prepucio, como subía y bajaba por la boca. De vez en cuando Andrés lo miraba viendo como disfrutaba comiéndosela. “Había aprendido rápido”, se dijo. Sin previo aviso cambio de posición, Andrés se dejaba hacer, se coloco a horcajadas sobre su pecho, se acomodo para un acoplamiento perfecto entre: la boca y su polla, el ojete de Nicolás se plantaba a la altura de la cara de su novio, a pocos centímetros de esta. Esa imagen, a Andrés, le revolvía sus íntimos aumentándole las ganas de penetrarlo. Se resistía. Reanudo la tarea inacabada explorando y experimentando ahora el sabor del glande, seguro del camino a seguir, empezó a succionarlo solamente esa zona erógena sublime de catarsis, empezaba una manada turgente, muy húmeda, delicada pero eficaz. Era tal la perfección que llegaba a eliminar la voluntad de Andrés, se entregaba de tal manera que casi Andrés estuvo a punto de correrse por segunda vez.

  • Ahora te toca gozar a ti… -Proponía Andrés.

Los fonemas sustituyeron a los gemidos… Su capullo se sumergió en la garganta de Andrés, para mezclar fluidos con saliva. Fue casi como un sueño. Abrazaba la deliciosa polla con su boca mientras recorría con sus labios la base y el glande le rozaba cosquilleándole el paladar. Con una mano recorría un breve tramo de los testículos acariciándolos: desde el mismo punto donde comenzaba el ojete del culo hasta la mitad de estos. Acariciaba el receptáculo de la esencia masculina una y otra vez enigmática, delicada y la vez tan devastadora. Mientras se sostenía abrazado al muslo escultural.

Solo tenía la mitad. Nicolás estaba viviendo uno de los éxtasis que turban tanto el entendimiento, que parece más un sueño que la realidad palpable. Sus labios dejaban la base de la polla ampliando el recorrido por todo el tronco, sus labios, su lengua y su saliva lubricaba la invisible tersura de la carne primeriza y exaltada. Se demoraba en el recorrido, sabiendo que lo genuino, la tentación del placer lo guardaba para el final. Pretende ofrecerle la mejor mamada de su vida, o que esta primera, sea difícil de olvidar. A Nicolás se le embotaban los sentidos; era una sensación incomparable a todo lo que antes había vivido, mucho mejor que la complacencia de las pajas.

El vaivén de la cabeza de Andrés era acompasado, subía y bajaba como un embolo bien engrasado. Tenía que enseñarle, descubrirle, ofrecerle tantas apuestas al placer y a las delicias del cuerpo que en una sola noche no había tiempo suficiente. Por fin saca del letargo de su boca el glande duro y sonrosado, sinuoso y receptivo, receptáculo creciente de la codicia de la fascinación. Andrés lo miraba a los ojos, y en ellos, percibía la existencia irrevocable de la emoción sincera y ferviente, el encuentro enigmático y arrollador. El yo más rotundo, el placer redimido ante una desnudez totalmente ofrecida a su pareja. Esos ojos le suplicaban que no se detuviera, le ordenaban una nueva invasión húmeda hacia una boca hambrienta en lugar tan sensible. Pero le sorprendió, esta vez se dirigía hacia sus testículos, esta vez sin depilar con un ras de vello. Deglutió primero uno, luego el otro y finalmente los dos; desprendían un sabor acre y a la vez meloso de las cosas que llevan mucho tiempo acumuladas. Percibía dentro de su boca como se le contraían a causa de la humedad fresca que los envolvía. Andrés se había colocado de rodillas sobre la cama, abría las piernas de Nicolás que estaba tumbado boca arriba con su cabeza medio colgada a los pies de la cama; con la mano derecha le cogía los testículos estirándoselos hacia abajo comprobaba como la polla se elevaba como si de un resorte se tratara quedándose erguida, rotunda, esplendida. Se detuvo un par de segundos, observaba el rostro de Nicolás para poder disfrutar del gesto que esperaba. Con malicia tiraba de los testículos hacia abajo provocándole un dolor soportable rayando al ligero placer. La polla se encrespo más desafiante. Y en el rostro de Nicolás apareció lo que buscaba: los músculos de la cara contraída, la boca semiabierta, la respiración entrecortada por segundos, los ojos cerrados, entusiasmado retenía cada sensación, no quería dejar de sentir. Se erguía, en altura de toda su potencia, como una invasión de placer a sus labios…, dejo correr la alfombra de su lengua, abría su boca con la maestría, sus labios erosionaba, tajándola sin brusquedades, se dosificaba elegantemente, confortable y ameno, tierno y afectuoso. No quería que se volviera a correr tan pronto. El miembro de Nicolás iba denunciando uno tras otro las oleadas de placer y gozo en el que se venía sumergido. Inolvidables, irreversibles.

La polla estaba dura a más no poder, su lengua ensalivada continuaba saboreando su piel, glotona y lujuriosa, avariciosa le enloquecía cautivándolo y atolondrándolo haciéndole gemir. Entusiasmada entrega de un estado de agitación inaudito.

Andrés no dudaba que estaba ofreciéndole una buena felación.

Contra todo pronóstico, sin parar a pensar Andrés gira sobre sí mismo, ahora sus cuerpos están confrontados, pronto levantan la vista y se sorprenden observándose: sus ojos brillantes, febriles casi por la expectación y ansiedad, una lujuria de la que aun no se habían percatado, un inusual chispazo de lucidez les da la clave que les permita desentrañar su significado. Obedecen.

Vieron, en ese instante, como sus ojos atrapaban el esplendor que aun no habían disfrutado. Para Nicolás parecía que una gran llama ardiera dentro de él tras abandonarse a lo magnifico de esa presencia, que se quedaba mirándola a una distancia respetuosa; expuesta la polla de Andrés, parecía poseer un fulgor sedante y ondulado, la grandiosidad y el disfrutar perdiéndose en ese ariete. Sí, la polla de Nicolás, Andrés ya la conocía, con ese aire de gloria ostentosa y descarada, exultante perfección de exceso brillante e impúdica desnudez. Una polla prodigiosa. Se sumergieron, con calma a una sed de conquista, ansia de independencia por probar un manjar tan exquisito. Se internaron en un intenso y placentero sesenta y nueve.

Ese ejercicio mamatorio de dar y recibir placer, de comer y ser comida recíprocamente la polla les incitaba hacia un contenido caótico y confuso. Apreciaban como la polla salía y entraba de su boca y al mismo tiempo percibían en su carne como entraba y salía de la otra boca sus posesiones más preciadas. Dispuestos a embriagarse del sabor de la carne de sus pollas, disfrutaban de su tacto terso, palpitante donde toda la sangre se concentraba en cada una de las venas. Sus bocas dominan y embargan, relajan, consuelan y exaltan, llenan. Se entrecruzan la vorágine… Les acompaña un movimiento pendular e hipnótico, como un equilibrista que insistente va de un lado a otro del trapecio. Un intenso cosquilleo le erizaba la piel de los testículos. Les aguijoneaba fuertes palpitaciones. Se ahogaban el uno en el otro. Defendían ardorosamente la saciedad y la satisfacción del otro cuerpo. Estaban delirando de gusto que aquel rabo les estaba produciendo. Plenitud.

Andrés se tomo una pequeña licencia, una libertad que les podía acercar y abrir las puertas a otro mundo. Con una aparente calma natural, con el dedo índice de su mano libre lo dirige hacia el ojete de Nicolás para tantear acariciarlo.

Antes que nada quería controlar su reacción, no pretendía herirlo ni quería arrástralo hacer algo que no entraba dentro de sus planes; no pretendía traspasar esa barrera de libertad que marca cada uno. Andrés le empezó acariciar las nalgas, las ingles, a conquistarle el pequeño triangulo de carne que va desde la parte baja de los testículos hasta donde comienza el pliegue del ojete. Parecía que Nicolás recibiera con entusiasmo las carias de Andrés, era un placer añadido a la intensidad que estaba experimentando y consagrando. Con los ojos alzados, sin dejar de comerle la polla a Nicolás, y a medida que conquistaba un terreno más prohibido e incondicional, estudiaba el alcance de su avance. Revoloteaba trémula la yema de su dedo por la parte exterior del orificio en pequeñas circunferencias que tentaba esa piel virginal, diámetro que iba estrechando. Cuando el tacto de su dedo aprecio los primeros pliegues del orificio paro. Desanduvo y anduvo el camino de igual forma algunas veces; una apreciación de que aquello iba bien era los estremecimientos que le devolvían las nalgas de Nicolás. La punta de su dedo, en una caricia furtiva y cautelosa le rozo el orificio, la piel de sus intimidades. No hubo respuesta por parte de Nicolás, acepto con agrado la invasión, retuvo su dedo en mismo epicentro de la boca encantado de haber caído en la trampa, consentida.

La melosidad y tersura que captaba su dedo bastaba para asegurar la exaltación incondicional, la memoria del cuerpo que se despierta a un antiguo deseo que atraviesa la sangre.

Nicolás dejaba que Andrés prosiguiera con su paseo por el calor del orificio de su ojete, que hiciera estallar el ardor de su imaginación, y de vez en cuando miraba su rostro para ver dos rostros de sudor que les envolvía la piel.

Lo trabajaba con esmero, su dedo manipulaba con deferencia, con esa delicadeza que se reserva a la seda, al satén. El tacto de su yema acariciaba como se explora una piel, recreándose con el grosor de su textura. Después trazaba anchas volutas sobre la piel, líneas que recorrían los pliegues sonrosados, por un instante dejo de comerle la polla, Nicolás absorto ni se dio cuenta, ensalivo bien la punta de su dedo para incitar una fruición más agradable, enternecedora; esa minúscula mancha traslucida en la punta de su dedo que, poco a poco, se expandía extendiéndose hacia la placidez. Esta segunda vez, ensaliva con esmero la punta de su dedo colocándolo en posición sobre la abertura del ojete de Nicolás. Con un virtuosismo la punta de su dedo entro con suavidad y atrevimiento. Se quedo quieto.

Hablan en silencio con los ojos, con ellos agradecen y sonríen, se sentían uno junto al otro. Torpes, temerosos, empapados, y sin embargo inolvidables eran las expresiones dadas por los dos, al dedo de Andrés.

En sus almas había despertado una fuerza más poderosa que el deseo. Una fuerza que los aturde y las debilita.

A Nicolás, todas sus emociones reprimidas le dictaban que participase de su amado; disfrutaba egoístamente del calor que le provocaba dicha postura, se encuentra solo, invisible, libre se abandona. Se siente impulsado a ofrecer la verdad de su existencia. En un acto reflejo Andrés empieza un pequeño vaivén de mete y saca de su dedo en el estrecho orificio del culo de su amado; al principio casi imperceptible hasta que su notoriedad se hizo patente. No se aventuro más allá de los centímetros introducidos, jugó con ello. Nicolás acogió receptivo, dejándose sucumbir, al delicioso vaivén del dedo. Prueba de ello era el gozo susurrante e invisible. Elegante, tembloroso, delicadísimo. El equilibrio del mundo había quedado desnaturalizado.

Con una renovada entrega, con una fuerza arrolladora, la tibieza y tersura que sentía con el roce del espacio tan íntimo volvió agarrar la polla aun más endurecida de Nicolás entre sus labios para volver a mostrar su habilidad. Percibió en su lengua el sabor de aquel líquido pre seminal, por primera vez había empezado a lubricar. Perdieron el escaso control que les quedaba.

  • ¡Por favor no sigas, no quiero correrme! –Grito Nicolás advirtiéndole.

Les flaquearon las rodillas, el cuerpo. Se miran fijamente, en sus ojos advertían muchas palabras no expresadas e impensables, palabras de deseos reprimidos.

Con un morbo incontenible, con una libido tan alta que casi parecían estar soñando, con un deseo que aumentaba de momento en momento les inundaba una histeria que les estimulaba todas las neuronas. Cándidos y dóciles en la justa medida para el juego que acababan de empezar y que a estas alturas mil demonios bullían por sus venas. Juegos temerosos, coartan al principio, recién prohibidos o tal vez no encontrados. Para que no se apague esa llana que baila en su interior, les ilumina la cara, y por eso solo por eso, secundaran cualquier locura que emprendan.

Andrés podía notar todos los músculos flexionados de la tensión, aunque la pareció notar un ligero temblor en su cuerpo.

Nicolás estaba tumbado boca arriba con las piernas abiertas y flexionadas ofreciéndole  Andrés una sensual imagen de su culito y de su polla.

Andrés alcanzo abrir uno de los cajones de su mesita, sobre ella dejo un bote de lubricante y dos preservativos. No le extraño a Nicolás ver el lubricante, ni siquiera puso alguna objeción ni tuvo reticencia alguna a tal práctica; confiaba a medida que iban derribando barreras y prejuicios que tal vez pudieran llegar al extremo de ese entendimiento; lo que de verdad lo descolocaba eran los dos preservativos. Ya que había intuido que Andrés sería totalmente activo. ¿Él…?

Sin perder tiempo Andrés se embadurna su dedo índice de la mano derecha llevándole hacia la raja del culo de Nicolás, pasándolo de arriba abajo centrándose con más ímpetu en su orificio. La caricia logra hacer escapar otro jadeo de su garganta para perderse por la habitación; acto seguido se humedece los labios. Se entretuvo algún tiempo que otro pues sabía que tenía que trabajarlo bien, era consciente que la paciencia de una relajación y de una buena dilatación era la consonante para una buena experiencia y  opinión positiva. Ante todo provocarle el menor daño posible. Volvió a lubricarse el dedo, esta vez lo dirigía al mismo epicentro del ojete, la frescura del gel al contactar con tan sensible zona contrajo el esfínter. No lo dudo, aquel gesto lo incito a meter su dedo aun mas profundamente entre los abiertos y expuestos glúteos, alcanzando con la yema el ojete que de manera asombrosa se relajo al notar el contacto.

Coloco la mano izquierda sobre el corazón de Nicolás percibía como comenzaba a latir mucho más deprisa y le excito aun mas ante el sonido persistente de aquella reacción involuntaria de su cuerpo.

Sorprendentemente aquel dedo lubricado, una vez había traspasado la pequeña barrera de su orificio anal, comenzó a introducirse con una facilidad asombrosa. El contacto de las dos pieles hizo que empezara a erizarse toda la piel del cuerpo de Nicolás estremeciéndolo de arriba abajo.

Reemprendió por segunda vez el mete y saca cuyo recorrido alcanzaba la longitud de su dedo índice, un recorrido que alcanzaba desde la misma punta hasta la palma de su mano; su dedo y el interior se acoplaron a la perfección. Giraba su mano sin dejar de lubricar bien el interior del esfínter, sin dejar de dilatarlo en ambos sentidos mientras Nicolás intentaba gimotear sin poder ocultar el placer que la mano le producía.

Embadurno otro dedo, esta vez el anular, que preparo en el mismo orificio dispuesto para actuar de inmediato. Así fue, al deslizarse hacia fuera el dedo que ya estaba dentro, este nuevo dedo se incorporo al recorrido tomando la responsabilidad que le tocaba con determinación. Bastaba con ver la cara de Nicolás, sus manos asidas a la sabana, para asegurar la exaltación incondicional del goce verdadero y profundo que le provocaba los dos exploradores en su cavidad inocente y envidiada. Alabo su presencia durante largo rato. Separaba los dos dedos en su interior a modo de tijera, abriendo cada vez más el ángulo, comenzando a sacarlos lentamente, trataba de dilatarlo lo más posible. A medida que Nicolás, sentía como iban saliendo los dos dedos de Andrés de su interior soltó un largo gemido; hizo que Andrés aquella mezcla de sentimientos que le estaban volviendo loco, le excitaran hasta el límite de su capacidad de aguante; con un corazón latiéndole tan rápido contra su pecho.

No podía haber más retraso, la ansiedad de poseer ese culito, hacer suyo a su dueño, dominar las más bajos instintos se lo pedía a gritos cada poro, cada nervio, cada célula de su cuerpo. Tenía que descargar, tenía que aplacarse, tenía que disfrutar.

Alcanzo uno de los preservativos, se lo coloca y lubrica ligeramente. Acto seguido y sin dar tiempo apenas a que el agujero se vuelva a contraer, acerca la cabeza de su polla a punto de reventar, el calor se acerca al hoyo abierto, la metía despacio, muy suavemente, con diplomacia, inteligencia, astucia y paciencia inicia la invasión.

En ese acto natural, buscado y provocado, sin reproches, la piel de su intimidad notaba el empuje. Presionaba la polla envolviéndola hacia la mansión del placer, se presenta tan elástico que no tardaría mucho en arremeterla hasta el fondo. Andrés todo el tiempo que duro la penetración estaba muy pendiente del rostro de Nicolás, de cualquier señal de incomodidad, de dolor, de rechazo. Cada uno en su papel lo acogió con agrado. Uno dentro del otro, con los testículos de Andrés contra las nalgas de Nicolás se quedaron quietos por algunos segundos, un periodo de adaptación y relajación, aprovechan para mirarse a los ojos ávidos y pacientes, con ternura, afecto y comprensión en ese momento, ¿Qué mayor prueba de amor era esa? Finalizaron con unas sonrisas porfiadas y un gesto desafiante.

Empezó Andrés a moverse, hacer palpitar su pene, una invasión callada de una excitante sucesión, lentamente iba insertándole la polla sin apenas extraerla del todo, le infligía placer astuto y perverso sintiendo bajo las palmas de sus manos como el cuerpo de Nicolás se ponía cada vez más tenso, más firme, desgarradoramente vicioso. Andrés no se entrego a una vorágine de movimiento, más bien fueron pausados, acompasados, rítmicos, metódicos. Sabía que no aguantaría mucho, se hallaba al borde del orgasmo.

Follaba a Nicolás con lentitud, pero con ahincó, saboreaba cada invasión erosionando el receptáculo de su amado rozándole la próstata.

Y en cada embestida, de su garganta abandonaba gemidos, jadeos, soplidos  sensuales, extasiado, olvidándose por un bendito lapso de hablar. Se reclina un poco mas contra el cuerpo de Nicolás, esa postura hace que el pausado pasear de la polla de Andrés sea más largo en su recorrido con igual cuidado e incluso devoción, poniéndoles el alma en vilo.

Nicolás la advertía tocando fondo en cada suave embestida jamás hubiese imaginado un goce verdadero y profundo, tan avaricioso; había empezado a perder la cordura.

Su espíritu revoltoso empujaba a un placer novedoso, relajante, disfrutar del vaivén de la polla en la piel de sus muslos dejando constancia de la calidez de sus entrañas. Posición antológica. Sus piernas alzadas y flexionadas totalmente abiertas, su viciosete culete levemente alzado enmarcaba una follada original y divertida.

Ambos jadeaban, cerraban los ojos y de vez en cuando se les escapaba alguna que otra palabrota. Mientras Andrés intentaba retrasar en la manera de lo posible la corrida; se entretenía en perderse, hundirse, instalarse en aquel espacio cálido y halagador en el que todo resultaba tan fácil como dejarse ir, en donde nada llegaba a importar. Se acercaba al sitio, con una sonrisa zalamera y una invitación bailando en la mirada. Sin poder aguantar aquello ni un segundo más su polla se tenso y comenzó a soltar los primeros trallazos de semen mientras incrementaba las acudidas ahora más intensas apretando aun mas los cuerpos para aumentar la agitación del gozo, una vibración del delirio le atravesaba todo el cuerpo eclipsándole cada uno de los sentidos, mientras su polla aun continuaba corriéndose.

Los dos cuerpos se desasieron. El tiempo hizo una pausa, leve, imperceptible. Una paz soplo sobre su mundo y todas las agonías quedaban en suspenso durante el espacio de una mirada. Andrés permanecía tumbado con una respiración casi acompasada; Nicolás percibía la belleza en ese cuerpo, en medio del cual, excepcionalmente se podía sobrevivir.

Pero la tregua duro poco. Andrés se rehízo al punto de su sorpresa, con un gesto del brazo rompió la armonía que se había cerrado entre su piel y… Entonces se volvía a entablar una lucha: cada cual quería su espacio y acaparar su atención. Se volvía a perder el equilibrio.

Andrés lleva su mano derecha hacia la polla de Nicolás que no había perdido ni un ápice de su dureza, Nicolás se imagino la escena corriéndose mientras Andrés los masturbaba, no se dio cuenta que en la otra mano poseía el segundo preservativo. Lo abrió y se lo coloco. Nicolás sentía enfundada de látex su polla que irradiaba frescura y el vigor de la vida. Aquello no se lo esperaba.

Nicolás se enredo con un suave masaje entre ambos cachetes, las manos sobre aquellos suaves glúteos, las amasaba, los pellizcaba, los besaba, los lamia, pasaba una y otra vez su dedo por la reja del culo cosquilleándole. Andrés comenzó a temblar ligeramente mientras cerraba los ojos de nuevo y el aliento de un nuevo gemido le renacía una genuina excitación.

Se arrodillo delante de Andrés a unos centímetros de su cuerpo, se acercaba a un mas, subiendo lentamente sus manos por las piernas hasta llegar a los glúteos volviéndolos a masajear con delicadeza, como si pudieran romperse de un momento a otro. Andrés no se movía, ofreciéndole aquel culo tan blanco mientras respiraba agitadamente observando cada uno de los movimientos. Se separo un instante del cuerpo para alcanzar el bote de lubricante, tratando de serenarse mientras su polla se sacudía por si sola como si tuviera vida propia debido al efecto de la sangre bombeando en su interior.

De nuevo colocaba las manos a ambos lados de sus cachetes y los separo todo lo que pudo. Soltó una pequeña protesta de dolor mezclada con un gemido. Su cuerpo aun temblaba de vez en cuando, a pesar que hacia minutos que se había corrido. Se acerco de nuevo rozando con la punta de su dedo lubricado aquel apretado esfínter dejando una pequeña cantidad para expandirla suavemente sin tratar de invadir su intimidad. Lo acaricio, lo masajeo, lo embadurno y sin avisar presiono para vencer la resistencia, luchaba por profanar su interior, por entrar dentro. Hurgo en el culo, tanteando, moviendo el dedo circularmente. Por fin engulle el dedo, empieza un vaivén parecido al ofrecido a su culo. Nicolás se siente tirano del deseo porque sabe que le aguarda esas paredes que ahora dilata. Se recreaba, contemplaba la reacción de Andrés, su rostro tocado por el deleite, por un placer sencillo. Ambos se miraron con una poción compuesta por: ternura, amor, agradecimiento, afecto y gratitud. Se pego un poco más hacia el cuerpo de su amado sin dejar de bombear con el dedo en su culo; la polla le latía con violencia y quedaba justo debajo de sus testículos. Apretó varias veces su esfínter, aun con esa sensación extraña de vacío y lleno al tiempo, y la polla empezó a golpear sus testículos con fuerza desde abajo.

En un gesto instintivo y rápido extrae el dedo, de un paso entra en el círculo donde vibra la presencia, en ese aire que él respira. Sentía que su cuerpo se entrega, se abandona, observa la mirada trastocada de Andrés y este vio acelerarse los gestos de Nicolás, hubiera querido pedirle calma, pero a la vez la urgencia de su deseo no se lo permitía. Nicolás se perdía enloquecido en la piel de sus muslos abiertos, veía brotar su sexo malva. Estaba a punto de detenerse en la orilla de la carne, pero él prosiguió su carrera. Se deslizo profundamente dentro de Andrés y fue grato pese a la impaciencia y la fuerza. El gusto fue indescriptible para Andrés que sus paredes anales recibieron con gran alegría al nuevo intruso. Sus cuerpos se encastraron el uno en el otro al mismo ritmo, con el mismo suspiro. De la carne de sus nalgas que estaban íntimamente fundida para siempre en el sexo de Nicolás que un cálido halito le atravesaba el cuerpo de parte a parte.

Sus cuerpos se agitaban impulsados por una misma corriente, sin que fuera posible descubrir cuál de los dos imprimía su movimiento al otro. Porque para Nicolás todo Andrés era arrullo y azúcar. El deseo lo torturaba, le traspasaba las entrañas, hacia que le diera vueltas la cabeza. Sin dejar nunca de sustentar y poseer tan delicioso cuerpo. Andrés le gustaba sentirse su ojete lleno, bullente de vida; imagen del amor que le inspiraba, pues su labor tenía que ser perfecta.

El misterioso motivo inspiraba una sensación de armonía y plenitud. No había nada figurativo, fusionaban un universo nuevo y absolutamente total. El entusiasmo que suscitaba el conjunto era contagioso, de gozar de él con las manos abiertas, con todos los sentidos, de vivir más intensamente cada instante. Bullían de fuerza, de alegría, de pasión, de ideal. Vibraban con impresionante intensidad. Como acordado desde siempre.

Para Nicolás, que era su primera vez en el estreno total de un buen polvo donde mediaban sentimientos, la línea quebrada del tiempo no era nada comparada con las visiones de su mente enferma de mil impulsos revoltosos.

Mientras lo poseía, le daba la impresión, que acercaba los bordes de dos mundos. Goce de sentirse entero.

A continuación, un largo silencio… Fue Andrés quien de nuevo el deseo lo absorbía por completo, el que quiso más. Sonido de respiraciones… Más fuerte y más adentro. Las respiraciones hablaban… Fue Andrés el que quería, se lo imploraba, el que se lo pedía. La emoción intensificada el ritmo de la respiración… Fue Nicolás quien quería dárselo y fue él quien se lo daba porque no podía hacer otra cosa. Fue engullida una y otra vez tapizada secretamente por sus propias entrañas, por la blancura lechosa de su ojete. Es como si oyeran el sudor fluir por los poros de la piel del otro… Intuyen que esto no va a durar mucho, su aguante llega  su fin.

Los jadeos de Andrés fueron aumentando hasta que Nicolás trato de acallarlos con una largo beso, sin dejar de empujar, hasta que el mismo noto, en el interior apagado, reprimido por un beso, un aullido gutural de su amado, extasiado, nunca había llegado a imaginar que pudiera surgir de sus entrañas y que vino a confundirse con el propio éxtasis de Nicolás.

Esa efusión imprevista, esa imperiosa revelación de otro sentido posible, más profundo e inyectable.

Entonces, oyen romperse el hilo. Un largo suspiro… Un suspiro más largo a modo de respuesta…

Señales morse pulsan los testículos de Nicolás, le despiertan de su liberación con una poderosa y expresiva corrida dentro de su amado, se da cuenta de que la fragancia que ha invadido su cuerpo da una sensación de delirio y embriaguez es la fragancia del ámbar gris. Desmayado de placer Nicolás casi llora disfrutando del orgasmo. No quiso salir del cuerpo de Andrés y permaneció dentro el mayor tiempo posible.

Nicolás descansaba la cabeza sobre el pecho de Andrés.

  • Ni un latido. –Murmuro Nicolás-. Quizas algún día.  ¿Quizás? –Recito casi para sí mismo.

Andrés no contesto. Durante un rato no dijeron nada. Solo un instante después Andrés llevo suavemente la mano de Nicolás a su pecho y la coloco justo encima de su corazón, y le pregunto:

  • ¿Lo sientes? –Le temblaba la voz-. Si la tierra descansara sobre mi pecho, Nico, causaría el terremoto más colosal.

Nicolás lo rodeo con sus brazos, deseaba poder quedarse así para siempre.

Lo aparto con delicadeza y dijo Andrés:

  • Vamos hacernos una promesa. –Musito con voz suave y triste-. Vamos a prometernos que seguiremos así siempre, Nico, estemos donde estemos.

Nicolás lo miro a los ojos, en ese momento, le parecieron los ojos más intensos, más líquidos, más limpios. Porque a partir de esta noche, Nicolás, no se imaginaba su existencia sin él, sin su cesante parloteo, su curiosidad, sus caricias infantiles y la ciega admiración que le manifestaba.

Había tanto calor en aquella sonrisa y aquella mirada, y aquel calor le sentó tan bien, que se acerco a él para aceptar la promesa.

De la misma forma que acepto la promesa, que sería el único en su vida, que dejaría que le llamase Nico.