En la piel y más hondo 1
Se conocían a través de su hermano. Una descabellada actuación hizo realidad el sueño de uno de ellos, el otro confirmó sus sospechas; hasta que una tarde la cercanía entre ellos y el destino repartió sensaciones y sentimientos. El deseo afloro entre una inocencia virginal y atracccion callada.
Cuando uno se levanta por la mañana nunca sabe los regalos que la vida puede traerle ese día.
El día empezó prometedor y la tarde le prometía, brindándole sin que él llegase a imaginarlo, la oportunidad que deseaba.
Si tan solo no huera existido ese “si”… Habían sido muchas las ocasiones en que había dirigido su pensamiento en torno aquel “si”. Jugaba con la idea de cómo habría sido su vida “si”… En contados momentos de claridad veía todo aquello con cierto humor o al menos, cierta ironía. Tal vez su destino estuviera ya escrito, o tal vez fuera a reescribirse aquel día que se escondió dentro del armario. El problema de cualquier realidad inexorable es que llega, por más que la aplacemos o aplaquemos mediante vacios voluntarios de memoria: llega su hora…
Esa tarde habían quedado en casa de Matías. Matías era uno de sus mejores amigos desde la infancia, habían empezado juntos el colegio y desde el primer curso su amistad se volvió cada vez más fuerte y fiel. Incluso a veces cuando el tedio del estudio llegaba a cansarles y aburridles en mesura llegaban a planear sus años de universidad. Tenían claro que los dos cursarían estudios superiores, cada uno tenía su vocación, pero una cosa si tenían clara: a poder ser cursarían la carrera en la misma ciudad para poder compartir piso de estudiantes.
Matías vivía con sus padres y otro hermano mayor que él, en una casa en un paraje privilegiado a la falda de una sierra con un enorme pinar, toda ella rodeada de un jardín y delimitada por un muro que la separaba del exterior. Su jardín era una isla verde en un océano del mismo color, el epicentro de un mundo fresco y apacible, fértil y hermoso como los países que florecen en las páginas de los cuentos infantiles. Nada que ver con el piso de sus padres, aunque grande y espacioso, aquella diferencia notable se veía a simple vista un estatus mas elevado. Por otro lado Matías jamás hizo alarde de ello, comportándose como los demás chicos. Siempre que iba aquella casa, le recibían con un especial afecto y con el tiempo la casa se había convertido en una parte de su vida, tratándolo bien y con mucha confianza.
Quedaron como siempre para estudiar, charlas y cuando se cansaran jugar a la videoconsola. Nicolás no era muy aficionado a ese tipo de maquinas, pero un ratito sí que la podía aguantar.
Llamo al timbre y la puerta pequeña que abría al jardín se abrió con un clic metálico. Como de costumbre se encamino por el sendero de grava que en un principio poseía un color blanco y con el paso del tiempo y a la suciedad ambiental había adquirido una tonalidad marronacea. Le gustaba oír el crujir de la gravilla bajo sus zapatillas. Subió tres escalones que daban a una pequeña pérgola donde se encontraba la puerta blanca que daba entrada a la vivienda, al entrar saludo a la madre de Matías con afecto intercambiando un par de trivialidades por conversación, a la vez ella se intereso por la salud de sus padres. Tras ello, le explico que Matías aun no había llegado extrañándose que no regresaran juntos del colegio. Se anticipo con una excusa a modo de disculpa. Invitándole a esperarlo en la habitación, argumentando que no tardaría en llegar.
La madre se encamino hacia la cocina. La sala se estar donde se encontraban era grande y espaciosa, la único que perturbaba el orden era la taza de café que había sucia sobre la mesa.
Volvió a cruzar la sala en dirección a la escalera que subía a la planta de arriba. Cuando subió el último peldaño, giro hacia la derecha del pasillo donde se encontraban las habitaciones de los hijos, algo curioso, era que esas dos puertas casi siempre permanecían abiertas. Hacia el ala izquierda del pasillo se encontraban tres puertas más: la que subía a la tercera planta, un trastero; la habitación de los padres y la del cuarto de baño que utilizaban los hijos y que siempre permanecían cerradas. Al igual que ahora.
Comprobó que la puerta de la habitación del hermano de Matías estaba abierta, desde que él y Matías eran amigos, en esa habitación había estado como mucho unas diez veces y siempre en presencia del hermano de Matías.
Recordaba que en todas ellas, algo curioso, siempre se había puesto nervioso sin saber como actuar delante de él.
Sin saber cómo, plantado delante de las puertas de las habitaciones, la iniciativa que lo arrastro a introducirse en la habitación del hermano de su amigo fue tan grande que no pudo resistirse. Lo absorbía como a un imán venciéndole más el impulso que el raciocinio y la prudencia. No busca nada en especial, una impresión confundida, la proximidad era poderosa, tan convincente, tan sosegadora que ponía su curiosidad en pie.
Ahora, era su oportunidad, se encontraba solo, no había nadie en la planta de arriba, y en su convulso estado de ánimo, fue precisamente esa comprensión lo que le empujo a actuar. Con un acento tan vehemente de sinceridad, como audaz de puro inocente.
¿Por qué lo hacía? Ni siquiera se lo había planteado hasta entonces. Se limito actuar… ¡Como le ordenaba el instinto! Pero realmente. ¿Por qué lo hacía? Solo se buscaba problemas si lo pillaban fisgoneando, que escusa inventaría, que pretexto argumentaría. Ni siquiera tuvo tiempo de pensar ni de calibrar las posibles consecuencias. Entro.
Tenía una decoración típica de un chico de su edad. La habitación era espaciosa, en comparación con la de su hermano o eso la pareció a simple vista.
A diferencia de las demás habitaciones pudo advertir de pasada, mientras su intención era dirigirse al cuarto de Matías, que este cuarto si parecía haber sido utilizado. Habían pequeños objetos personales aquí y allá. Sobre la mesilla de noche se veían un par de gafas y un libro de poemas. Se extraño por el tipo de lectura y en un primer descarte lo atribuyo alguna lectura del instituto. Había un par de calcetines en el suelo y varios jersey sobre la cama. Fue la primera vez que sintió que Andrés vivía en aquella casa.
Con todo el sigilo posible, empezó a mirar en cajones y armarios. Seguía sin saber que buscaba y empezaba a sentirse como un merodeador mientras rebuscaba entre la atractiva ropa interior del hermano de su amigo. Se recreaba en cada uno de ellos, Andrés no se había apuntado a la moda de los pantalones caídos.
Era de la opinión que a él no la hacía ninguna falta participar de ese tipo de moda, podía presumir de un buen culo enmarcado en cualquier tipo de pantalón.
Y, justo cuando pasaba al siguiente cajón, detecto algo que crujía, de repente se quedo helado, con la mano en el pomo del cajón. Un sonido le llegaba claramente desde la escalera en medio de un silencio que inundaba la planta alta de la casa. Una puerta que se abría y se cerraba despacio. No tenía la menor posibilidad de ver quien estaba merodeando por el pasillo, tan convencido estaba de que solo se encontraba él en toda la planta. Si oía los pasos que se acercaban cada vez más, y como la persona en cuestión dudaba un instante delante de la puerta del dormitorio para después entrar por fin.
Miro a su alrededor preso del pánico. Solo podía esconderse bajo la cama o en algunos de los armarios que cubría una de las paredes del dormitorio. Por suerte, la puerta de uno de ellos se abrió sin hacer ruido ocultándose rápidamente entre la ropa antes de cerrarla. No tenía la menor posibilidad de ver quien había entrado en la habitación, pero sí que oía desde su escondite los pasos merodear de un lado a otro. Cesaron, hubo un silencio y se mantuvo alerta; al cabo de unos segundos los volvió a oír como se acercaban cada vez más, como la persona en cuestión dudaba un instante ante la puerta del dormitorio para decidirse a entrar.
De repente cayó en la cuenta que tenía algo en mano. Sin darse cuenta, se había llevado consigo algo que había encima de la cómoda.
Apenas se atrevía a respirar. Empezó a sentir un cosquilleo en la nariz, que movió desesperado para remedir el problema y tuvo suerte, porque se le paso.
La persona que estaba en el dormitorio empezó a recórrelo como buscando algo. Sonaba como si esa persona en cuestión estuviese haciendo exactamente lo mismo que él había estado haciendo un momento antes de verse interrumpido. Se oía como abrían y cerraban los cajones y comprendió que pronto le tocaría el turno a los armarios. Un miedo pánico empezó a invadirlo gradualmente, llenando su frente con diminutas gotas de sudor. ¿Qué podía hacer? La única salida era apretujarse lo más posible detrás de la ropa. Dentro de aquel atolladero donde se encontraba había tenido suerte, se había metido en el armario que más ropa tenia, inclusive abrigos, de modo que se arrebujo despacio entre ellos y los coloco de modo que le cubrieran esperando que no se le vieran los tobillos apuntando por debajo de los abrigo, ni sus zapatillas.
Al parecer, la persona en cuestión tardo un buen rato en revisar la cómoda o encontrar lo que iba buscando
Respiraba el aroma del armario que desprendía la ropa: una mezcla entre suavizante, detergente y el perfume que utilizaba Andrés junto con alguna camiseta que estaba para lavar tirada por el suelo del armario en espera de ser recogida y llevada a la lavadora. De todos los aromas que se concentraban en aquel pequeño cubículo con el que sin duda se quedaba y le embriagaba mas era el aroma de las camisetas; era su olor verdadero. Que le despertaba una especie de melancólico erotismo infantil.
Deseo con todo su corazón y con la misma intensidad que no fuese el hermano de su amigo el que estuviera en su habitación a unos metros de donde él se encontraba. Si tuviera que elegir, prefería que fuera la madre que entraba a dejar algo marchándose pronto dejándole vía libre para salir de su escondite y marcharse a la habitación de enfrente a esperar a Matías. Se maldijo por meterse en ese embrollo, por gustarle un chico algo mayor que él y encima tan imposible de conseguir y menos aun que se fijase en él. Pero, ¿Qué otra persona podía tener motivos para entrar en la habitación e ir rebuscando con tanta ansiedad, si no era…? se preguntaba, sin pararse a pensar que él tampoco tenía precisamente ninguna invitación por escrito para entrar allí.
Sus ojos se habituaron enseguida a la escasa luz, no veía a nadie pero a través de la rendija oyó que alguien se acercaba más a su oscuridad. El aturdimiento le impidió saber si debía sentir miedo o alivio. De hecho, sentía una mezcla de ambos: ya dominaba el uno, ya se le desbocaba el otro.
Los últimos pasos donde yacía escondido, casi no sonaban. El sencillo gesto de abrir la puerta del armario, hizo que un terror se apoderase de su corazón como una garra convulsa.
De pronto se abrió la puerta del armario y Nicolás sintió una corriente de aire fresco sobre la piel desnuda de sus tobillos y contuvo la respiración. El armario no parecía contener ningún secreto, ni objeto precioso, según quien estuviera buscando, la puerta se cerró casi de inmediato y otro tanto ocurrió al cabo de algunos segundos que se volvió a abrir. Así se quedo la puerta un buen rato, todo el tiempo que permaneció deambulando por su habitación cambiándose de ropa.
Lo espiaba desde su escondite en una perspectiva privilegiada y sin pretenderlo bien estudiada.
Se demoro lo suyo, en ese tiempo que transcurrió en el cambio de ropa, no podía pensar, únicamente podía estar pendiente de que no lo descubrieran y del cuerpo de Andrés.
No podía llegar a imaginarse que Andrés se estuviera duchando, esto no entraba dentro de sus esquemas y aun menos la visión de esa escena cargada de sensualidad y sorpresa sofocante. El cuerpo casi desnudo de Andrés.
Apreciaba como aun le goteaba el agua de la ducha, como le resbalaban pequeños surcos por la espalda para ser absorbidos por la toalla que llevaba anudada en la cintura.
La toalla de un color violáceo intenso anudada a su cintura parecía haberse dejado capturar, sostenida por la perfecta curvatura de sus caderas. Justo en el límite donde salta la locura cuando se atreve a saltarse los límites de la humano.
Era imposible adivinar la dirección en que iba a oscilar cada movimiento de Andrés: se quedaba quieto, reprendía el movimiento, giraba sobre sí mismo, primero deprisa, luego despacio, invertía la dirección, parecía dudar, arrepentirse, decidirse, para volver de nuevo a la indecisión.
Parecía burlarse. Era imprevisible, incontrolable, indescifrable. Porque nunca es igual, astuto, porque obedece a un imán, misterioso.
Tras este ir y venir, algo más calmado, se coloco junto a la cama en una línea perpendicular al armario. A través del ángulo de la puerta abierta solo podía verle medio cuerpo comprobando la humedad que aún conservaba su piel a consecuencia de la ducha.
Era brillante, insólito, irresistible. La sensación de temor que le invadió en un principio al entrar dentro del armario y tras abrirse la puerta desapareció.
Juntos entonces, cuando todavía le palpitaban las sienes y coloradas sus mejillas con una contundencia que descartaba por si sola cualquier posible interpretación, en un movimiento de rotundidad de puro automático, jamás habría imaginado, se deshizo de la toalla anudada a su cintura quedándose desnudo. Se le encogió el estomago y se le entrecorto la respiración, aquello que estaba presenciando no se lo esperaba.
Desnudo, se encamino hacia el espejo colgado en la pared opuesta de donde Nicolás estaba escondido. Ahora dominaba todo su cuerpo, no podía verlo con una mirada inocente, era un testigo insobornable.
Lo miraba, lo miro con ojos ávidos y pacientes, enajenados y atentos. Estudio cada línea de su rosto: la nariz romana, recta, severa, y el ángulo de la barbilla nítida, equidistante entre dos pómulos salientes y afilados; el relieve de sus huesos, el color exacto de su piel, la línea sombreada que limitaba el perfil de sus pechos reflejados en el espejo, el lóbulo de la oreja, la perfección vertical y tierno de su largo cuello, unos hombros anchos, un pecho amplio, ligeramente musculoso, duro y firme. Un pelo asombrosamente negro y brillante por el efecto mojado de la ducha, revuelto. Unas caderas oseas, para la estrechez de su cintura le acompañaban piernas fuertes sin ser exageradamente musculosas entrenadas desde pequeño en jugar el futbol. Pero lo que más destacaba de su anatomía era su culete claro y redondo. Un trasero apretado, comprimido, amasado y los músculos contraídos.
Intentaba anticipar su textura, su sabor, cada emoción concreta que probaría en su propia piel: sus manos, sus dedos, sus labios. Se estremecía de expectación.
El caso es que aquel casi uno setenta de estatura ya no dibujaba una figura adolecente, al menos no como la suya.
Lo tenía delante, era todo un precio para la minuciosa labor de reconstrucción de sus ojos, porque aquella imagen, aquel cuerpo desnudo tenía algo de triunfó. Aunque, sospechaba que, su demora y la precaria rapidez por vestirse le daban todos los signos de un acto voluntario, una actitud de saberse observado, una lentitud que se imponía, indiferente al movimiento. Y con un tesón creciente, casi amoroso, de mirada limpia, incontaminada de cualquier veneno, Andrés, le hizo cambiar, por un instante el signo de aquella aventura descabellada.
Quería recuperarse de la conmoción, su excitación echaba chispas bajo un disfraz de aparente impasividad. Estaba muy lejos de la frontera que separa la intimidad superficial de la más oscura, esa que no se comparte ni siquiera con uno mismo.
El cuerpo de Andrés era abrasador y sugerente.
Al cabo de un tiempo que le era imposible calcular en la situación en que se encontraba dentro del armario, oyó que los pasos se dirigían hacia la puerta de la habitación y como se cerraba la puerta y los pasos se alejaban. La puerta del armario quedo abierta, no se atrevió a salir hasta muchos después que se cercioro que todo estaba en calma y de que la parte de arriba se encontraba desierta. De que nadie podía descubrirlo saliendo del escondite. ¡Qué sensación la de poder respirar sin tener que ser consciente de cada movimiento!
Se esforzó por sobreponerse a la maraña de exaltaciones que el asaltaban, notando la tensión en todos sus músculos. Inspiro hondo en un intento de impregnarse de la serenidad y la belleza que había reinado en toda la habitación.
Percibió que la habitación estaba un poco mas revuelta, parecía el resultado de una pequeña explosión o de un pequeño tornado de cuando se escondió dentro del armario; se fijo que junto a los calcetines que habían tirados en el suelo, ahora se encontraba otro par mas y unos bóxer que Andrés supuestamente llevaría puestos antes de meterse en la ducha, los acompañaba la toalla mojada que cubría su cintura.
Echo una última ojeada a su alrededor. Ahora ya no se atrevía a permanecer allí por más tiempo. Abrió la puerta con la máxima cautela, con un sigilo por no ser pillado sin ninguna escusa creíble. De igual manera deseaba que aun no hubiera llegado su amigo y poder esperarlo en su habitación sin levantar la mínima sospecha.
En la habitación de Matías, comprobó el reloj, no había pasado casi ni media hora. Se sorprendió. A él la había parecido una eternidad.
Se acerco una silla al escritorio, se sentó, abrió el libro y la libreta empezando a escribir el primer resumen de literatura.
Con la mirada aun absorta, la piel erizada, la caricia aturrullante del nerviosismo y el prodigio de excitación, repentinamente es consciente de la locura que acaba de cometer, y lo difícil que es aceptar su comportamiento tan… inclasificable y descabellado. Pese a todo, su pensamiento recalaba constantemente en la persona y en cuerpo desnudo de Andrés. Le sorprendió una amplia sonrisa bobalicona, mientras sus dedos, con una voluntad propia, tamborileaban una cancioncilla. Tan absorto se encontraba que ni se dio cuenta que había entrado Matías.
-¿Te pasa algo? ¿Te encuentras bien? – lo zarandeo Matías por el hombro, tras preguntarle por tercera vez. Las dos anteriores no obtuvieron respuesta-. Muchacho parecías como ido.
- No, nada perdón. –Volvió en sí azorado con una excusa estúpida-. Cosas mías.
-¡Y tanto que tuyas! Ni te has enterado que había llegado. ¿Algo que se pueda contar? –Bromeo-.
Nicolás se ruborizo.
Mientras los dos amigos compartían estudio y tareas escolares encerrados en al habitación de Matías; Andrés entraba de nuevo en su habitación para darse de cruces con la posibilidad de una certeza que se materializaba. Sonriendo de una manera franca e ilimitada.
El fin de semana paso si esfuerzo y sin compromiso, exceptuando un caótico Nicolás que se volvió loco buscando algo que le hacía falta y dudaba ante la posibilidad de haberlo perdido. Sin poder a testiguar si estaba en lo cierto; la trascendencia de las repercusiones a la pérdida del material podían ser mínimas, pero por el contrario el lunes podría traerle consecuencias en el instituto.
Y despacio, muy despacio, en ese fin de semana Nicolás, aprendería que los deseos y la realidad encajase en sus moldes flamantes, nuevos pero estrechos. Una trabajosa negación de sus propios deseos con las estrecheces de la realidad disponible.
Como ocurría casi todos los lunes por la tarde quedaban para estudiar, se citaban al mediodía al terminar el instituto.
Con su habitual puntualidad llegaba a casa de Matías. Su madre le abrió con premura, desde la puerta pudo comprobar que un murmullo de voces inconexas y desconocidas salían de la sala de estar; le saludo rápidamente, sustituyo su habitual saludo por un fabricada escusa aludiendo que tenia invitados. Las puertas correderas de la sala se cerraron.
Accedió a la segunda planta, esta vez no volvería cometer ningún acto incívico avergonzado por su actuación, deseaba de una manera racional que no hubiera nadie.
De pie en el rellano, entre las dos puertas blancas de las habitaciones, un acto instintivo le llevo a desviar la mirada hacia el cuarto de Andrés cuya puerta estaba medio abierta. La voz de Andrés sonó desde dentro. “Estupendo”, se quejo para sí mismo inmovilizado delante de la puerta dudando si llamar con los dedos apoyados en la lisa superficie lacada en blanco o hacerse el sordo. El corazón se le estaba saliendo por la boca. Con un movimiento preciso y lento que había de franquearle la entrada, su mano desliza la puerta, a des tiempo su cuerpo le reconoció antes que él y se contrajo por su cuenta en un espasmo que no pudo controlar, como si fueran de otro sus brazos que temblaban, y de otro también las piernas, que se detuvieron al comprender que eran incapaces de entrar, de avanzar. Pero Andrés no pudo advertir la debilidad de Nicolás, porque estaba absorto en su propio asombro.
Lo encontró sentado frente a su escritorio, delante de su ordenador, aparentemente estudiando, aunque en realidad era incapaz de mantener la concentración en la tarea que estaba haciendo. Eran comienzos de mayo y un calor bochornoso que ya se dejaba sentir de forma irregular, unida a la inestabilidad del tiempo, le mareaba y le impedía mantener fija la atención en los libros, ni siquiera en la pantalla del ordenador.
- ¡Hola!, no soy tu hermano -. Le explica en un acceso de charlatanería impropio de él y de la situación en que se encontraba.
Estuvieron así quietos y callados, desorientados cada uno en su propia inmovilidad. Andrés se esforzó por sonreír y fue quien se disculpo.
- ¡Hola Nicolás! Perdona… Te había confundido con mi hermano.
Nicolás balbuceo unas palabras incomprensibles para quitarle importancia a la confusión y tapar la disculpa de Andrés; mientras este hacia girar la silla giratoria en la dirección donde se encontraba Nicolás que apenas había avanzado plantado en el umbral; que a modo de reto repaso la estancia que todo le era conocido pero en cambio ahora se le presentaba como indefinible. Como en esas ocasiones anteriores, volvía a sentirse intimidado y cortado ante su presencia. Una sensación que no podía controlar ni evitar. El otro advirtió la postura vacilante, el recelo por entrar o la prudencia por no molestar; y en ese segundo de memoria recordó todos sus encuentros anteriores: la reacción, la respuesta y su conducta. En un principio le hacían gracia achacándolos a su carácter un tanto apocado y cohibido, luego la prudencia le hizo recapitular que tal vez habría otra razón más escondida. Fue un halago con una mordacidad que le llego a capturar.
Andrés se adelanta invitándole a entrar si levantarse de la silla. Nicolás accede a la invitación acercándose hasta el borde de la cama compareciendo con una breve sonrisa tímida y boba…
En ese preciso instante todos los enseres de la habitación desaparecieron, únicamente tenia ojos para el hermano de su mejor amigo. Un destello de cordura le atravesó iluminándole la mente y advirtiéndole que era una descabellada locura lo que estaba pensando. Recomponiéndose interiormente. Recordándose que era el hermano de su mejor amigo, y que ahora, su única preferencia era desembarazarse cuanto antes de tan perturbadora compañía. En cambio Andrés guardaba un as en la manga o aun mejor tenia las cartas para ganar la partida.
Las palabras de Andrés le devolvieron a una realidad palpitante, una reconciliación que de antemano rechazaba pero que en lo más recóndito de su ser se moría por hacerla suya, por entregarse a ella. –o menor dicho a él- en cuerpo y alma. Recordando tan rocambolesca hazaña.
Andrés le invito a sentarse en el borde de la cama, había otra silla con ropa, para que… para tenerlo más cerca. Se deshizo de los libros que llevaba, Nicolás obedeció en una incoherencia idéntica, de una idéntica ingenuidad, en un propósito firme. Un estremecimiento
Andrés pudo apreciar la evidente y convencional belleza de Nicolás, más profunda y delicada, más casta y tímida, más sensitiva y necesitada de una máscara para no ser herido. Esa percepción le sacudió las paredes casi derruidas de su interior.
Nicolás obedeció, con una anticipada sumisión tanto de aceptación como de disfrutar de su compañía aunque solo fueran por algunos minutos hasta que llegara Matías. Sentados uno frente al otro se permitió el alarde de sonreír. Entonces se hizo una pausa más larga y tan calculada como si estuvieran interpretando un papel de observadores para poder adivinar la reacción de cada uno. Como si cada uno intentara esconder su secreto, la verdadera razón por la que estaban allí y con el temor de que recíprocamente pudieran ser sacados a la luz.
Andrés supo que tenía que actuar, tenía que anticiparse, tenía que crear una atmosfera de bienestar y confianza para no echar a perder esta oportunidad. Ni tampoco perderlo a él. En su mente todo era y había sido construido con más sencillez, y en cambio transportarlo a la práctica era mucho más complicado. La palabra cautela obligaba a medrar entre ellos. Un ambiente tenso, pero no pesado, sino mas bien ansioso y expectante los envolvía, ninguno de los dos se atrevía a romper el silencio húmedo, compacto, que vinculaba entre sí a quienes no eran más que una pequeña multitud desconocida.
Las primeras palabras de Andrés, atrapadas en su voz, sonaron nerviosas, pero a la vez nuevas y distintas. Inconexas, temas de todo un poco, ficción y convicción variable según quien lo interprete.
Todo es contingente, inseguro, inexpresable. Hasta llega un momento que las interpretaciones varían, no se agotan, no se fijan. Nada esencial, nada que cambie el rumbo de las cosas que jamás eligieron. Y el rumbo de la vida menos aun que el de otra cosa cualquiera…
Con una concentración exagerada de los dos y sin que se enturbie la vivacidad con la que se había consolidado la conversación, tras una larga hora, ese tiempo imperceptible con una improvisación natural, ligera, amistosa; alejaba toda reserva entre ellos.
En ese vaivén reciproco de anécdotas contadas, cada uno en su mente, a su modo, describía una realidad ya digerida.
Lo constatable era que el uno se sentía a gusto en la compañía del otro. Aparentemente les envolvía una relajación que empezaban a disfrutar.
Nicolás se dio cuenta que estaba hablando más de la cuenta, por alguna razón le extrañaba su comportamiento, lo miro y comprobó que Andrés lo observaba intensamente y su mirada le reconforto por dentro. Dándole consistencia a una realidad, a una escena que ahora parecía soñada, inventada, imposible ellos dos solos en una misma habitación.
A su vez, Andrés, lo atendía con agrado, le sonrió, sus palabras le habían tranquilizado y sin sospechar hacia donde les querían llevar. Reparo en los ojos de Nicolás, y su mirada incauta excito un instinto que ni siquiera creía tener, le inundo por dentro con el entusiasmo feroz del cazador cazado. Eso fue lo que sintió mientras lo miraba, tan guapo, tan sereno, tan indolente. Y ni siquiera se dio cuenta de lo que le estaba pasando, no advirtió la intensidad, la turbiedad del instinto que acababa de estrenar, no fue capaz de interpretarlo y se olvido de armarse hasta las cejas. Se dejo llevar, simplemente.
El escozor le favorecía, pensó Nicolás de Andrés, continuo mirando incrédulo, asombrado y agradecido más de lo podía expresar, se cautivo del encanto dulcísimo, ese atractivo magnético, que establece la jerarquía en los pupitres y en el recreo. En ese razonamiento dibujaba Nicolás a Andrés.
La cercanía entre ellos junto con el destino empezaba a adjudicar sensaciones y sentimientos para ambos. El deseo mutuo afloro, como si de un hechizo pesara sobre el espacio intermedio, una zona de júbilo y magia perversos, una zona cuya precisión y estabilidad misma tenían una virtud cristalina que era casi artística.
Nicolás miro su reloj que ocasiona un silencio, una reflexión y añadió:
-Está a punto de llegar tu hermano, tenemos que preparar un examen complicado para dentro de dos días. – Se arrepintió de la excusa y de la llegada de Matías. En ese momento los dos le importaba una mierda.- No creo que tarde mucho… -Cogió la carpeta y los libros abandonados a su lado colocándoselo sobre las piernas, fue un gesto que daba entender que podía quedarse unos minutos más.-
Creo haber oído a mi hermano, este medio día decirle a mi madre que se retrasaría un poco. – Advirtió Andrés, como estrategia para ganar un poco de tiempo a su favor.- Tal vez no te haya dicho nada cuando llegaste, tiene invitados y esta ataca de los nervios y seguro que su cabeza está en otra parte.
De todas formas, tendré que espabilar con estos apuntes si quiero aprobar el examen. Tu hermano va más al día que yo y se defiende mejor con esta materia.
Andrés le respondió con una broma acida que le consiguió arrancar varias carcajadas.
La demora de Matías provoco que se enfrascaran en una intima y profunda conversación que se prolongo hasta… Que de repente Andrés le pregunto:
¿Has tenido alguna vez algún secreto inconfesable que no lo hayas podido contar a nadie?
Todos los secretos son inconfesables, por eso son secretos, si no dejarían de serlo.
Siempre tienes la costumbre de contestar con evasivas.
Nicolás le respondió con una sonrisa, mientras Andrés se levantaba de su silla pasando por delante de él dirigiéndose había una de las estanterías colocadas en un rincón de la habitación. Cogió algo, al llegar al lado de Nicolás le tendió el libro, el mismo, que con tanto ahincó estuvo buscando durante el fin de semana, este le sonrió al entregárselo. Nicolás sintió una punzada en el estomago. Alargo la mano nervioso para recuperar el libro y tras lograr balbucear un gracias a la vez que lo miraba a los ojos, entonces vio en ellos que lo había descubierto, que estaba al tanto de todo. Nicolás turbado desvió la mirada como si quisiera regir el momento.
¿Creo que este libro es tuyo? Alguien debió dejárselo sobre mi cama, tal vez mi hermano. - La sutileza reflejo una malevolencia satisfacción.
Lo estuve buscando, creí que lo había perdido. –se excuso en un tono torpe.
Advirtieron el contraste entre el mensaje de la boca y el de los ojos.
Sintió un repentino nudo en el estomago, y una lengua de calor le subió por el pecho estrellándose en su cabeza como en una rompeolas. Se creía descubierto. Se pregunto por el efecto de sus palabras. Su actitud era expectante. Esto no se lo esperaba, llego a su mente la imagen nítida de aquella tarde, su estupidez, su descuido, su improvisado comportamiento tan poco recomendable, la desfachatez; dejarse olvidado encima de la cama, la misma que ahora estaba sentado en una esquina con la cabeza baja y la mirada concentrada en el libro, miles de reflexiones se agolpaban entonces en la cabeza del joven, uniéndose en una vorágine con otros tantos razonamientos. El más insistente: “Ha sido descubierto, que pasara ahora.” De pronto se sintió desconcertado, aturdido y en especial intimidado. Se quedo mudo.
Con toda la cautela posible, mentalmente de puntillas, conjuro la imagen de Andrés desnudo delante del espejo, volviendo del revés su conciencia y rasgando su foro mas interno de algún modo vulgar, feroz y peligroso.
No obstante, Andrés, la duda le asaltaba al toparse con la mirada de él: unas veces se la sostenía un instante mas, otras la escondía con celeridad. En primer lugar el remordimiento en que actuó desapareció. En un segundo lugar, le sorprendió el cambio que no tuvo el valor de preguntarle a que se debía. En tercer lugar, dedujo algo ante su comportamiento, sutil pero evidente que le conmovió; con sorpresa se dio cuenta de que él también sentía cierto temor. Porque lo entendía. Porque toda aquella escena o situación también era complicado y desconocido para él y se empujo a actuar. Sera por eso, que irremediablemente se sentía atraído por Nicolás.
Ignoraba que pudiera convertirse en una criatura tan conmovedora e indefensa cuando puso las manos sobre Nicolás. Era la primera vez que se tocaban. La condición intima, la condición estricta y peculiar. Del alma y del sentido. Capto su atención.
Porque una invisible cuerda de seda silenciosa los ligaba en todo momento, el encantado espacio intermedio permaneció intacto, matemático, como un espejismo, equivalente vial de una alfombra mágica.
Los ojos de Nicolás se quedaron fijos en los de Andrés y el sudor broto de su cara, como si Nicolás exhalara fuego. Pero lo único que hacía era observarlo en silencio. El mundo parecía desdibujarse a su alrededor. La emoción, la dulzura, la comprensión, le tremenda sorpresa. Todo pareció unirse en un instante. Sintió que le fallaba, flaqueaba la fuerza, le faltaba el aire. Solo oía las palabras de Andrés, cada vez más difusas, cada vez más lejos… sus miedos, como bloques de hielo que rodeaban sus cuerpos, pronto se derritieron ante el deseo.
Lo siguiente que vio fue unos ojos negros clavados en él. Le falto el aliento… sus miradas se cruzaron y quedaron fijas la una en la otra. Un incontrolable torbellino de sensaciones los atenazo y les impidió reaccionar. Excepto sus manos, en una autoridad impuesta y atrevida se volvieron a juntar. ¡Andrés! ¡Nicolás!
De repente Nicolás se encontró delante de la puerta a punto para salir, comenzó a recordar lo que ignoraba…
Como si le moviera un engranaje incontrolable Andrés fue tras él. Ahí se dio cuenta que era más alto, que su espalda era ancha, que tenía un culito lindo y delgado. Se puso tras suyo, y acerco su nariz a la nuca para oler su perfume, para sentir el calor de su piel, y Nicolás primero tembló y luego se quedo parado, inmóvil, expectante, y lo abrazo por detrás, y él se apoyo contra Andrés para no caerse, y Andrés apoyo su cabeza contra su espalda, y le dijo que lo estaba esperando. Muy bajito, como susurrando, como no queriendo cubrir el sonido de sus pulmones respirando. Nicolás dijo algo que Andrés no alcanzo a oír porque le dijo muy quedo, como si no quisiera despertar los duendes del balcón, la magia de aquel instante, mientras Andrés con su mentón recorría un pequeño espacio de su espalda una y otra vez. Con una exhibición de fuerza y de músculos Andrés le dio la vuelta y lo beso. Andrés no podía imaginar el sabor de sus besos, la textura de sus labios, la humedad de su lengua jugando con la suya, le necesidad de cariño que era igual a su necesidad. Le deslumbro.
Le acaricio el pelo, con una ternura bien masculina, como si acariciara la cabeza de un niño pequeño. Y Andrés beso uno a uno los dedos de la mano, Nicolás doblando la cabeza hacia el otro: besó sus ojos, su frente, sus mejillas. Todo como pudo la cabeza de Nicolás con ambas manos, sintiendo la tersura de su pelo antes de volverlo a besar, de saborear la dulzura de los labios calientes, la fuerza de sus dientes, al danza de su lengua en su boca.
Se abrazaron, se relajaron un poco con la sujeción el tiempo suficiente para poner las palmas de sus manos bajo la camisa de Nicolás, tocaba y sentía su piel. Quería su piel. Andrés percibió el calor inusitado de la piel de Nicolás, como si se hubiera asomado a un fogón. A la vez este cerró los ojos con cierta fuerza echando ligeramente la cabeza hacia atrás, como intentando capturar aquel instante tantas veces soñado y masturbado en la soledad de su habitación y ahora consagrado a una realidad presente, intima y profunda. Devoradora. Pasaron algunos segundos abandonado, inmóvil, afortunado, poniendo cuerpo y alma en reflejar no lo que había allí, sino lo que ansiaba que hubiera… Toda la diminuta vida. Volvió a mover su cabeza hacia delante hasta rozar su frente con la de Andrés
Abrió sus ojos, vio los de Andrés más de cerca. Brillaban de una forma que él empezaba a conocer. Ojos ávidos de sus proposiciones. Una sonrisa sutil cuyo resultado era la osadía del atrevimiento. Saberse poseedor de aquello que tanto había deseado.
A partir de ese momento la improvisación tomo las riendas. Se quitaron la ropa el uno al otro sin reparar en sus respectivos cuerpos, la premura les hacia volar hacia el contacto del cuerpo del otro. Cualquier cosa hasta el final, decidieron sin hablarse, pero nada de penetración, toda la gama de posturas y combinaciones, tantas como quisieran y durante el tiempo que les apeteciera. Sería una noche de contactos sexuales sin copula. Como ninguno de los dos había tenido muchas experiencias con nadie, la perspectiva se les presentaba muy emocionante, un delirio de expectación combinados por la audacia de un plan. Enloquecidos. Locos de deseo, sus cuerpos ardiendo de lascivas fantasías, que se tocaran, que se besaran, voraces e insatisfechos, excitados y solos, condenados en compañía el uno del otro. Luchaban para que su pasión no se replegara, que fluyera por un espacio en blanco y libre de realidad, por esta ruta apasionada que iban trazando, una entrega a ciegas. Todo era nuevo.
Era la primera oportunidad que tenían de manifestarse cuanto se atraían y se deseaban, de decirse lo bellos que eran, de introducirse las lenguas en sus bocas y besarse de la forma en que durante semanas y tal vez meses había soñado. Nicolás temblaba ante su imparcial desnudez bajo la poca ropa que le quedaba, mientras Andrés se la iba quitando con manos temblorosas. Del mismo modo Nicolás se deshacía de cada prenda que cubría el cuerpo del otro. Se estremeció de la cabeza a los pies cuando se metió en la cama, comprobó que Nicolás se la anticipo, sintiendo como se cerraban sus brazos en torno a él. La habitación estaba casi a oscuras, pero aun se distinguía vagamente el destello de los ojos de Nicolás, el contacto de su rostro, la siluetas de su cuerpo, cuando se introdujo debajo de las sabanas adivinando su desnudez, el cuerpo desnudo de Nicolás, dieciséis años apretándose contra su carne desnuda, tuvo en un escalofrió, se quedo casi sin respiración por la avalancha de sensaciones que lo invadió. Poseer un cuerpo no es solo progresar con la persona amada –aguantar la cantidad de placer que pueda darnos-. No es solo prolongar la expansión de los sentidos. Poseer un cuerpo es, en verdad, tenerlo, experimentar la certeza de que esa piel y sus órganos son nuestros. Que tortura conservar la razón cuando impera el deseo.
Andrés le susurro palabras al oído mas para tranquilizarle que para incentivarlo, ya que enroscado el su cuerpo aun no había dejado de temblar.
Permanecieron varios momentos uno en brazos del otro, las piernas entrelazadas, le mejillas juntas, demasiados sobrecogidos para hacer otra cosa que aferrarse el uno al otro, confirmar y confiar en que no estallarían de puro terror.
Finalmente, Andrés empieza a pasarle sus manos por la espalda, le rozo la cara con sus labios y luego le beso, con fuerza, con una agresividad que no esperaba, cuando su lengua entraba en la boca como un relámpago, Nicolás comprendió que no había nada mejor en el mundo que te besaran de la forma en que él lo estaba haciendo, que aquello era sin discurso la única y más importante justificación de estar vivo. Se siguieron besando durante largo rato, ronroneando los dos y manoseándose mientras sus lenguas se agitaban y la saliva se les escapaba de los labios. Por fin Nicolás, se armo de valor y coloco las palmas de sus manos en los pechos, en los duros senos, plenamente desarrollados por el deporte, en un alarde de atrevimiento y en una impetuosidad que entendió su mano fue a parar hacia el pene desnudo y erguido que rozaba su cintura. Por primera vez en su vida se dijo a sí mismo. “Estoy tocando la polla de un chico, del ser a quien más deseo.” Se sentía equilibrado, él puro cuenco de inestabilidad, de contradicción.
Después de acariciarse durante un tiempo, Andrés se puso a besarlo en cada uno de los sitios que había tocado, a pasarle su lengua por la aureola, a chuparle los pezones, y Nicolás se sorprendió cuando se le hicieron firmes y erectos, tanto como lo estaban su pene desde el momento en que el otro se coloco encima suyo desnudo. Era demasiado para que lo asimilara. La iniciación al esplendor de la anatomía masculina empujándolo mas allá de todos los limites, y sin iniciativa alguna, tuvo de pronto su primera eyaculación de la noche, un violento espasmo que acabo esparcido por todo su vientre. Afortunadamente, el sonrojo que pudiera tener fue de corta duración, incluso en el momento que el flujo emanaba de él, Andrés se había echado a reír, y a modo de brindis por su hazaña, le restregó alegremente la mano por su estomago embadurnando de semen toso su pecho.
Aquello prosiguió durante horas. Ambos eran muy jóvenes, un tanto inexpertos incondicionalmente infatigables, estaban llenos de emoción, enloquecidos por sus mutuas ansias, como no sabían si la promesa de esa noche sería la única vez, se vería cumplida, ninguno de los dos quería que terminara nunca. Así que siguieron sin parar. Con la fuerza y la energía de su juventud temprana, pronto se recupero de su descarga accidental, cuando Andrés le cogió tiernamente el rejuvenecido pene, sublime arrobamiento y jubilo indecible, siguió adelante con la lección de anatomía transitando sus manos y su boca por zonas del cuerpo de Nicolás.
Este, a la vez, descubrió las tersas y delicadas regiones de la nuca y la cara interna del muslo, las indelebles satisfacciones de los hoyuelos de la espalda y las nalgas. Éxtasis táctil, pero también el aroma del perfume de Andrés que emanaba de su cuerpo, la superficie cada vez mas resbaladiza de su cuerpo, y la pequeña sinfonía de ruidos que ambos ejecutaban a lo largo de la noche, juntos y cada unos por su lado: las quejas y gemidos, los suspiros y aullidos, y luego, cuando Andrés se corrió por primera vez. El sonido del aire entrando y saliendo por las fosas nasales, el ruido creciente de su respiración, el victorioso jadeo final. El deseo de su cuerpo le azotaba. Exactamente azotar, como los vientos. Deseo que no habría de aplacarse ni aun si volviera a erguir su cuerpo desde dentro, ni aun si volviera a poseerle. -¿Cuántas veces más?- Con que dulzura barbará el cuerpo vedado tanto tiempo se allegaba a él, losa extendida bajo su piel desnuda. Placer estremecido, como abocado a morir entre el pulgar y el índice de su mano. Su cuerpo inmisericorde.
Aquella primera vez, seguidas de otras dos más a lo largo de la tarde.
En el caso de Nicolás, aparte de la solitaria chapuza del principio, estaba la mano de Andrés cerrada entorno a su pene, moviéndose arriba y abajo mientras Nicolás permanecía tumbado, envuelto en una niebla de ascendente excitación, luego estaba su boca, moviéndose de igual manera, los labios de Andrés en torno al pene de nuevo firme, y la honda intimidad que ambos sentían cuando se corrió casi en la boca. El flujo de uno pasando al cuerpo del otro, la mezcla de una persona con la otra, espíritus conjugados.
Luego Andrés se dejo caer de espaldas, abrió las piernas dejando que le tocara. Ahí no, le decía, le cogió la mano y le guio al sitio donde quería que estuviera, lugar en donde nunca había estado, y Nicolás que hasta esa noche no había sabido nada, empezó poco a poco a formarse como ser humano.
Entre suspiros rebobinaban, el hilo del placer que suspendían.
La espera, tan cargada de deseo, había hecho su efecto, y la entrega resultaba apetecible como necesaria. Fue algo rápido, fugar, con sabor a preludio, a ensayo general, el boceto de un encuentro erótico.
Nicolás quería no despertar y no ver los bordes enemigos de la cama, sino un trono no frio, un perfil de contornos resguardados, semejante situación, decía, ¿Por qué tenía que tener fin? Recupero un poco el sentido abriendo los ojos, paso sus dedos por los labios. Adoraba ese tacto.
Andrés agradeció el gesto de pureza, de fulgor porque todo lo que él hacía era inocente. Se sintió acompañado por su aroma que impregnaba, definitivo: el borde de las sabanas, el contorno de su cuerpo, rincones capturadores. Demasiado eficiente, demasiado hacendoso y vengativo. Viendo su gesto acodarse tumbado y erguirse, una y otra vez, mandaba llamar a ese gesto para que su calor exacto, localizado, germinara en la noche escondida.
Las tres palabras pronunciadas por Andrés a su oído, le despertaron del todo, se sentó en la cama para verle salir, pero Nicolás no tuvo tiempo de asustarse, cuando ya tenia la mano en el picaporte Andrés se volvió para decir algo que le devolvió a este mundo perfecto y recién nacido en el que no había lugar para la desgracia.
Andrés salió primero de la habitación… Pero su sonrisa flotaba aun en el aire.