En la peluquería. Versión 1.0
Verano, calor, pelo largo.....
Dan caminaba por el centro comercial, cuando se vio reflejado en el espejo de una boutique de ropa. Tenía el pelo demasiado largo. Además le daba demasiado calor en el verano. Diez pasos más adelante vio, una peluquería de una cadena de estas modernas. Aún quedaban un par de horas para el cierre de los locales, y la idea cruzó su mente. Me lo corto y a tomar por saco.- se dijo a sí mismo.
A sus 29 años recién cumplidos, Dan era soltero a la fuerza. Había sido plantado por su ex novia a falta de 10 días para la boda. Había pasado un año desde aquello, y durante los primeros 6 meses, su vida había sido monótona. Del trabajo a su apartamento, de allí al gimnasio y de vuelta a casa, para salir esta vez a por el pan, algo del supermercado, o los recados que van completando los enseres diarios. Ni amigos, ni ligues, ni padres, ni hermana, ni abuela, ni nadie. En el siguiente medio año, pasaba de vez en cuando a ver a la familia y quedaba con algún colega para tomar algo, pero seguía sin verse con ninguna mujer. Desde hacía un año, era abstinente sexual a la fuerza, al menos en pareja, ya que Internet tapa algunas carencias. Eso decía el propio Dan, para su fuero interno.
Entró en el local, y la recepcionista le dijo que tenía que esperar un rato. Mientras esperaba su turno para ser rasurado, se quedó mirando a un espejo. Joder, que pinta.- Se dijo. Iba con un bañador viejo, un polo de rugby ceñido y en sandalias. Además estaba sin afeitar, y el pelo largo y alborotado con si fuese un animal. Vivan las vacaciones.- Pensó para sí. Cuando uno de los sillones de cortado quedó libre, le indicó que podía pasar y que era su turno. Allí se sentó y vio a la peluquera que le atendería. Y simplemente no fue capaz de pestañear. Era la mujer de sus sueños. Media melena negra como el azabache, tez perfecta entre la piel clara y morena, labios carnosos y bien dibujados, y sobre todos unos enormes ojos verdes como el mar en los que se podía ver reflejado cualquiera. Además el uniforme blanco, como el de las enfermeras de hospital, dejaba intuir las formas de su cuerpo, voluptuosas, como la generosa curva de sus senos, o el la redondez y dureza de su culo. Además medía sobre 1.65, la altura que él creía ideal en una mujer. En ese momento, se arrepintió del aspecto que llevaba. Hubiera preferido ir en traje y corbata, o en vaqueros y americana, y no con la pinta de pordiosero que lucía. Su 1.80 y casi 95 kg. (sobrepeso sí, pero proporcionado) con la barba y el pelo largo le daban aspecto de guerrillero sudamericano trasnochado.
Mientras le indicaba el camino para el asiento de lavado, Dan seguía a la peluquera embobado. Se sentó y se quitó las gafas. Si ellas no veía absolutamente nada, ya que era muy miope. Una vez sentado notó como el agua fría, el jabón y las manos de la peluquera, se unían para aliviar la tensión y el calor que su cabello repercutía en su cabeza. Qué envidia de pelo. Negro, grueso, y sedoso. Ideal para la melena de una mujer.- acertó a decir la esteticista. Dan balbuceó algo parecido a sí o no. Estaba hechizado por esta chica. Cuando acabó de lavarle la cabellera, le condujo al salón de cortado. Allí empezó a rebajarle el pelo, mientras Dan fijaba su miope vista en el espejo. En un momento, al de tomar asiento, había girado su cabeza y vio la placa identificativa de la chica. Ana, se llamaba Ana. Mientras ella, la peluquera de sus sueños, hacía su trabajo, vio a través de sus ojos atrofiados una imagen en el espejo que estaba enfrente del sillón en el que estaba emplazado, que no se correspondía con su reflejo.
Se veía a sí mismo tumbado desnudo en la cama de su dormitorio mientras Ana cabalgaba encima de su polla totalmente dura a un ritmo endiablado. Su respiración agitada acompasaba el movimiento de sus grandes pechos y de su vientre lleno, pero plano. Sus largas y torneadas piernas enlazaban sobre las suyas propias, mientras posaba sus delicadas manos sobre el pecho de Dan. En la dimensión real de lo que sucedía, su estilete se estaba poniendo manso, mientras el corte de pelo tocaba a su fin. Cualquiera que se fijara en la escena (incluso la propia Ana) desde una óptica externa, vería a un tío fuerte y medianamente alto, mirando fijamente a un punto perdido de un espejo, mientras tenía una descomunal erección.
Ni una palabra se dijeron en todo el rato. La única conversación vino al final. A ver, que te parece?.- Preguntó ella. Bien, perfecto.- Contestó él mintiendo como un político, habida cuenta de que estaba aún sin gafas, y no veía tres y cuarto en un burro. Ana le indicó que le acompañara a la caja del establecimiento, y a él al levantarse aún se le notaba el bulto en el paquete. Muerto por el sopor y la vergüenza, sacó del bolsillo de su bañador la cartera, y de esta la tarjeta de crédito y el DNI. Le cobraron, y mientras introducía el PIN en la terminal, estaba pensando que las únicas palabras que había intercambiado con la mujer más bella que había conocido y que posiblemente conocería jamás, formaban parte de la conversación más tópica que se podía tener en una peluquería, eso sí, erección incluida. Eso sí se llevaba el recuerdo del espejo, y un bonito y fresco corte de pelo, cosa que comprobó (con la vista ya graduada) antes de salir del local.
Recogió el ticket que en caja le dispensaron, firmó el justificante del terminal bancario, se despidió del personal de la peluquería y salió de la misma, mientras dirigía una mirada suplicante a Ana mientras se alejaba. Tan embobado estaba que se había olvidado de comprobar cuanto le habían clavado por el trabajo. Se hizo con el recibo en el bolsillo y se dispuso a echarle una visual. En ese momento, Dan casi se tropieza y se cae por las escaleras mecánicas. Estaba el precio (algo elevado para un simple lavado y corte), y además escrito a bolígrafo, un nombre (Ana), un número de teléfono y una conminación ("llámame"). Sin dudar buscó su móvil y marcó los números. Sí?.- LE contestaron. Ana?.- Inquirió él. Salgo a las 10 de trabajar. Si quieres puedes recogerme en la salida del parking.- replicó Ana. Dan, como quien oye un coro celestial sólo acertó a contestar: Mi coche es un 3 puertas rojo.- .