En la parada de autobuses

Espero por uno que me lleve a su casa para, otra vez, disfrutar de ese su delicioso culo.

Llegué a la parada de autobuses con una erección proporcional a mi calentura. Ha transcurrido casi una hora desde entonces y del maldito camión...ni sus luces. Como siempre, cuando más necesitas de algo es cuando más se tarda en llegar. Si tan sólo mi carro no se encontrara en el taller. Si el conductor supiera las ganas que tengo de probar otra vez ese culo de ensueño, si tuviera al menos una idea de lo bien que se siente estar dentro de él, pisaría el acelerador y hasta me pediría acompañarnos. Si lo supiera, pero no es así. Ni siquiera se imagina que estoy aquí sentado o que él llamó ésta mañana para pedirme más verga. No lo sabe y por eso no viene. No lo sabe y por eso aumentan las ansias de verlo otra vez. No lo sabe y no me queda más remedio que recordar aquel nuestro primer encuentro.

A Gilberto, como se llama el hombre de quien hablo, lo conocí en el gimnasio. Siempre me ha gustado ejercitarme, mantenerme en forma. Fue por esa razón que un principio me inscribí y no porque quisiera conocer a alguien, pero sucedió. No me lo esperaba, pero pasó. Un día como cualquier otro, noté que se quedó mirándome detenidamente durante toda la rutina, sentado sin hacer más nada y sin siquiera disimular un poco, ya saben, por eso de estar en un lugar público. Algunas veces clavaba sus ojos en mi atlético torso, el cual, fiel a mis tendencias exhibicionistas, intencionalmente no había cubierto y otras observaba fijamente el bulto, que milagrosamente mantuve dormido, bajo mis ajustadas mallas. Cuando terminé el último de los aparatos, caminé hacia las regaderas como si no me hubiera dado cuenta de nada. Él me siguió.

Generalmente, por esa fijación mía de mostrar mis atributos a extraños, voy al gimnasio en el horario que más gente lo hace. Ese día no fue la excepción. Las duchas estaban repletas, por lo que ninguno de los dos se atrevió a ir más allá de mirarnos mutuamente mientras el jabón resbalaba por nuestros cuerpos. Tuvimos que esperar a salir de las instalaciones para dar el siguiente paso. Bajé al estacionamiento y busqué mi auto. Coloqué mi maleta, en la que guardó la ropa sucia y la toalla, en el techo del mismo. Estaba por abrir la puerta cuando lo sentí detrás de mí. Di media vuelta y pensé en decirle una de esas cosas sin importancia que se dicen cuando no conoces a alguien, cuando quieres romper el hielo, pero él tenía otros planes. Él quería ir directo al grano. Tiró su mochila al piso y me empujó contra el coche, aprisionándome entre la lámina y su piel. Quise separarnos, pero él lo impidió con otra sorpresiva maniobra, una a la que ya no me fue posible oponerme. Al mismo tiempo que ponía su mano sobre mi entrepierna, me besó.

Definitivamente ese no era el lugar indicado para hacer algo como lo que estábamos haciendo. Cualquiera podía bajar por su vehículo y descubrirnos en pleno acto, pero sus labios eran algo irresistible. Correspondí a su beso tratando de no pensar en la posibilidad de ser atrapado y, sin duda, su lengua y sus dedos fueron de mucha ayuda para lograrlo. La primera se introducía hasta mi garganta y se movía con tal maestría, que mi miembro comenzó a reaccionar. Fue entonces cuando los segundos entraron en acción. Bajaron el cierre de mis pantalones y empezaron a acariciar mi cada vez más endurecido pene por encima de la ropa interior. Al primer contacto provocaron que me estremeciera y me arrancaron el primer suspiro. La gente no me importó más y entonces fui yo quien no podía esperar por sentir el calor de alguno de sus orificios envolviendo mi ansiosa verga.

Mis manos, que hasta entonces habían permanecido inmóviles por la adrenalina del momento, se posaron sobre sus nalgas, sobre esas que a lo lejos, disfrazadas un tanto por el vapor de las regaderas, se antojaban firmes y redondas. De cerca resultaron aún mejor. Había olvidado de donde veníamos, pero acariciar ese delicioso trasero que tan bien se sentía a pesar del muro de mezclilla, me lo recordó. En las últimas semanas, mis ganas de sexo se habían limitado a ser follado. Había estado en una de esas etapas en las que lo único que se te antoja, es un macho bien dotado que te atraviese y te cabalgue hasta dejarte tan adolorido que no puedas ponerte en pie, pero ya no me interesaba continuar en ella. Ese rico culo merecía una buena cogida y yo quería dársela. Yo tenía que dársela.

Haciendo un gran esfuerzo para separarme de ese exquisito par de glúteos, lo tomé de las muñecas y cambié nuestras posiciones. Lo estrellé violentamente contra el deportivo y me puse detrás de él. Pegué mi cuerpo al suyo notificándole mis intenciones y dándole a notar mis dimensiones. Cuando mi falo se acomodó entre esas dos montañas, presioné aún más mi anatomía contra la suya y comencé a moverme de arriba abajo. Él no se quedó quieto y empezó a menear sus caderas en forma circular, elevando mi excitación a un nivel del que ya no había otra salida que no fuera terminar lo que había iniciado.

Luego de unos minutos de ese juego, ya no pude contener más mi desesperación por entrar en ese hermoso hombre. Desabotoné mis pantalones y los bajé, junto con mi bóxer, hasta mis tobillos. Afortunadamente y al parecer tan impaciente como yo por fundir nuestras carnes, él hizo lo mismo con su ropa para facilitar las cosas. Cuando quedaron frente a mí sus preciosas nalgas sentí un impulso por devorarlas. Eran tal como a mi me gustan, sin pelo y con un sensual tono bronceado. Hubiera deseado disfrutarlas al menos un poco, pero no habría sido oportuno. Seguíamos dentro de un estacionamiento público y la posibilidad de ser descubiertos no se había ido. Pensando en eso, me dijo que no perdiera más tiempo viéndole el trasero, que ya habría otra oportunidad para ello. Me pidió que sacara la botella de lubricante y un condón de su mochila, para penetrarlo de una vez por todas. Así lo hice. Enfundé mi hinchado y moreno miembro con el preservativo y, habiéndolo preparado con bastante lubricante, se lo metí entero de un sólo golpe.

Gilberto se mordió el brazo para no gritar. Al darme cuenta de que en mis ansias por poseerlo lo había lastimado y creyendo sería lo mejor, me salí. Él se molestó y me ordenó que lo embistiera otra vez. "Con más fuerza si te es posible", me retó. "No te detengas y rómpeme el culo", insistió. Ante frases tan sutiles, no tuve otra opción que hacer lo que me decía. Le enterré mi polla y, sin detenerme a pensar lo mucho o poco que, por el tamaño de ésta o por la rudeza de mis actos, eso pudiera dolerle, de inmediato comencé a follarlo con una brutalidad incluso para mí desconocida. Su esfínter se cerraba sobre mi instrumento de una manera que me enloquecía. Por si eso no fuera poco y para aumentar mi gozo, él movía las nalgas en dirección opuesta a mis estocadas y susurraba vulgares líneas repletas de morbo. Eso sin contar el factor peligro, que por sí solo era ya muy excitante.

Sabía que a ese frenético ritmo no aguantaría mucho antes de venirme y quería que él lo hiciera conmigo, así que estiré un poco mi mano para tomar su pene, el mismo que estoy seguro podrá proporcionarme en alguna ocasión el mismo placer que yo le estaba proporcionando. Medía más o menos lo mismo que el mío, pero era más delgado y escupía mucho más lubricante. Estaba tan mojado que me fue sencillo masturbarlo. Él correspondió a ese gesto agitando su trasero mejor de lo que ya lo hacía.

No resistí más y exploté en un abundante torrente de semen que el condón atrapó. El escuchar mis orgásmicos gemidos acariciándole la oreja, lo ayudó para que él también se corriera, manchando el suelo, mi mano y mi auto. Los espasmos que le provocó la eyaculación terminaron de exprimirme hasta la última gota de leche. Los dos estábamos satisfechos y, para nuestra buena suerte, nadie notó siquiera que existíamos.

Saqué mi polla de su culo y él le quitó la funda. Nos dimos un beso para confirmarnos el uno al otro lo mucho que nos había gustado conocernos y luego nos vestimos. Nos despedimos con una palmada en el hombro. Cuando abrí la puerta de mi coche creyendo que todo quedaría en un casual encuentro sin complicaciones, atrajo mi atención con un silbido. Se bebió lo que contenía el preservativo y anotó sobre éste, con una pluma que previamente había obtenido de su bolso, su nombre y número telefónico. Me lo arrojó para luego perderse entre los demás vehículos.

Guardé sus datos con la intención de llamarle a la mañana siguiente, pero él se me adelantó. Él fue quien me llamó y me invitó a pasar por su casa, para repetir lo del estacionamiento con más calma y arriba de una cómoda cama. Es por eso que estoy aquí, con la polla dura de sólo pensar en todo lo que voy a hacerle y aguardando por el autobús que me lleve a su casa. Es por eso que he esperado casi sesenta minutos y que ahora, al ver que mi transporte se aproxima, hasta me dan ganas de saltar del gusto. Es por eso que, de tan sólo pensar que ya nada más tengo que abordarlo y recorrer unas cuantas calles para estar en mi destino, pegar mi cuerpo al suyo y finalmente atravesarlo con mi miembro y sentir su apretado, delicioso y tibio culo...casi me vengo. Es por eso que mis ganas están por los cielos y, en un intento porque alguien más lo noté y sienta ganas de calmarlas un poco, no ocultó mi erección. Quizá en éste autobús viaje un par de nalgas mejor que el de Gilberto, uno capaz de cambiar mi rumbo. Nunca se sabe a donde nos llevará el destino. Nunca se sabe en donde habrás de meter la verga.